Beata María Encarnación (Vicenta) Rosal (1820‑1886),
Santos Franciscanos para cada día
Fray Giulano Ferrini OFM
Fr. José Guillermo Ramírez OFM
Edizioni Porciuncula
1ª edición julio 2000
Reimpresión 2001
Diciembre, día 3:
Reformadora de las Hermanas Betlemitas.
Beatificada por Juan Pablo II el 4 de mayo de 1997.
(Su fiesta, octubre 27).
Vicenta, nacida en Quetzaltenango, Guatemala, el 26 de octubre de
1820, en un hogar cristiano, creció en un ambiente de fe. A los 15 años ingresó
en el Beaterio de Belén, en la ciudad de Guatemala, institución que estaba bajo
la jurisdicción de los padres Betlemitas, fundados por el Beato Pedro de
Betancour. El 16 de julio recibe el hábito de manos del último padre Betlemita,
Fray José de San Martín, y toma el nombre de María Encarnación del Sagrado
Corazón. Insatisfecha con la vida en el Beaterio, pasa al convento de las
“Catalinas”, para retornar luego a su “Belén”, donde es elegida Priora; trata de reformarlo, pero al no
lograrlo decide fundar otro donde se vivan las Constituciones que ella había
redactado y que habían sido aprobadas por el Obispo. Lo logra en Quetzaltenango, su tierra
natal. Su vida y obra logra conservar el carisma del fundador, Beato Pedro de
Betancour. “A la luz de la encarnación,
de la Navidad y de la muerte del Redentor”, la Congregación vive el
espíritu de reparación de los Dolores del Sagrado Corazón de Jesús, dedica el
25 de cada mes a la adoración reparadora. El ansia por la gloria d e Dios y la salvación de los hombres la
lleva a “servir con solicitud al hermano necesitado” y a dar “impulso a la
educación de la niñez y de la juventud en los colegios, escuelas y hogares para
niñas pobres” como también a “dedicarse a otras obras de promoción y asistencia
social”.
La Madre Encarnación funda casas también en Colombia y Ecuador, y
sufre el destierro que le imponen las autoridades Guatemaltecas, muere en el
Ecuador, el 24 de agosto de 1886. Su instituto trabaja actualmente en 13
países. (Su fiesta se celebra el 27 de octubre).
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Diciembre día 3:
Beato Rafael Khylinski,
(1694-1741)
sacerdote de la I Orden.
Beatificado por Juan Pablo II el 9 de junio de 1991, en Cracovia.
Melchor Khylinski, nació en Wysocko , cerca
de Poznam, en Polonia, el 8 de enero de 1694. Educado cristianamente por sus
padres, estudió en Poznam y terminados los estudios, en 1712 se enroló en el
ejército, donde alcanzó el grado de oficial y se le ofrecía un brillante
futuro. En 1715 ingresó a la Orden de los Menores Conventuales en el convento
de Cracovia y tomó el nombre de Rafael. Ordenado sacerdote en 1717 se entregó
totalmente al ministerio en la predicación catequística y moral, la
administración de los sacramentos y la atención a los pobres y enfermos en los
lugares a donde lo destinó la obediencia, principalmente en Lagiewniki, cerca
de Lodz de 1728 a 1736, y de 1738 a 1741. Se sometía a duras penitencias para
expiar los pecados del mundo.
Celebraba devotamente la Liturgia, sobre todo la Eucaristía, cultivaba un ardiente amor a Dios que
luego irradiaba en la práctica de su vida. Tenía una ardiente
devoción a la Santísima Virgen, cuya presencia espiritual continua percibía vivamente, rezaba a diario el oficio de la Santísima
Virgen. Unía al amor de Dios la caridad fraterna en el servicio a los
enfermos. Se ingeniaba mil formas de ayudar a los pobres más necesitados,
proporcionándoles alimento y vestido a familias enteras, recogiendo fondos para
pagar medicinas y arriendo a personas en situación desesperada.
En 1736 fue trasladado a Cracovia, donde
reinaba una atroz peste y en su afán de atender a los enfermos no se ahorraba
fatiga. Igual seervicio prestó en Lagiewniki, a donde fue trasladado. Durante
la peste se prodigó sin medida, visitando a cada enfermo, prestándoles ayuda y
preparándolos para la muerte. Postrado ya en cama, al agravarse su debilidad
corporal, dio muestras de una especial paciencia cristiana al sobrellevar
generosamente los grandes dolores y enfermedades. Finalmente entregó su alma a
Dios en Lagiewniki, el 2 de diciembre de 1741. a los 46 años de edad.
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Diciembre, día 3
Beato Rafael Chylinski
(1694-1741)
Textos de L'Osservatore Romano
Rafael Chylinski (en el siglo, Melchor), religioso profeso,
franciscano conventual, sacerdote, nació de familia noble en Wisoczka (Poznan,
Polonia) el 6 de enero de 1694. Al terminar los estudios en el colegio de los
jesuitas de Poznan, hizo durante tres años el servicio militar, llegando al
grado de oficial. Luego ingresó en la Orden de los Franciscanos Conventuales de
Cracovia, en la que quiso ser hermano laico. Aceptado por voluntad de los
superiores como clérigo, hizo un curso abreviado de filosofía y teología a
causa de la peste (1708), que provocó la muerte del cincuenta por ciento de los
frailes de la provincia conventual polaca. Recibió la ordenación sacerdotal en
1717. Trabajó en diversas casas religiosas como confesor y predicador y se
cuidó de los pobres. Sus predicaciones sencillas contrastaban con el estilo
barroco vigente, y tenían gran eficacia pastoral. Pasaba horas enteras en el
confesonario. Llevó una vida de mortificación y abnegación. Murió el 2 de
diciembre de 1741, a los 47 años, en Lagiewniki, cerca de Lódz, donde reposa su
cuerpo. Lo beatificó Juan Pablo II el 9 de junio de 1991, estableciendo que su
fiesta se celebre el 2 de diciembre.
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De la homilía de Juan Pablo II en la
misa de beatificación (Varsovia, 9-VI-1991)
Durante esta santa misa ha sido proclamado beato un franciscano
conventual, el padre Rafael Chylinski. Era
hombre de mucha oración y, a la vez, de gran corazón para con los pobres.
Cuando en 1736 se difundió la epidemia en Cracovia, se entregó completamente a
los enfermos y realizó todo tipo de servicios sin preocuparse por su propia
seguridad. Con celo servía a los pobres, a los enfermos y a los contagiados por
la epidemia, a todos los que llegaban a su convento en Lagiewniki, actualmente
barriada de la ciudad de Lódz. Muchas veces, no teniendo nada que darles, les
ofrecía su propia porción de pan y su manto. Poco después de su muerte comenzó
el proceso de beatificación, que se interrumpió a causa de la repartición de
Polonia. El hecho de que durante un período tan largo no muriera el recuerdo de
su santidad, es el testimonio de que Dios esperaba expresamente que su siervo
fuera proclamado beato en la Polonia libre. Que el beato Rafael nos recuerde
que cada uno de nosotros, aunque sea pecador, ha sido llamado al amor y a la
santidad.
He reflexionado mucho leyendo su biografía. Su vida está ligada a
la época de los sajones; sabemos que eran tiempos tristes, no sólo a causa de
la historia política de la I República, sino también de la moralidad social. No
quiero recordar aquí los refranes, que aún hoy se pueden oír, acerca de esos
tiempos. Fueron tiempos tristes, de desconfianza ilimitada de las personas, de
total despreocupación y de consumismo extendido a un estamento social. Y en
este escenario aparece un hombre salido precisamente de ese estamento. Es
verdad que no es un gran magnate, pues no pertenece a la alta nobleza; pero
posee todos los derechos sociales y políticos. Por lo que hizo y por la
vocación que eligió, este hombre llegó a ser, y quizá lo es aún, protesta y
expiación. Más que protesta, expiación por todo lo que llevaba a Polonia a la
ruina. A veces, mientras medito sobre la vida de este beato, me viene a la
mente Tadeusz Rejtan. Es verdad que el padre Rafael murió antes de la primera
repartición de Polonia, en 1741. Tadeusz Rejtan, como es sabido, llevó a cabo
su obra tras la repartición, durante una sesión de la Dieta que la aprobó.
Precisamente en esa época Rejtan bloqueó con su propio cuerpo la puerta para no
dejar pasar a los parlamentarios polacos del siglo XVIII y los instó: «¡No se
puede! ¡Si queréis salir de aquí con esta decisión, con esta ley, debéis pasar
sobre mi cadáver!». El padre Rafael no fue nunca diputado ni parlamentario.
Escogió la vocación de hijo pobre de san Francisco. Pero su testimonio es muy
parecido. Su vida escondida en Cristo era una protesta contra la conciencia, la
actitud y el comportamiento autodestructivos de la nobleza de esa época sajona,
cuyo fin conocemos. Pero ¿por qué la
Providencia nos lo recuerda hoy? ¿Por qué ha madurado este proceso sólo ahora,
a través de todos los signos de la tierra y del cielo, y podemos proclamar
beato al padre Rafael? Tratad de responder a esta pregunta. Tratemos de
responder a esta pregunta. La Iglesia no tiene recetas preparadas. El Papa no quiere sugeriros ninguna
interpretación; pero reflexionemos todos juntos, los 35 millones de
polacos, acerca de la elocuencia de esta beatificación precisamente en el año
del Señor de 1991.
[L'Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, del 19-VII-91]
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