Damos gloria y alabanza a la Santísima Trinidad.
Viernes, 5 de mayo de 2017
Vivir el espíritu franciscano es adentrarnos en la vida de Jesús, comprender el Evangelio, pero a la manera del Espíritu Santo, según el carisma que el Señor quiera dar a cada uno conforme al Espíritu Santo.
Ahora bien, pero hay muchas cosas aprendidas de este mundo, que parecen que están bien, pero no. Hay que examinarlo atentamente y con la ayuda de Dios. Pero como el tentador es capaz de dominar nuestras ideas, para que no suceda eso, nosotros somos capaces de refugiarnos en el Señor, vivir intensamente la fe de la Iglesia Católica, nuestra devoción a la Madre de Dios.
Lo que le estorba al adversario oscuro, es que nos vayamos perfeccionando en la fe, que no nos quedemos estancados según el proceder de este mundo. Quiere el Señor que nuestros conocimientos a la verdad, vayan alcanzando su plenitud, y así poder salvarnos por los méritos de Jesús nuestro Señor.
Desde que por aquellos años, en que el Señor me dio una nueva oportunidad, para mi conversión, y esto se sabrá, si el Señor me considera digno para la vida eterna. Pero hoy por hoy, sigo este camino de conversión, a pesar de mis caídas, el Señor siempre ha venido de nuevo a ayudarme. Desde aquella vez, aprovecho el conocimiento de la Sagrada Escritura, siempre buscando el camino de la verdad, las edificantes lecciones del Magisterio de la Iglesia Católica, la doctrina de los Padres y Doctores de la Iglesia Católica, todavía me siguen resolviendo aquellas cosas que por amor a la verdad según el Espíritu de Dios, no quiero renunciar.
Por eso, cuando escribo tengo presente al Espíritu Santo, para que no
me engañe, ni quiera engañar al prójimo. Aunque es verdad, que, por contener
pasajes bíblicos, o la doctrina de la Iglesia y de los Santos Padres, muchas
personas han perdido los nervios y la han emprendido con palabras contra mí, que
no le hacen ningún bien. Algunos me han pedido que renuncien a la Sagrada
Biblia, y yo le respondía que no lo haré nunca.
Sobre la alegría del cristiano no son necesarios los aplausos, a partir
del sacramento del Bautismo, la alegría verdadera forma parte del creyente.
A veces, parece que hay muchas almas que quieren debatir con la Palabra
de Dios, y entre otras cosas, sobre la alegría,
Cuando un
cristiano se dedica a la lectura de la Sagrada Biblia, se enamora de la Palabra
de Dios, disfruta leyendo, y no hace cada dos por tres aplaudir. La Biblia es
un libro, o una carta de Dios para sus hijos, es espiritual. Lo comprendieron
muy bien los Santos Padres, y San Francisco de Asís entre ellos:
- «Tus palabras era para mí, las delicias de mi corazón, porque yo llevo tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos.» (Jer 15, 16)
Con frecuencia
cuando ha habido tormentas en torno a mí, en el momento de elevar mis
pensamientos al Señor, acordándome de sus enseñanzas aprendida, y sigo
aprendiendo de la Sagrada Biblia, con la ayuda de los Padres de la Iglesia
Católica, enseguida, aquellas oscuridades que rodeaban mi vida interior, se
disuelven, desaparecen. Es la alegría del Señor, pero ni tampoco por eso, termino
aplaudiendo.
- Bienaventurado aquel religioso que no encuentra placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas conduce a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría (cf. Sal 50,10).¡Ay de aquel religioso que se deleita en las palabras ociosas y vanas y con ellas conduce a los hombres a la risa! (San Francisco de Asís, Admonición, cap XX, 1-3. [Del buen religioso y del religioso vano)
EL verdadero cristiano se asemeja a Jesús nuestro Señor, no vive según las exigencias mundanas. El verdadero cristiano, si no es espiritual, olvidarse de las promesas bautismales, a nadie le ha hecho nada bien. Y es como renunciar a la fe eso de los aplausos. Si alguna vez he aplaudido, lo cual es cierto, por aquel entonces no conocía la Sagrada Biblia, y por eso me imaginaba que era también natural en el cristiano. Pero no. La Biblia es maravillosa, que nos da la luz para nuestro espíritu.
O sea, uno
termina siendo vanidad, si necesitan aplausos, o aplaude, También San Juan
Crisóstomo, Benedicto XVI, siempre lo ha rechazado. Cuando no se ha comprendido
al Señor, la vida de la fe verdadera, el alma vacía no puede llenar su vida
interior, por mucho que aplauda.
Si un alma consagrada se deleita en las alegrías
mundanas, y esto es, los aplausos, las bromas, chistes, estas cosas están rechazadas
por el Altísimo. ¿Quién es capaz de llevar la contraria a Dios para justificar
las alegrías profanas? ¿Quién es más poderoso que el Señor Jesús para hacer lo
que no está mandado?
Hemos de tener cuidado con los engaños del demonio,
que, a través del mundo, con sus apariencias “chistosas”, esto es alejarse del
Espíritu del Evangelio. Es el peligro del desconocimiento de la Sagrada Biblia.
Cuando nos familiarizamos con la Palabra de Dios,
nos encontramos por ejemplo:
En proverbios 6,12-15: «El hombre malvado
y perverso anda con el engaño en la boca; guiña los ojos, menea los pies, va
haciendo gestos con los dedos; maquinan desatino, planean maldades, provoca
continuas peleas. Por eso, de pronto, llega su ruina, su caída de repente y sin
remedio.»
¿Nos damos cuenta lo que sucede
cuando no nos interesa la Sagrada Biblia? El Señor nos da a todos la facilidad
de conocer la Biblia, quiénes lo interpreta con sabiduría es el Magisterio de
la Iglesia Católica y los Santos Padres. La conducta de San Francisco de Asís, se
perfeccionaba sobremanera. Pero más aún San Antonio de Padua, San Buenaventura,
porque son doctores de la Iglesia Católica de la Familia Franciscana.
No podremos nunca descuidar la Palabra de Dios, yo empecé desde poco, sin ningún conocimiento de la Palabra de Dios, y en la medida que lo leía, releía, y necesitaba también salir de la ciudad, hacia los montes, donde la paz, y el silencio también nos puede ayudar, a que estemos serenos, libres de toda preocupación presente de este mundo, pero esa hambre por la Palabra de Dios, no debe cesar en nosotros. Su lectura, su meditación nos llena de mucha alegría, es como si cuando nos sentamos, en el monte, el Señor se sienta a nuestro lado, y nos ayuda a comprenderlo. ¡Qué alegría!, y la oración, ¡inmensa alegría! que nos fortalece en nuestra fe.
Cuando alguien me dice, “José
Luis, estás exagerando”, enseguida me viene al pensamiento, que no ha procurado
conocer más la Sagrada Escritura. Pues necesitamos encontrar esos tiempos, que
sin renunciar a la oración, también es necesario es necesario el conocimiento
de la Palabra de Dios.
EN las reglas de San Francisco
de Asís, el franciscano se le requiere el estudio del Evangelio, y llevarlo a
cabo a la vida personal, siempre conforme al Espíritu Santo.
Recientemente cuando alguien me
dijo, en otro lugar de las redes sociales, que me decía, “pues yo he leído
tantas veces la Biblia”, y después me arroje desprecio e insultos de lo más
indecente. Enseguida cerré la puerta para no dejar entrar al príncipe de las
tinieblas, y no responder a la maldad.
· «No imitéis el proceder de las naciones paganas» [Jer 10, 2]; y también dice
Jesucristo que no debemos ser como los gentiles, en Mt 6, 8: « No seáis como ellos». No seamos como los que no son creyentes, que no han aprendido a adorar a Dios Padre, ni pretenden aprender el camino espiritual, puesto que se han acomodado a su propia voluntad.
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Muchas veces nuestra débil alma, cuando
recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía [...], encontrando así mayor placer en ser llamada
dichosa que en serlo realmente [...]. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le
convierte en causa de separación de él (San Gregorio Magno, Moralia, 10). [Destruye
la bondad de muchas obras] (Francisco Fernández Carvajal. Antología de textos.
Ediciones Palabra)
Los aplausos destruyen la
bondad del corazón, nos separa de la vida del amor de Dios. San Gregorio Magno
es doctor de la Iglesia Católica.
Jesucristo
dice: «No recibo gloria
de los hombres» (Jn
5,41). Tampoco nosotros, si realmente deseamos tener como modelo a Jesús, los
aplausos que nunca ha formado parte de la fe cristiana, entonces no debemos
hacer. A la luz de la Palabra de Dios, los aplausos, como los chistes, las
bromas, los juegos, son signos del pecado, puesto que no tiene nada que ver con
la fe.
Si Jesús no quiso recibir gloria de los hombres, no pretendamos hacer lo contrario, la gloria de los hombres, sus adulaciones nos debilita si lo aceptamos, estamos perdiendo de vista a Dios.
«Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la humildad de su esclava» ( Lc 1, 46). Ahí encuentra la
Madre de Dios la alegría en su espíritu, en el Señor nuestro Salvador. María,
tan llena del Espíritu Santo, no tuvo alegrías mundanas, pues su unión con
Dios, la Llena de Gracia, una persona completamente espiritual, es también nuestro
modelo a seguir.
«Los seguidores de Cristo viven contentos y
alegres y se glorían de su pobreza más que los reyes de su diadema» (SAN
JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 38).
Seguir a Cristo
es vivir la alegría, pero sin aplausos, para no echar en saco roto la gracia de
Dios. Los aplausos pertenecen al mundo de las tinieblas, no hay belleza, sino
ruidos y más ruidos. Y estos ruidos externos, impiden comprender al Espíritu de
Dios.
«Es cosa indigna del verdadero cristiano,
abandonarse a los chistes y a las chanzas indecentes. Las carcajadas de risa,
rompen los lazos de la templanza, destruyen la cristiana gravedad, denotan el
olvido del temor de Dios, y la poca aprensión de las penas eternas: la risa
prepara el camino a la impureza; las chanzas son señales de intemperancia; las
bufonadas nos llevan a la relajación y a las disoluciones, y nos granjean el
desprecio. Por esto el Apóstol ordena a los de Efeso: Que no se oigan entre
ellos palabras libres ni bufonadas, porque no convienen a su vocación, sino
solamente palabras de acción de gracias.» (San Juan Crisóstomo, Religionem
facctiis uti non deberé, in Sp., sent. 251, Tric. T. 6, p. 352.)”
Notemos que es
San Juan Crisóstomo, pero también los que dejaron que el Espíritu de Dios,
formase parte de su vida, no buscaron la falsa alegría.
Hemos de
convencernos que el Señor siempre quiere nuestro bien, que quiere que nos
salvemos. El verdadero cristiano hace lo que es contrario a las costumbres
mundanas. Es ir contra corriente. Es decir, siempre siguiendo a Cristo. Porque
no podemos seguir a Cristo con la palabra, si nuestra mentalidad es la
mentalidad de nuestro hombre viejo y tibio.
Es cierto, que
las personas que aplauden no buscan la gloria de Dios, si fijan más en las
palabras o hechos de la criatura. Por eso, San Francisco de Asís, cuando la
gente comenzaba a aplaudirle, rápidamente se marchaba por otro sitio.
«Cuando volvía de su
oración privada –en la que venía a quedar como transformado en otro hombre– , tenía sumo cuidado en adaptarse a los
demás, no fuese que las exteriorizaciones le granjeasen el aplauso humano, y
quedara por ello desprovisto del premio en su interior.
» Si en público le sorprendía de improviso la visita del Señor
siempre encontraba algún medio para evadir la atención de los presentes
(protegiéndose a veces con la manga o el manto. 2C 94) de
forma que no apareciesen en el exterior sus familiares encuentro con el Esposo.
Cuando oraba en compañía
de sus hermanos, trataba de evitar por completo los ruidos de toses, los
gemidos, los fuertes suspiros y otros gestos exteriores (…); y esto lo hacía
tanto por su amor al secreto como porque, adentrado profundamente en su
interior, estaba todo él transportado en Dios. Muchas veces dijo a sus
compañeros más íntimos: «Cuando el siervo de Dios recibe durante la oración una
visita de lo alto, debe decir: "Señor, pecador e indigno como soy, me has
enviado del cielo este consuelo; yo lo encomiendo a tu custodia, porque me
reconozco ladrón de tu tesoro". Y cuando vuelve de la oración debe
mostrarse de tal modo pobrecillo y pecador cual si no hubiera conseguido ninguna nueva gracia» (cf. Adm 28). (San Francisco de Asís.
Escritos – biografías – Documentos de la época. San Buenaventura, Leyenda Menor,
Cap. X, 10. 4, página 457. Cuarta impresión, 2013. Biblioteca de Autores
Cristianos)
Es
edificante el espíritu franciscano. No buscando la vanagloria, sino vivir para
el Señor, siempre con alegría, incluso cuando las lágrimas, el llanto también nos
haga algún toque para mayor gloria de Dios. Incluso en la humillación y en la confusión
no debemos perder esa alegría espiritual.
San
Francisco de Asís era humilde, pero era también exigente, pues todo lo miraba
para gloria de Dios y aborrecimiento de los pecados y vicios. Aprender también de
San Francisco, es ir acercándonos a Jesús, vivir con intenso amor el Evangelio de Cristo Jesús.
Notemos también,
que cuando oramos, y estamos en público, es decir, en la iglesia, solamente
debemos hacerlo delante de Dios. Sin buscar la admiración de nadie, para no
perder el fruto que el Señor puede darnos cuando estamos en comunión con Él.
Pues no oramos para que nos vean la gente, sino que ellos hagan lo suyo ante el
Señor, en la oración y devociones contemplativas. Sabemos claramente que Jesús
es el único Maestro para cada uno de nosotros.
Los aplausos
conforme reflexionando el Evangelio es la recompensa que se ofrece o se acepta
en este mundo, En verdad os digo, que ya recibieron su recompensa. Nosotros no
formamos parte de este mundo, aunque vivamos en él, para no condenarnos con el mundo.
Si nosotros aplaudimos, hemos de considerarlo, no estamos siguiendo a Cristo,
pensando que deseamos caminar con el Señor, no debemos hacer las cosas que hace
este mundo.
Se lamentaba San Antonio María Claret de la vana gloria de los aplausos: «… después de haber estado cerca [de] cuatro años,
habiendo [me he] resfriado bastante en el fervor y llenado demasiado del viento
de la vanidad, de elogios y aplausos, singularmente
en los tres primeros años. ¡Oh, cuánto lo siento y lo lloro amargamente! Pero el Señor ya tuvo cuidado de humillarme y
confundirme. ¡Bendito sea por tantas bondades y misericordias como me ha
dispensado!» (San Antonio María Claret. Escritos autobiográficos,
cap X, 82, pág. 135. Año
1981, BAC.)
¡Oh, cuánto lo siento y lo lloro amargamente! Pero el Señor ya tuvo cuidado de humillarme y
confundirme. ¡Bendito sea por tantas bondades y misericordias como me ha
dispensado!»
Entonces, allí
donde hay aplausos no se encuentra la acción del Espíritu Santo, y para mí,
esto es convencerme de la realidad. Pero el adversario que procede de las
tinieblas, suele convencer a los inconstantes de otra cosa.
Si nos dejamos
guiar por el Espíritu Santo, también nosotros nos vamos formando en la
verdadera y santísima doctrina de la Iglesia Católica, la rectitud de nuestra
fe, purificándonos de nuestros errores, no estamos dejando paso a las tinieblas
de ninguna de las maneras.
Hermanos y hermanas, no nos dejemos engañar por el mundo, que nos presenta unas alegrías temporales, pero no ve que delante está el llanto y el dolor, y el crujir de dientes por no aceptar las condiciones del Señor nuestro Dios.
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