Obras completas de San Cipriano de Cartago, Tomo I
Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. 2013
7. Después de
saber estas cosas, amadísimos hermanos, por la lección divina, y después de
haber comprendido como debemos acercarnos a la oración, conozcamos también por
la enseñanza del Señor, que hemos de pedir cuando oramos. Así oraréis –dice– Padre
nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga tu reino,
hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra; danos hoy nuestro pan de cada
día, perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores,
y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal.
8. Ante todo, el
doctor de la paz y maestro de la unidad no quiso que la oración se hiciera
individualmente y en privado, de modo que cuando ore, de modo que, cuando uno
ore, ore solo por sí mismo. No decimos: Padre
mío que estás en los cielos, ni: dame
hoy mi pan. Y cuando pide que le sea perdonada solo a él la deuda o que él
solo pide no caiga en la tentación y sea librado del mal. Nuestra es pública y
comunitaria y, cuando oramos, pedimos por todo el pueblo, no por uno solo,
porque todo el pueblo forma una sola cosa. El Dios de la paz y maestro de la
concordia, que nos ha enseñado la unidad, quiso que cada uno ore por todos, así
como Él mismo nos ha llevado a todos en sí. Los tres jóvenes encerrados en el
horno de fuego, unánimes en la oración y concordes en la oración del espíritu,
observaron esta ley de la oración. La fe expresada por la divina Escritura así
lo declara, y como nos enseña como oraron estos jóvenes, nos propone el ejemplo
que debemos imitar cuando oramos, para que podamos ser semejantes a ellos. Entonces, dice, los tres con una sola voz, cantaban un himno y bendecían a Dios (San
3,51). Hablaban como por una sola boca, y todavía Cristo no les había enseñado
a orar. Por ello su plegaria fue tan poderosa y eficaz, porque Dios era
propicio a una oración pacífica, simple y espiritual. Así también, vemos que
oraron los Apóstoles y los discípulos, después de la Ascensión del Señor: Todos ellos, dice, perseveraban unánimes en la oración, en compañía de las mujeres; de
María, la Madre de Jesús y de sus hermanos (Hch 1,14). Perseveraban
unánimes en la oración, testimoniando al mismo tiempo, la constancia y la
concordia de esa oración, pues Dios que hace habitar en una misma casa (C. Sal
67,2) a los que son unánimes, no acoge en su eterna y divina morada más a lo
que se unen en la oración.
9. ¡Qué
misterios, amadísimos hermanos, se encierran en la oración del Señor, breves en
las palabras, pero especialmente fecundo por su eficacia! En este resumen de
doctrina no queda nada omitido de cuanto se refiere a la oración, dice el
Señor: Orad así: «Padre nuestro que estás
en los cielos.» El hombre nuevo, renacido y restituido por Dios por su
gracia, dice en primer lugar: «Padre»,
porque ya ha comenzado a ser hijo. Está escrito: «Vino a su casa y los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su
Nombre» (Jn 1,11-12). Así pues. El que cree en su Nombre y ha sido hecho
hijo de Dios, debe empezar por eso a dar gracias y a profesar su condición de
hijo de Dios. Mientras llama Padre a Dios, que está en los cielos, él, con esta
palabra, de las primeras pronunciadas después de su bautismo, debe testificar
que ha renunciado al padre terreno y carnal, y que no reconoce ni tiene otro
padre que el del cielo, como está escrito: «Los
que dicen al padre y a la madre: no os reconozco, y no reconocen a sus hijos,
estos han cumplido tus preceptos y han guardado tu alianza» (Dt 33,9). Del
mismo modo, el Señor en su Evangelio nos ha ordenado que no llamemos padre
nuestro a nadie en la tierra, porque no tenemos más que un solo Padre, el que
está en los cielos (Cf Mt 23,9). Y al discípulo, que le había recordado a su
padre difunto, le respondió: «Deja que
los muertos entierren a sus muertos» (Mt 8,22), pues había dicho que su
padre estaba muerto, cuando los creyentes tienen un Padre que vive siempre.
Continuará...
Reflexión
ResponderEliminarNo renunciemos a orar con insistencia, dando gracias a Dios desde la primera hora de la mañana al despertar, y ofrecer nuestros pensamientos, para que sea puro ante Dios. La oración siempre nos mantiene firmes en la fe.
Los que se inicia en el camino de la oración después de haber sentido la llamada de Dios a una vida más entregada a las enseñanzas de Jesús, en principio, parece que puede cansar, ¿cansa orar demasiado? No, quien se cansa es nuestro hombre viejo que espantado huye a todo lo que nos pueda acercar a Dios. Pero, suplicando a Dios que nos ayude, venceremos a nuestro hombre viejo, y comenzar la verdadera vida en Cristo Jesús.
La tibieza enseña muy mal, porque dice que la oración es un estorbo, pues hay que rezar a toda prisa, de forma atropellada. Pero no somos esclavos de la tibiez para nuestra ruina. Los Santos nos ha enseñado que nuestra tibieza tendrá que dejar de existir, en la medida que nos centremos en conocer que es lo que estamos rezando.
Cuando nos sentimos perturbado, y no sabemos porque nos ha venido una densa oscuridad interior, es cuando más necesitamos del Señor, porque por ahí ronda el enemigo, que quiere angustiarnos, ahogarnos. Pues comencemos a rezar el santo rosario, y aun, ya, cuando ya en las primeras oraciones, sin haber terminado el rezo del rosario, nos viene la paz y luz interior, no nos paremos ahí, sino que debemos rezar y meditar, el resto de los misterios del Rosario. Pues el Malvado siempre quiere sorprendernos cundo dejamos la oración.
Recemos muchos, muchas veces a lo largo del día y de la noche, el Padre Nuestro, el Ave María, pues no existe otro camino de paz verdadera lejos de Cristo. Solo con el Señor, Él es el único necesario para nosotros, y la Madre de Dios y nuestro amor a la Santa Madre Iglesia Católica.
¿Qué me dice el Señor cuando me ha enseñado esta oración?
«Padre nuestro que estás en los cielos, venga tu Reino»
Dios me aceptó como hijo, gracias al sacramento del Bautismo, tengo que pensar en lo nuestro Padre Celestial, me pide a mí, como también le pide a otros.
Conocer profundamente al Señor, que me enseña que es el pecado y lo que no lo es. El Señor también me habla por medio de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica, por la doctrina y testimonios de los santos y santas, nos habla de distinta forma, incluso por los pobres, para que obremos la caridad con el prójimo.
Pedimos al Señor que venga a nosotros el Reino de Dios, por lo que necesito verme libre del “reino de este mundo”, sin aceptar las malas propuestas que son todas las que el tentador quiere enredarnos. Y solo aceptando al Señor, vemos los lazos del maligno y no caemos.
No es posible mantener unidos una vida de oración y una vida de desordenes, mundanidad, diversiones, pues no se complacería a Dios. Y nuestras oraciones no sería tan eficaz contra nuestras tentaciones. El Señor nos ayuda, pero también nosotros debemos colaborar en la obediencia a Dios, en ordenar nuestra vida siempre hacia el Señor.
Se había tomado muy en serio San Francisco de Asís la vida de la oración, y cuando tenía dificultad en comprender algún pasaje de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo, le enseñaba su significado
ResponderEliminarSan Francisco de Asís
Escritos - Biografías - Documentos de la época
Espejo de Perfección, IX, 99,
Una tentación molestísima
que tuvo por más de dos años
99. Viviendo en el lugar de Santa María le sobrevino, para provecho de su alma, una gravísima tentación. Sufría tanto en el alma y en el cuerpo, que se apartaba muchas veces de la compañía de sus hermanos, porque no podía mostrarse tan alegre como solía. Se mortificaba con privaciones de comida, bebida y palabras; oraba con más insistencia y derramaba abundantes lágrimas, a fin de que el Señor se apiadara de él y se dignara darle alivio suficiente en tan gran tribulación.
Por más de dos años le duró la tribulación (…); y un día que oraba en la iglesia de Santa María escuchó como si en espíritu se le dijeran estas palabras del Evangelio: Si tuvieras tanta fe como un grano de mostaza, dirías a este monte: Vete de aquí allá, y se iría (Mt 17,20-21).
San Francisco respondió al momento: «Señor, ¿cuál es ese monte?» Y oyó que se le respondía: «Ese monte es tu tentación». Y el bienaventurado Francisco: «Pues, Señor, hágase en mí como has dicho». Al instante quedó libre de la tentación cual si nunca hubiera sido turbado por ella.
Igualmente, en el tiempo que permaneció en el monte Alverna y recibió en su cuerpo las llagas del Señor (10), padeció también tantas tentaciones y tribulaciones de parte de los demonios, que no podía mostrarse alegre como de costumbre. Y decía a su compañero: «Si supieran los hermanos cuántas y qué tribulaciones y aflicciones sufro de parte de los demonios, no habría ninguno que no se moviera a compasión y no tuviera piedad de mí».
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Los ataques de los espíritus malvados, son terribles, pero el Señor que es nuestra paz no nos abandona, y en la medida que oremos con más perfección, y habrá tentaciones, que dejará de existir en nuestra vida, pero el demonio, si vuelve a tentarnos, ya estamos preparados para no dejarnos vencer.
Son las cinco de la tarde, y 3 minutos en este jueves de 2017