Nota: para las consultas bíblicas, hay que tener en cuenta. Que, en la época de San Antonio, que los actuales 1º y 2º de Samuel eran el 1º y el 2º de los Reyes; y los actuales 1º y 2º de los Reyes, eran el 3º y el 4º de los Reyes.
Recomendable también tener a mano la Sagrada Biblia,
I ‑ Las dos
barcas junto al lago de Genesaret
II ‑ Cristo sube
a la barca de Pedro
III La captura de
una gran cantidad de peces
IV Estupor de
Pedro y de sus compañeros, y abandono de todo lo que poseían
DOMINGO V DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS
Exordio.
Sermón sobre los
prelados y los predicadores de la Iglesia
1.‑
“En aquel tiempo, el gentío se agolpaba alrededor de Jesús, para oír la palabra
de Dios; y El estaba cerca del lago de Genesaret” (Lc 5, 1).
En
el tercer libro de los Reyes se relata que Salomón, en las puertas del
santuario, que eran de madera de olivo, “esculpió figuras de querubines,
palmeras y guirnaldas de flores muy en relieve, y revistió de oro tanto a los
querubines como a las palmeras” (3Rey 6, 32).
Las
puertas, llamadas en latín ostia, porque impiden el paso a los enemigos (en
latín, hostes), son figuras de los predicadores, que deben oponerse a los
enemigos como un muro para defensa del santuario del Señor, o sea, de la
Iglesia militante. Estas puertas deben ser de madera de olivo, en el que se
destacan dos cualidades: la constancia y la misericordia. La madera de olivo es
muy duradera, y simboliza la constancia; y la palabra olivo tiene alguna
asonancia con el término griego éleos, que significa misericordia.
En
los predicadores y en los prelados de la iglesia, por obra de los cuales se
abre el ingreso al reino, deben manifestarse estas dos virtudes. En efecto,
nuestro Salomón, Jesucristo, que anuncia la paz a los cercanos y a los lejanos
(Ef 2, 17), en ellos grabé querubines, que se interpretan “plenitud de la
ciencia”, y palmeras y guirnaldas o cincelado de flores. Cincelado se dice en
griego anaglypha. En los querubines están indicadas la vida angélica y la
ciencia plena; en las palmeras, la victoria sobre los tres enemigos (demonio,
mundo y carne); en el cincelado o guirnalda de flores, los ejemplos de las
buenas obras.
Sin
embargo, ante todo, debemos considerar que, por mandato del Señor, Moisés
“labró a martillo dos querubines de oro”, como se lee en el Éxodo (25, 18). En
cambio, Salomón, los hizo de madera de olivo, como se lee en el tercer libro de
los Reyes. Acerca de este hecho podemos hallar tres razones.
La
primera: para señalar que, mientras los hijos de Israel estuvieron bajo Moisés
en el desierto, sufrieron muchos flagelos, porque los merecían. En cambio, en
la tierra Prometida, vivieron en paz y en seguridad. El mismo Salomón lo afirma
en el tercer libro de los Reyes: “Ahora el Señor Dios me dio paz por todas
partes, y no tengo ni adversarios ni quien me quiera mal” (3Rey 5, 4).
La
segunda: porque el predicador, mientras está ocupado en el ejercicio de la
predicación, como labrado por los golpes de las tribulaciones, se extiende en
la anchura de la caridad en la longitud de la generosidad; en cambio, y después
de haber dejado el gentío en el valle, mientras regresa al monte de la
contemplación, se sumerge en Dios en el reposo de la mente y en la tranquilidad
de la conciencia.
La
tercera: porque el justo, en el desierto de este cuerpo, sufre muchas
desventuras; pero en la Jerusalén celestial, como un querubín en gloria, ya
vuelto inmortal, contemplará cara a cara al inmortal.
En
el querubín, pues, se indican la vida angélica y la ciencia plena, dos
cualidades que el predicador ha de tener, para vivir santamente y predicar con
franqueza, sin perdonar a nadie ni por temor ni por amor, ni por deferencia ni
por vergüenza.
En
la palmera está indicada la victoria sobre el mundo, sobre la carne y sobre el
diablo: la palmera es el adorno de la mano victoriosa.
Las
guirnaldas, o cincelados de flores, muy en relieve, simbolizan los muy seguros
ejemplos de las buenas obras que deben grabarse en los ojos de todos tan
profundamente, que no puedan ser juzgados de modo errado o desfavorable,
Considera
también que estas tres cosas deben estar revestidas de oro. Los querubines de
la ciencia deben estar revestidos con el oro de la humildad, porque “la ciencia
infla” (1Cor 8, 1). La palma de la victoria debe estar revestida con el oro de
la misericordia divina, para que no te atribuyas la victoria a ti mismo, sino
al Señor, que dice: “Tengan confianza, porque yo vencí al mundo” (Jn 16, 33).
Las guirnaldas de obras deben estar revestidas con el oro de la caridad
fraterna, para que no busque su gloria, sino la de los demás.
Si
en las puertas del santuario se graban estas tres cosas, para admirar tan
grande hermosura de esculturas, las gentes irrumpirán al ingreso del santuario,
deseosas de escuchar la palabra del Señor. Por eso se dice en el evangelio de
hoy: “ El gentío se agolpaba alrededor de Jesús, para oír la palabra de Dios”.
2.Considera
que en este evangelio sobresalen cuatro momentos. Primero: la parada de
Jesucristo cerca del lago de Genesaret, donde había dos barcas, como se
anuncia: “Estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba a su
alrededor, y El vio dos barcas amarradas a la orilla. Segundo: la entrada de
Cristo en la barca de Simón Pedro, como se añade: “Subió a una barca, que era
de Simón”. Tercero: la captura de una gran cantidad de peces: “Maestro, hemos
fatigado toda la noche”. Cuarto: estupor de Pedro y de sus compañeros y el
abandono de todo lo que tenían‑. “Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas
ante Jesús”.
Observa
también que en este domingo y en el próximo, si Dios nos lo concede,
estableceremos una concordancia entre algunos relatos del tercer libro de los
Reyes con las distintas partes de este evangelio y del evangelio del próximo
domingo.
En
el introito de la misa de hoy se canta: “Escucha, Señor, mi voz” (Salm 26, 7).
Y se lee la epístola del bienaventurado Pedro: “Tengan todos un mismo sentir”
(1 Pe 3, 8), que dividiremos en cuatro partes y que pondremos en concordancia
con las cuatro partes del evangelio. Primera parte: “Tengan todos un mismo
sentir”; segunda: “El que quiere amar la vida”; tercera: “¿Quién les podrá
hacer del mal?”; cuarta: “Adoren a Cristo, el Señor”.
3.‑
“Mucha gente se apretaba alrededor de Jesús, para escuchar la palabra de Dios;
y El estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Vio dos barcas amarradas
al borde del lago. Los pescadores habían bajado y lavaban las redes” (Lc 5, 1‑2).
Con
esto concuerda lo que se lee en el tercer libro de los Reyes, donde se dice que
“Salomón disertó sobre las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo
que nace en la pared. Asimismo, disertó sobre los animales, sobre las aves,
sobre los reptiles y sobre los peces. Venía gente de todas las naciones, para
escuchar la sabiduría de Salomón; y venían mensajeros de todos los reyes de la
tierra, a los que había llegado la fama de su sabiduría” (3Rey 4, 33‑34).
El
hisopo es una planta pequeña, que adhiere a la piedra, y simboliza la humildad
de Cristo, el cual disertó desde el cedro hasta el hisopo, porque desde las
alturas de la gloria celestial descendió hasta la humillación de la carne.
De
otra manera: en el cedro se representa la soberbia de los malvados, como se
dice: “La voz del Señor quebranta los cedros” (Salm 28, 5). Cristo discute
desde el cedro hasta el hisopo, porque juzga los corazones de los soberbios y
de los humildes. Y discutió también sobre las plantas, mientras estaba colgado
del árbol de la cruz. Entonces en ese momento doblegó el cedro, o sea, la
arrogancia del mundo, hasta el abajamiento del hisopo, o sea, hasta la necedad
de la cruz. “La palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, mientras
para los que se salvan, es potencia de Dios” (1Cor 1, 18).
Sentido moral. “Salomón disertó sobre las
plantas Observa que en el paraíso terrenal había tres árboles: el árbol,
del que comió Adán; el árbol de la vida ;y el árbol de la ciencia del bien y
del mal. Estos tres árboles simbolizan tres facultades: la memoria, la voluntad
y la razón. El fruto de la memoria es el deleite; el fruto de la voluntad es la
obra buena; y el fruto de la razón es la distinción entre el bien y el mal.
Disputar
es indagar con la mente los distintos criterios de la razón, para poder
alcanzar la verdad de la cosa. Por esto el justo disputa sobre estos tres
árboles, o sea, indaga con la razón y con la mente distintos objetos: si repuso
en el tesoro de la memoria los bienes del Señor, que son la humildad y la
pobreza de la encarnación, la dulzura de la predicación, la Pasión de Cristo
que fue obediente hasta la muerte y si estos bienes los guardó con diligencia.
indaga si con la voluntad ama a Dios y al prójimo; y si con su razón sabe
distinguir el bien del mal. Esta es la disputa del justo, el cual también sabe
disertar desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en las paredes.
Considera
que el cedro es un árbol alto; su madera tiene un perfume agradable y es
incorruptible, y no es atacada por la polilla. Con su perfume ahuyenta las
serpientes y, puesto en el fuego, se arruga.
El
cedro simboliza la vida del justo, que es elevada por la sublimidad de su santa
conducta, perfumada por los ejemplos de su buen nombre, incorruptible por la
firmeza de su santo propósito, inatacable por la polilla de la mortífera
concupiscencia; ahuyenta a los demonios con la compunción de la mente y
mortifica los movimientos carnales con la maceración y se arruga, o sea, se
restringe renunciando a la propia voluntad, en el fuego de la obediencia.
Y
este cedro está en el Líbano, que se interpreta “candor”, porque la vida del
justo se despliega en el candor de la pureza interior y exterior.
El
justo, pues, disputa desde el cedro hasta el hisopo, que nace en la pared. En
el hisopo está simbolizada la humildad, y en la pared, que debe su nombre a
“paridad”, o sea, a igualdad de superficie, está indicada la unión de los
santos. Pues bien, el justo disputa desde el cedro de su vida, o sea, considera
con su mente si su vida llega hasta la humildad y la unión de los santos.
4.‑
Y seguimos hablando de Cristo. “Y disertó sobre los animales, las aves, los
reptiles y los peces”. En los animales están representados los golosos y los
lujuriosos; en las aves, los soberbios; en los reptiles, los avaros; y en los
peces, los curiosos.
Cristo
hablé de los animales, cuando dijo: “Miren por ustedes mismos, para que sus
corazones no se carguen con glotonerías, embriagueces y afanes de esta vida”
(Lc 21, 34). Habló de las aves, cuando dijo: “Las aves del cielo tienen su
nido; en cambio, el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Mt 8,
20). Habló de los reptiles, cuando dijo: “No acumulen tesoros en la tierra,
donde la herrumbre y la polilla los consumen” (Mt 6, 19). En fin, habló de los
peces, cuando dijo: “¡Pobres de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que
recorren mares y tierras”, o sea, todo el orbe, “para hacer también un solo
prosélito” ‑los prosélitos son los paganos acogidos en la sinagoga‑, “y, una vez
hecho, lo hacen dos veces más hijo de la gehena que ustedes” (Mt 23, 15). o
sea, cuando descubre los vicios de ustedes, se vuelve pagano, y por su
prevaricación se hace culpable de una pena mayor (Glosa).
“Y
venía gente de todas las naciones, para escuchar la sabiduría de Salomón”. Lo
mismo dice el evangelio de hoy: “Jesús estaba de pie a la orilla del lago de
Genesaret; y mucha gente se apretaba alrededor de El, para escuchar la palabra
de Dios”.
Genesaret
debe su nombre a la característica de este lago, que engendra una brisa, porque
de sus olas encrespadas parece emitir una brisa. En este pasaje el evangelio
llama al lago “estanque”, porque su agua no corre, sino que está detenida; y es
figura del siglo presente, en el cual hay hervores y agitaciones, que engendran
la brisa de la alabanza mundana, que pronto se evapora. Dice el Salmo: “Su
memoria se desvaneció con el sonido” (9, 7), o sea, con el aplauso y con el
favor del mundo.
Y
como en el estanque las aguas están contenidas dentro de sus límites para que
no fluyan, así en el mundo la libertad de los pecadores está restringida, para
que no gocen de sus placeres como quisieran. Se lee en Lucas que “el hijo
pródigo deseaba llenar su vientre con las algarrobas de los puercos; pero nadie
se las daba” (15, 16).
En
las algarrobas de los puercos podemos comprender los varios placeres de los
pecadores, con los cuales los espíritus del mal engordan como los puercos; pero
a veces esos placeres no se conceden a quien los desea. Muy a menudo el hombre
peca más que lo que le sugiere el diablo; y a menudo el hombre previene al
diablo, cuando no es prevenido por el diablo. Por esto dice Ezequiel: “Te
entregaré en las manos de las hijas de los filisteos, las cuales se avergüenzan
de tu conducta deshonesta” (16, 27). ¡Qué vergüenza más sorprendente, que el
diablo se sonroje del pecado del hombre, que él no sugirió, mientras el
desgraciado hombre no se sonroja de su propio pecado!
5.‑
“Estaba Jesús de pie a la orilla del “estanque”, o sea, en este mundo, para
predicar la palabra de Dios a los que aman el mundo. Estaba de pie a la orilla
del “estanque” aquel, que, estando en este mundo, despreció y enseñó a
despreciar la gloria de este mundo, que es como un estanque tragador.
Y
sobre esto tenemos una concordancia en el tercer libro de los Reyes, donde se
relata que “Ellas halló a Eliseo, hijo de Safat, que araba con doce yuntas de
bueyes delante de sí, mientras él guiaba la última. Elías se acercó a él y echó
su manto sobre él. Entonces Eliseo en seguida abandonó los bueyes y corrió en
pos de Ellas, y le dijo: “Te ruego que me permitas besar a mi padre y a mi
madre, y después te seguiré”. Elías le respondió: “Vete y vuelve, porque lo que
era mío, te lo hice” (o sea, le transmitió su misión profética), “Cuando
regresó, Eliseo tomó una yunta de bueyes, los mató, y con la madera del arado
coció las carnes y las dio al pueblo para que comiese” (3Rey 19, 19‑21).
Sentido
moral. Nuestro Redentor, descendido del cielo, por divino decreto adquirió un
pueblo, que todavía ansiaba las cosas terrenas, y obró en él la salvación
cuando lo convirtió a la fe. Elías se interpreta “Señor Dios”, Safat “juzgando”
y Eliseo “salvación de mi Dios”.
Sobre
Eliseo el profeta echó su manto, mientras el Señor revistió al pueblo con la fe
católica. Dice el Apóstol. “Ustedes que fueron bautizados en Cristo, fueron
revestidos de Cristo” (Gal 3, 27).
“Abandonó
los bueyes y corrió en pos de Elías”. En efecto, el coro de los elegidos,
después de haber escuchado que “si uno no renuncia a todo lo que posee, no puede
ser mi discípulo” (Lc 14, 33), inmediatamente dejó de codiciar las riquezas
terrenas y de ser esclavo de los deseos mundanos; y de esta manera anunció
también a los demás la palabra de vida. Besar al padre y a la madre significa
exactamente querer convertir con la palabra a todos los que puede, ya sea de
los judíos como de los paganos.
“Tomó
una yunta de bueyes...”. Con ello entendemos el cuerpo y el espíritu. Debemos
cocer sus carnes, o sea, las concupiscencias carnales, con la madera del arado,
o sea, con la contrición del corazón, y distribuirlas al pueblo, para que coma.
Si hemos escandalizado a algunos con nuestra vida disoluta, debemos
reedificarlos con el ejemplo de una verdadera penitencia.
6.‑
“Y Jesús vio dos barcas amarradas al borde del lago”. observa que estas dos
barcas simbolizan a Jerusalén y a Babilonia, al Paraíso y a Egipto, a Abel y a
Caín, a Jacob y a Esaú, en una palabra, la compañía de los verdaderos
penitentes y la masa infame de los mundanos. Todos los hombres pertenecen a uno
o a otro de estos grupos.
Estos
dos grupos hallan una válida concordancia en el tercer libro de los Reyes,
donde se relata que “dos meretrices se presentaron al rey Salomón”. Con razón
se presentaron las dos prostitutas a Salomón, quien, más adelante, se dejó corromper
por ellas. Una de las meretrices le dijo: “¡Préstame atención, oh mi señor! Yo
y esta mujer vivíamos en la misma casa. Yo di a luz en una habitación cerca de
ella. Tres días después de haber yo dado a luz, dio a luz también ella.
Morábamos las dos juntas; y ningún otro había en casa a excepción de nosotras
dos. Una noche, el hijo de esta mujer murió, porque, durante el sueño, lo
aplastó, Levantándose en el silencio de una noche siniestra, tomó al niño de mi
costado, mientras yo dormía, y se lo colocó en su seno. Cuando yo me levanté
por la mañana para dar el pecho a mi hijo, apareció muerto. Pero después,
mirándolo más atentamente a la luz del día, advertí que aquél no era mi hijo,
al que yo había dado a luz”. intervino la otra mujer‑ “No es como dices tú: tu
hijo está muerto, y el mío es el que vive”. Pero la primera le rebatía: “Estás
mintiendo: el que vive es mi hijo, y tu hijo es el muerto”. Y así continuaban
litigando delante del rey”.
“Entonces
el rey ordenó: “Tráiganme una espada”. Y le trajeron al rey una espada. En
seguida el rey mandó: “Corten al niño vivo en dos partes y den mitad a la una y
la otra mitad a la otra”. Entonces la madre del hijo vivo, porque sus entrañas
se conmovieron por su hijo, dijo al rey: “ Te suplico, señor: da a ésta el niño
vivo y no lo mates”. Pero la otra mujer decía lo contrario: “El niño no sea ni
mío ni tuyo, sino ¡que se divida en dos!”. El rey sentenció: “Den a la primera
el hijo vivo, y no lo maten. ¡Ella es su madre!” (3Rey 3, 16‑27).
Las
meretrices son llamadas así, porque ganan el estipendio de la libido. Estas dos
meretrices simbolizan dos géneros de vida: la vida de los verdaderos penitentes
y la de los carnales. Pero presta particular atención. Decimos que la vida de
los verdaderos penitentes está simbolizada por una meretriz, no en cuanto sea
meretriz, ya que había vuelto a su esposo, sino en cuanto había sido meretriz,
cuando adhería al diablo. Algo semejante leemos también en el evangelio de
Mateo: “Jesús se hallaba en la casa de Simón, el leproso” (26,6), no porque
fuera leproso en ese entonces, sino porque había sido anteriormente.
Las
dos “vidas”, de que hablamos, están también representadas por los dos cayados,
de que habla Zacarías: “Tomé para mí dos cayados: a uno lo llamé Adorno y al
otro Atadura” (11, 7). Observa que la vida de los penitentes es llamada cayado
y adorno: cayado, porque sometida al rigor de la disciplina; adorno, porque
purificada con las lágrimas de toda lepra de pecado. En cambio, la vida de los
carnales es llamada atadura, porque están atados con el cordel de sus pecados.
Cuántos
daños procuren Caín a Abel, Esaú a Jacob, los carnales a los penitentes, lo
demuestra el relato susodicho: “Yo y esta mujer vivíamos en la misma casa”. He
ahí las dos barcas detenidas en el estanque. El estanque y la casa simbolizan
al mundo, en el que las dos mujeres viven.
Dan
a luz los penitentes y dan a luz también los carnales. Pero al tercer día los
penitentes, en la amargura de su corazón, paren obras de luz, al heredero de la
vida eterna; y de su parto se dice: “La mujer, cuando da a luz, sufre tristeza”
(Jn 16, 21). También los carnales, en el placer de la carne, paren obras de las
tinieblas: los hijos de la gehena; y de ellos dice Salomón: “Se alegran cuando
hacen el mal y se huelgan en las perversidades del vicio” (Prov 2, 14). Y esto
al tercer día: de la adulterina sugestión del diablo, ante todo conciben con el
consentimiento de la mente; después tienen una especie de gestación en el
propósito de la voluntad perversa; y en fin paren el pecado llevando a cabo la
obra mala.
“Y
estábamos juntas; y fuera de nosotras dos, no había ningún otro en la casa”. En
el mundo, buenos y malos se hallan juntos. Dice Job: “Fui hermano de los
dragones y compañero de los avestruces” (30, 29). En la era se halla el grano
con la paja; en el lagar, el vino con el orujo; y en el trujal, el aceite y el
alpechín (hez).
“El
hijo de esta mujer murió”. Las obras de los carnales mueren, cuando son
sofocadas por el pecado que sigue. En la noche de la mala intención, en la ceguera
de la mente, es matado el hijo de esta mujer: “Durmiendo, lo aplastó”. “Los que
duermen, duermen de noche; y los que se embriagan, de noche se embriagan” (1Tes
5, 7).
“Y
la mujer se levantó en el silencio de la noche intempestiva...”. Se dice noche
intempestiva o inoportuna, porque nada es posible hacer y todo está tranquilo;
en cambio, lo que es tempestivo, es oportuno. otro sentido: noche intempestiva
es noche alta y oscura o también medianoche.
El bienaventurado Gregorio comenta este pasaje hablando de
los doctores carnales o mundanos: “Ellos, mientras omiten hacer lo que dicen,
matan a sus oyentes con el sueño del cuerpo, los descuidan y los tiranizan,
mientras fingen alimentarlos con la leche de las palabras. Por ende, viviendo
en modo merecedor de reprobación y no pudiendo tener discípulos de vida
ejemplar, se esfuerzan por atraer a sí a los discípulos de los demás, de modo
que, mostrando tener a buenos seguidores, justifican delante de la opinión de
los hombres el mal que obran y con la vida de los súbditos disfrazan su
mortífera negligencia. Todo eso obró la mujer que mató al propio hijo y se
apoderó del hijo de la otra. Pero la espada de Salomón descubrió a la madre
verdadera; símilmente, en el último juicio, la ira del juez examinará, o sea,
demostrará cuál fruto y de quién sea el fruto, o sea, las obras destinadas a
vivir o a perecer”.
merece
destacarse que, ante todo, se ordena que el hijo vivo sea cortado en dos, para
que luego sea entregado a la verdadera madre. En este mundo se puede admitir que
la vida de los discípulos sea de alguna manera partida, en cuanto se permite
que con ella el uno se gane el mérito delante de Dios, y el otro la alabanza
delante de los hombres.
Pero
la falsa madre no tenía reparo en que fuese matado el hijo que no había
engendrado. Así los maestros presuntuosos e insensibles a la caridad, si no son
capaces de conquistarse una fama de total admiración de parte de los discípulos
ajenos, se ensañan despiadadamente contra su vida. inflamados de envidia, no
quieren que vivan para los demás aquellos, que ven no poder poseer. Entonces:
“No sea ni mío ni de los demás”. No toleran que vivan para los demás en la
verdad aquellos, que no ven propensos delante de sí para la propia gloria
temporal.
En
cambio, la verdadera madre se preocupa para que su hijo viva, aunque esté con
los extraños. igualmente, los verdaderos maestros permiten que otras escuelas
saquen fama de sus discípulos, con tal que naturalmente no pierdan la
honestidad de la vida. Son los mismos sentimientos de piedad, por los cuales se
aquilata a la verdadera madre, porque el verdadero magisterio se reconoce sólo
en el examen (o prueba) de la caridad.
Mereció
recibir “todo entero” al hijo sólo aquella, que casi todo entero lo había
cedido. De manera similar, los superiores diligentes, por el motivo que no sólo
no envidian a los demás la gloria que les viene de los buenos discípulos, sino
que también les auguran ventajosos resultados, recuperarán vivos e íntegros a
los hijos, cuando en el último juicio consigan de su vida el premio perfecto.
Después
de haber descrito las dos barcas y sus analogías, avancemos hacia los temas
siguientes.
7.‑
“Los pescadores habían bajado y lavaban las redes”. Considera que de ambas
barcas, la de los penitentes y la de los carnales, bajan los pescadores. Los
penitentes bajan de lo que son por gracia a lo que son por naturaleza, o sea,
de la dignidad de una vida más perfecta a la consideración de la propia
fragilidad. También los carnales bajan de la hinchazón de su soberbia a la
ceniza de la penitencia. “Y lavaban las redes”. Comenta la Glosa: “Dobla las
redes lavadas aquel que, suspendiendo el oficio de la predicación, se esfuerza
por cumplir lo que enseñó a los demás”.
En
efecto, en el introito de la misa de hoy, el penitente suplica diciendo:
“Escucha, Señor, mi voz, con la que a ti clamo. Sé tú mi ayuda. No me
abandones, ni me desampares, Dios de mi salvación” (Salm 26, 7 y g). Observa
que la barca de Pedro, o sea, la vida de los penitentes, con toda razón
regresada al esposo, implora tres cosas: ser escuchada, no ser abandonada, ni
ser desamparada; o sea, ser escuchada en el tiempo de la oración, no ser
abandonada en la persecución de los enemigos, no ser desamparada por la
perversidad del pasado.
Con
esta primera parte del evangelio concuerda la primera parte de la epístola de
hoy, en la que el bienaventurado Pedro habla a los hijos de la barca que le fue
confiada‑ “Tengan todos un mismo sentir, sean compasivos, ámense
fraternalmente; sean misericordiosos, discretos y humildes. No devuelvan mal
por mal, ni maldición por maldición. Al contrario, bendigan, ya que fueron
llamados para bendecir; y así alcanzarán como herencia la bendición de Dios” (1
Pe 3, 8‑9).
Pedro,
como sabio barquero, con su admirable magisterio, equipó la barca que se le confió,
destinada a ser agitada por las olas de un mar tempestuoso y expuesta a los
vientos y a los peligros; la equipó de mástil y de velas, de timón y de anclas,
y de remos en los dos costados, para que pudiera llegar incólume al puerto de
la tranquilidad.
Dijo
Pedro: “Tengan todos un mismo sentir”: he ahí el mástil en el medio de la
barca, o sea, la concordia de la fe y del corazón de la Iglesia: “Eran todos un
solo corazón y una sola alma” (Hech 4, 32). “Sean mutuamente compasivos”: he
ahí la vela. Como la vela impulsa la barca, así la compasión te impulsa hacia
las necesidades de tu prójimo. Dice el Apóstol: “Si un miembro sufre, todos los
miembros padecen con él” (1Cor 12, 26).
“Ámense
fraternalmente”: he ahí el timón. Como el timón dirige oportunamente la barca y
no le permite desviarse, y en él está repuesta la mayor capacidad de guiar al
puerto la barca; así el amor fraternal guía la comunidad de los fieles, para
que no se desvíe, y la conduce al puerto de la seguridad. Porque donde hay
caridad y amor, allí hay también la comunidad de los santos.
“Misericordiosos”:
he ahí el ancla. El ancla suena como anca (en latín), o sea, curva. Como el
ancla con su curvatura agarra, y mientras agarra, es agarrada, y as! agarrada,
retiene la barca; así la misericordia, cuando de lo hondo del corazón captura
al prójimo, por el prójimo es capturada, y mientras retiene es retenida, y
mientras ata es atada. Y por esta atadura la barca, o sea, el alma, no es más
sacudida en la seguridad de su reposo ni por los oleajes de las tentaciones ni
por las ráfagas de las sugestiones diabólicas. “Modestos y humildes”: he ahí
los remos de la derecha. “No devuelvan mal por mal; sino, al contrario,
bendigan”: he ahí los remos de la izquierda.
Si
nuestra barca fuera armada y equipada con estos ocho instrumentos, podrá
seguramente llegar, por el derrotero justo, a la bendición de la eterna
herencia y al puerto del eterno reposo.
Dignase
concedérnoslo aquel, que es el Dios bendito y glorioso por los siglos de los
siglos. ¡Amén! ¡Así sea!
8.‑
“Jesús subió a una barca, que era de simón, y le rogó que la apartara de tierra
un poco; y, sentándose, desde la barca, enseñaba a la multitud. Cuando terminó
de hablar, dijo a Simón: “Boga mar adentro y echen las redes para pescar” (Lc
5, 3‑4).
Sobre
esto hallamos una concordancia en el tercer libro de los Reyes, donde se relata
que “la flota del rey Salomón surcaba el mar hacia Tarsis, trayendo de vuelta
oro y plata, dientes de elefantes, monos y pavos reales” 3Rey 10, 22).
La
flota de Salomón y la nave de Simón tienen el mismo significado. La nave es
llamada así, porque requiere un guía experto (en latín, navus), que sepa
maniobrarla para superar los peligros del mar y las dificultades imprevistas.
De ahí viene la sentencia de los Proverbios: “El experto estará al timón” (1,
Salm).
La
barca es figura de la iglesia de Jesucristo, confiada a los cuidados de Pedro.
Ella necesita un experto, no de un incapaz; de un guía, no de un destructor,
para que pueda preservarse de los peligros. Esta es la flota de Salomón, que, a
través del mar de este mundo, zarpa para Tarsis, nombre que se interpreta
“búsqueda del gozo”; o sea, zarpa hacia aquellos, que buscan los placeres del
mundo para gozar, mientras están aquí abajo.
En
el oro está simbolizada la sabiduría humana; en la plata, el lenguaje
filosófico; en los dientes de los elefantes, los doctores animosos, que
mastican el alimento de la palabra para los pequeños. En los monos están
simbolizados los que imitan las acciones humanas, pero viven como bestias; y
los que vienen a la fe del paganismo y fingen vivir según la fe, pero la niegan
con las obras. En los pavos reales, cuya carne si es desecada, permanece
incorruptible ‑según se cuenta‑, y que se cubren de plumas maravillosas, están
representados los perfectos, purificados por el fuego de las tribulaciones y
por ende adornados con una gran variedad de virtudes.
Todo
esto es traído, por medio de la predicación de la iglesia, de Tarsis, o sea, de
los insidiosos oleajes del mundo, a nuestro Salomón, o sea, a Jesucristo.
9.‑ Sentido
moral. La flota de Salomón es la mente del penitente que, a través del mar, o
sea, de la amargura de la contrición, se dirige a Tarsis, o sea, busca
descubrir lo que cometió y omitió, los pecados y sus circunstancias. Se
pregunta también de dónde viene, porqué existe y adónde se dirige. Considera
cuán desventurada y frágil sea esta carne y cuán falsa y pasajera sea la
prosperidad del mundo.
En
el Génesis dijo José a sus hermanos: “Ustedes son espías, y vinieron para
examinar los puntos débiles del país” (42, 9). o sea, los penitentes meditan,
día tras día, en la amargura de su alma, sobre la fragilidad y la debilidad de
su carne. Ellos son como los exploradores de Josué, a los que él dijo: “Vayan y
observen bien todo el territorio y la ciudad de Jericó” (Jos 2, 1).
Jericó
se interpreta “luna”, y simboliza la engañosa prosperidad del mundo. Los
justos, cuando la exploran para despreciarla, no hallan en ella sino amargura y
dolor.
De
su exploración traen consigo oro, plata, dientes de elefantes (marfil), monos y
pavos reales. El oro representa la purificación de la conciencia; la plata, la
proclamación de la alabanza. Los dientes de los elefantes representan la
acusación y la reprobación de sí mismos; los monos, la consideración de la
propia indignidad; y los pavos reales, la abyección de la gloria pasada.
Del
oro y de la plata dice Job: “La plata tiene los principios de sus venas
(veneros), y el oro tiene un lugar donde se refina” (28, 1). El principio de
las venas en el hombre es el corazón. Del corazón del hombre debe salir la
plata, o sea, la proclamación de la alabanza de Dios.
Pero
dijo Jeremías: “Tú, Señor, estás cerca de su boca; pero lejos de sus riñones”
(12, 2). El corazón de los carnales está en sus riñones, o sea, en la lujuria;
y la alabanza de Dios está sólo en sus labios. “Este pueblo me honra con sus
labios; pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15, 8). El principio de las
venas, del que debe fluir la plata, está lejos de Dios.
¿De
qué manera, entonces, la plata de la confesión resonará dulce al oído del
omnipotente, que dice: “Hijo, dame tu corazón” (Prov 23, 26), y “Dios mira el
corazón”? (Salm 7, 10). “Y el oro tiene un lugar donde se refina”. Los
sentimientos de nuestra conciencia se purifican en el crisol de un severo
examen personal. Este es el lugar en el que el oro se purifica, no la lengua de
los hombres, porque el oro fundido en su lengua se desvanece. Desgraciado es
aquel, que cree más a la lengua ajena que a la propia conciencia. Muchos temen
la opinión pública; pocos temen la voz de su conciencia. «¡Que gran cosa es ser digno de alabanza y no ser alabado por nadie!
»
10.‑
Acerca de la acusación y del reproche, simbolizados en los dientes de los
elefantes, dice Job: “Dilaceraré mis carnes con mis dientes” (13, 14).
Despedaza sus carnes con los dientes aquel que, con justa condenación, acusa su
carnalidad,
Y
observa que con razón los penitentes están simbolizados en los elefantes, que
poseen una naturaleza mansa. Si encuentran en el desierto a un hombre sin
rumbo, lo guían hasta el camino conocido. o también: si llegan a encontrarse
con un tupido rebaño de ovejas, muestran el camino con una mano (trompa) suave
y paciente. El mayor de edad guía la manada; y el que le sigue en edad, anima a
los otros. Cuando tienen que cruzar un río, hacen avanzar a los más pequeños,
para que los más grandes, pasando primeros, no arruinen el lecho y no
provoquen, con el pisoteo del fondo, remolinos peligrosos (Solino).
De
manera similar, los justos poseen el don de la clemencia: hacen volver a los
errantes por el camino recto; a las ovejas, o sea, a los simples, les enseñan
con calma y paciencia el sendero, por el cual avanzar con seguridad; guían a
los demás con la palabra y con el ejemplo; atravesando el río de esta vida en
dirección a la patria, mandan adelante a los pequeños, porque se compadecen y
tienen comprensión de las dificultades de los incipientes, que todavía no
llegaron al vigor de la santidad. Si los más débiles debieran avanzar por el
austero camino de los perfectos, sin duda alguna se cansarían y se retirarían
del camino emprendido.
Asimismo,
en los monos está indicada la consideración de las indignidades y de las
deshonestidades cometidas, porque los monos no tienen cola, con la cual cubrir
sus vergüenzas y su fealdad. Así los verdaderos penitentes no buscan motivos
para excusar o encubrir sus pecados, sino que manifiestan con franqueza y
sencillez las maldades que cometieron, avergonzándose no de la mirada de los
hombres, sino solamente de la de Dios.
Asimismo,
en los pavos reales está indicado el rechazo de la gloria temporal. Se debe
observar que “el pavo real pierde las plumas, cuando el primer árbol pierde las
hojas. Después, le nacen las plumas, cuando los árboles comienzan a echar las hojas”
(Aristóteles).
El
primer árbol fue Cristo, plantado en el jardín de las delicias, o sea, el seno
de la bienaventurada Virgen. Las hojas de este árbol son sus palabras. Cuando
el predicador esparce esas palabras con la predicación y el pecador las acoge,
éste pierde las plumas, o sea, abandona las riquezas. Después, en la
resurrección final, cuando todos los árboles, o sea, todos los santos,
comiencen a echar brotes, entonces aquel, que rehusó las plumas de las cosas
temporales, recibirá las plumas de la inmortalidad.
Y
como en las plumas del pavo real está su hermosura y en las patas su fealdad,
de tal modo que, mirando las patas, su hermosura de alguna manera disminuye,
así los penitentes rechazan la gloria de este mundo, meditando sobre su
abyección y sobre su destrucción en el sepulcro. Los penitentes aportan tales
mercedes, mientras no dejen de controlarse cada día a sí mismos y sus cosas.
11.‑
“Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le rogó que se apartara
un poco de la tierra”.
El Señor
ruega al prelado de su Iglesia, que la aleje un poco de la tierra, o sea, que
aparte del amor de los bienes terrenales a aquellos que fueron confiados a sus
cuidados, Pero si el mismo prelado está apegado a la tierra, si es jorobado y
encorvado hacia la tierra, ¿cómo podrá desprender de la tierra a los demás?
Cuando
Moisés, como relata el Éxodo, se dirigía con mujer e hijos hacia el Egipto para
liberar al pueblo de Israel, un ángel quería matarlo; sólo cuando envió atrás a
la mujer y a los hijos, el ángel lo dejó seguir (4, 24‑26). Así los prelados y
los sacerdotes de nuestro tiempo, representados por Moisés, tienen realmente
mujer e hijos, que como reptiles gritan detrás de los sacerdotes: “¡Ay, ay!”.
De
ellos dice Isaías: “Las crías, de los asnos comerán una mezcla de migma” (30,
24). Migma es un término griego que significa “paja triturada mezclada con
trigo”. Los bienes del sacerdote, hoy en día, resultan de la mezcolanza de dos
cosas: de la paja del comercio terrenal y del trigo de las ofrendas de la
iglesia. Tal mezcolanza la comen las crías de los asnos, o sea, los hijos de
los sacerdotes. Estos, con mujer e hijos, pretenden liberar al pueblo de Dios
de la esclavitud del diablo. Pero saldrá a su encuentro el Señor y los matará,
si no se separan de la mujer y de los hijos. Y después de esta separación, el
Señor dirá: “Aleja un poco la barca de la tierra”.
12.‑
“Y, sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud”. Y también sobre este
pasaje evangélico tenemos una concordancia en el tercer libro de los Reyes: “El
rey Salomón construyó un gran trono de marfil y lo revistió de oro brillante.
El trono tenía seis gradas. El remate era redondo en la parte posterior; y el
asiento tenía dos brazos laterales, junto a los cuales había dos leones. Otros
doce leoncillos estaban colocados a uno y a otro lado de las seis gradas. En
ningún otro reino se labró una obra semejante” (3Rey 10, 18‑20).
Este
pasaje puede ser interpretado de tres maneras: aplicándolo a la iglesia, al
alma y a la bienaventurada virgen.
La Iglesia.
En el trono de Salomón se puede ver representada a la Iglesia, en la cual
nuestro Rey pacífico pronuncia sus juicios. Con razón se nos recuerda que está
labrado con el marfil, porque el elefante, del cual proviene el marfil, se
destaca mucho entre los demás cuadrúpedos por su sentimiento, se une a su
hembra con moderación y jamás se une a otras. Esto se aplica a los continentes,
que en castidad observan los preceptos de Cristo. Y revistió a la iglesia de
oro, porque por medio de los milagros hizo resplandecer en ella el esplendor de
su gloria.
Dios
llevó a cabo la magnificencia del mundo en seis días; y este número en su
perfección manifiesta la perfección de las obras. Y al séptimo día el Señor
reposó. Y como el mundo consta de seis períodos, en los cuales es posible
obrar, quienquiera que aspire a la patria celestial, se apresure a alcanzarla
con las buenas obras.
La
redondez del trono en la parte posterior simboliza la paz eterna, que los
santos gozarán después de esta vida. Quien trabaja con rectitud en este mundo,
recibirá la justa merced y gozará de la paz perenne.
Los
brazos, adheridos al asiento, simbolizan el socorro de la gracia divina, que
conduce a la Iglesia hacia el reino celestial. Y son dos los brazos, porque en
ambos Testamentos se predica esta verdad: sólo con la ayuda divina se puede
realizar algo bueno.
En
los dos leones están representados los padres, o patriarcas, de los dos
Testamentos, que con la fortaleza de su espíritu aprendieron a mandarse a sí
mismos y a los demás.
Los
leones estaban colocados en las empuñaduras de los brazos, porque los santos
patriarcas no atribuían a sí mismos todo el bien que hacían, sino a Dios: “¡No
a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria!” (Salm 113,9).
En
fin, en los doce leones más pequeños está representado el colegio de los
predicadores, que siguen la doctrina de los apóstoles. Estos leoncillos están
dispuestos de un lado y del otro de las seis gradas, porque luchan por
resguardar con la doctrina y con el ejemplo la marcha de las buenas obras.
13.‑
El alma. “El rey Salomón se construyó un trono”. observa que, para emprender
una obra, son necesarias dos cualidades: la inteligencia y la energía. Con la
inteligencia se proyecta, con la energía se ejecuta. Jesucristo, que es “sabiduría
y potencia de Dios” (1Cor 1, 24), se construyó un trono en el cual reposar.
El
trono es el alma del justo, que Jesucristo con su sabiduría creó, cuando no
existía; y con su potencia re‑creó, cuando se hallaba perdida. Se labró, pues,
un trono, para reposar en él, porque “el alma del justo es sede de la
sabiduría” (Sab 7, 27); y por boca de Isaías dijo. “¿Sobre quién dirigiré la
mirada, sino sobre el humilde, sobre el pacífico y sobre quien se estremece por
mis palabras?” (66, 2); y Salomón: “El rey que se sienta en el trono, disipa
todo mal con su mirada” (Prov 20, 8). Así Jesucristo, Rey de los reyes, se
sienta en su trono, o sea, reposa en el alma, y destruye todo mal de la carne,
del mundo y del diablo con su mirada, o sea, con el recurso de su gracia.
“Construyó
un gran trono de marfil ... “.Vamos a ver ahora cuál podría ser el significado
del marfil, del oro brillante, de las seis gradas, y de la parte alta redonda
en el respaldo, y de los dos brazos adheridos al asiento, y de los dos leones,
y de los doce leoncitos.
Marfil,
en latín ebur, viene de barrus (palabra india), elefante. Hay que observar que
entre los elefantes y los dragones existe una eterna lucha. Y los dragones,
esos gruesos reptiles, les tienden acechanzas con esta astucia. Se esconden
cerca de los senderos, recorridos frecuentemente por los elefantes; dejan pasar
a los primeros y atacan a los últimos, para que los primeros no puedan brindar
ayuda. Ante todo, les enlazan los pies, para que, con las patas atadas, se les
impida el caminar. Entonces los elefantes se apoyan a un árbol o a una peña
para aplastar a los dragones con su enorme peso y así matarlos.
El
motivo principal de esta lucha consiste en que los elefantes tienen la sangre
más bien fría y por eso son asaltados con gran avidez por los dragones, cuando
el calor es abrasador. Y los dragones los atacan sólo cuando los elefantes
están agravados por haber bebido hasta hartarse y tienen las venas hinchadas de
agua. Entonces los abaten y pueden chupar hasta la saciedad. Y atacan con preferencia
los ojos, que saben que son los más vulnerables, o el interior de las orejas
(Solino).
Los
elefantes son figuras de los justos y los dragones, de los demonios; y entre
ellos habrá guerra eterna. Los demonios colocan acechanzas a los pies de los
justos, o sea, a sus sentimientos; y los justos propiamente con los
sentimientos matan a los dragones; y así éstos son matados cabalmente allí
donde querían inocular el veneno.
La
ardiente lujuria de los demonios intenta destruir la castidad de los santos, y
los atacan sobre todo cuando los ven propensos a los placeres de la gula, que
puede pegar fuego a los rigores de la castidad. Y arremeten especialmente
contra los ojos, porque saben que son los primeros dardos de la lujuria. o
también: atacan primero los ojos, o sea, la razón y la inteligencia, que son
los ojos del alma, para arrancarlos, y procuran tapar las orejas, para que no
puedan escuchar la palabra de Dios.
Con
razón se dice “Salomón construyó un gran trono de marfil”: de marfil, con
respecto a la castidad, y grande, con respecto a la sublimidad de la
contemplación.
“Revistió
el trono con mucho oro brillante”. El vestido del alma es la fe, que es de oro,
si está iluminado por la luz de la caridad. De ese vestido habla el libro de la
Sabiduría: “En la túnica talar de Aarón estaba dibujado todo el orbe terráqueo”
(18, 24). En el vestido de la fe, que obra por la caridad, ha de haber los
cuatro elementos, de los que está compuesto todo el orbe: el fuego de la
caridad, el aire de la contemplación, el agua de la compunción y la tierra de
la humildad.
“Y
el trono tenía seis gradas”, que son el repudio del pecado, la acusación del
pecado, el perdón de la ofensa recibida, la compasión por los sufrimientos del
prójimo, el desprecio de si y del mundo y la consecución de la perseverancia
final.
“Y
el remate del trono era redondo en la parte posterior”, o sea, en el respaldo.
La parte alta del trono simboliza el deseo ardiente del alma de ver a Dios. “La
parte posterior era redonda”; o sea, el alma, al fin de su vida, será “redonda”
(o sea, perfecta), porque pasará de la esperanza a la visión. Dice el Salmo:
“La extremidad del dorso de la paloma resplandece de reflejos de oro” (67, 14).
La extremidad del dorso de la paloma, o sea, del alma, es la bienaventuranza eterna.
En ella el alma resplandecerá de reflejos de oro en la contemplación de la
Majestad divina.
“El
trono tenía dos brazos, uno a cada lado, adheridos al asiento”, o sea
escaño, que era de oro. El asiento es símbolo de la obediencia, que tiene dos
brazos: la memoria de la pasión del Señor y el recuerdo de la propia maldad.
junto a estos dos brazos hay dos leones, o sea, la esperanza y el temor. La
esperanza está cerca del brazo de la pasión del Señor, por cuyos ejemplos de
buena gana obedece, y por medio del cual espera conseguir lo que cree. Y cerca
del brazo del recuerdo de la propia maldad está el león del temor, el cual
amenaza el peligro de la muerte eterna, si falta la obediencia.
“Y
doce leoncillos estaban dispuestos sobre las seis gradas, de un lado y de
otro”. Los doce leoncillos simbolizan las doce virtudes, que enumera el Apóstol
en su carta a los Gálatas: “Los frutos del Espíritu son la caridad, el gozo, la
paz, la paciencia, la longanimidad, la bondad, la benignidad, la mansedumbre,
la fe, la modestia, la castidad y la templanza” (Gal 5, 22‑23). El espíritu del
justo, que es como el primero de los leoncillos, cultiva en sí mismo estas
virtudes.
14.‑
La bienaventurada virgen María. “El rey Salomón se construyó un trono...”. La
bienaventurada María es llamada “el verdadero trono de Salomón”. De ella dice
el Eclesiástico: “Yo habito en los cielos altísimos y mi trono está en una
columna de nubes” (24, 7). Como si dijera: “Yo, que habito en los cielos
altísimos, junto al Padre, elegí mi trono en una madre pobrecilla”.
Observa
que la bienaventurada Virgen, trono del Hijo de Dios, es llamada “columna de
nubes”: columna, porque sustenta nuestra fragilidad; “de nubes”, porque inmune
del pecado. Y este trono fue de marfil, porque la bienaventurada María fue
cándida por la inocencia y fría, o sea, exenta del fuego de la concupiscencia.
En
María hubo seis gradas, como está escrito en el evangelio de Lucas: “El ángel
Gabriel fue enviado ... a una virgen” (1, 26‑38).
La
primera grada fue la verecundia o el pudor: “Ella se turbó por las palabras del
ángel”. De aquí viene el dicho: “Al adolescente se recomienda la verecundia; al
joven, la jovialidad; y al anciano, la prudencia". La segunda grada fue la
prudencia: no contestó inmediatamente ni sí ni no, sino que comenzó a
reflexionar: “Y se preguntaba qué sentido tenía ese saludo”. La tercera grada
fue la modestia: preguntó al ángel: “¿Cómo será esto?”. La cuarta grada fue la
constancia en el santo propósito: “Yo no conozco varón”. La quinta grada fue la
humildad: “He aquí la esclava del Señor”. La sexta grada fue la obediencia:
“Cúmplase en mí conforme a tus palabras”.
Y
este trono fue revestido con el oro de la pobreza. ¡Oh dorada pobreza de la
gloriosa Virgen, que envolvió en pañales al Hijo de Dios y lo acostó en el
pesebre! Y con razón se dice que Salomón “revistió” el trono de oro, porque la
pobreza reviste el alma de virtudes; en cambio, la riqueza la despoja.
“Y
el remate del trono era redondo en la parte posterior”. El remate de la
bienaventurada María fue la caridad, por cuyo mérito, en la parte posterior, o
sea, en la eterna bienaventuranza, ocupa el lugar más excelso, que no tiene ni
principio ni término.
“Y
dos brazos adheridos al asiento, de una parte y de la otra”. El asiento, o sea,
el escaño de oro, fue la humildad de la Virgen María, sostenida por dos brazos:
la vida activa y la contemplativa. Ella fue a la vez Marta y María. Fue Marta,
cuando se dirigió a Egipto y después regresó de nuevo a Galilea; fue María,
cuando “conservaba todas estas palabras y las meditaba en su corazón” (Lc 2,
19).
“Y
dos leones”, o sea, Gabriel y Juan el evangelista; o también: José y Juan el
Bautista; “estaban junto a los brazos, a uno y a otro lado”: José, en relación
con la vida activa; y Juan, en relación con la vida contemplativa.
“Y
doce leoncillos”, o sea, los doce apóstoles, de una parte y de la otra, en
actitud de obsequio y de veneración.
De
veras, muy de veras, en ningún otro reino se labró una obra semejante, porque,
“como María, jamás hubo mujer en el mundo ni la habrá en el futuro” (Breviario
Romano). Por cierto, “muchas hijas reunieron riquezas”, o sea, cumplieron obras
buenas; pero la bienaventurada Virgen María “las sobrepasó a todas” (Prov 31,
29). Y un autor proclama de Ella: “Si también la Virgen callara, ninguna otra
voz en el mundo podría resonar”.
15.‑
“Después de haber hablado, Jesús dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las
redes para la pesca” (Lc 5, 4). En latín se dice: “Duc in altum”, o sea,
conduce donde es profundo. Altus significa tanto profundo como alto, y por eso
puede referirse tanto a las cosas que están por encima como a las que están por
debajo. Se puede decir tanto alto delo como alto mar
A
Simón, como a todo obispo, se dice: “Navega mar adentro”; y después, en seguida
se les dice a sus sufragáneos y a sus colaboradores: “Echen las redes para la
pesca”. Si la barca de la iglesia no es guiada por el prelado mar adentro”, o
sea, a las alturas de la santidad, los sacerdotes no echan las redes para la
pesca, sino que desvían a las víctimas hacia lo profundo,
Se
lee en Oseas.‑ “Escuchen esto, oh sacerdotes; contra ustedes se hace el juicio,
porque llegaron a ser un lazo, en lugar de vigilar, y como una red tendida
sobre el Tabor. E hicieron caer a las víctimas en lo profundo” (5, 1‑2). Presta
atención a estas tres palabras: lazo, red e hicieron caer, porque ellas señalan
los tres vicios de los sacerdotes: la negligencia, la avaricia, y la gula y la
lujuria.
La
negligencia: “Llegaron a ser un lazo, en lugar de vigilar”. Los sacerdotes
tienen el deber de vigilar; pero por su negligencia sus súbditos “caen en el
lazo del diablo” (1Tim 6, 9).
La
avaricia: “Y como una red tendida sobre el Tabor”. En el monte Tabor se
transfiguró el Señor. El nombre se interpreta “luz que viene”, e indica el altar
en el cual se realiza la transfiguración, o sea, la transustanciación de las
especies del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo; y por medio
de este sacramento entra la luz en el alma de los fieles. Sobre este monte
Tabor los sacerdotes, o, más bien, para decirlo más claramente, los mercaderes,
extienden la red de su avaricia para amontonar dinero. Celebran la misa por
dinero; y si no fuesen seguros de recibirlo, en ningún modo celebrarían la
misa; y así el sacramento de la salvación se torna instrumento de codicia.
La
gula y la lujuria: “Y hacen caer las víctimas en lo profundo”. Las víctimas son
las ofertas de los fieles, que hacen caer en lo profundo, que quiere decir
procul a fundo, lejos del fondo, o sea, para satisfacer la gula y la lujuria.
La víctima es así llamada, porque cae herida por un golpe (en latín víctima,
ictu percussa). Con las ofertas de los fieles, que desuellan, engordan sus
caballos y potros, sus concubinas y sus hijos. La Ley mandaba que el mamzer, o
sea, el hijo de una ramera, no entrara en la casa del Señor. En cambio, he ahí
que los hijos de las meretrices no sólo entran en la casa del Señor, sino que
hasta comen sus bienes.
16.‑
A esta segunda parte del evangelio concuerda la segunda parte de la epístola:
“El que quiere amar la vida y ver días felices, refrene su lengua del mal y sus
labios de palabras de engaño... El rostro del Señor está contra los que obran
el mal” (1 Pe 3, 10‑12).
El
bienaventurado Pedro tomó estas palabras del Salmo de David (33, 13‑15), en el
cual se destacan estos tres momentos: la gloria eterna de los justos, la vida
de los penitentes y el castigo para quien obra el mal. La gloria eterna: “El
que quiere amar la vida”; la vida de los penitentes: “Refrene su lengua”; y el
castigo para quien obra el mal: “El rostro del Señor está contra los que obran
el mal”.
La
verdadera penitencia consiste en estos seis actos: refrenar la lengua del mal.
“Creo que la primera de las virtudes sea reprimir la lengua; sólo imponiendo
silencio, se corrige una mala lengua” (Catón). No decir palabras de engaño.
Está escrito: “Señor, ¿quién habitará en tu tienda? Ciertamente el que no trama
engaños con su lengua” (Salm 14, 1‑3). Evitar el mal; pero esto no basta: hay
que obrar el bien. Busca la paz; busca la paz dentro de ti mismo; y si la
hallas, sin duda tendrás la paz con Dios y el prójimo. Y conquista la paz con
la perseverancia final.
En
los que obran así, se posan los ojos de la misericordia del Señor; y los oídos
de su benevolencia están abiertos a sus oraciones.
El
castigo de los impíos: “El rostro del Señor, o su rostro airado, está contra
los que obran el mal”.
Estos
tres momentos, o sea, la gloria, la penitencia y el castigo, Jesucristo los
predicó a las turbas, después de haber subido a la barca; y su vicario no deja
de proclamarlos cada día a todos los fieles.
Roguemos,
queridísimos hermanos, al mismo Señor Jesucristo, que, por medio de la
obediencia, nos haga subir también a nosotros en la barca de Simón; nos haga
sentar en el trono de marfil de la humildad y de la castidad; nos haga conducir
nuestra barca desde las cosas terrenas a las alturas de la contemplación y nos
haga echar nuestras redes para la pesca. Y así, con la mayor abundancia de
nuestras obras, podremos llegar a aquel Dios, que es sumamente bueno.
Nos
lo conceda el mismo Dios, que vive y reina por todos los siglos. ¡Amén!
¡Aleluya!
17.‑
“Simón respondió: “Maestro, hemos trabajado toda la noche, y nada hemos
pescado; pero en tu palabra echaré la red”. Y habiéndolo hecho, encerraron una
gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los
compañeros de la otra barca, para que viniesen a ayudarlos. Vinieron y llenaron
ambas barcas, de tal manera que se hundían” (Lc 5, 5‑7).
La
noche es llamada así, porque perjudica los ojos (en latín, hay una asonancia
entre nox, noche, y nocere, perjudicar), porque les impide ver, El que trabaja
de noche, no apresa nada, sino que, más bien, a veces es apresado. Dice el
Salmo: “Pones las tinieblas, y es la noche. En ella corretean todas las bestias
de la selva” (103, 20). Cuando la noche, o sea, la oscuridad del pecado,
desciende en un alma, entonces todas las bestias, o sea, los demonios,
corretean por ella y la dilaceran. El que trabaja de noche, o sea, fatiga en la
oscuridad de esta vida para apoderarse de algo, no logra nada, porque nada son
las cosas temporales.
Dice
Jeremías: “Miré a la tierra; y he ahí que estaba vacía y era como una nada” (4,
23). La palabra nada, en latín nihilum, está compuesta de nihil, nada, y de
illum, él. La nada sigue al que, aquí abajo, abraza la tierra vacía. Nihil es
un término abstracto, no una cosa; y está compuesto de no y de illum, que
antiguamente se escribía úllum. De este nihil, nada, dice Isaías: “Todas las
naciones, delante de ti, son como nada; son consideradas como una nada y como
cosa vana” (40, 17). Todas las naciones, o sea, los que viven como paganos, son
delante de Dios como no existentes. Existen en el mundo de la naturaleza, pero
no en el mundo de la gracia, porque existir “malamente”, es como no existir; y
el que está fuera de la verdadera existencia, puede ser considerado como una
nada y como cosa vana.
Tienen
verdadera y peculiar existencia las cosas que no pueden aumentar en su
intensidad (densidad), ni disminuir por su contracción, ni cambiar en su
variación. “El ser tiene como contrario sólo el no ser” (Agustín). Pues bien,
el que crece en la tensión hacia las cosas temporales, el que disminuye
contrayéndose por falta de la caridad, el que cambia en la variación, o sea, en
la inestabilidad de su mente, ése tal decae de la verdadera existencia, y por
ende “es considerado como una nada y como cosa vana”.
“En
tu palabra echaré la red”. Comenta la Glosa: “Si los instrumentos de la
predicación no fueran echados en la palabra de la gracia celestial, o sea, por
inspiración interior, en vano el predicador lanza el dardo de su voz, porque la
fe de los pueblos no nace de la sabiduría de un discurso acicalado, sino por
obra de la divina llamada. ¡Oh vana presunción, oh humildad fructuosa! Los que
antes no habían apresado nada, en la palabra de Cristo capturan una gran
cantidad de peces. Se rompen las redes por la gran abundancia de peces, porque
ahora, junto con los elegidos , entran también tantos réprobos, que con sus
herejías dilaceran a la misma Iglesia. Se rompen las redes, pero no se pierden
los peces, porque el Señor protege a los suyos, también en medio de las
persecuciones y de los escándalos”.
“En
tu palabra”, no en la mía, “echaré las redes”. Cada vez que las eché en mi
palabra, no capturé nada. ¡Pobre de mí! Cada vez que las eché en mi palabra, me
lo atribuí a mí mismo y no a ti; me prediqué a mí mismo, no a ti; prediqué mis
cosas y no las tuyas; y por eso no apresé nada. Y si algo apresé, se trataba no
de un pez, sino de una rana cantarina, para que me alabara; ¡y también esto era
una nada!.
“En
tu palabra echaré las redes”. Echa las redes en la palabra de Jesucristo aquel,
que nada se atribuye a sí mismo, sino todo a El; y el que vive según lo que
predica. Si así hace, capturará una abundante cantidad de peces.
18.‑
Sobre todo esto hallamos una concordancia en el tercer libro de los Reyes,
donde se relata que “Ellas subió a la cumbre del Carmelo y, postrándose en
tierra, puso su rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: “Sube ahora y
mira hacia el mar”. Y él subió, miró y dijo: “No veo nada”. De nuevo Ellas
dijo: “Retorna siete veces”. La séptima vez, he ahí una nubecilla, pequeña como
una huella humana, subía del mar. Y muy pronto los cielos se oscurecieron por
las nubes y por el viento; y cayó una gran lluvia” (3Rey 18, 42‑45).
Ahora
bien, vamos a ver qué significado tengan Elías y la cumbre del Carmelo; qué
signifiquen “postrándose” y “tierra”; qué quiere decir “el rostro entre las
rodillas”; qué signifiquen el criado, las siete veces, la nubecilla, la huella
humana, el mar, las nubes, el viento y la lluvia.
Elías
es el predicador, que debe subir a la cumbre del Carmelo, que se interpreta
“ciencia de la circuncisión”, e indica la perfección de una vida santa, en la
cual el hombre aprende muy bien a cortar de sí mismo todas las cosas
superfluas.
“Postrándose”:
he ahí la humildad; “en tierra”: he ahí el recuerdo de la propia debilidad; “y
puso su rostro entre las rodillas”: he ahí el dolor por las iniquidades
pasadas. “Y dijo al criado: “Sube y mira hacia el mar”. El criado, en latín
puer, viene de pureza, e indica el cuerpo del predicador, que debe ser
conservado en toda pureza. Y este criado debe mirar hacia el mar, o sea, hacia
los mundanos, contaminados por la amargura del pecado. Y mira hacia ellos,
cuando en su predicación propone los remedios contra sus vicios.
Y
debe “mirar siete veces”, o sea, debe explicar los siete artículos de la fe,
que son: la encarnación, el bautismo, la pasión, la resurrección, la ascensión,
la venida del Espíritu Santo y el retorno de Jesucristo para el juicio final,
en el cual los pecadores, condenados, “serán echados en el estanque del fuego
ardiente, donde habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt 13, 42; y Ap 21, 8).
En
este séptimo articulo, como en la séptima vez, mientras la masa de los mundanos
estará consternada por el temor a los castigos eternos, desde el mar, o sea,
desde su corazón, el predicador verá levantarse una nubecilla, o sea, un poco
de compunción, pequeña como una huella humana, en la cual está simbolizada la
gracia de Jesucristo.
Y
cuando la gracia de Jesucristo se infunde en la mente del pecador, entonces,
sin duda, la nubecilla de la compunción comienza a subir, y poco a poco crece,
y llega a ser una gran nube, que oscurece el falso esplendor de las cosas
temporales. Después, se levanta el viento impetuoso de la confesión, que arranca,
de raíz, todos los vicios; y comienza a caer la gran lluvia de la satisfacción,
que empapa la tierra y la hace germinar. Y así el predicador captura de veras
una gran cantidad de peces.
“E
hicieron señas a los compañeros de la otra barca, para que viniesen a
ayudarlos”. Hemos dicho anteriormente que estas dos barcas simbolizan las dos
vidas: de los penitentes y de los carnales (n. 6). Los que están en la barca de
Simón, o sea, que viven en la obediencia y en la penitencia, llaman a los que
llevan una vida carnal, para que acudan y los ayuden.
Algo
semejante hallamos en el tercer libro de los Reyes, donde se relata que
“Salomón mandó a decir a Hiram, rey de Tiro, que le prestara ayuda para
construir el templo del Señor” (3Rey 5, 1‑6). Así éstos llaman a los carnales
con la predicación, para que vengan, o sea, para que se alejen de la vanidad
del mundo, y los ayuden, o sea, que se dediquen a las obras de penitencia. Y de
esa manera llenarán ambas barcas y construirán el templo del Señor, o sea, con
los primeros y con los segundos construirán, con piedras vivas, el templo de la
Jerusalén celestial.
19.‑
Con esta tercera parte del evangelio concuerda la tercera parte de la epístola:
“¿Y quién les podrá hacer algún daño, si ustedes son consecuentes imitadores
(de los que hacen el bien)? Y si padecen alguna cosa por la justicia, ‑¡felices
ustedes! Por lo tanto, no se amedrenten por temor de ellos, ni se conturben” (1
Pe 3, 13‑14). Pedro así habla a los penitentes, extraídos del mar del mundo con
la red de la predicación. Si ustedes son consecuentes imitadores de los que los
llamaron a la penitencia, ¿quién les podrá hacer algún daño? Como si dijera:
“¡Nadie, ni hombre, ni diablo!”. “Y si padecen algo por la justicia”, no por la
culpa, ¡bienaventurados ustedes! o sea, “bienaventurados” es “bien aumentados”
(en latín, beati, bene aucti), porque les será acrecentada la corona del
premio.
“No
se amedrenten por temor de ellos”, porque “el que teme no es perfecto en la
caridad” (1Jn 4, 18). Y observa que dice: “¡No se amedrenten por temor!”. Hay
un doble temor: el temor de las cosas y el temor de los cuerpos.
que
ama a Dios, desprecia ambos temores. “Y no se conturben”, para que no sean
distraídos de la constancia de su mente. Y no dice “no se turben”, sino “no se
conturben”, porque si a veces el cuerpo se turba exteriormente, con todo la
mente debe permanecer interiormente constante y estable.
Roguemos,
pues, hermanos queridísimos, al Verbo de Dios Padre, para poder echar las redes
de la predicación en su palabra y no en la nuestra; y para poder sacar del
cieno de los vicios a los pecadores y para poder subir al mismo Verbo junto con
ellos.
Nos
lo conceda aquel, que es el Dios bendito por los siglos de los siglos. ¡Amén!
¡Así sea!
20.‑
“Al ver esto, Simón Pedro se echó a las rodillas de Jesús, diciendo: “Señor,
aléjate de mí, que soy un pecador”. Por la pesca que hablan hecho, el estupor
se había apoderado de él y de todos los que estaban con él; y, asimismo, de
Santiago y de Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús
dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Trajeron a
tierra las barcas, y, abandonándolo todo, lo siguieron” (Lc 5, 8‑11).
Pedro,
reconociéndose pecador, temió ser aplastado por la presencia de tan grande
Majestad; y por esto dijo: “Aléjate de mí, que soy pecador”.
El
que se reconoce pecador, se echa a las rodillas de Jesús. Y en este episodio
debemos considerar dos cosas: el temor causado por los pecados, cuando dice “se
echó”; y la esperanza en la misericordia del Redentor “a las rodillas de
Jesús”. Y a propósito el Señor promete por boca de Isaías: “Serán llevados a
los pechos y serán acariciados sobre las rodillas” (66, 12).
En
latín los “pechos, o mamas, se dicen úbera. Y se llaman úbera, porque son
uvida, o sea, mórbidas y colmadas de leche. observa que dos son los pechos: la
encarnación y la pasión. La primera fue de consolación y la segunda de
reconciliación. Los penitentes, que acaban de convertirse, como lactantes (en
latín, mammothrepti), son llevados a los pechos, para ser consolados con la
leche de la encarnación y ser reconciliados con la sangre, que salió del pecho
abierto por la lanza en el monte Calvario; y así ser reconfortados para
sobrellevar la pasión.
También
son acariciados sobre las rodillas de la benevolencia del Padre, como hace la
madre con el hijo, para que tengan la absoluta seguridad que, quien les ofreció
los pechos de la encarnación y de la pasión, de ninguna manera les negó el
perdón de los pecados y la bienaventuranza del Reino.
“Aléjate
de mí”. ¿Dónde se encuentra hoy uno que tema ser aplastado por un beneficio
demasiado grande? Pedro tuvo temor. En cambio, nosotros, conscientes de tantos
crímenes, nos acercamos a la presencia de la Majestad divina sin respeto y sin
temor. La divina Majestad está presente, donde se halla el cuerpo de Cristo,
gloria de los ángeles; donde se hallan los sacramentos de la Iglesia; donde se
administran los santos misterios. Por cierto, nosotros creemos en todo ello; y,
no obstante, obstinados en la malicia, no desistimos de pecar. Por eso el Señor
habla por boca de Jeremías. “¿Cómo es que mi dilecto cometió muchas
abominaciones en mi casa? ¿Crees que las carnes de los sacrificios te liberarán
de tus pecados?” (11, 15). ¡No, por cierto! Más bien, los aumentarán.
“Gran
estupor se había apoderado de él y de sus compañeros”. ¡Pedro y sus compañeros
quedan atónitos ante una pesca tan abundante! También nosotros debemos
asombrarnos ante la conversión de los pecadores, como lo hacían aquellos, de
los cuales se relata en el libro de los jueces que “Sansón hirió a los
filisteos causando tales estragos, que, por el asombro, pusieron la pantorrilla
sobre el muslo” (Juec 15, 8), (o sea, cruzaron las piernas). La pantorrilla es
el músculo posterior de la tibia.
Cuando
el Señor hiere a los filisteos, o sea, a los demonios, y libera de sus manos a
Israel, o sea, al alma, también nosotros debemos asombrarnos y poner la
pantorrilla sobre el muslo. En el muslo está simbolizado el placer carnal, y sobre
él ponemos la pantorrilla cuando, tras el ejemplo del pecador convertido,
refrenamos el placer de la carne con la mortificación de la carne.
“No
temas: desde hoy serás pescador de hombres”. Esto compete de manera particular
al mismo Pedro, al cual Jesús explica el significado de la captura de los
peces. Como entonces apresaba los peces con las redes, así en adelante
apresaría a los hombres con las palabras.
O
también: Porque fuiste humilde y te avergonzaste de las manchas de tu vida,
pero esta vergüenza no te impidió confesarlas; más bien, una vez descubierta la
llaga, buscaste el remedio; por eso en adelante serás pescador de hombres.
“Después
de haber traído a tierra las barcas, lo abandonaron todo y lo siguieron”.
Cristo, el gigante que tiene en sí mismo las dos naturalezas y el ágil corredor
que devora sus caminos, se lanzó con gozo a recorrer su camino y a llevar a
cabo el cometido por el cual había venido. El que quiere seguirlo, debe
abandonarlo todo, todo deponer y todo posponer, porque el que está cargado, no
puede seguir al que corre.
Dice
el tercer libro de los Reyes: “La mano del Señor estuvo sobre Elías, el cual,
con los lomos ceñidos, comenzó a correr” (3Rey 18, 46). La mano, en latín
manus, suena como munus, don, ayuda, y es la gracia de Dios, que, cuando está
en el hombre, le infunde una ayuda tan grande que, con los lomos ceñidos, puede
correr por medio de la castidad y, hecho pobre y desnudo por la pobreza, seguir
a Cristo pobre y desnudo
2 1.‑
En fin, con esta cuarta parte del evangelio concuerda la cuarta parte de la
epístola: “Santifiquen a Cristo, el Señor, en sus corazones” (1 Pe 3, 15).
Presta atención a estas tres palabras: el Señor, Cristo y santifiquen. Señor
viene de “señorío”; Cristo viene de “crisma”, óleo mezclado con bálsamo perfumado;
y santo se dice en griego agios, o sea, sin tierra (a, sin, gés, tierra).
En
la tierra hay cuatro fealdades: la inmundicia, la insaciabilidad, la oscuridad
y la fragilidad. El que está “sin tierra”, o sea, sin el apego a las cosas
terrenales, en las que se hallan la inmundicia de la lujuria, la insaciabilidad
de la avaricia, la oscuridad de la ira y de la envidia y la fragilidad de la
inconstancia, éste, sin duda, santifica en su corazón al Señor como humilde
siervo y a Cristo como auténtico cristiano.
Hermanos
queridísimos, derramemos nuestras súplicas al mismo Jesucristo, para que,
dejadas todas nuestras cosas, nos conceda poder correr con los apóstoles y
santificarlo en nuestros corazones; y así mereceremos llegar a El, que es el
Santo de todos los santos.
Nos
lo conceda el mismo Señor, que es digno de alabanza y de amor, dulce y suave. A
El sean el honor y la gloria por siglos eternos.
Y
toda alma penitente, extraída del lago de Genesaret, diga: “ ¡Amén! ¡Aleluya!.