Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013
4. Las súplicas
y las palabras de los que oran deben ser mesuradas, sosegadas, respetuosas.
Hemos de pensar que estamos delante de Dios, que debemos agradarle también con
nuestra compostura y el tono de voz. Los descarados gritan cuando hablan, por
el contrario, es conforme orar modestamente. Por otra parte, el Señor con su
enseñanza, nos a ordenado orar en secreto en lugares escondidos y alejados de los
otros, en los propios aposentos (Cf. Mt 6,6), que es lo más conveniente para
nuestra fe, porque así sabemos que Dios está presente en todo lugar, que
escucha y ve a todos, y penetra con la inmensidad de su Majestad incluso en los
lugares más ocultos y escondidos, tal como está escrito: «Yo Soy un Dios cercano y no un Dios lejano. Si un hombre se esconde en
los lugares más recónditos, ¿por qué no voy a verlo? ¿Acaso no lleno el cielo y
la tierra?» (Jer 23,23-24). Y en otro pasaje: «En todo lugar los ojos de Dios escudriñan a los buenos y a los malos»
(Prov 15,3). Cuando nos reunimos con los hermanos y junto con el sacerdote de
Dios celebramos los sacrificios divinos, hemos de acordarnos de esta modestia y
disciplina: no elevemos nuestras preces descompasadas, ni dirijamos nuestra
oración a Dios con gritos tumultuosos en lugar de en voz baja, porque Dios escucha el corazón, no los
labios. Él, que ve los más íntimo pensamientos, no tiene necesidad del
sonido para escuchar. Lo ha dicho el mismo Señor: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?» (Mt 9,4). Y en otro
lugar: «Y sabrán todas las Iglesias que
Soy el que escudriña los corazones y las entrañas» (Ap 2,3).
5. En el primer
libro de los Reyes, Ana, figura de la Iglesia, se comportaba de este modo, no
rogaba a Dios en voz alta, sino en silencio y con modestia, en el interior de
su corazón. Decía en el silencio una oración escondida, pero su fe era
evidente; hablaba con el corazón más que con la boca, porque sabía que de este
modo el Señor la escuchaba, y obtuvo eficazmente cuanto pidió, porque lo hizo
con fe. Dice, en efecto, la divina Escritura: «Hablaba en su corazón; se movían sus labios y no se oía su voz, pero el
Señor la escuchó» (1Sam 4,5). E igualmente leemos en los Salmos: «Hablad en vuestros corazones y arrepentíos
en vuestros aposentos» (Sal 4,5). Además, el Espíritu Santo por boca de
Jeremías nos sugiere y enseña lo mismo cuando dice: «En el corazón, sin embargo, solo a ti se te debe adorar al Señor» (Bar
6,5; Jer 5,6).
6. El que adora,
amadísimos hermanos, no debe olvidar como oraba en el templo el publicano junto
al fariseo. Aquel sin alzar descaradamente los ojos al cielo y sin levantar con
insolencia las manos, golpeándose el pecho y confesando sus pecados
interiormente, imploraba el auxilio de la Divina Misericordia; el fariseo, en
cambio, se complacía en sus obras. El publicano orando así y sin esperar
salvarse confiando en su inocencia, porque ninguno es inocente, mereció ser
justificado. Confesó sus pecados y oró humildemente, y esta oración fue escuchada
por el que perdona a los humildes (Cf. Is 66,2; 1Pe 5,5¸Prov 3,34). Esto lo
confirma el Señor cuando nos dice en el Evangelio: «Dos hombres subieron al templo a orar, uno fariseo y otro publicano. El
fariseo puesto en pie, oraba en su interior de este modo: “Oh, Dios, te doy
gracias, porque no soy como los demás hombres, injustos, ladrones, adúlteros,
ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que
poseo”. El publicano, en cambio, manteniéndose a distancia, no se atrevía a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios,
ten compasión de mí, que soy un pecador».
Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquel no. Porque todo el
que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.» (Lc
18,10-14)
Continuará...
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ResponderEliminarToda oración necesitamos que sea serena, tranquila, no con prisas, no con deseos de terminar el Padre Nuestro u otra oración. Pero el Padre nuestro es muy especial, ya que el Hijo de Dios nos lo ha enseñado, es Dios encarnado, que vino del cielo para enseñarnos el camino de la salvación.
Antes de orar, debo pensar: "¿tengo resentimientos o una cuenta pendiente contra mi prójimo?", ¿Tengo malos deseos, venganzas, resentimientos, amargura, inclinaciones terrenales...? Haciéndonos un examen de conciencia, para limpiar nuestro corazón, y ser verdaderamente templos vivos para Dios.
Que interesante enseñanza de San Jerónimo, "Dios escucha el corazón, no los labios", San Buenaventura también lo enseñaba así, la oración con el corazón. San Francisco de Asís, fue un alma contemplativa, pues aunque ayudando a las almas, no se apartaba de la contemplación con el Señor.
El excesivo activismo, lo veo yo como un enemigo muy tramposo, que disipa sin que apenas podamos darnos cuenta, de la oración. El activismo nos hace preocupar por muchas cosas y nunca damos descanso a nuestra vida espiritual.
Son admirables esos cristianos, cuando después de largas tareas, de tiempo en tiempo se dedican a la adoración al Señor, orando con el silencio de sus labios para ser oídos por el Señor, en la serenidad del corazón orante.