San Cipriano de Cártago
Obras completas
La oración dominical: el Padre Nuestro
Tomo I.
Biblioteca de Autores Cristianos.
17.
También puede darse otro sentido,
queridísimos hermanos: puesto que el Señor nos manda y exhorta amar incluso a
nuestros enemigos y orar por los que nos persigue (Cf. Mt 5,44), pidamos por los
que todavía son terrenos y no han comenzado todavía a ser celestiales, para que
se cumpla del mismo modo en ellos la voluntad de Dios, que Cristo llevó a cabo
conservando y restaurando al hombre. Porque si Él ya no llama a sus discípulos
tierra, sino sal de la tierra (Cf. Mt 5,11), y el apóstol dice que el primer
hombre de barro de la tierra y el segundo del cielo (Cf. 1Cor 15,47), nosotros
que debemos ser semejantes a Dios Padre, que hace salir el sol sobre buenos y
malos y llover sobre justos e injustos (Cf. Mt 5,45), con razón rogamos y
pedimos, siguiendo la exhortación de Cristo, por la salvación de todos. De modo
que, así como en el cielo, esto es, e nosotros, se ha cumplido la Voluntad de
Dios: ser del cielo por medio de la fe, así también se cumpla su Voluntad en la
tierra, es decir, en los que no creen, para los que todavía son terrenos por su
primer nacimiento, empiecen a ser celestiales, una vez nacidos del agua y del
Espíritu (Cf. Jn 3,5).
18.
Continuando la oración, pedimos y decimos, «Danos hoy nuestro pan de cada día». Esto
puede entenderse tanto en sentido espiritual como literal, porque ambos
sentidos aprovechan para la salvación por disposición divina. En efecto, Cristo
es el Pan de vida (Cf. Jn 6,35), y este
pan no es de todos, sino nuestro. Y por eso como decimos Padre nuestro, porque es Padre de los
que creen en Él y lo conocen, así también llamamos pan nuestro, el pan que pedimos nos sea dado cada día, para que,
quiénes estamos en cristo y recibimos diariamente su Eucaristía como alimento
de salvación, no quedemos separados del cuerpo de Cristo por algún pecado
grave, y separados y excomulgados, se nos niegue el pan celeste. El Señor mismo
nos lo señala diciendo: «Yo Soy el pan de
vida, que ha bajado del cielo. Si alguno come de mi pan, vivirá eternamente. Y
el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). Por
tanto, cuando dice que vive eternamente el que coma de ese pan, queda claro que
viven los que toman su cuerpo y reciben, queda claro el derecho de comunión.
Por el contrario, hay que temer y orar para que no haya quien, siendo separado
del Cuerpo de Cristo, no vaya también a alejarse de la salvación: «Si no comiereis la carne del Hijo del hombre
y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). Por ello
pedimos diariamente se nos dé nuestro pan, es decir, Cristo, a fin de que, los
que permanecemos y vivimos en Cristo, o os separemos de su santificación y de
su cuerpo.
Si rezamos mal nuestras devociones, si tratamos mal a Jesucristo, con nuestra conducta, gestos, palabras, es posible que también otros nos estén tratando mal, pero no siempre es así. Maltratar a Jesucristo es también cuando no queremos corregirnos de nuestras imperfecciones, que pensamos, mal de nosotros, y también estaríamos imitando a aquellos que no comprendieron a Jesucristo, ni a los Apóstoles, ni a los Santos. Y que todas las cosas deben comprenderse desde la actitud del hombre viejo.
ResponderEliminarPero el pensamiento de Dios, está muy por encima de todo pensamiento humano.
Saber comprender correctamente el Padre nuestro es importante para escalar los grados de nuestra fe.
Cuando verdaderamente queremos amar a Jesucristo, la oración constante del Padre Nuestro, como otras devociones, el santo Rosario, la Coronilla de la Divina Misericordia, el Santo Vía Crucis, etc. Debe notarse ese autentico cambio interior en nuestra propia vida, que verdaderamente, nuestra voluntad ya la hemos perfeccionado en Cristo. La mala voluntad de nuestro hombre viejo, que es grosero, mal educado, insolente, burlón, mundano, desordenado, vicioso, sucio, deshonesto, escandaloso, y otras feas conductas, ya no nos domina. Al decir un ¡sí rotundo!, a Jesús, salimos ganando, que nuestro cambio no se estanca. La envidia ya no está en nosotros.
Nuestro hombre viejo no quiere ser corregido, porque no puede tener a Cristo Jesús. Pero quien ya no es esclavo de nuestro hombre viejo, rápidamente se arrepiente si ha cometido algún mal. Porque el Padre Nuestro nos exhorta a perdonar y olvidar cualquier afrenta. Si nosotros rezamos verdaderamente en espíritu y verdad, nunca podemos dañar al prójimo de ninguna manera. Pues viviremos siempre en la presencia de Dios, dejando que el amor de Dios, en nosotros, también se extienda al prójimo. En el corazón del orante no existe resentimiento contra el ser humano, pero no cae en los lazos desordenados del mal en cualquier prójimo, y le animamos que comprenda las cosas desde Jesús nuestro Señor.
A mayor gloria y alabanza de Dios.
Son las tres de la tarde, 39 minutos.