sábado, 2 de diciembre de 2017

Beato Carlos de Blois; Beata María Astorch - diciembre, día 2




Beato Carlos de Blois
Imagem do Beato Charles de Blois, duque da Bretanha,
na igreja de Notre-Dame de Bulat-Pestivien, Bretanha, França



Santos Franciscanos para cada día

Fray Giulano Ferrini OFM

Fr. José Guillermo Ramírez OFM

Edizioni Porciuncula

1ª edición julio 2000

Reimpresión 2001


Diciembre, día 2
Duque de la Tercera Orden (1320-1364)
Aprobó su culto: Pío X , el 14 de diciembre de 1904



Carlos de Blois, Duque de Bretaña, nació en 1320, hijo de Guido de Chatillon y de Margarita de Valois, hermana del rey de Francia Felipe VI. A sus dotes físicas e intelectuales unía profundas virtudes cristianas: piedad, humildad y espíritu de sacrificio.

El 4 de junio de 1337 fue dado como esposo a Juana de Penthiève, sobrina del duque de Bretaña y su presunta heredera. Muerto Juan III de Bretaña el 30 de abril de 1341, Carlos, para defender los derechos de su esposa, tuvo que tomar las armas contra Juan de Monfort, hermanastro del difunto, que reivindicaba para sí el ducado. Esta lucha de sucesión, un capítulo de la guerra de los cien años, transformó a Bretaña en un campo de batalla, donde se enfrentaron Francia e Inglaterra, aliadas de los dos partidos contrarios. Carlos, leal caballero, se impuso el deber de combatir, aunque su índole lo hubiera llevado más bien a una vida de contemplación y de oración.
 

En efecto escribía más tarde: “Mejor hubiera sido si yo fuera Hermano Menor, porque el pueblo de Bretaña no puede tener paz a causa de nuestras luchas y sin embargo yo no puedo hacer nada sin el consejo de los barones”. De 1341 a 1347 la guerra le fue favorable; en este período aportó para la iglesia de los franciscanos de Guingamp ornamentos suntuosos e hizo construir una capilla real dedicada al obispo San Luis de Anjou. En esta misma iglesia ingresó a la Tercera Orden Franciscana Seglar, esforzándose toda su vida en seguir la regla y espiritualidad franciscanas.

El 20 de junio de 1347 cayó prisionero en la batalla de la Roche? Derrien. Entonces padeció una prolongada y dolorosa prisión en Londres de 1348 a 1356. En aquellos años escribió la biografía de su Santo predilecto, San Ivo de Bretaña, cuya canonización había obtenido del Papa.



Liberado de la prisión pudo gozar de una paz relativa. En 1363 volvió a surgir la guerra a pesar de los arbitrajes, y el 29 de septiembre de 1364 Carlos sucumbió en la batalla de Auray. Su cuerpo revestido de cilicio y del hábito franciscano fue inhumado en la iglesia de los franciscanos de Guingamp. De inmediato el pueblo lo veneró como santo : siete años después de su muerte, Juana de Penthiève hizo comenzar las diligencias para su canonización.


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la siguiente publicación, procede de 




Duque de Bretaña


Martirologio Romano: En Vannes, en el litoral de Bretaña Menor (Francia), beato Carlos de Blois, varón piadoso, manso y humilde, duque de Bretaña, que pese a su deseo de ingresar en la Orden de Hermanos Menores, se sintió obligado a defender el principado en contra de un adversario y, hombre constante en las desgracias, sufrió larga cárcel, siendo asesinado en una batalla, junto al Aubray. ( 1364)


******** Beato Carlos de Blois, laico

fecha: 29 de septiembre
n.: 1319 - †: 1364 - país: Francia
canonización: Conf. Culto: Pío X 29 nov 1904

hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Vannes, en el litoral de Bretaña Menor beato Carlos de Blois, varón piadoso, manso y humilde, duque de Bretaña, que pese a su deseo de ingresar en la Orden de Hermanos Menores, se sintió obligado a vindicar el principado en contra de un adversario y, hombre constante en las desgracias, sufrió larga cárcel, siendo asesinado en una batalla, junto al Aubray.

Este santo, perteneciente a una de las familias reales de Francia y que tuvo la desgracia de pasar nueve años prisionero en la Torre de Londres, vino al mundo en Blois, el año de 1320; su padre era Guy de Chátillon, conde de Blois, y su madre, Margarita, era hermana de Felipe VI, rey de Francia. Desde su infancia, Carlos demostró que poseía grandes virtudes naturales, un valor a toda prueba y que estaba maravillosamente dotado para destacarse en la alta dignidad donde había nacido. En 1337, se casó con Juana de Bretaña y, por ese matrimonio, obtuvo para sí el ducado de Bretaña. Pero aquel título le fue disputado por Juan de Montfort y, como era costumbre en aquellos tiempos, la querella se convirtió en una guerra feudal que se prolongó durante toda la existencia de Carlos. Éste hizo todo lo que estuvo de su parte por restablecer la concordia, sobre todo para aliviar la carga de los impuestos de guerra que pesaba sobre sus súbditos, y se afirma que llegó incluso a proponer al de Montfort que se pusiera fin al asunto de una vez por todas, mediante un combate personal, a muerte, entre ellos dos. Pero el adversario no aceptó. Tras una de las innumerables batallas, las fuerzas de Carlos de Blois tomaron la ciudad de Nantes, y la primera medida que adoptó el conde al entrar en la plaza conquistada, fue la de distribuir abundantes socorros entre los pobres y necesitados; lo mismo hizo en Rennes, en Guingamp y en otras ciudades. Durante sus campañas, fundó iglesias y casas de religiosos, donde él pudiese orar por su causa y por las almas de los que habían muerto en las batallas.

Por regla general, se comportaba de tal manera, que el menos devoto de sus soldados comentaba con sus compañeros que el conde estaba destinado más bien a ser monje que guerrero. Descalzo y mal cubierto por un hábito desgarrado, emprendió una peregrinación al santuario de San Ivo, en Tréguier y, cuando puso sitio a la ciudad de Hennebont, dispensaba a los soldados de montar la guardia para que asistieran a la misa. Por esta razón, protestó uno de los oficiales. «Señor mío -le replicó Carlos- siempre tendremos ciudades y castillos para conquistar. Si nos los arrebatan, Dios nos ayudará a tomarlos de nuevo. También la misa la tenemos con frecuencia, pero nos es imposible dejar de asistir a ella». A decir verdad, Carlos era tan buen soldado como buen cristiano, pero detestaba la guerra. Contaba con el apoyo del rey de Francia, en tanto que su enemigo, Juan de Montfort, tenía la ayuda del rey Eduardo III de Inglaterra, el cual, por razones que él sólo conocía, había anunciado su firme intención de recuperar las propiedades que «por herencia legal» tenía en Francia. Durante cuatro años, Carlos pudo mantener a raya a sus enemigos, pero en 1346, comenzaron sus repliegues y sus infortunios. A fin de cuentas, Francia fue derrotada por Inglaterra en la batalla de Crecy, la ciudad de Poitiers fue saqueada y medio destruida la de Poitou. Casi inmediatamente después, Carlos de Blois Iibró una furiosa batalla en La Roche-Derrien, cerca de Tréguier, fue derrotado, capturado y embarcado en una nave con rumbo a Inglaterra.

Desde su arribo fue encerrado en la siniestra Torre de Londres y se pidió una suma fabulosa por su rescate. Como era casi imposible reunir tanto dinero, el conde pasó nueve años en la infecta prisión. Como lo hicieron tantos prisioneros en la Torre, antes y después de Carlos de Blois, éste hizo más llevadero su castigo y aun lo santificó, por la paciencia con que lo soportaba y sus constantes oraciones. Su resignación y la tranquila mansedumbre que mostraba en las penalidades, le conquistaron la simpatía y la admiración de los carceleros. En cuanto obtuvo su libertad, retornó a Francia y continuó en la lucha armada, durante otros nueve años, para defender su ducado de Bretaña, con períodos de mala y de buena fortuna, pero adquiriendo siempre mayor respeto y admiración por parte del pueblo que gobernaba. Hizo otra peregrinación a la iglesia de la Bonne Nouvelle en Rennes y, durante largo tiempo, se creyó que aquel acto de piedad tenía como propósito conmemorar una de las batallas que había ganado, pero se comprobó posteriormente que no había otro motivo para la peregrinación, que la devoción del beato.



Carlos de Blois hecho prisionero en la Roche-Derrien 


El último encuentro armado tuvo lugar en Auray, el 29 de septiembre de 1364. Las fuerzas inglesas estaban al mando de Sir John Chanclos. Los franceses, con Bertrand de Guesclin a la cabeza, fueron derrotados. El de Guesclin fue hecho prisionero y, en el curso de la cruenta batalla, Carlos de Blois, el hombre que siempre había deseado ser un fraile franciscano y no un príncipe, quedó muerto en el campo. Sus restos fueron sepultados en Guingamp y no pasó mucho tiempo sin que circularan insistentemente los rumores de que se realizaban numerosos milagros en su tumba. A pesar de las fuertes protestas de Juan de Monfort, que temía perder el apoyo de Inglaterra si se llegaba a proclamar santo a su rival, se inició un movimiento en favor de la canonización de Carlos de Blois. Se afirma que el Papa Gregorio XI llegó a decretar la canonización de Carlos, pero, en el tumulto y la confusión de la partida del Papa de su exilio en Aviñón, en 1376, la bula no fue firmada ni emitida. Sin embargo, el pueblo continuó con su culto al beato Carlos, y en algunas partes se celebraba una fiesta especial en su honor. Por fin, en el año de 1904, el antiguo culto al beato fue confirmado por el papa san Pío X.

Los bolandistas mencionan a Carlos de Blois entre los praetermissi del 29 de septiembre, en el Acta Sanctorum, y hacen referencias a la obra del Papa Benedicto XIV, De... Beatificatione, lib. 2, cap. 8. Ver el Monuments du procés de canonisation du B. Charles de Blois (1921), de A. de Sérent, quien incluyó en la obra el relato que escribió Dom Plaine en 1872 sobre el Beato Carlos. Véase a G. Lobineua, en Histoire de Bretagne (1744), vol. II, pp. 540-570; a N. Mauric:e-Dénis-Boulet, en La Canonisation de Charles de Blois, una nota publicada en la Revue d'histoire de l'Eglise de France, vol. XXVIII (1942), pp. 216-224. Decreto de confirmación de culto en ASS 38 (1905-6), pág. 36.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


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También es 



BEATA MARÍA ÁNGELA ASTORCH. Nació en Barcelona el año 1592 en el seno de una familia acomodada. Muy pronto quedó huérfana de padre y madre, y fue su nodriza quien le dio una buena educación. En 1603, muy joven, ingresó en el monasterio de las clarisas capuchinas de su ciudad, en el que emitió su profesión en 1609. Cuando tenía 21 años de edad, la mandaron a Zaragoza como maestra de novicias. Luego gobernó aquel monasterio como abadesa, y en 1645 fundó el de Murcia, en el que fue abadesa y maestra de novicias. Tuvo en alto grado el don de la contemplación, alimentada particularmente en la meditación asidua de la Liturgia de las Horas. Ha sido calificada como «La mística del Breviario». Educó a sus religiosas en las virtudes humanas y cristianas, y tuvo para con ellas una caridad solícita y entrañable. Escribió importantes relatos autobiográficos. Murió en Murcia el 2 de diciembre de 1665, y fue beatificada por Juan Pablo II en 1982.-

Oración: Oh Dios, rico para todos los que te invocan, que adornaste a la beata María Ángela, virgen, con el don de penetrar de modo inefable en el tesoro de tus riquezas mediante la diaria liturgia de alabanza: concédenos, por su intercesión, dirigir a ti de tal manera nuestras acciones, que seamos alabanza de tu gloria en Jesucristo, tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

(fuente: DIRECTORIO FRANCISCANO) 

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Fiesta: 2 de diciembre
Beatificación: Juan Pablo II, 23 de mayo de 1982
Nacimiento: Barcelona (España), en 1592
Muerte: Murcia (España), 2 de diciembre de 1665
Orden: Franciscanas Clarisas Capuchinas








Vida de la beata María Ángela Astorch
Fuente: Rufino María Grandes, OFMCap., en Nuevo Año Cristiano, Edibesa, Madrid 2001, 2 de diciembre.

María Ángela Astorch es una beata reciente, puesta en los altares por Juan Pablo II en 1983, después de más de 300 años de la muerte de esta mujer, eximia testigo de la tradición mística española. Ha sido hasta hoy una desconocida. Si en 1773 el jesuita Luis Ignacio Zevallos escribía una obra de 580 páginas (in folio) sobre "Vida y virtudes, favores del cielo, milagros y prodigios de la Venerable Madre Sor María Ángela Astorch, fundadora en la ciudad de Murcia de su ilustre convento de capuchinas de la Exaltación del Santísimo Sacramento", y para esta obra se servía de los escritos de la venerable, de hecho no ha existido hasta el momento (1985) un libro que recopilase propiamente las páginas que salieron de sus manos, debidamente ordenadas. Su relación autobiográfica y sus minuciosas cuentas de conciencia a los confesores nos dan la pista para seguirle en su vida y trazar los rasgos de su espiritualidad.

UNA VIDA EN TRES ETAPAS: BARCELONA, ZARAGOZA, MURCIA
Nació en Barcelona y fue bautizada, en la parroquia de Nuestra Señora del Pino, en 1592, cuarto vástago de un matrimonio acomodado de la Ciudad Condal, Cristóbal y Catalina. De aquel matrimonio vinieron al mundo cuatro hijos: la mayor, Isabel, capuchina en su día, a quien María Ángela profesó verdadera devoción y a quien, muerta, la veneraba como santa; dos varones, Juan José, que vivió sólo ocho años, y Cristóbal, que fue religioso servita. Sin cumplir un año queda huérfana de madre, y a los cinco muere también el padre. María Ángela en Sarriá es confiada a los cuidados del ama, bajo la vigilancia de sus tutores.

Toda la infancia de esta criatura, por parte de padres y ama, estuvo arropada de amor y ternura, en un clima profundamente religioso. A los 7 años ocurre algo extraordinario, que ella ha de referir puntualmente cuando escriba, para un confesor, el "Discurso de su vida". Es dada como muerta y acuden para el entierro su hermana Isabel, ya monja, acompañada de la madre Serafina, venerable iniciadora de las capuchinas en Barcelona. La oración de la santa madre obra el portento de que la pequeña María Ángela vuelva a la vida.

Fue una niña que llegó precozmente a mayor, hasta el punto de que pudo escribir: "Mi niñez no fue sino hasta los siete años y, de éstos en adelante, fui ya mujer de juicio y no poco advertida, y así, sufrida, compuesta, callada y verdadera". "Llegada a los once años cumplidos y entrada en los doce cosa de trece días, en el año de 1603, en 16 días del mes de septiembre, entré religiosa capuchina con mi gusto y de mi propia voluntad."

La recibía la madre Serafina Prat. Esta catalana, hoy en vías de beatificación, fue quien implantó las capuchinas en España, en Barcelona, cuyo monasterio sería venero de varias fundaciones.

Los primeros tiempos de su vida c1austral fueron una delicia espiritual. Luego, por espacio de varios años, tuvo una contrariedad increíble por causa de su celosa maestra -"rígida en extremo, así para sí misma como para las demás"-, era una incompatibilidad tal que hacía tambalear la vocación de la joven, hasta el punto de plantearse muy en serio el paso a otro instituto contemplativo donde hallara el sosiego que su corazón deseaba, hipótesis que, felizmente para las capuchinas, no se realizó. Nota curiosa y comprensible: nuestra biografiada reconoce que tenía una airosa gracia natural en cuanto decía y hacía. "Todas estas cosas daban notable gusto a mi santa madre fundadora Ángela Serafina, y a esta mi madre maestra disgusto notable".
Orienta a esta joven ardiente y ávida un hombre de Dios, el capellán de la comunidad, Juan García, santo varón que había perseguido y practicado la vida eremítica, y unía en sí un alto testimonio de santidad con una fama sabiduría de las cosas del espíritu.

Sor María Ángela profesa en 1609, a los 17 años. Tres años después la vemos como consejera de la comunidad. Y pronto, en 1614, tiene que arrancarse de Barcelona, para iniciar la fundación de Zaragoza. María Ángela no ha cumplido 22 años y va como maestra de novicias al monasterio que se va a iniciar. Salir de su Cataluña y de su comunidad era el desgarrón de su alma. Resumiendo oficios y servicios: "oficio de maestra de novicias, que lo tuve nueve años seguidos, y después cuatro de vicaria y maestra de las recién profesas. y después entré en la cruz de la abadesa". La primera vez que le se confió el cargo de abadesa tenía treinta y tres años.

Los tres decenios de Zaragoza (1614-1645) fueron fecundísimos para ella y la comunidad y las fundaciones que se originaron de este convento en aquella época que realmente fue época de oro para las capuchinas cerradas y otras monjas con­templativas. En Zaragoza entró en contacto con un sacerdote eminente, don Alejo Boxadós, bajo cuyo consejo puso por escrito, en forma de cuentas de conciencia, todas las maravillas que Dios obraba en su alma al contacto con la Biblia Y la sagrada liturgia.

En 1645 las capuchinas fundan en Murcia el monasterio de la Exaltación del Santísimo Sacramento, y aquí la madre María Ángela, fundadora, transcurrirá los veinte últimos años de su vida hasta la muerte, en 1665. Allí deja este mundo a los 73 años y allí en el monasterio de capuchinas reposa su cuerpo.

Había sido una contemplativa, con un corazón materno abierto al mundo, a las dolencias de su patria, Cataluña, en tiempos de la guerra, a la santa Iglesia, nuestra Madre -¡hija de la Iglesia!, cómo lo gustaba-, a los fieles cristianos, a todos. ¡Lástima, y muy grande, que no haya escrito, al estilo de Teresa de Jesús, un tratado, a su estilo, explicándonos con orden las cosas de Dios!


ESPIRITUALIDAD: LA MÍSTICA DEL BREVIARIO
Esta mujer que de adolescente se encierra en un monasterio -cosa no absolutamente insólita en aquellos tiempos, en contra de la pedagogía normal de hoy- es una mujer de un potencial humano riquísimo. Mujer de grandes ansias de soledad, pero con singular cordialidad y extraordinarias dotes de comunicación.

He aquí para un psicólogo y para un espiritual lo que dice sobre su furia por estudiar latín: "Entré en la religión y fue tan grande la inclinación que tuve a leer y estudiar, que todo el día me era tiempo breve. Esta ocupación era para mí de tanto gusto, que parecía locura, porque llegué a tal extremo y ansia de tener libros de latín, que no dejaba diurnal ni breviario a las religiosas, y mi gloria, en todo su lleno, era verme rodeada de libros de latín, que de otros, aunque los leía, no se me daba nada. Por esta causa me sucedían muchos disgustos (...) y a lo mejor que me sucedían y estaba cubierta de lágrimas, cogía un libro de los dichos y me lo ponía a la boca y, con los dientes, apretaba las cubiertas y decía con una pasión terrible: ¡No fueras de cera siquiera para comerte! Y con esto satisfacía algo de mi pasión".

Claro que esa furia apasionada no era por el latín, sino por lo que detrás se escondía: la Sagrada Escritura, el breviario y hasta las "Vitae Patrum" (las Vidas de los Padres), que esta pobre capuchina podía leer y traducir a sus hermanas. La espiritualidad mística de esta contemplativa, que en diversas ocasiones llama "mi camino interior», está vinculada a la Escritura, a los versículos del Salterio, al Cantar de los Cantares y a otros pasajes de la Palabra de Dios, que de pronto se iluminan con un fulgor espiritual que le transportan a las esferas interiores de Cristo y de la Trinidad. Nada extraño que en su beatificación se le haya presentado como "la mística del breviario". Estamos en la época del barroco, en la que la espiritualidad de "ejercicios" y penitencias que ponen espanto. María Ángela fue deudora a este estilo, pero este contacto fragante con la Palabra de Dios le ha dado una originalidad nueva y salvadora.

Ha leído a Santa Teresa, recoge con frecuencia la terminología de oración de quietud, de recogimiento, y es plenamente consciente de la clasificación de las visiones y hablas interiores (San Juan de la Cruz), pero esta esposa de un "Esposo de sangre" (en alusión a Ex 4, 25) tiene su camino propio de esposa para las maravillas que Dios va obrando en ella. Es admirable encontrar esta lozanía bíblica en el tiempo en que nos encontramos. María Ángela es límpida como el agua para dar cuenta a sus directores.

Tanteando por las claves espirituales de una mujer, que merece un estudio muy en profundidad, apenas apuntado aquí, quizás no vayamos descaminados al tratar de definir, en la liturgia de las horas de la familia franciscana, el camino de María Ángela Astorch.


Ángela, madre y hermana,
que con paso peregrino
has alcanzado el Amor,
enséñanos tu camino.
Mi camino es la Palabra,
orada al divino Oficio;
Cristo, mi sabiduría,
la Escritura, el paraíso.
Una fuente de dulzura
fluye del Verbo divino,
y riega el claustro callado,
donde florecen los lirios.
Mi camino ensangrentado
el Señor lo ha recorrido,
y está en la columna atado
por nuestro amor malherido.
Un matrimonio de sangre
con mi Señor he sentido:
mi corazón es el suyo,
su corazón es el mío.
Mi camino, mis hermanas
con que Dios me ha bendecido.
El Señor sacramentado
está en mis hermanas vivo. Camino de caridad
en lo más hondo aprendido: amar y saberse amada
es la senda que he seguido.

RUFlNO MARíA GRÁNDEZ, O.F.M.Cap.
__________________
Bibliografia: L. IRIARTE, O.F.M.Cap.: Beata María Ángela Astorch, Clarisa Capuchina (1592-1665): La mística del breviario. Valencia, Editorial Asís, 1982; Es la biografía preparada para la beatificación (1983); El mismo autor: Beata María Ángela Astorch (1592-1625), Mi ca­mino interior: Relatos autobiográficos; Cuentas de espíritu; Opús­culos espirituales, Cartas. Madrid, 1985.

ORACIÓN. Oh Dios, rico para con todos los que te invocan, que adornaste a la beata María Ángela, virgen, con el don de penetrar de modo inefable en el tesoro de tus riquezas mediante la diaria liturgia de alabanza; concédenos, por su intercesión, dirigir a ti de tal manera nuestras acciones, que seamos alabanza de tu gloria en Jesús, tu Hijo.


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Por último:
María Ángela Astorch




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