San Jerónimo y el beato Bartolo de San Gimignano
hacia 1464 - 1467
Temple y oro sobre tabla. 22,3 x 43,5 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Nº INV. 168 (1928.8)
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datos...:
El
personaje que en esta tabla acompaña a san Jerónimo, y que
en publicaciones anteriores se describía simplemente como un santo, es el beato Bartolo Buompedoni. Su
identificación, así como otros datos sobre la procedencia de la obra, se deben
a Roberto Bartalani. Bartolo Buompedoni nació, hacia 1228, en San Gimignano;
leproso, llegó a dirigir el lazareto de su ciudad natal hasta su muerte en
1300, perteneció a la orden franciscana y fue famoso en vida por su paciencia y
por su resignación. Benozzo Gozzoli representó a este mismo santo con el nombre
en su halo, en el coro de la iglesia de San Agostino en San Gimignano. Entre
ambas representaciones se han detectado una serie de paralelismos que han
contribuido a fijar con más seguridad la identidad del santo y la fecha de
ejecución de la obra.
La tabla, por su diseño y formato, perteneció a una predela
ejecutada en los años que Benozzo Gozzoli estuvo en San Gimignano, donde, entre
otros trabajos, ilustró la vida de san Agustín con un ciclo de diecisiete
escenas para la iglesia titular de este santo en la mencionada localidad
italiana. La predela, a la que pertenecía esta tabla, se concibió con una
escena única que fue recortada en fecha desconocida y cuya parte izquierda se
halla en el Musée du Petit Palais de Aviñón. En este fragmento del museo francés
se representa, en un paraje similar al nuestro, a la beata Fina y a María
Magdalena. Se ha pensado que el tema central pudo haber sido una Piedad que
hubiera quedado enmarcada a sus lados por los dos grupos de santos con un
paisaje continuo de fondo. El modelo que Benozzo Gozzoli siguió para esta pieza
tal vez fue parecido al que se conserva en el Museo Civico de San Gimignano,
donde un Cristo Resucitado, de pie dentro de su sepulcro, queda simétricamente
encuadrado por la Virgen, san Juan y dos santos. La tabla de Gozzoli expuesta
en la Galleria Brera de Milán, con Cristo, la Virgen y san Juan, fue propuesta
por Laclotte y Mognetti como motivo principal para este banco de altar de
Gozzoli, hipótesis que fue rechazada por Cole Ahl pero aceptada por Andrea di
Lorenzo tras su restauración. La pintura del Museo Thyssen-Bornemisza, cuya
atribución no ha sido nunca cuestionada, desprende una atmósfera serena, típica
del pintor, a la que contribuye la concepción de los personajes así como el
extenso y detallado paisaje sobre el que estos dos santos se recortan.
Fuente:
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Santos Franciscanos para cada día
Fray Giulano
Ferrini OFM
Fr. José
Guillermo Ramírez OFM
Edizioni Porciuncula
1ª edición julio 2000
Reimpresión 2001
Diciembre,
día 14:
Beato Bartolo
de San Gimignano.
Sacerdote de la Tercera Orden (1227‑1300).
San Pío X, el 27 de abril de 1910 aprobó su culto
Sacerdote de la Tercera Orden (1227‑1300).
San Pío X, el 27 de abril de 1910 aprobó su culto
Bartolo o Bartolomé Bompedoni de Mucchio nació en 1227 en el castillo feudal de los Condes de Mucchio, cerca de San Gimignano, en la provincia de Siena. Desde joven se consagró al servicio de Dios contra la clara oposición de su padre, que nunca toleró en su hijo este género de vida. Bartolo se trasladó a Pisa y fue durante un año huésped de los benedictinos de San Vito.
Habiendo entrado en la Orden Franciscana Seglar fue a Volterra, donde el Obispo quiso que fuera sacerdote y lo destinó primero como capellán a Peccioli, luego como párroco en Pichena. Atacado de lepra, se retiró al leprosorio de Celiole, cerca de San Gimignano, donde vivió veinte años y mereció, por la paciencia demostrada en soportar tanto tiempo el mal, el sobrenombre de “Job de la Toscana”.
Habiendo entrado en la Orden Franciscana Seglar fue a Volterra, donde el Obispo quiso que fuera sacerdote y lo destinó primero como capellán a Peccioli, luego como párroco en Pichena. Atacado de lepra, se retiró al leprosorio de Celiole, cerca de San Gimignano, donde vivió veinte años y mereció, por la paciencia demostrada en soportar tanto tiempo el mal, el sobrenombre de “Job de la Toscana”.
Nunca se acaba de admirar la maravillosa florescencia espiritual que brotó en el siglo XIII tras la palabra y el ejemplo de San Francisco, madurada en la Primera Orden de los Hermanos Menores, en la Segunda Orden de las Clarisas y sobre todo en la Terdcera Orden, querida por el Santo de Asís para los laicos y casados, gracias a la cual la enseñanza franciscana penetró y renovó la vida espiritual de la sociedad de la época, la vida civil y el tejido social.
A la Tercera Orden de San Francisco pertenecieron personajes encumbrados en la historia como San Luis IX rey de Francia, Santa Isabel de Hungría, San Fernando, rey de Castilla, figuras excelsas en el arte y en la cultura, como Giotto, pintor, y Dante, poeta.
¿Qué decir de tantos que vivieron en un plano modesto pero no menos tenaz a la sombra de estas grandes plantas? Terciarios como el Beato Luquesio y su mujer Buonadonna, comerciantes de Poggibonsi; San Ivo de Bretaña, abogado de los pobres; Santa Margarita de Cortona, pecadora y penitente; la Beata Humiliana dei Cerchi, asceta y sin mancha. ¿Qué decir de figuras todavía más modestas y hasta pintorescas, como el Beato Novelón, escrupuloso y devoto zapatero de Faenza; el Beato Pedro Pettinaio, silencioso mercader sienés de los peines, y finalmente el Beato Bartolo Buonpedoni de Mucchio, cerca de San Gemignano?
Enviado como párroco a Puchena, durante veinte años maravilló y conmovió al pueblo por su celo excepcional, por la extraordinaria caridad para con los pobres. A los cincuenta años enfermó de lepra, se retiró a un leprosorio, donde se distinguió por su paciencia en la desgracia, o más bien se podría decir serenidad, felicidad y “perfecta alegría”, lograda en la dura tribulación.
Murió a los 73 años en 1300, sepultado en San Gemignano en la bella iglesia de San Agustín, Bartolo Buonpedoni de San Gemignano sembró en el mundo, no los gérmenes de su enfermedad, sino el gozo y la serenidad de su alma franciscana.
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Fiesta: 12 de diciembre.
Reconocimiento del culto litúrgico: San Pío X, el 27 de abril de 1910
Nacimiento: Mucchio (Siena, Italia), 1227
Muerte: San Gimignano (Siena, Italia), 12 de diciembre de 1300
Reconocimiento del culto litúrgico: San Pío X, el 27 de abril de 1910
Nacimiento: Mucchio (Siena, Italia), 1227
Muerte: San Gimignano (Siena, Italia), 12 de diciembre de 1300
Orden: De la Penitencia - Orden Franciscana Seglar
Beato Bartolomé Bompedoni de San Gimignano
Nunca se acaba de admirar la maravillosa florescencia espiritual que brotó en el siglo XIII tras la palabra y el ejemplo de San Francisco, madurada en la Primera Orden de los Hermanos Menores, en la Segunda Orden de las Clarisas y sobre todo en la Tercera Orden, querida por el Santo de Asís para los laicos y casados, gracias a la cual la enseñanza franciscana penetró y renovó la vida espiritual de la sociedad de la época, la vida civil y el tejido social.
A la Tercera Orden de San Francisco pertenecieron personajes encumbrados en la historia como San Luis IX rey de Francia, Santa Isabel de Hungría, San Fernando, rey de Castilla, figuras excelsas en el arte y en la cultura, como Giotto, pintor, y Dante, poeta.
¿Qué decir de tantos que vivieron en un plano modesto pero no menos tenaz a la sombra de estas grandes plantas? Terciarios como el Beato Luquesio y su mujer Bonadonna, comerciantes de Poggibonsi; San Ivo de Bretaña, abogado de los pobres; Santa Margarita de Cortona, pecadora y penitente; la Beata Humiliana dei Cerchi, asceta y sin mancha. ¿Qué decir de figuras todavía más modestas y hasta pintorescas, como el Beato Novelón, escrupuloso y devoto zapatero de Faenza; el Beato Pedro Pettinaio, silencioso mercader sienés de los peines; y, finalmente, el Beato Bartolo de San Gemignano?.
Bartolo o Bartolomé Bompedoni de Mucchio nació en 1227 en el castillo feudal de los condes de Mucchio, cerca de San Gimignano, en la provincia de Siena. Era hijo único de los condes Juan y Justina Bompedoni. Su padre quiso casarlo pronto, para asegurarse la continuidad de la estirpe, y le buscó personalmente una esposa adecuada, por títulos y por patrimonio. Pero a Bartolomé no le gustó que le programaran el futuro, y se fue de casa.
A pesar de la firme oposición de su padre, se consagró al servicio de Dios desde su juventud. Durante un año fue huésped de los benedictinos de San Vito, en Pisa. Y, mientras reflexiona acerca de su futuro, se dedica a cuidar a los enfermos del monasterio. Estando allí, una noche tiene un sueño o visión, en el que Cristo resucitado, con el cuerpo llagado, le dice: "Para hacer mi voluntad no tienes que hacerte monje, sino que tendrás 20 años de sufrimiento".
Bartolomé deja el monasterio y marcha de Pisa a Volterra, donde entra en la Orden Franciscana Seglar. Más tarde, a petición del obispo de la diócesis, se ordenó sacerdote, empezando su ministerio como capellán de Peccioli, y continuándolo después como párroco de Pichena. Aquí, durante 20 años, fue la admiración del pueblo, conmovido por su celo excepcional y por la extraordinaria caridad hacia los pobres. Hasta que, a los 50 años, contrajo la lepra, que le obligará a retirarse a la leprosería de Cellole, cerca de San Gimignano, en calidad de rector. Como le había anunciado el Señor, la hora de la prueba le había llegado.
No obstante el aislamiento, su fama se extendió rápidamente, no solo por la enfermedad, sino también de su manera de sobrellevarla. Su servicio a Dios, a partir de ahora, será consolar a los leprosos, sufriendo con ellos e igual que ellos, y también a los sanos. Fueron 20 años de sufrimiento sobrellevado con paciencia, serenidad y "verdadera alegría", lo que le mereció el sobrenombre de "Job" de Toscana. No hizo milagros. Su único milagro es el de la alegría franciscana manifestada en aquel cuerpo en descomposición.
Murió en 1300, a los 73 años, y fue sepultado en San Gimignano, en la bella iglesia de San Agustín.
Bartolo Buonpedoni de San Gemignano sembró en el mundo, no los gérmenes de su enfermedad, sino el gozo y la serenidad de su alma franciscana. La gente empezó enseguida a venerarlo como santo, y Benedicto de Maiano le construyó una espléndida sepultura.
El culto fue aprobado en 1498, y confirmado por San Pío X el 27 de abril de 1910.
Beato Bartolomé Bompedoni de San Gimignano
Nunca se acaba de admirar la maravillosa florescencia espiritual que brotó en el siglo XIII tras la palabra y el ejemplo de San Francisco, madurada en la Primera Orden de los Hermanos Menores, en la Segunda Orden de las Clarisas y sobre todo en la Tercera Orden, querida por el Santo de Asís para los laicos y casados, gracias a la cual la enseñanza franciscana penetró y renovó la vida espiritual de la sociedad de la época, la vida civil y el tejido social.
A la Tercera Orden de San Francisco pertenecieron personajes encumbrados en la historia como San Luis IX rey de Francia, Santa Isabel de Hungría, San Fernando, rey de Castilla, figuras excelsas en el arte y en la cultura, como Giotto, pintor, y Dante, poeta.
¿Qué decir de tantos que vivieron en un plano modesto pero no menos tenaz a la sombra de estas grandes plantas? Terciarios como el Beato Luquesio y su mujer Bonadonna, comerciantes de Poggibonsi; San Ivo de Bretaña, abogado de los pobres; Santa Margarita de Cortona, pecadora y penitente; la Beata Humiliana dei Cerchi, asceta y sin mancha. ¿Qué decir de figuras todavía más modestas y hasta pintorescas, como el Beato Novelón, escrupuloso y devoto zapatero de Faenza; el Beato Pedro Pettinaio, silencioso mercader sienés de los peines; y, finalmente, el Beato Bartolo de San Gemignano?.
Bartolo o Bartolomé Bompedoni de Mucchio nació en 1227 en el castillo feudal de los condes de Mucchio, cerca de San Gimignano, en la provincia de Siena. Era hijo único de los condes Juan y Justina Bompedoni. Su padre quiso casarlo pronto, para asegurarse la continuidad de la estirpe, y le buscó personalmente una esposa adecuada, por títulos y por patrimonio. Pero a Bartolomé no le gustó que le programaran el futuro, y se fue de casa.
A pesar de la firme oposición de su padre, se consagró al servicio de Dios desde su juventud. Durante un año fue huésped de los benedictinos de San Vito, en Pisa. Y, mientras reflexiona acerca de su futuro, se dedica a cuidar a los enfermos del monasterio. Estando allí, una noche tiene un sueño o visión, en el que Cristo resucitado, con el cuerpo llagado, le dice: "Para hacer mi voluntad no tienes que hacerte monje, sino que tendrás 20 años de sufrimiento".
Bartolomé deja el monasterio y marcha de Pisa a Volterra, donde entra en la Orden Franciscana Seglar. Más tarde, a petición del obispo de la diócesis, se ordenó sacerdote, empezando su ministerio como capellán de Peccioli, y continuándolo después como párroco de Pichena. Aquí, durante 20 años, fue la admiración del pueblo, conmovido por su celo excepcional y por la extraordinaria caridad hacia los pobres. Hasta que, a los 50 años, contrajo la lepra, que le obligará a retirarse a la leprosería de Cellole, cerca de San Gimignano, en calidad de rector. Como le había anunciado el Señor, la hora de la prueba le había llegado.
No obstante el aislamiento, su fama se extendió rápidamente, no solo por la enfermedad, sino también de su manera de sobrellevarla. Su servicio a Dios, a partir de ahora, será consolar a los leprosos, sufriendo con ellos e igual que ellos, y también a los sanos. Fueron 20 años de sufrimiento sobrellevado con paciencia, serenidad y "verdadera alegría", lo que le mereció el sobrenombre de "Job" de Toscana. No hizo milagros. Su único milagro es el de la alegría franciscana manifestada en aquel cuerpo en descomposición.
Murió en 1300, a los 73 años, y fue sepultado en San Gimignano, en la bella iglesia de San Agustín.
Bartolo Buonpedoni de San Gemignano sembró en el mundo, no los gérmenes de su enfermedad, sino el gozo y la serenidad de su alma franciscana. La gente empezó enseguida a venerarlo como santo, y Benedicto de Maiano le construyó una espléndida sepultura.
El culto fue aprobado en 1498, y confirmado por San Pío X el 27 de abril de 1910.
Gloria y alabanza al Señor nuestro Dios.
ResponderEliminarLa Orden Tercera de San Francisco, lo veo también, para mi caso, como una vida más con el Evangelio, y no estoy casado, pues encontré esa alegría en el Evangelio de Cristo.
Tener la sana costumbre de revisar las reglas y constituciones franciscanas, respetar la Tradición, pues se trata de una tradición espiritual, que procede de Dios para nuestra salvación eterna. No se trata de tradiciones humanas, ya que son rechazadas por el Altísimo. Sino la Tradición que procede de la Palabra de Dios, que es esa la que debemos proteger, para que nuestra fe no se apague.
Antes de dedicarme a la vida religiosa, una amiga quiso casarse conmigo, pero ya me había comprometido con el Señor.
Ser franciscano es un don de Dios, sea de la Primera Orden, o de la Tercera, pues la segunda Orden fue para las mujeres de vida contemplativa, es también obra de Dios por San Francisco y Santa Clara de Asís.
La Orden Tercera, que incluso pueden pertenecer cualquier otro sacerdote que no sea Hermano Menor, que es la Primera Orden. Cuando sabemos escuchar atentamente al Señor, sabemos que no se equivoca, pero nosotros sin contar con el Señor, nos cargamos de equivocaciones y errores en nuestro perjuicio.
Ser franciscano seglar es estar atento todos los días, ante el Señor, no dar reposo a nuestra vida espiritual para crecer en la fe y vida de santidad. El Evangelio, la Sagrada Biblia, el rosario para rezarlo todos los días, nuestro amor y devoción a la Santísima Madre de Dios, siempre es necesario para todos los cristianos, pero que el franciscano, lo debemos aceptar como don de Dios.
Sería un grave error, si el ser franciscano, como si fuera a inscribirse a una asociación de este mundo. Esto no debe ser asís, porque se trata de una vocación evangélica, oraciones diarias, la Santa Misa todos los días, pues es la Voluntad de Dios lo que debe contar en nuestra vida, podríamos estar cansado físicamente, pero nuestro amor a Dios no conoce el descanso ni las vacaciones.
[ Hoy es jueves, día 14, la siete de la mañana y 25 minutos ]