3. Un nuevo modo de pensar y de vivir.
El tentador se acercó a
Jesús y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan
en panes» (Mt 4,2).
El diablo procede por
semejanzas. Como tentó a Adán en el paraíso, así también tentó a Cristo en el
desierto, y sigue tentando a cualquier cristiano en este mundo. Ante todo,
tentó a Adán con la gula, la vanagloria y la avaricia y, al tentarlo, lo
derrotó. De modo semejante tentó también al nuevo Adán, Cristo, pero esta vez
fue derrotado, porque no tentaba solamente a un hombre sino también a Dios.
Nosotros, que somos partícipes de uno y de otro, o sea, del primero según la
carne y segundo según el espíritu, «despojémonos
del hombre viejo con todas sus acciones, que son la gula, la vanagloria y la
avaricia y, renovados por la confesión, revistámonos del hombre nuevo» (Col
3,9-10), para frenar con los ayunos la desbocada ansiedad de la gula, reprimir
con la humildad de la confesión la hinchazón de la vanagloria y conculcar con
la contrición del corazón el espeso fango de la avaricia. Dice el Señor (Mt
5,3): «Bienaventurados los de espíritu pobre, – o sea, de corazón contrito y
humillado–, porque de ellos es el Reino de los cielos».
Observa todavía esto. Como
el diablo tentó al Señor de gula en el desierto, de vanagloria en el templo y
de codicia en el monte, así cada día nos tienta a nosotros de gula, cuando
estamos ayunando; de vanagloria, cuando estamos orando, y de codicia, cuando
ocupamos altos cargos.
Durante el ayuno, nos tienta
de gula, en la que pecamos de cinco maneras; antes del tiempo, espléndidamente,
demasiado, ansiosamente y refinadamente.
Antes del tiempo, cuando se
come antes de la hora de la comida.
Espléndidamente: cuando con
variadas salsas, diferentes ingredientes y un surtido de manjares, se excita la
ansiedad de la lengua y se estimula el apetito, aunque sea flojo.
Demasiado: cuando se come
más de lo que el cuerpo requiere. Algunos glotones dicen: tenemos que ayunar;
entonces hagamos una sola comida, que comprenda el almuerzo y la cena. Estos
glotones son como el gusano de seda que no deja el árbol donde anida, sin antes
haber comido todas sus hojas. Este gusano parece todo una boca voraz, y
simboliza a los glotones, que se entregan totalmente a la gula y al vientre; y
agarran la taza, como si asediaran una fortaleza y no la dejan sin haber antes
devorado todo su contenido. O reventará el vientre o se vaciará la taza.
Ansiosamente: esto sucede
cuando el hombre se repantiga sobra toda comida y, como si estuviera por expugnar
una gran fortaleza, estira las manos y come con todo su cuerpo; y está a la
mesa como un perro que no desea que haya otro perro en la cocina.
Nota: para
las consultas bíblicas, hay que tener en cuenta. Que, en la época de San
Antonio, que los actuales 1º y 2º de Samuel eran el 1º y el 2º de los Reyes; y
los actuales 1º y 2º de los Reyes, eran el 3º y el 4º de los Reyes.
Refinadamente: sucede cuando
se procuran alimentos exquisitos y se guisan con meticulosidad, como se lee en el
primer libro de los Reyes (2,15), a propósito de los hijos de Helí, que no
querían carne cocida, sino cruda, para guisársela con mayor esmero y
refinamiento.
- Actualización: Incluso, antes de quemar la grasa, venía el criado del sacerdote a decir a la persona que ofrecía el sacrificio: «Dame la carne y yo la asaré para el sacerdote, pues no aceptará de ti, carne cocida, sino cruda» Y si aquella persona le replicaba, «se ha de quemar primero la grasa, luego coge cuanto quieras». Le respondía: «Lo has de entregar ahora, y si no, lo cogeré por la fuerza». El pecado de aquellos jóvenes era muy grande ante el Señor, que trataba con desprecio la oblación del Señor. (1Samuel 2,15-17). (Este pasaje está sacado de la edición de la Conferencia Episcopal Española: Biblia Didajé)
Además, el diablo nos tienta
de vanagloria, cuando estamos en el templo en oración, durante el rezo del
Oficio o la predicación. En ese momento somos embestidos por el diablo con los
dardos de la vanagloria y, lamentablemente ¡cuántas veces somos heridos!
Hay algunos que, mientras
están arrodillados y emiten suspiros, quieren ser vistos. Hay otros que,
mientras cantan en el coro, cambian la voz y hacen gorgoritos, deseando que la
gente lo escuche. Hay también otros que, mientras predican y atruenan con su
voz, y mientras se lucen multiplicando citas de autores e interpretándolos a su
manera, se dan vuelta en el púlpito, buscando aplausos.
Todos ellos –créamelo– son
mercenarios, que ya recibieron su recompensa (Mt 6,2), pero arrojando al
prostíbulo a su hija. Moisés los amonestas en el Levítico (19,29): «No
prostituyas a tu hija» ¿Qué es esta hija? Esta hija es mi obra que prostituyo,
o sea, arrojo al lupanar, cuando la vendo por dinero de la vanagloria.
El Señor nos exhorta: Cuando
tú ores, entra en tu celda, cierra la puerta y ruega a tu Padre (Mt 6,6).
También tú, cuando ores o hacer alguna obra buena –y hacerlo sin interrupción (1Tes
5,17)– entra en tu celda, o sea, en el secreto de tu corazón, y cierra la puerta
de los cinco sentidos, para que no desees ser visto, oído ni alabado.
En el Evangelio de Lucas
(1,9) se lee que Zacarías entró en el templo del Señor a la hora del incienso. En
el tiempo de tu plegaria, que como incienso se dirige en la presencia del Señor
(Sal 141 [140], 2), entra en el templo de tu corazón, y allí orarás a tu Padre;
y tu Padre que ve en lo secreto, te dará la recompensa (Mt,6,6).
En fin, también podríamos
ser tentado del pecado de avaricia en sus múltiples formas, al ocupar altos cargos
terrenales. Y observa que no se trata sólo de avidez de dinero, sino también de
avidez por sobresalir.
Los ávaros, cuánto más
tienen, más sed tienen de poseer. Lo mismo sucede con los que están en cargos
elevados: cuanto más suben, más se esfuerza por ascender; y así, más tarde,
caen más ruinosamente, porque los vientos soplan reciamente alrededor de las
cumbres y es en los altozanos donde se ofrecen sacrificios.
A propósitos de estos dos
vicios se expresa así Salomón en los Proverbios (30,16): EL fuego jamás dice:
«basta». El fuego es la avidez del dinero y de sobresalir, que jamás dice:
«¡basta!»; sino «¡Trae más, trae más!».
Oh, Señor Jesús, quita, te
ruego, quita estos dos vicios de los prelados de tu Iglesia. Tú con las
bofetadas, esputos, flagelos, cruz, clavos, vinagre, hiel y lanza adquiriste un
patrimonio para tu Iglesia; pero ellos, al alardear y al solazarse en sus
elevados cargos eclesiásticos, lo despilfarran.
Pues bien, nosotros, que,
por el Nombre de Cristo, somos llamados cristianos, debemos suplicar todos
juntos y con devoción, a Jesucristo, el Hijo de Dios, y debemos pedirle con
perseverancia, que nos conceda el espíritu de contrición, para llegar al
desierto de la confesión. De esta manera, durante esta Cuaresma, mereceremos
recibir el perdón de nuestros pecados; y así, renovados y purificados,
merecemos gozar plenamente de su Santa Resurrección y un día ser colocados en
la gloria de su bienaventuranza. Nos lo conceda el favor de Aquel, a quien van
el honor y la gloria por los siglos de los siglos. ¡Amén!
(I Domingo de Cuaresma: I,81-84)
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