martes, 9 de mayo de 2017

San Antonio de Padua: 4. «Muchos son los llamados a la vida mística, pocos los elegidos».

Martes, 9 de mayo de 2017


SAN ANTONIO DE PADUA.
Escritos Selectos.
Selección y traducción de Fray Contardo Miglioranza O.F.M.C.


Apostolado Mariano. Sevilla.



4. Muchos son los llamados a la vida mística, pocos los elegidos.

Había una pequeña ciudad con pocos hombres. Un gran rey se movió contra ella, la sitió y levantó contra ella grandes baluartes. Pero se hallaba en ella un hombre pobre, pero sabio, el cual con su sabiduría salvó a la ciudad. Sin embargo, ninguno se acordó más de aquel hombre (Eclesiástico 9,14-15)

Veamos qué puede significar todo esto, alegóricamente.

Había una pequeña ciudad. La ciudad es la Iglesia. Ella es pequeña en comparación con los malos, que son muchos y superan el número de los buenos. Salomón afirma (Eclesiástico 1,15, según la vulgata). Los perversos difícilmente se corrigen, e infinito es el número de los necios. Los perversos, o sea, los que orientan en sentido contrario, dirigen a Dios el dorso y no la cara. Por eso es difícil corregirlos y enderezarlos, porque no razonan y no tienen sensibilidad de corazón, como la tienen los buenos. Los necios, cuyo número es infinito, son los que tienen una sensibilidad obtusa.

Con pocos hombres. En la Iglesia muchas son las mujeres, o sea, los blandos y afeminados; pero ¡ay de mí!, son pocos los varones, o sea, los virtuosos. Dice el Señor a través de Isaías (3,12): Las mujeres se enseñorearon de mi pueblo. Las mujeres, en este caso, son los prelados reblandecidos.
Salomón en los proverbios (8,4): Oh varones, a ustedes clamo. La Sabiduría dirige sus clamores a los varones, no a las mujeres, porque el sabor de la íntima dulzura lo experimenta aquel que es fuerte en la virtud, aquel a quien la providencia hizo circunspecto. Pero en la Iglesia son pocos los varones; y por esto son pocos los que pueden gustar el sabor de la dulzura celestial. Casi todos están como afeminados: tienen la mente afeminada como se ve en la preciosidad de los trajes, en la opulencia de los banquetes, en la lubricidad de los criados. ¡He ahí a cuáles apóstoles confió el Señor el gobierno de su Iglesia!
Un gran rey se movió contra ella. Este gran rey es el diablo de quien dice Job (41,25): Él es el rey de todos los hijos de la soberbia. Este rey ejecuta estas tres cosas: construye la trinchera y las fortificaciones, y así prepara el asedio.
La trinchera se hace con postes agudos. Las fortificaciones, que son protegidas por la trinchera o por murallas, son los herejes, que son como postes agudos en los ojos de los fieles. Las fortificaciones son todos los falsos cristianos, el diablo asedia a la Iglesia, en la que hay pocos varones. Pese a todo, no temas, pequeño rey (Lc 12,32), este asedio, porque el Señor les dará con la tentación la fuerza para superarla (1Cor 10,13).
Se hallaba en la ciudad un hombre pobre pero sabio. Este hombre pobre y sabio es Cristo: varón excepcional por su divinidad, pobre por su condición humana. Observa la perfecta concordancia. Este es llamado varón, y aquellos también varones; este pobre, aquellos pocos. Pero Cristo, como sabio contra la astucia del diablo, liberó a la ciudad de la trinchera de los herejes y de las fortificaciones de los hombres carnales; y con su sabiduría seguirá destruyendo toda fortificación enemiga.
Es muy doloroso lo que sigue: Nadie se acordó del pobre hombre. Más bien, lo que es peor, dice con Job (18,40): Aléjate de nosotros, no queremos conocer tus caminos. Hay algo peor aún, reniegan de Él y vociferan con los judíos: A éste no lo queremos, sino a Barrabás. Y Barrabás era un bandolero (Jn 18,40). Había sido encarcelado por un homicidio y por organizar una sedición en la ciudad. Este bandolero es el diablo, quien por la rebeldía que cometió en el cielo, fue arrojado al infierno. Piden con insistencia que se les de este bandido, y crucifican al Hijo de Dios, que los ha liberado. ¡Almas desgraciadas! ¿Por sí mismos se han preparado el daño! (Is 3,9)

VII domingo después de Pentecostés: I, 535-537

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