miércoles, 13 de junio de 2018

San Antonio de Padua, «La Palabra tiene fuerza cuando va acompañado de las buenas obras»


Muchas personas devotas de la Familia Franciscana, encuentran su alegría, al menos en pertenecer en la TOF: [Tercera Orden Franciscana] Es una orden privilegiada por Cristo, es una orden que durará el mismo tiempo de la Iglesia Católica, hasta el final de los tiempos, y tomarse en serio el ser franciscano, desde el espíritu, siempre será reconocido por Cristo Jesús. 

sábado, 26 de mayo de 2018

Siempre en oración

¡Bendito sea el Señor nuestro Dios!

Los Santos nos enseñaron mucho sobre la importancia de la oración, escribieron sobre ello. Es la voluntad de Dios, que necesitamos orar y perseverar en la oración todos los días, para que el tentador no se aproveche de nosotros. 

La ocupación del cristiano es tener sus ojos a la Voluntad de Dios. ¿Señor, que quieres que haga?, y cuando oramos, desde el corazón, no desde la vaciedad de nuestro hombre viejo, sino atendiendo a Cristo. 

Los que tienen un hogar, una familia, que importante la oración, todos juntos, en esos momentos que se puede aprovechar para gloria de Dios, en cuánto el alma se sienta aliviado de los asuntos temporales, pues rápidamente a la oración. Tambien en esos asuntos el alma fiel, puede recitar devotamente, ver aquí: Jaculatorias - Catholic.net -, y en otros momentos, "lectura de la Sagrada Biblia y meditación", es muy importante que los padres enseñen a sus hijos lo importante que es conocer la Palabra de Dios, y que tengan la Biblia como el medio más importante para la paz en el hogar, el rosario, siempre en el hogar cada uno, desde el más mayor hasta el más pequeño, rosarios bendecidos nos ayudan a ir creciendo en la fe.

Somos débiles pecadores, pero aborrecemos cada uno de nuestros pecados y vicios, no hacemos pacto con las tinieblas, El pecado es una entrada hacia los abismos de la muerte del alma, nos duele profundamente por las ofensas que hacemos al Señor. No debemos tomar al pecado como algo de poca importancia, pensando solamente, "ya el Señor me perdonará", y de nuevo volver a recaer. Todos hemos de luchar contra esas adversidades, esta lucha no es de poco tiempo, pues la batalla contra el mal es dura. Y en estos combate, Jesús y María siempre esta a nuestro lado, que no nos dejará solo. 

En el mundo hay guerra porque se ha abandonado el camino de la oración y los mandamientos divinos. Cada cual quiere paz, pero no obedecen los Santos Mandamientos, y Cristo nos pide que tenemos que hacer penitencia. En este mundo no vamos a tener paz, pues el diablo nuestro enemigo es quien siembra las discordias en tantos corazones, la cizaña que muchos pecadores alimentan todos los días, para su perdición. Quizás algunos piensen que quiere salvar su alma, pero es necesario poner la mirada y el corazón en Dios, en sus mandamientos, en las enseñanzas que nos encamina hacia la Vida eterna. Jesús es el único camino que nos lleva al Padre Dios,  «Camino, Verdad y Vida; nadie va al Padre si no es por Mí» (Jn 14, 6). Para ir a Jesucristo, tenemos a la Iglesia Católica, tampoco hay otro camino para llegar a Jesús, sin los sacramentos que el Señor ha instaurado en la Iglesia Católica, son caminos para llegar a Él, y perseverar siempre en el amor, en la caridad como Jesús nos enseña. 

La devoción a la Santísima Madre de Dios, es muy necesaria, para mantener lejos a nuestros enemigos del alma, "mundo, demonio y carne".

La devoción a la Divina Misericordia es necesaria, pero no abusar de ella para ofender al Señor. 





·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (1-3)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (4-6)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (7-9)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (10-12)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (13-14)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (15-16)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (17-18)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (19-20)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (21-22)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (23-24) 
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (27-29)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (25-26)
·                     San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (30-36)

miércoles, 25 de abril de 2018

25 de abril, Fiesta del Evangelista San Marcos.

Siempre es importante leer para aprender, lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia Católica, comprender los Evangelios, la introducción, la estructura, contenido, el marco histórico, etc. Siempre bajo la guía de la Santa Madre Iglesia Católica. Y esto podemos aprender, en ediciones cristianas católicas. Guiándonos tambien por los Santos Padres, los que más han profundizado la Sagrada Biblia, son muchos. La teología fiel a la Tradición de los Santos Apóstoles. 

Cuando meditamos atentamente las enseñanzas que nos dejan los evangelistas, que por desgracias, a muchos no descubren que la sabiduría de Cristo no es de este mundo, porque en Jesús se guarda todos los tesoros de la ciencia, sin el conocimiento del Señor, si no hay comunión con Jesús, la ciencia será una falsedad, un engaño, pero la ciencia verdadera procede de Dios. Jesús no tuvo necesidad de aprender por ningún rabino, y por eso San Marcos declara, lo que aprendió como discípulo de San Pedro:


  • Salió de allí y se fue a su ciudad, y le seguían sus discípulos. 2 Y cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos de los que le oían decían admirados:
  • —¿De dónde sabe éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos milagros que se hacen por sus manos? (Mc 6,1-6; Mt 13,54-56)

Son  muchos los que andan confusos, pues no tienen tiempo para estudiar la Sagrada Escritura, y cuando intentan dar una explicación, lo que enseñan son insensateces, "Jesús iba al colegio como los otros niños", son barbaridades de los que hemos de huir, y rezar por ellos, es lo más que podemos hacer. Ningún rabino de su tiempo le reconocieron como discípulos de ellos. En los púlpitos son torturadores, porque dicen cualquier cosa. Pero cuando leemos con la fe, acudiendo a los verdaderos entendidos de la Sagrada Biblia, que son los Padres y doctores de la Iglesia, se nota que nos enseña sin confusión, pues les mueve el Espíritu Santo. 

Uno se acostumbra a aprender de los Santos Padres, luego oímos a "predicadores nada serio", que uno tiene que hacer gran fuerza para no salir corriendo de la Misa por las cosas terribles que llegan a convencer más de uno. Pues hace años, cuando un sacerdote salesiano, empezó a injuriar a Jesús, en la celebración de la Misa, me puse muy indignado, y fijé mi mirada en el predicado, que al verme, pareció que se había moderado un poco, dejó por ese momento, de decir falsedades. Hay tantos predicadores que están destrozando la fe de los sencillos. Y algunos de ellos, de los pobres ignorantes, creen más en las barbaridades, y no aceptan el Espíritu que el Señor nos envía. 

¿Es que les estoy juzgando a ellos? No, pues me he referido a la perversa conducta, no a su alma, no a su conciencia, sino a lo que ha querido mostrar públicamente. Y al decir esto, que comiencen a buscar al Señor, que medite bien lo que hacen, porque ya comenzó el tiempo de defender los derechos de Nuestro Señor Jesucristo.

Las malas predicaciones hacen mas daños que los alimentos tóxicos.

La reverencia, el respeto, el amor que los Santos Padres nos hablan en sus sermones, ha desaparecido en la mayoría de las parroquias. Aunque las burlas a la fe no es reciente, pues también San Agustín hablaba de los malos pastores. ¡son terroristas de la fe!, aceptan las ideas modernistas y desprecian todo cuánto procede de la Sagrada Tradición Apostólica. Y no quieren reconocerlo, pero ya llegará su tiempo, aunque ya tarde, en que aceptará sus errores ante el Tribunal de Cristo. 

Pero también es cierto, que hay otros sacerdotes que edifican con sus predicaciones, pues hablan según le sugiere el Espíritu Santo, y todo lo que procede del Espíritu Santo siempre es agradable y reconforta nuestro espíritu y fortalece nuestra fe. 


Bien, a continuación unos textos de la introducción sobre San Marcos. 







Datos de introducción del Evangelio según San Marcos, 
Sagrada Biblia de Navarra, Eunsa. 
La mayoría de los antiguos códices del Antiguo Testamento recogen el Evangelio de San Marcos en segundo lugar, después de San Mateo. Solo ocasionalmente ese lugar es ocupado por el Evangelio de San Juan, probablemente para colocar primero los evangelios escritos por los Apóstoles. La tradición patrística también suele señalar que Marcos fue el segundo en componerse, aunque algún autor antiguo (Clemente de Alejandría según recuerda Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica 6,14,5-7) dice que primero se escribieron los evangelios que contienen las genealogías, es decir, Mateo y Lucas.
La misma tradición, en cambio, es unánime al afirmar que su autor es Marcos «discípulo e intérprete de Pedro» («discípulo» se le llama en Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 2,15,1; «interprete», en ibídem 3,39,14-15; «discípulo e interprete», en ibídem 5,8,3). Algunos documentos antiguo apuntan que Marcos no conoció o no siguió a Jesús en su vida terrena, pero todos insisten en afirmar que Marcos reproduce con fidelidad la predicación de Pedro. El testimonio más antiguo que tenemos, el de Papías de Hierapolis (siglo II), dice así: «Marcos que fue intérprete de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque sin orden, lo que recordaba de lo que el Señor le había dicho y hecho. Porque él no había oído al Señor ni lo había seguido, sino que, como dije, [siguió] a Pedro más tarde, el cual impartía sus enseñanzas, según las necesidades y no como quien hace una composición de las sentencias del Señor, pero de suerte que Marcos en nada se equivocó al escribir algunas cosas tal como recordaba». La falta de orden a la que alude Papías parece justificar la ausencia de Marcos de muchas enseñanzas del Señor que están presente en el Evangelio de San Mateo. Sin embargo, hace hincapié en que detrás del texto de San Marcos está la predicación de Pedro. La afirmación es común a todos los testimonios de la Iglesia antigua desde la Galia, con Ireneo («Marcos, el discípulo e interprete de Pedro, nos transmitió también lo que había sido predicado por Pedro». [San Ireneo Aversus haereses 3,1,1.] ), hasta Egipto con Clemente de Alejandría (…). Escritos posteriores se repiten de manera unánime esta atribución y estas características del segundo Evangelio (…). Además, la relación de Pedro con Marcos se funda también en los textos sagrados, ya que Pedro llama a Marcos su hijo (Cfr 1P 5,13). Marcos tuvo también una estrecha relación con Pablo: aunque su primera colaboración acabó en desacuerdo (cfr. Hech 13,1-13), más tarde, el Apóstol de las gentes lo tiene como un fiel colaborador, que le sirve de consuelo y le es muy útil para el Evangelio (cfr. Flm 24; Col 4,10; 2 Tm 4,11).
Los doce últimos versículo del Evangelio (Mc 16,9-20), aunque presentan rasgos típicos del evangelista, tienen un estilo diferente. Faltan en los códices muy importantes, como el Vaticano o el Sinaítico, y el hecho ya fue notado por autores antiguos (cfr. Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica 3,10,6; San Jerónimo, Epistolae 120,3). Sin embargo, los conocen, o aluden a ellos, San Justino y San Ireneo (…), sean un añadido posterior, los versículos son inspirados y canónicos a tenor del Concilio de Trento sobre los libros sagrados (Concilio de Trento Decretos de Sacris Seripturis, [8.IV.1546] ).
En comparación con las sugerentes enseñanzas de los otros evangelios, Marcos se prestaba menos a ser comentado. Ya San Agustín apuntaba que el segundo evangelio parece que sigue y compendia al de Mateo (San Agustín De consensus evangelistarum 1.2.3-4). Tal vez por esta razón no abundan los comentarios en los Padres de la Iglesia: tenemos uno de San Jerónimo, en el que privilegia el sentido espiritual, y, mas tarde, otro de San Beda. En cambio, San Marcos ha sido valorado en la época moderna: la cercanía a las fuentes, la espontaneidad de su relato, etc., permiten descubrir en él el encanto de la figura de Jesús que tanto atrajo a los Apóstoles y a la primera generación cristiana.



Fiesta del Evangelista San Marcos
25 de Abril
Meditaciones: Hablar con Dios,
Ediciones Palabra.

·        Marcos, aunque de nombre romano, era judío de nacimiento y era conocido también con el nombre hebreo de Juan. Conoció con toda probabilidad a Jesucristo, aunque no fue de los Doce Apóstoles. Muchos autores eclesiásticos ven, en el episodio del muchacho que soltó la sábana y huyó a la hora del prendimiento de Jesús en Getsemaní, una especie de firma velada del propio Marcos a su Evangelio, ya que solo él lo relata. Este dato viene corroborado por el hecho de que Marcos era hijo de María, al parecer viuda de desahogada posición económica, en cuya casa se reunían los primeros cristianos de Jerusalén. Una antigua tradición afirma que esa era la misma casa del Cenáculo, donde el Señor celebró la Última Cena e instituyó la Sagrada Eucaristía.
·        Era primo de San Bernabé, y acompañó a San Pablo en su primer viaje apostólico y estuvo a su lado a la hora de su muerte. En Roma fue también discípulo de San Pedro. En su Evangelio expuso con fidelidad, inspirado por el Espíritu Santo, la enseñanza del Príncipe de los Apóstoles. Según una antigua tradición recogida por San Jerónimo, San Marcos -después del martirio de San Pedro y San Pablo, bajo el emperador Nerón se dirigió a Alejandría, cuya Iglesia le reconoce como su evangelizador y primer Obispo. De Alejandría, en el año 825, fueron trasladadas sus reliquias a Venecia, donde se le venera como Patrono.

   Colaborador de Pedro.

I. Desde muy joven, San Marcos fue uno de aquellos primeros cristianos de Jerusalén que vivieron en torno a la Virgen y a los Apóstoles, a los que conoció con intimidad: la madre de Marcos fue una de las primeras mujeres que ayudaron a Jesús y a los Doce con sus bienes. Marcos era, además, primo de Bernabé, una de las grandes figuras de aquella primera hora, quien le inició en la tarea de propagar el Evangelio. Acompañó a Pablo y a Bernabé en el primer viaje apostólico (Cfr. Hech 13, 5-13.); pero al llegar a Chipre, Marcos, que quizá no se sintió con fuerzas para seguir adelante, los abandonó y se volvió a Jerusalén (Cfr. Hech 13, 13). Esta falta de constancia disgustó a Pablo, hasta tal punto que, al planear el segundo viaje, Bernabé quiso llevar de nuevo a Marcos, pero Pablo se opuso por haberles abandonado en el viaje anterior. La diferencia fue tal que, a causa de Marcos, la expedición se dividió, y Pablo y Bernabé se separaron y llevaron a cabo viajes distintos.
Unos diez años más tarde, Marcos se encuentra en Roma, ayudando esta vez a Pedro, quien le llama mi hijo (1 Pdr 5, 13), señalando una íntima y antigua relación entrañable. Marcos está en calidad de intérprete del Príncipe de los Apóstoles, lo cual será una circunstancia excepcional que se reflejará en su Evangelio, escrito pocos años más tarde. Aunque San Marcos no recoge algunos de los grandes discursos del Maestro, nos ha dejado, como en compensación, la viveza en la descripción de los episodios de la vida de Jesús con sus discípulos. En sus relatos podemos acercarnos a las pequeñas ciudades de la ribera del lago de Genesaret, sentir el bullicio de sus gentes que siguen a Jesús, casi conversar con algunos de sus habitantes, contemplar los gestos admirables de Cristo, las reacciones espontáneas de los Doce...; en una palabra, asistir a la historia evangélica como si fuéramos uno más de los participantes en los episodios. Con esos relatos tan vivos el Evangelista consigue su propósito de dejar en nuestra alma el atractivo, arrollador y sereno a la vez, de Jesucristo, algo de lo que los mismos Apóstoles sentían al convivir con el Maestro. San Marcos, en efecto, nos transmite lo que San Pedro explicaba con la honda emoción que no pasa con los años, sino que se hace cada vez más profunda y consciente, más penetrante y entrañable. Se puede afirmar que el mensaje de Marcos es el espejo vivo de la predicación de San Pedro (Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, pp. 468-469.).
San Jerónimo nos dice que «Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, puso por escrito su Evangelio, a ruego de los hermanos que vivían en Roma, según lo que había oído predicar a este. Y el mismo Pedro, habiéndolo escuchado, lo aprobó con su autoridad para que fuese leído en la Iglesia» (San Jerónimo, De script. eccl). Fue sin duda la principal misión de su vida: transmitir fielmente las enseñanzas de Pedro. ¡Cuánto bien ha hecho a través de los siglos! ¡Cómo debemos agradecerle hoy el amor que puso en su trabajo y la correspondencia fiel a la inspiración del Espíritu Santo! También la fiesta que celebramos es una buena ocasión para examinar qué atención, qué amor prestamos a esa lectura diaria del Santo Evangelio, que es Palabra de Dios dirigida expresamente a cada uno de nosotros: ¡cuántas veces hemos hecho de hijo pródigo, o nos hemos servido de la oración del ciego Bartimeo –Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!– o de la del leproso -Domine, si vis, potes me mundare!, ¡Señor, si quieres, puedes limpiarme...!. ¡Cuántas veces hemos sentido en lo hondo del alma que Cristo nos miraba y nos invitaba a seguirle más de cerca, a romper con un hábito que nos alejaba de Él, a vivir mejor la caridad, como discípulos suyos, con esas personas que nos costaba un poco más...!

— Recomenzar siempre para llegar a ser buenos instrumentos del Señor.

II. Marcos permaneció varios años en Roma. Además de servir a Pedro, lo vemos como colaborador de Pablo en su ministerio (Cfr. Fil 24.). A aquel que no quiso que le acompañara en su segundo viaje apostólico, ahora le sirve de profundo consuelo (Col 4, 10-11), siéndole muy fiel. Todavía más tarde, hacia el año 66, el Apóstol pide a Timoteo que venga con Marcos, pues este le es muy útil para el Evangelio (2 Tim 4, 11). El incidente de Chipre, de tanta resonancia en aquellos momentos primeros, está ya completamente olvidado. Es más, Pablo y Marcos son amigos y colaboradores en aquello que es verdaderamente lo importante, la extensión del Reino de Cristo. ¡Qué ejemplo para que nosotros no formemos nunca juicios definitivos sobre las personas! ¡Qué enseñanza para saber, si fuera preciso, reconstruir una amistad que parecía rota para siempre!
La Iglesia nos lo propone hoy como modelo. Y puede ser un gran consuelo y un buen motivo de esperanza para muchos de nosotros contemplar la vida de este santo Evangelista, pues, a pesar de las propias flaquezas, podemos, como él, confiar en la gracia divina y en el cuidado de nuestra Madre la Iglesia. Las derrotas, las cobardías, pequeñas o grandes, han de servirnos para ser más humildes, para unirnos más a Jesús y sacar de Él la fortaleza que nosotros no tenemos.
Nuestras imperfecciones no nos deben alejar de Dios y de nuestra misión apostólica, aunque veamos en algún momento que no hemos correspondido del todo a las gracias del Señor, o que hemos flaqueado quizá cuando los demás esperaban firmeza... En esas y en otras circunstancias, si se dieran, no debemos sorprendernos, «pues no tiene nada de admirable que la enfermedad sea enferma, la debilidad débil y la miseria mezquina. Sin embargo -aconseja San Francisco de Sales detesta con todas tus fuerzas la ofensa que has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías abandonado» (San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, 3, 9).
Las derrotas y las cobardías tienen su importancia, y por eso acudimos al Señor y le pedimos perdón y ayuda. Pero, precisamente porque Dios confía en nosotros, debemos recomenzar cuanto antes y disponernos a ser más fieles, porque contamos con una gracia nueva. Y junto al Señor aprenderemos a sacar fruto de las propias debilidades, precisamente cuando el enemigo, que nunca descansa, pretendía desalentarnos y, con el desánimo, que abandonáramos la lucha. Jesús nos quiere suyos a pesar, si la hubo, de una historia anterior de debilidades.

— El mandato apostólico.

III. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación (Antífona de entrada. Mc 16, 15), leemos hoy en la Antífona de entrada. Es el mandato apostólico recogido por San Marcos. Y más adelante, el Evangelista, movido por el Espíritu Santo, da testimonio de que este mandato de Cristo ya se estaba cumpliendo en el momento en que escribe su Evangelio: los Apóstoles, partiendo de allí, predicaron por todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que la acompañaban (Mc 16, 20). Son las palabras finales de su Evangelio.
San Marcos fue fiel al mandato apostólico que tantas veces oiría predicar a Pedro: Id al mundo entero... Él mismo, personalmente y a través de su Evangelio, fue levadura eficaz en su tiempo, como lo debemos ser nosotros. Si ante su primera derrota no hubiera reaccionado con humildad y firmeza, quizá no tendríamos hoy el tesoro de las palabras y de los hechos de Jesús, que tantas veces hemos meditado, y muchos hombres y mujeres no habrían sabido nunca -a través de él que Jesús es el Salvador de la humanidad y de cada criatura.
La misión de Marcos, como la de los Apóstoles, los evangelizadores de todos los tiempos, y la del cristiano que es consecuente con su vocación, no debió resultar fácil, como lo prueba su martirio. Debió estar lleno de alegrías, y también de incomprensiones, fatigas y peligros, siguiendo las huellas del Señor.
Gracias a Dios, y también a esta generación que vivió junto a los Apóstoles, ha llegado hasta nosotros la fuerza y el gozo de Cristo. Pero cada generación de cristianos, cada hombre, debe recibir esa predicación del Evangelio y a su vez transmitirlo. La gracia del Señor no faltará nunca: non est abbreviata manus Domini (Is 59, 1), el poder de Dios no ha disminuido. «El cristiano sabe que Dios hace milagros: que los realizó hace siglos, que los continuó haciendo después y que los sigue haciendo ahora» (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 50). Nosotros, cada cristiano, con la ayuda del Señor, haremos esos milagros en las almas de nuestros parientes, amigos y conocidos, si permanecemos unidos a Cristo mediante la oración.

lunes, 23 de abril de 2018

«Jesús es el Buen Pastor » (Jn 10,1-10)



«El Buen Pastor » (Jn 10,1-10)

1 En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. 2 Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. 3 A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las conduce fuera. 4 Cuando las ha sacado todas, va delante de ellas y las ovejas le siguen porque conocen su voz. 5 Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños.

6 Jesús les propuso esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.

7 Entonces volvió a decir Jesús:
—En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. 8 Todos cuantos han venido antes que yo son ladrones y salteadores, pero las ovejas no les escucharon. 9 Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará; y entrará y saldrá y encontrará pastos. 10 El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.



San Juan muestra ahora cómo los hombres podemos llegar a la salvación por la fe en Cristo y por medio de su gracia. Jesús es la puerta por la que se entra en la vida eterna, el Buen Pastor que nos conduce y ha dado su vida por nosotros. Con las imágenes del pastor, las ovejas y el redil, se evoca un tema preferido de la predicación profética en el Antiguo Testamento: el pueblo elegido es el rebaño y el Señor su pastor (cfr Sal 23). Los profetas, especialmente Jeremías y Ezequiel (Jr 23,1-6; Ez 34,1-31), ante la infidelidad de los reyes y sacerdotes, a quienes también se aplicaba el nombre de pastores, prometen unos pastores nuevos. Más aún: Ezequiel señala que Dios iba a suscitar un Pastor único, semejante a David, que apacentaría sus ovejas, de modo que estuvieran seguras (Ez 34,23-31). Jesús se presenta como ese Buen Pastor que cuida de sus ovejas. Se cumplen, por tanto, en Él las antiguas profecías. El arte cristiano se inspiró muy pronto en esta figura entrañable del Buen Pastor y dejó así representado el amor de Cristo por cada uno de nosotros.

Para comprender mejor las palabras de Jesús en los vv. 3-5, conviene recordar que en aquellos tiempos era costumbre reunir al oscurecer varios rebaños en un mismo recinto. Allí permanecían toda la noche bajo la custodia de un guarda. Al amanecer, cada pastor llegaba, le abría el guarda, y llamaba a sus ovejas, que se incorporaban y salían del aprisco tras él; les hacía oír frecuentemente su voz para que no se perdieran, y caminaba delante para conducirlas a los pastos. El Señor hace uso de esta imagen, tan familiar a sus oyentes, para hacerles una advertencia importante: ante voces extrañas, es necesario reconocer la voz de Cristo —actualizada de continuo por el Magisterio de la Iglesia— y seguirle, para encontrar el alimento abundante de nuestras almas. Las palabras de Jesús tienen especial significación para quienes ejercen en la Iglesia el oficio de pastores: «Yo soy el buen Pastor. Con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor, si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor» (Sto. Tomás de Aquino, Super Evangelium Ioannis, ad loc.).

Cristo se aplica la imagen de la puerta (v. 7) por la que se entra en el aprisco de las ovejas que es la Iglesia. Al redil entran los pastores y las ovejas. Tanto unos como otras han de entrar por la puerta, que es Cristo. «Yo —predicaba San Agustín— queriendo llegar hasta vosotros, es decir, a vuestro corazón, os predico a Cristo: si predicara otra cosa, querría entrar por otro lado. Cristo es para mí la puerta para entrar en vosotros: por Cristo entro no en vuestras casas, sino en vuestros corazones. Por Cristo entro gozosamente y me escucháis hablar de Él. ¿Por qué? Porque sois ovejas de Cristo y habéis sido comprados con su sangre» (In Ioannis Evangelium 47,2.3). «La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo. Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios, como Él mismo anunció. Aunque son pastores humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo, es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores, que dio su vida por las ovejas» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 6). [Sagrada Biblia de Navarra, Nuevo Testamento. Eunsa]


Reflexión, Jesús es el buen pastor que siempre nos dice la verdad. Nunca nos engañan como hacen los asalariados, son ladrones, porque intentan robar almas a Dios para atraerlas así, los mercenarios nunca se preocupan de la vida espiritual del rebaño de Cristo.
El Concilio del Vaticano II, nos encamina hacia Cristo, es muy importante para nosotros, quiere esa unidad que encontramos en los intereses de Nuestro Señor, “que todos sean uno”, y nosotros queremos entrar en esa unidad, no en las diferencias como alguien podría decir. Unidad de fe, en el Credo, siempre dentro de la Santa Iglesia Católica.
Jesús es el único pastor que realmente nos lleva a Dios, en el mundo hay pastores, aunque son eficientes conforme al agrado del Corazón de Dios, es a Cristo, siempre insisto en ello.
Las Santas Escrituras, como leeremos, es también la Puerta. Es la puerta que nos lleva al conocimiento de la verdad, a la Palabra de Dios, aprendemos a conocer a Jesús nuestro Señor. Las Santas Escrituras nos encamina a que hagamos más fervorosamente la oración, nos señala el camino de los Sacramentos, el camino de la Iglesia Católica, y el Magisterio de la Iglesia Católica siempre atenta a la Palabra de Dios, y que, con la alegría interior, la obedecemos, obedecemos a Dios en todo momento. Los Santos Padres se alimentaron mucho de esta Fuente Espiritual que procede de Dios.

En la actualidad, hay muchos ladrones dentro de la Iglesia Catolica, entorpeciendo los planes del Señor, que se han atribuido una vocación que no le correspondía, los falsos hermanos, hipócritas en los distintos puestos de la Iglesia, como denuncia el gran San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia. 

Los siguientes comentarios, están extraído de la Sagrada Biblia comentada por los Santos Padres de la Iglesia. Los cristianos que no tienen interés por la Palabra de Dios, ponen demasiado interés en quienes les enseñan el camino del error. 



·        Jn 10,1. Las Escrituras son la Puerta, repara en las características de ladrón: no entra a la luz del día y, además no se hace anunciar por el testimonio de la Escritura. Eso es lo que significa «no entrar por la puerta». Sin duda que este pasaje alude tanto a quiénes ya habían sido cuanto vendrían después, al anticristo y a los falsos cristos, Judas y Teudas, y a tanto semejantes a ellos. Con verdad llama «puerta». Es ella la que conduce a Dios e inicia sus conocimientos, la que encierra a las ovejas y las guarda, impidiendo que los lobos entren en el redil. Como una puerta sólida mantiene a los herejes lejos de la entrada y nos da la seguridad que deseamos, no permitiendo que nos extraviemos. Si no traspasamos esta puerta no seremos fáciles presas de nuestros enemigos. Por ella podemos reconocer a quiénes son verdaderos pastores y a quiénes no. ¿Y qué significa «entrar en el redil»? A todas luces, cuidar a las ovejas. Quien no sirve de la Escritura, sino que entra por otro medio y sigue un camino distinto del establecido, es un ladrón… Nadie quede confundido porque más adelante [Jesús] diga de sí mismo que Él es la puerta. Porque también hay veces se aplica el nombre de pastor y en otras el de oveja, pues de diversas maneras se esfuerza por transmitir el mensaje de salvación. Cuando nos conduce al Padre, se llama así mismo: «puerta». Cuando cuida de nosotros «pastor». (Juan Crisóstomo, Homilias sobre el Evangelio de Juan, 59,2)



·        Entrar gracias a la Tradición del Señor. «Los dominados por los discursos impíos y que promueven a otros, sin emplear bien al mismo tiempo los discursos divinos, sino con falsedad» (…) , ni entran ellos mismos en el Reino de los cielos, ni permiten a los que han engañado alcanzar la verdad. Tampoco ellos poseen la llave de la entrada, sino una falsa y, como suele decir habitualmente, una llave falsa con la que no abre la puerta principal, como nosotros entramos mediante la tradición del Señor; en cambio, abriendo una puerta falsa, perforando a escondidas el muro de la Iglesia y franqueando la verdad, se establecen como mistagogos. (Clemente de Alejandría Stromata, VII, 106, 1-2) [La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento 4ª. Ed. Ciudad Nueva] 


Los malos pastores, dice San Agustín, son ladrones y salteadores. Y tratan de confundir a los que comienzan la búsqueda a Jesucristo, no les dejan que sean católicos, los ladrones prohíben que se anuncien la Palabra de Dios a las gentes, para que se conviertan y se salven. Pues es claro, que estos tales no heredan el Reino de los cielos, y a los que quieren entrar, los expulsan. Pues no les agrada la Tradición de Nuestro Señor Jesús, «Tradición del Señor» que los Santos Apóstoles siempre conservaron. Los impíos quieren buscar novedades, no la Revelación autentica de la Palabra de Dios. 
Me gusta esta definición: Tradición del Señor»

Para permanecer con el Señor solo existe un Evangelio, el de Nuestro Señor Jesucristo. La "nueva evangelización" no procede de la Palabra de Dios, y eso no conviene aceptarlo. La Tradición del Señor es camino de salvación eterna.

lunes, 9 de abril de 2018

«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,20-33)




Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,20-33)
20 Entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos. 21 Así que éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y comenzaron a rogarle:
—Señor, queremos ver a Jesús.
22 Vino Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús. 23 Jesús les contestó:
—Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. 24 En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. 25 El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. 26 Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, el Padre le honrará.
27 »Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: «¿Padre, líbrame de esta hora?» ¡Pero si para esto he venido a esta hora! 28 ¡Padre, glorifica tu nombre!
Entonces vino una voz del cielo:
—Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré.
29 La multitud que estaba presente y la oyó decía que había sido un trueno. Otros decían:
—Le ha hablado un ángel.
30 Jesús respondió:
—Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. 31 Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. 32 Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.
33 Decía esto señalando de qué muerte iba a morir.

  • Los «griegos» (v. 20) que de­sean ver a Jesús, probablemente prosélitos de los judíos, representan al mundo gentil (cfr 7,35). Tal hecho motiva el anuncio acerca de su próxima glorificación, y la explicación del carácter universal de su misión: Jesús es como una semilla que perece y que, por lo mismo, lleva abundante fruto (v. 24). Él atrae a todos hacia sí (v. 32).
  • En los vv. 24-25 leemos la aparente paradoja entre la humillación de Cristo y su exaltación. Así «fue conveniente que se manifestara la exaltación de su gloria de tal manera, que estuviera unida a la humildad de su pasión» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 51,8). Es la misma idea que enseña San Pablo al decir que Cristo se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, y que por eso Dios Padre lo exaltó sobre toda criatura (cfr Flp 2,8-9). Constituye una lección y un estímulo para el cristiano, que ha de ver en todo sufrimiento y contrariedad una participación en la cruz de Cristo que nos redime y nos exalta. Para ser sobrenaturalmente eficaz, debe uno morir a sí mismo, olvidándose por completo de su comodidad y su egoísmo.
  • Ante la inminencia de la «hora» de Jesús, San Juan presenta la oración del Señor (vv. 27-28) con unos tonos que recuerdan la de Getsemaní relatada por los otros evangelios (cfr Mc 14,34-36 y par). Jesús se turba y se dirige filialmente al Padre para fortalecerse y ser fiel a su misión, con la que Dios iba a manifestar su gloria («glorificar» equivale a mostrar la santidad y el poder de Dios). La voz del Padre, que evoca las manifestaciones divinas del Bautismo de Cristo (cfr Mt 3,13-17 y par.) y de la Transfiguración (Mt 17,1-13 y par.), es una ratificación solemne de que en Jesucristo habita la plenitud de la divinidad (Col 2,9).
  • En la cruz, el mundo y el príncipe de este mundo (Satanás) serán juzgados (vv. 31-33). Jesús, clavado en la cruz, es el supremo signo de contradicción para todos los hombres: quienes le reconocen como Hijo de Dios se salvan; quienes le rechazan se condenan (cfr 3,18). Cristo crucificado es la manifestación máxima del amor del Padre y de la malicia del pecado que ha costado tan alto precio (cfr 3,14-16; Rm 8,32), la señal puesta en alto, prefigurada por la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto. Si al mirar a aquella serpiente quedaban curados los que, por murmurar contra Dios en el éxodo de Egipto, habían sido mordidos por serpientes venenosas (cfr 3,14; Nm 21,9), así la fe en Jesucristo elevado en la cruz es salvación para el hombre herido por el pecado.
  • Es tarea del cristiano manifestar la fuerza salvadora de la cruz. «La Cruz hay que insertarla también en las entrañas del mundo. Jesús quiere ser levantado en alto, ahí: en el ruido de las fábricas y de los talleres, en el silencio de las bibliotecas, en el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las familias, en las asambleas, en los estadios... Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas» (S. Josemaría Escrivá, Via Crucis 11,3). «Cristo, Señor Nuestro, fue crucificado y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12,32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!» (Idem, Es Cristo que pasa, n. 183).


Reflexión:
Hay voces que hablan que no hay que hacer proselitismo. Porque es que hay mucha confusión por que se trata de obstaculizar el camino de la fe. Quien evangeliza esta haciendo que el oyente fije su mirada en el Señor y no en sí mismo.
«Proclamad el Evangelio a toda criatura, el que crea y se bautice se salvará y el que no crea se condenará» El que no quiere creer niega incluso hasta los sacramentos de la Iglesia Católica.
En el libro del Éxodo 19,10ss.; 20, cuando el Señor hablaba a Moisés, de los Santos Mandamientos, el pueblo lleno de miedo, al escuchar todos esos sonidos.
La Palabra de Dios me hace reflexionar en los truenos, como la voz del Señor. Cuando desconocemos la Sagrada Biblia, podríamos confundir los truenos con un fuerte ruido. Pero sería importante, cuando escuchemos esos truenos, nuestro corazón al momento debe elevarse a Dios, nuestros pensamientos, y pedirle perdón.

20 Entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos. 21 Así que éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y comenzaron a rogarle:
Señor, queremos ver a Jesús.
22 Vino Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús.
“Por favor no hagan proselitismo”
Así están las cosas. También encontramos otros pasajes, en la samaritana junto al pozo, y después de conversar con Jesús, ella fue corriendo a contárselo a sus vecinos, ¿no es esto proselitismo?, pero se trata de anunciar a Jesús a toda la creación. Que conociendo al Señor, si obedecen, se conviertan y se salven. Nosotros necesitamos, y queremos obedecer a Dios y rezar por la conversión de los que han de convertirse. Pues nosotros también necesitamos convertirnos.
«¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Cor 9,16b). Y anunciamos el Evangelio porque creemos en Jesucristo, no suceda que por el no anunciar y trabajar con perseverancia, nos destruyamos a nosotros mismos. Pues no hemos venido a este mundo para arruinarnos sino para salvarnos, solo si somos fieles a la Voluntad de Dios.

En el versículo 22, la primera vez que lo leí, encontré lo que es la Jerarquía de la Iglesia Católica. Así que, procede del Evangelio de San Juan.
Querer ver a Jesús debe significar para nosotros, el saber escucharle, y por eso, ponemos atención y meditamos la Sagrada Biblia, los Evangelios, el Nuevo Testamento, pues es importante lo que nos enseña el Señor a lo largo de las Santas Escrituras.

Benedicto XVI, también nos recuerda un detalle muy importante, que se trata de aprender de Jesús.

¿Dónde podemos ver a Jesús? En el Sagrario, en la adoración, su amor llega a nosotros cuando hacemos que nuestro corazón se purifique por medio del sacramento de la penitencia, es necesario hacer una limpieza completa de nuestra vida interior. 



Para saber más:
Audiencia general del 6 de septiembre de 2006: Felipe | Benedicto XVI


Benedicto XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 6 de septiembre de 2006




Felipe

Queridos hermanos y hermanas: 

Prosiguiendo la presentación de las figuras de los Apóstoles, como hacemos desde hace unas semanas, hoy hablaremos de Felipe. En las listas de los Doce siempre aparece en el quinto lugar (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 14; Hch 1, 13); por tanto, fundamentalmente entre los primeros.

Aunque Felipe era de origen judío, su nombre es griego, como el de Andrés, lo cual constituye un pequeño signo de apertura cultural que tiene su importancia. Las noticias que tenemos de él nos las proporciona el evangelio según san Juan. Era del mismo lugar de donde procedían san Pedro y san Andrés, es decir, de Betsaida (cf. Jn 1, 44), una pequeña localidad que pertenecía a la tetrarquía de uno de los hijos de Herodes el Grande, el cual también se llamaba Felipe (cf. Lc 3, 1).

El cuarto Evangelio cuenta que, después de haber sido llamado por Jesús, Felipe se encuentra con Natanael y le dice:  "Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas:  Jesús el hijo de José, de Nazaret» (Jn 1, 45). Ante la respuesta más bien escéptica de Natanael — «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»—, Felipe no se rinde y replica con decisión:  «Ven y lo verás» (Jn 1, 46). Con esta respuesta, escueta pero clara, Felipe muestra las características del auténtico testigo no se contenta con presentar el anuncio como una teoría, sino que interpela directamente al interlocutor, sugiriéndole que él mismo haga una experiencia personal de lo anunciado. Jesús utiliza esos dos mismos verbos cuando dos discípulos de Juan Bautista se acercan a él para preguntarle dónde vive. Jesús respondió:  «Venid y lo veréis» (cf. Jn 1, 38-39).

Podemos pensar que Felipe nos interpela también a nosotros con esos dos verbos, que suponen una implicación personal. También a nosotros nos dice lo que le dijo a Natanael:  «Ven y lo verás». El Apóstol nos invita a conocer a Jesús de cerca. En efecto, la amistad, conocer de verdad al otro, requiere cercanía, más aún, en parte vive de ella.

Por lo demás, no conviene olvidar que, como escribe san Marcos, Jesús escogió a los Doce con la finalidad principal de que «estuvieran con Él» (Mc 3, 14), es decir, de que compartieran su vida y aprendieran directamente de Él no sólo el estilo de su comportamiento, sino sobre todo quién era él realmente, pues sólo así, participando en su vida, podían conocerlo y luego anunciarlo.

Más tarde, en su carta a los Efesios, san Pablo dirá que lo importante es «aprender a Cristo» (cf. Ef 4, 20), por consiguiente, lo importante no es sólo ni sobre todo escuchar sus enseñanzas, sus palabras, sino conocerlo a él personalmente, es decir, su humanidad y divinidad, su misterio, su belleza. Él no es sólo un Maestro, sino un Amigo; más aún, un Hermano. ¿Cómo podríamos conocerlo a fondo si permanecemos alejados de él? La intimidad, la familiaridad, la cercanía nos hacen descubrir la verdadera identidad de Jesucristo. Esto es precisamente lo que nos recuerda el apóstol Felipe. Por eso, nos invita a "venir» y "ver», es decir, a entrar en un contacto de escucha, de respuesta y de comunión de vida con Jesús, día tras día.

Con ocasión de la multiplicación de los panes, Jesús hizo a Felipe una pregunta precisa, algo sorprendente:  dónde se podía comprar el pan necesario para dar de comer a toda la gente que lo seguía (cf. Jn 6, 5). Felipe respondió con mucho realismo:  «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco» (Jn 6, 7). Aquí se puede constatar el realismo y el sentido práctico del Apóstol, que sabe juzgar las implicaciones de una situación. Sabemos lo que sucedió después:  Jesús tomó los panes, y, después de orar, los distribuyó. Así realizó la multiplicación de los panes. Pero es interesante constatar que Jesús se dirigió precisamente a Felipe para obtener una primera sugerencia sobre cómo resolver el problema:  signo evidente de que formaba parte del grupo restringido que lo rodeaba.

En otro momento, muy importante para la historia futura, antes de la Pasión, algunos griegos que se encontraban en Jerusalén con motivo de la Pascua "se dirigieron a Felipe y le rogaron:  «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús» (Jn 12, 20-22). Una vez más nos encontramos ante el indicio de su prestigio particular dentro del Colegio apostólico. En este caso, de modo especial, actúa como intermediario entre la petición de algunos griegos y Jesús —probablemente hablaba griego y pudo hacer de intérprete—; aunque se une a Andrés, el otro Apóstol que tenía nombre griego, es a él a quien se dirigen los extranjeros. Esto nos enseña a estar también nosotros dispuestos a acoger las peticiones y súplicas, vengan de donde vengan, y a orientarlas hacia el Señor, pues sólo él puede satisfacerlas plenamente. En efecto, es importante saber que no somos nosotros los destinatarios últimos de las peticiones de quienes se nos acercan, sino el Señor:  tenemos que orientar hacia Él a quienes se encuentran en dificultades. Cada uno de nosotros debe ser un camino abierto hacia Él.

Hay otra ocasión muy particular en la que interviene Felipe. Durante la última Cena, después de afirmar Jesús que conocerlo a él significa también conocer al Padre (cf. Jn 14, 7), Felipe, casi ingenuamente, le pide:  «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14, 8). Jesús le responde con un tono de benévolo reproche:  «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú:  «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? (...) Creedme:  yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14, 9-11). Son unas de las palabras más sublimes del evangelio según san Juan. Contienen una auténtica revelación.

Al final del Prólogo de su evangelio, san Juan afirma:  «A Dios nadie le ha visto jamás:  el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha revelado» (Jn 1, 18). Pues bien, Jesús mismo repite y confirma esa declaración, que es del evangelista. Pero con un nuevo matiz:  mientras que el Prólogo del evangelio de san Juan habla de una intervención explicativa de Jesús a través de las palabras de su enseñanza, en la respuesta a Felipe Jesús hace referencia a su propia persona como tal, dando a entender que no sólo se le puede comprender a través de lo que dice, sino sobre todo a través de lo que él es. Para explicarlo desde la perspectiva de la paradoja de la Encarnación, podemos decir que Dios asumió un rostro humano, el de Jesús, y por consiguiente de ahora en adelante, si queremos conocer realmente el rostro de Dios, nos basta contemplar el rostro de Jesús. En su rostro vemos realmente quién es Dios y cómo es Dios.

El evangelista no nos dice si Felipe comprendió plenamente la frase de Jesús. Lo cierto es que le entregó totalmente su vida. Según algunas narraciones posteriores («Hechos de Felipe» y otras), habría evangelizado primero Grecia y después Frigia, donde habría afrontado la muerte, en Hierópolis, con un suplicio que según algunos fue crucifixión y según otros, lapidación.

Queremos concluir nuestra reflexión recordando el objetivo hacia el que debe orientarse nuestra vida:  encontrar a Jesús, como lo encontró Felipe, tratando de ver en él a Dios mismo, al Padre celestial. Si no actuamos así, nos encontraremos sólo a nosotros mismos, como en un espejo, y cada vez estaremos más solos. En cambio, Felipe nos enseña a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con él y a invitar también a otros a compartir esta compañía indispensable; y, viendo, encontrando a Dios, a encontrar la verdadera vida.




Saludos


Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los de Logroño, con el amigo señor cardenal Eduardo Martínez Somalo; a la peregrinación diocesana de Huelva y a los diversos grupos parroquiales de España. Saludo también a los peregrinos de Colombia, de Chile y de otros países latinoamericanos. Os animo, como el apóstol Felipe, a dejaros conquistar por el Señor, invitando también a otros a participar de su vida y de su amor. Que Dios os bendiga.

(A los alumnos del seminario mayor de San José, de la diócesis de Bragança-Miranda)
Ruego a Dios que este encuentro con el Sucesor de Pedro os lleve a un compromiso cada vez mayor con la Iglesia reunida en la caridad


(En polaco)El apóstol Felipe, que  reconoció  en  Jesús  al  Mesías anunciado por los  profetas, nos invita también a nosotros al encuentro con él. Dice:  «Venid y ved» (Jn 1, 46). Es una llamada  al seguimiento y a la contemplación, a conocer a Cristo y a responder a su amor con la vida fiel al amor. Acojamos esta invitación. Que Dios os bendiga.


(En italiano)
Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, al volver después de las vacaciones a las actividades habituales, reanudad también el ritmo regular de vuestro diálogo con Dios, difundiendo en torno a vosotros su luz y su paz. Vosotros, queridos enfermos, hallad consuelo en el Señor Jesús, que continúa su obra de redención en la vida de cada hombre. Y vosotros, queridos esposos, esforzaos por mantener un contacto constante con Dios, a fin de que vuestro amor sea cada vez más verdadero, fecundo y duradero.

Quisiera encomendar a la oración de todos vosotros el viaje apostólico que realizaré a Alemania a partir del sábado próximo. Doy gracias al Señor por la oportunidad que me brinda de ir a Baviera, mi tierra de origen, por primera vez después de mi elección como Obispo de Roma. Queridos amigos, acompañadme en esta visita, que encomiendo a la Virgen santísima. Que ella guíe mis pasos; que ella obtenga para el pueblo alemán una renovada primavera de fe y de progreso civil.




San Antonio de Padua, «La Palabra tiene fuerza cuando va acompañado de las buenas obras»

Muchas personas devotas de la Familia Franciscana, encuentran su alegría, al menos en pertenecer en la TOF: [Tercera Orden Franciscana] ...