Bendito sea el Señor nuestro Dios y Salvador Jesucristo.
En este Domingo, Tercero de Pascua. cuando en la Santa Misa oímos las lecturas, son todas bellísimas, cuando ponemos atención, nuestro corazón se regocija en la Palabra de Dios, la meditamos. No nos conformamos solamente cuando estamos en la iglesia, pero al salir a la calle, puede haber ganancias espirituales, solo cuando continuamos meditando, pero si luego no meditamos en nuestro corazón la Palabra de Dios, no estamos permitiendo ese cambio de una vida nueva conforme a Jesús. El Señor no nos pide nada imposible, pero si hacemos caso a nuestro hombre viejo, terminamos por pensar que es imposible seguir a Jesús.
Cuando estuve ya en la calle, me acordé, de un hecho, que el Hermano Charli, se había acercado a otro hermanos, que parecería como perdido, yo no estaba allí presente, pero me lo podría imaginar. Charli, Juan Carlos se animó a acercarse a esa ovejita sin pastor, para encaminarlo hacia la Orden Tercera.
El Señor siempre se acerca a nosotros de alguna forma, pues también lo hace por algunos de sus más fieles servidores.
Pienso que una de las formas para perseverar en nuestra vocación, es la vida de oración, para que nuestro corazón no se contamine por el ambiente actual que hay en el mundo, tantas cosas terrenales que no sirven para dar gloria a Dios, la oración perseverante nos ayuda a permanecer siempre vigilante, para que no seamos engañados ni por el tentador, ni por las costumbres de este mundo, que aunque tenga apariencia de bien, siempre nos puede alejar de la fe.
Estaba yo bastante alejado, hasta que el Señor me envió a San Juan Pablo II, su testimonio, sus palabras, sus enseñanzas, me sacaron de los apuros más terrible que estaba yo sometido. Y luego, otro digno sucesor del Apóstol Pedro, siempre nos confirmaba en la fe. La oración nos ayuda a tener mucha paciencia, pero cuando mejor oremos más útiles seremos al Señor, y no somos tan útiles en realidad, porque no siempre somos fieles a su Santísima Voluntad.
Cuando más estamos apegados a las cosas terrenales, más torpes somos para entender el mensaje de Cristo. Queremos que todo sea en un momento, o sea, que el mundo entero se convierta así de repente. Pero es cada corazón quien debe disponerse a la escucha atenta.
En el Evangelio leemos como dos amigos, los discípulos de Emaús, hablaban de Jesús, por una parte desconfiaban, pues no comprendían del todo, por otra parte, se hace realidad aquello que dice el Señor:
Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). Le pasó a esos discípulo de Emaús como queda dicho. Hubo también otros modos, de un solo hombre, en el caso de Saulo que luego se convirtió en el Apóstol Pablo; también San Francisco de Asís, que iba a la suya, pero el Señor le rescató, y le encomendó una misión importantísima; restaurar la Iglesia de Dios, que se estaba cayendo a trozos.
Los discípulos de Emaús, aunque muy tristes estaban, permanecían en gracia de Dios, el pecado no estaba en ellos, por eso el Señor se le presentó. Pero eran necios y torpes, porque en ese momento no era Pentecostés. Y cuando el Señor le iba explicando todo:
- —¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Nosotros cuando escuchamos las lecturas de la Misa, ¿arde o no arde nuestro corazón? Si después de salir de la iglesia, nosotros consentimos que nuestros pensamientos se dispersen, que vaya de aquí para allá, excepto a los intereses de Cristo, no habrá esa vida espiritual, que es lo que nos hace cambiar nuestro corazón.
Sería una tragedia para nosotros, no reconocer el mal que hacemos, cuando vamos a Misa, pero nos comportamos con tibieza al Señor. Nuestra tibieza hace sufrir mucho al Señor. No estamos colaborando con su plan de salvación para con nosotros mismos, esto es lo que nos lleva la tibieza, las indiferencias, el que nos da igual todo, que ahora estoy con el Señor pero no con el corazón. Nosotros hemos recibido el Espíritu Santo gracias al sacramento del Bautismo, y pertenecemos completamente al Señor que nos ha hecho verdaderamente libres. Y precisamente, el ser libre para dedicarnos a mayor conocimiento de la Sagrada Biblia, los libros santos, que no podemos ignorar.
* * *
Nuevo Testamento, Ed. Eunsa:
« Lo reconocieron al partir el pan»
(Lucas 24,13-35)
13 Ese mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. 14 Iban conversando entre sí de todo lo que había acontecido. 15 Y mientras comentaban y discutían, el propio Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos, 16 aunque sus ojos eran incapaces de reconocerle. 17 Y les dijo:
—¿De qué veníais hablando entre vosotros por el camino?
Y se detuvieron entristecidos. 18 Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
—¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?
19 Él les dijo:
—¿Qué ha pasado?
Y le contestaron:
—Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo: 20 cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. 21 Sin embargo nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. 22 Bien es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos han sobresaltado, porque fueron al sepulcro de madrugada 23 y, como no encontraron su cuerpo, vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles, que les dijeron que está vivo. 24 Después fueron algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como dijeron las mujeres, pero a él no le vieron.
25 Entonces Jesús les dijo:
—¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas! 26 ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?
27 Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él. 28 Llegaron cerca de la aldea adonde iban, y él hizo ademán de continuar adelante. 29 Pero le retuvieron diciéndole:
—Quédate con nosotros, porque se hace tarde y está ya anocheciendo.
Y entró para quedarse con ellos. 30 Y cuando estaban juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. 31 Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia. 32 Y se dijeron uno a otro:
—¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
33 Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén, y encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, 34 que decían:
—El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón.
35 Y ellos se pusieron a contar lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan.
El episodio de Emaús es una especie de puente entre el anuncio de la resurrección y las apariciones a los Once. Por una parte, representa un complemento del episodio anterior, pues, al final, cuando estos dos discípulos vuelven a Jerusalén, los Once, a través del testimonio de Pedro (vv. 33-34), creen ya en la resurrección. Por otra parte, frente a la siguiente aparición (24,36-49) en la que se subraya el verdadero cuerpo del Señor, su realidad física, el episodio de Emaús resalta el reconocimiento de Jesús por parte de los que le aman (cfr Jn 20,11-17).
La escena se revive fácilmente en la imaginación. Aquellos discípulos están entristecidos (v. 17) y sin esperanza (v. 21), porque esperaban un triunfo que ha fallado (vv. 19-21). Sus razones eran nobles, pero humanas. Mientras tanto, Jesús les acompaña y les escucha: «Jesús camina junto a aquellos dos hombres, que han perdido casi toda esperanza, de modo que la vida comienza a parecerles sin sentido. Comprende su dolor, penetra en su corazón, les comunica algo de la vida que habita en Él» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 105).
A la sabiduría humana de los discípulos, Jesús opone la ciencia sagrada: la explicación de los acontecimientos como cumplimiento de las Escrituras enciende el corazón de aquellos discípulos (cfr v. 32), que, desde ahora, quieren continuar su camino con Él (vv. 28-29). Así también obra Jesús en nosotros: «No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamemos libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. (...) Quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 314).
Finalmente, le reconocen en la fracción del pan (v. 31). Jesús les ha abierto la inteligencia y el corazón: «Sus corazones, por Él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con Él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada» (S. León Magno, Sermo 1 de ascensione Domini 3).
El relato refleja también de ese modo la importancia que tienen en la Iglesia la Sagrada Escritura y la Eucaristía para alimentar la fe en Cristo. Así lo expresaba un antiguo tratado ascético: «Tendré los libros santos para consuelo y espejo de vida, y, sobre todo esto, el Cuerpo santísimo tuyo como singular remedio y refugio. (...) Sin estas dos cosas yo no podría vivir bien, porque la palabra de Dios es la luz de mi alma, y tu Sacramento el pan que da la vida» (Tomás de Kempis, De imitatione Christi 4,11,3-4).
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