Por fecha del 2012 salió una colección que a mí me interesaba sobre las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick, Había sido anunciado por un periódico, "La Gaceta". Cinco tomos, uno por semana, puntualmente me lo reservaban. Siempre me han interesado estos buenos libros,
y la Natividad de Nuestro Señor el 25 de noviembre]
44. Nacimiento de Jesús
He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada
vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no
era ya visible. María, con su amplio vestido, desceñido, estaba arrodillada en
su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la media noche la vi
arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía
las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por
momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los
seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía
palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda,
una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María a lo
más alto del cielo. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias
celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con toda claridad seis
coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la Tierra en
medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había
convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo
delante de María.
Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo
luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una
alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba
creciendo ante mis miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan
potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció
algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin
tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía, y lo oí
llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma, y, tomando
al Niño, lo envolvió en el paño que lo había cubierto, y lo tuvo en sus brazos,
estrechándolo contra su pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana,
hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo.
Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del
Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la
tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad, de fervor. Solo
cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del
Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas
de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
María envolvió al Niño: tenía solo cuatro pañales. Más tarde
vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban,
parecían absortos en muda contemplación. Ante María, arropado, como un niño
común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un
relámpago. «¡Ah», decía yo,
«este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!».
He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por
José, con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la
gamella cavada en la rocha, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba
allí hacia el mediodía. Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre,
permanecieron los dos a ambos lados, derramado lágrimas de alegría y entonando
cánticos de alabanza.
José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al
pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada
en un vestido blanco que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los
primeros días sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo: pero nunca
la vi enferma ni fatigada.
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