Lunes, 24 de abril de 2016
Bendito sea el Señor nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Las condiciones no las podemos poner nosotros en el seguimiento de Cristo, somos nosotros, que cuando escuchamos atentamente al Señor, y leyendo la Sagrada Biblia, vemos cuales son las formas. Si yo sigo a Cristo desde mi propia medida, es que no estoy adelantando absolutamente nada.
Recordando a San Francisco de Asís, un "antes", y un "después". No se quedó estancado en sí mismo, pues se negó rotundamente a sí, para que sea Cristo quien guiara su vida. Todos los Santos y Santas tuvieron ese mismo deseo, el dejarse guiar por el Espíritu Santo.
Son muchas veces, de esto hace muchos años, me decía: "Nadie puede vivir el Evangelio". Son personas que en su corazón no se habían decidido a comprender a Cristo, y llegaron a perder mucho. Pero leyendo la vida de los Santos, la vocación franciscana es exactamente el Evangelio de Cristo. Cuando comprendí esto, me alegré muchísimo. Porque si San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, San Pedro de Alcántara, y tantos otros pudieron hacerlo, pero solo por la Gracia de Dios.
Pero también había otros muchos devotos, que también desde su hogar, y muchos de la Orden Tercera de San Francisco, llegaron a convertir sus hogares como pequeños monasterios domésticos, porque lo que cuenta es que Cristo está siempre en medio de nosotros; con nosotros, cuando nosotros estamos con Él. Pero no sería conveniente, hacer una vida religiosa distinta a la medida del Corazón de Cristo. Nuestro hombre viejo no quiere saber nada de Cristo ni de la salvación del alma. Siempre está apegado a las cosas terrenales.
Seguir a Cristo, pero al paso de Cristo,
porque si seguimos a Cristo, con nuestras cosas, terminamos por perder de vista
a Jesús, que va delante de nosotros, y ya no sabemos qué hacer, nos imaginamos
que le seguimos, cuando en realidad, ya hemos desviados nuestros pasos de Él,
por otros caminos… preocupaciones, apegos a las cosas terrenales, sin reconocer
que tales aficiones mundanas nos abren de par en par el infierno para que
caigamos, pero en nuestra ceguera no queremos creerlo. Por Internet circula un
dibujo que nada tiene que ver con las enseñanzas de Cristo, varias personas le
sigue, pero Jesús, les lleva no sé cuántas maletas de ellos. Son dibujos hechos
por sectarios, acercándose a mormones o cuáqueros. Los cristianos, para seguir
a Cristo necesitamos desprendernos incluso de nuestra propia voluntad, para que
la Voluntad de Dios no tenga obstáculo en nuestras vidas, pues ya en la oración
del Padre nuestro oramos, «Padre nuestro que estás en los cielos…
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Cuando comprendemos las
enseñanzas de Jesús, nuestro amado Maestro, y la ponemos por obra, según
nuestra vocación, todo resulta mucho más fácil, lo imposible para nosotros,
Dios lo hace fácil, pero comenzando nosotros a estar integrados en la Santísima
Voluntad de Dios.
Es preciso que nos demos prisas, pues la tentación nos engaña
haciéndonos creer que poco a poco se hacen las cosas por Jesús y la salvación
de las almas. Jesús nuestro Señor tuvo prisa en salvar a las almas.
Hay un detalle en el Evangelio que debería llamarnos la atención,
es un ejemplo de lo que nos pide el Señor, pues del mismo modo, que cuando los
Apóstoles oyeron de Jesús, la invitación de seguirle, no se demoraron, no se
hicieron los “remolones”, sino que al instante lo dejaron todo y le seguían. Leemos
también a los tres días de la muerte de Jesús, las mujeres piadosas querían
acercarse al sepulcro «Mar»
«El ángel tomó la palabra y
les dijo a las mujeres:
»—Vosotras no tengáis miedo;
ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado
como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y
decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de
vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho.
» Ellas partieron
al instante del sepulcro con temor y una gran alegría, y corrieron a dar la
noticia a los discípulos. De pronto Jesús les salió al encuentro y las saludó.
Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: —No
tengáis miedo; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.» (Mt 28, 5-9).
«Marchad enseguida y decir…»; «Ellas partieron al instante»
Si nos despistamos del Evangelio, nuestro hombre viejo nos someterá a la lentitud en el seguimiento de Cristo. En distintos asuntos de la Iglesia, asuntos importante, hay cosas que parecen lenta, pero no es nada lento el tentador. La lentitud de las almas consagradas les termina por apartar de la verdadera fe, y es triste ahora, ver como se han protestantizados un gran número de almas consagradas. Y lo que es peor, se les han ido de la mano, y los feligreses ya no sienten ese amor a Cristo.
En nuestra negligencia de
hacer las cosas más pausadas, el demonio cobra fuerza para hacerlo todo corriendo,
incluso cuando engaña a la gente que hay que orar a toda prisa. El demonio hace
dos cosas, que tratemos los asuntos de mala gana, o sea, con la mayor lentitud
posible, y por otra obsesionar al tentado, con otros asuntos que no son
conforme a los intereses de Cristo. Las prisas del demonio no son las prisas
del Señor. Las malas intenciones del tentador, es que el creyente, termina por
meterse en el camino de la ingratitud, de la infidelidad, cuando comienza a
hacer mal todos los asuntos del Señor.
El cristiano que busca al Señor tiene necesidad de hallar más
tiempo en la soledad, que permaneciendo en el tumulto del mundo. El mundo
consigue que la fe del creyente se disipe, se disuelva, el demasiado activismo
hace peligrar nuestra relación con el Señor. Incluso, de complacer y no
molestar a los que viven en el error, haciéndoles ver en el peligro espiritual
que está metido, en el riesgo de perder el alma del prójimo como la propia.
Los Santos nos enseñan entre otras cosas, lo importante que es la
vida recogida, huir del mundo para saber escuchar al Señor, desde la quietud de
nuestro corazón y pensamientos. El activismo es una lacra que puede afectar la
vida de oración. Pero la oración nos da fuerzas para emprender la misión del
Señor, no según nuestras fuerzas sino por la fuerza de la Gracia y el amor de
Dios.
Cuando las cosas no se hacen del modo del Espíritu Santo, el alma
se deja guiar por la propia pereza, mientras la descristianización sigue
adelante. Quien tiene fe, el alma sigue a Cristo. Un antes de la conversión no
debe convertirse en una costumbre para cuando el Señor nos llama. Pero,
desgraciadamente, son muchas almas que se consagran al Señor, y no dan el paso,
solamente permanecen en el “antes”, lo que le ha llevado a la pereza en la vida
espiritual.
Los requisitos para seguir a Cristo nos la presentan el Señor;
cualquier lector atento de la Sagrada Biblia, enseguida lo encuentra.
A muchas almas que se han consagrado, aunque hablan de alegría, no
suelen mostrar ese entusiasmo por el seguimiento constante al Señor. Pues
todavía tienen en su corazón lo que ellos manifiestan claramente, las
diversiones profanas, el deporte, el todo vale. “Todos los credos valen”,
porque en realidad todavía no han encontrado a Cristo en su corazón.
Cuando estamos rodeados de muchas personas, aunque les hablemos del Evangelio, lo cual es necesario, llevar a las almas a Cristo, y con la ayuda de Dios, apartarlas del bullicio del mundo, hacia la soledad. No solamente ellos, también nosotros, necesitamos de esa soledad para encontrarnos con el Señor, los ruidos en sus diversas formas, ruidos exteriores y ruidos interiores, la oración nos fortalece. Hay muchas personas que dicen que se sienten solas, y otras que para no estar tan solas se apartan incluso a lugares solitarios para estar en la mejor compañía mediante la oración, la lectura de la Sagrada Biblia, la meditación, siempre a la espera de lo que el Señor le quiera hablar.
Cuando estamos rodeados de muchas personas, aunque les hablemos del Evangelio, lo cual es necesario, llevar a las almas a Cristo, y con la ayuda de Dios, apartarlas del bullicio del mundo, hacia la soledad. No solamente ellos, también nosotros, necesitamos de esa soledad para encontrarnos con el Señor, los ruidos en sus diversas formas, ruidos exteriores y ruidos interiores, la oración nos fortalece. Hay muchas personas que dicen que se sienten solas, y otras que para no estar tan solas se apartan incluso a lugares solitarios para estar en la mejor compañía mediante la oración, la lectura de la Sagrada Biblia, la meditación, siempre a la espera de lo que el Señor le quiera hablar.
Estos sermones que a continuación podremos reflexionar, de San Antonio de Padua, están sacado de un libro que compré hace años, en la Editorial Apostolado Mariano. Sevilla. Muchos de los libros que llegué a comprar, se han agotado, y sabe Dios si volverán a reeditarse nuevamente.
Vivencias espirituales
1.
En la soledad
hallarás al Señor
Fray Contardo
Miglioranza, Franciscano Conventual.
En aquel tiempo dijo Jesús a Pedro: Sígueme (Jn 21, 19). En este pasaje del
Evangelio se notan dos cosas: la imitación de Cristo, y el amor que Él tiene
hacia su fiel.
La imitación de Cristo se manifiesta en las
palabras: Sígueme. Esto lo dijo
a Pedro, pero lo dice también a todo cristiano: Sígueme. Por esto afirma Jeremías (3,19): Me llamarás Padre, y no dejará de caminar en pos de Mí. Sígueme,
pues; pero no antes, quítate el bagaje, ya que, agobiado por la carga no me
puedes seguir a mí que corro. Dice el salmista (118,32): Corrí teniendo sed, se entiende, sed de la salvación humana. ¿Hacia
donde corrió? Hacia la cruz.
Entonces corre tú también detrás de Él. Él
asumió su cruz por ti, tú también haz lo mismo: toma tu cruz, pero por ti. En
el Evangelio de Lucas (9,23) se lee: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo, o sea, se sacrifique
la propia voluntad, tome su cruz mortificando la carne, cada día, es decir,
continuamente, y me siga. Así, pues, Sígueme.
O, si deseas venir a mí y hallarme, Sígueme,
o sea, búscame aparte. Él dijo a sus discípulos (Mc 6,31): Vengan a un lugar apartado, para descansar un poco. Eran tantos los que
iban y venían que no les quedaban tiempo ni para comer. ¡Ay de mí! ¡Cuántas
pasiones de la carne y cuántos estrépitos de la mente van y vienen por nuestro
corazón! Y así no tenemos ni el tiempo de comer el alimento de la eterna
dulzura ni de sentir el sabor de la interior contemplación. Por esto el
bondadoso Maestro dice: sepárense del alboroto de la multitud y vengan a un
lugar apartado, o sea, a la soledad de la mente y del cuerpo, y descansen un
poco. Sí, un poco, porque, como se
dice en el Apocalipsis (8,1): Se hizo
silencio en el cielo por casi media hora; y en el Salmo (54,7): ¿Quién me dará alas como, para volar y
hallar descanso?
Oseas
(2,14): Yo lo amamantaré, y
la llevaré al desierto, y le hablaré a su corazón. En estas tres frases
se nota una triple condición (de la vida espiritual): el que comienza, al que
progresa y el que es perfecto. La gracia amamanta e ilumina al que está en los
comienzos, para que crezca y progrese de virtud en virtud; entonces lo separa
del estrépito de los vicios y del tumulto de los pensamientos, y lo lleva a la
soledad, o sea, el descanso de la mente; y allí, después de haberlo
perfeccionado, le habla al corazón. Eso se logra cuando siente la dulzura de la
divina inspiración y se entrega totalmente al gozo espiritual.
¡Oh! ¡Qué grandes son entonces en su corazón
la devoción, la admiración y el júbilo! Por la grandeza de la devoción se eleva
se eleva sobre sí mismo, por la pujanza de la admiración se siente transportado
por encima de sí mismo y por el impulso del éxtasis, se desapega de sí mismo.
Sígueme. Él habla como una
madre cariñosa, cuando enseña a su hijito a caminar. Le muestra un pastel o una
manzana y le dice: «Ven en pos de mí
y te los daré» Y cuando el niño se le acerca hasta casi alcanzarla, la madre se
aleja poco a poco, y siempre mostrándole las golosinas, le repite: «Sígueme si quieres recibirlas».
Existen aves que sacan fuera del nido a sus polluelos y con su
vuelo les enseñan a volar y a seguirlas. Así obra Cristo: para que le sigamos,
Él mismo se ofrece como ejemplo y promete el premio en el Reino de los cielos.
Sígueme, pues, porque yo conozco el buen camino, para
guiarte. A este propósito está escrito en el libro de los Proverbios (4,11-12):
Yo te muestro el camino de la sabiduría;
te conduciré por sendas rectas. Así, cuando camines, tus pasos no serán
estorbado; y si corres, no tropezarás.
En el camino de la sabiduría es el camino de
la humildad; cualquier otro es el camino de la necedad, porque es el de la
soberbia. Este camino nos lo mostró Jesús, al decirnos, Aprended de mí que soy Manso y
Humilde de corazón, y hallarán reposo
para sus almas (Mt 11,29). La senda es estrecha, de un ancho para dos
pies, para que otro no pueda pasar. Senda deriva de «semis», que significa «medio camino».
Sendas de la rectitud son las de la pobreza y de la obediencia,
por las que Cristo, pobre y obediente te conduce con su ejemplo. En aquellas
sendas no hay nada tortuoso, sino todo es rectilíneo y llano. Pero lo que
suscita maravillas, es el hecho de que, aún siendo tan estrechas, los pasos que
las recorren no se hallan estorbados. En cambio, el camino del mundo es ancho y
espacioso; sin embargo, los que viven según el mundo, no lo hallan
suficientemente ancho, como les pasa a los borrachos que hallan estrecho todo
camino, aun si es muy ancho.
El mal, efectivamente, tiene su congénita angostura; en cambio, la
pobreza y la obediencia por un lado estrechan y condicionan por el otro dan
libertad, porque la pobreza hace ricos y la obediencia hace libres. El que
corre por estos senderos en pos de Jesús, no halla tropiezos ni de las riquezas
ni de la propia voluntad.
Sígueme, pues, y te mostraré lo que «ni ojo vio, ni oído oyó, ni el hombre
puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman» (1Cor 2,9). Sígueme, y, como dice Isaías (45,3 y
60,5): «Te daré tesoros escondidos y
secretos arcanos; y tú, al verlo, te pondrás radiante, y tu corazón palpitará y
se dilatará».
Verás a Dios cara a cara como es (1Jn 3,2); estarás colmado de
deleites y de riquezas de la doble estola del alma y del cuerpo. Tu corazón
admirará los órdenes de los ángeles y las moradas de los bienaventurados, y por
el gozo se dilatará en el júbilo y en la alabanza.
* * *
El amor
de Cristo hacia quien le es fiel se ve, por ejemplo, en el pasaje: Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a
quien amaba Jesús, aquel que en la cena se había inclinado sobre su pecho (Jn 21,20)
El que de veras sigue a Cristo, desea que
todos lo sigan; y por esto se dirige hacia su prójimo con fervorosa solicitud,
devota oración y predicación de la Palabra. Justamente esto significa el
volverse de Pedro; y concuerda con la parte final del Apocalipsis (22,17): El esposo y la esposa -o sea, Cristo y
la Iglesia– dicen: “Ven”. Y el que
escucha, diga también; “Ven” ».
Cristo, por medio de la inspiración, y la Iglesia, por medio de la
predicación, dicen al hombre: «Ven». Y el que escucha estas palabras, a su vez,
diga a su prójimo: «Ven», o sea, «Sigue
a Jesús».
Volviéndose, Pedro vio que lo seguía aquel discípulo, a quien
Jesús amaba. Jesús ama al que le sigue. Por esto se le puede aplicar lo de los
Números (14,24): A mi siervo Caleb, que
me siguió fielmente, lo introduciré en el país que ha explorado, y sus
descendientes lo poseerán.
* * *
El discípulo que
Jesús amaba. Se calla el
nombre, pero con esas palabras se indica a Juan, y se le distingue de los
demás, no porque Jesús lo ama a él solo, sino que lo amaba más que a los demás.
Amaba también a los demás, pero a éste lo amaba con mayor familiaridad. Lo
enriqueció con una más abundante dulzura de su amor, porque fue elegido siendo
virgen y virgen permaneció; por esto Jesús le confió a su Madre.
En la cena Juan
reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús. Fue una manera de gran amor el haberse
reclinado ¡sólo él! Sobre el pecho de Jesús, en el que están escondidos todos
los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3). En este gesto se
representaban todos los misterios de las cosas divinas que Juan, a diferencia
de los demás apóstoles, más adelante escribiría.
Observa que Jacob descansó sobre una piedra y Juan sobre el pecho
de Jesús; aquel durante el viaje, éste durante la cena. En Jacob son
simbolizados los peregrinos, en Juan los bienaventurados; aquellos durante el
camino terrenal, éstos ya llegados a la Patria celestial.
En el Génesis (28,10-13) se lée: «Jacob salió de Bersebá y fue a Jarán. Al
querer descansa, tomó una piedra por almohada y durmió. En el suelo vio una
escala, apoyada en la tierra y que tocaba el cielo, y por lo cual subían y
bajaban los ángeles de Dios; y el Señor estaba en lo alto».
Jacob es el justo que todavía
peregrina en esta tierra, en la que está sujeto a muchas luchas; parte de
Bersebá, que significa «pozo» y representa justamente el pozo sin fondo de la
codicia humana; va hacia Jarán, que significa «excelso» y por eso representa la
Jerusalén celestial. Por eso dice Habacuc (cf. 3,16); subiré a un pueblo armado
que triunfó sobre un mundo perverso, que triunfó sobre un mundo perverso.
Y porque desea aliviar las fatigas de
su peregrinación, coloca una piedra, la firmeza de la fe; la escala erguida, el
doble amor (hacia Dios y el prójimo). Los ángeles son los hombres justos, que
suben a Dios con la elevación de su, mente, pero también se inclinan hacia el
prójimo a través de la compasión del alma.
El justo pues, durante su peregrinación
terrenal para descansar, posa la mente en la firmeza de la fe. Por eso se lee
en los Proverbios (30,26). El gazapo es
por su naturaleza débil y por eso hace su cueva entre las piedras. El
gazapo, animal tímido, representa al que es débil espiritualmente, y por ende
no sabe oponerse contra las ofensas de todo género, y para descansar y dormir,
coloca el lecho de su esperanza en la piedra de la fe. Así ve erigida en sí
mismo la escala de la caridad.
Observa que el Señor está apoyado en
la escala por dos motivos: para sostenerla y acoger a los que suben por ella.
El sostiene, efectivamente, el peso de nuestra fragilidad, para que podamos
subir mediante las obras de caridad; y acoge a los que suben, para que, con Él,
que es eterno y dichoso, también nosotros seamos eternos y dichosos.
Entonces en aquella cena que nos saciará para
siempre, descansaremos con Juan sobre el pecho de Jesús. Como el corazón está
en el pecho, así el amor está en el corazón. Descansaremos en su amor, porque
lo amaremos con todo el corazón, y con tora el alma, y hallaremos en Él todos
los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.
¡Oh amor de Jesús! ¡Oh tesoro puesto en el
amor, oh sabiduría de inestimable sabor, o ciencia de todo saber! Dice el
salmista (16,15): Me saciaré cuando
aparezca tu semblante radiante; y: Esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo. (Jn 17,3). A Él
sean gloria y alabanza por los siglos eternos. ¡Amén!
(En la fiesta de San
Juan Evangelista: III, 31-35)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.