lunes, 1 de enero de 2018

Beata Ana Catalina Emmerick, 50. La Sagrada Familia celebra la fiesta del sábado; 51. La circuncisión de Jesús.


Beata Ana Catalina Emmerick

Parte IV, Tomo II
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012


50. La Sagrada Familia celebra la fiesta del sábado.

Mientras me hallaba meditando en la historia de la borriquilla empeñada ahora para cubrir los gastos de la circuncisión, y pensando que el próximo domingo, día en que tendrá lugar la ceremonia se leería el Evangelio del Domingo de Ramos, que relata la entrada de Jesús montado sobre un asno, vi un cuadro del cual no puedo explicar bien el sentido ni sé dónde se realizaba.

Bajo una palmera había dos carteles sostenidos por ángeles. Sobre uno de ellos estaban diversos instrumentos de martirio; en el centro había una columna y sobre ella un mortero con dos asas. En el otro cartel había unas letras: creo que eran cifras indicando años y épocas de la historia de la Iglesia. Por encima de la palmera estaba arrodillada una Virgen que parecía salir del tallo y cuyo traje flotaba en el aire. Tenía en sus manos, debajo del pecho, un vaso de igual forma que el cáliz de la Última Cena, del cual salía la figura de un Niño luminoso. Vi al Padre Eterno, en la forma que siempre lo veo, acercarse a la palmera por encima de unas nubes, quitar una gruesa rama que tenía la forma de una cruz y colocarla sobre el Niño. Después vi al Niño atado a esa cruz de palma y a la Virgen Santísima presentando a Dios Padre la rama con el Niño crucificado, mientras ella llevaba en la otra mano el cáliz vacío, que parecía su propio corazón. Cuando me disponía a leer las letras del cartel, bajo la palmera, la llegada de una visita me sacó de la visión. No sabría decir si este cuadro lo vi en la Gruta del Pesebre o en otra parte.

Cuando la gente se había ido a la sinagoga de Belén, José preparó en la gruta la lámpara del sábado con las siete mechas; las encendió y colocó debajo de ella una mesa con los rollos que contenían las oraciones. Bajo esta lámpara celebró el sábado con la Virgen Santísima y la criada de Ana. Se hallaban allí dos pastores, un poco hacia atrás de la Gruta, y algunas mujeres esenias. Hoy, antes de la fiesta del sábado, estas mujeres y la sirvienta prepararon los alimentos. Vi que asaron pájaros en un asador puesto encima del fuego. Los envolvía en una especie de harina hechas de semillas de espigas de unas plantas semejantes a cañas, que se encuentra en estado silvestre en lugares pantanosos de la comarca. Las he visto cultivadas en diversos sitios: en Belén y en Hebrón sin ser cultivadas. No las he visto cerca de Nazaret. Los pastores de la torre habían traído algunas para José. He visto que las mujeres con esas semillas hacían una especie de crema blanca bastante espesa y amasaban tortas con la harina. La Sagrada Familia guardó para su uso una cantidad muy pequeña de las abundantes provisiones que los pastores habían traído en sus visitas; lo sobrante lo regalaban a los pobres.

Sábado, 1 de diciembre. - Hoy he visto a varias personas que acudieron a la Gruta del Pesebre, y por la noche, después de la terminación de las fiestas del sábado, vi que las mujeres esenias y la criada de Ana preparaban comida en una choza construida de ramas verdes, que José, con la ayuda de los pastores, había levantado a la entrada de la gruta. Había desocupado la habitación a la entrada de la gruta, tendido colchas en el suelo y arreglado todo como para una fiesta, según le permitía la pobreza. Dispuso así todas las cosas antes del comienzo del sábado, pues el día siguiente era el octavo después del nacimiento de Jesús, cuando debía ser circuncidado de conformidad con el precepto divino. Al caer la tarde José fue a Belén y trajo consigo a tres sacerdotes, un anciano, una mujer y una cuidadora para esta ceremonia. Tenía un asiento, del que se servía en ocasiones parecidas y una piedra octogonal chata y muy gruesa, que contenía los objetos necesarios. Todo esto fue colocado sobre las esteras donde debía tener lugar la circuncisión, es decir, en la entrada de la gruta, entre el rincón que ocupaba, José y el hogar. El asiento era una especie de cofre con cajones, los cuales, puestos a continuación de los otros formaban como un lecho de reposo con un apoyo a un lado; se estaba uno allí recostado más que sentado, la piedra octogonal tenía más de dos pies de diámetro. En el centro había una cavidad octogonal también cubierta por una placa de metal donde se hallaban tres cajas y un cuchillo de piedra en compartimentos separados. Esta piedra fue colocada al lado del asiento sobre un pequeño escabel de tres patas hasta aquel momento había quedado bajo una cobertura, en el sitio donde había nacido el Salvador.

Terminados estos arreglos los sacerdotes saludaron a María y al Niño Jesús, y conversando amistosamente con la Virgen Santísima tomaron al Niño en brazos, y quedaron conmovidos. Después tuvo lugar la comida en la glorieta. Muchos pobres que habían seguido a los sacerdotes, como solían hacer en tales ocasiones, rodeaban la mesa y durante la comida recibían los regalos de José y de los sacerdotes, de modo que pronto quedó todo distribuido. Al ponerse el sol me parecía que su disco era más grande que en nuestro país. Lo vi descender en el horizonte: sus rayos penetraban por la puerta abierta al interior de la gruta.


51. La circuncisión de Jesús

Domingo, 2 de diciembre. ­– Ardían varias lámparas en la gruta. Durante la noche se rezó largo tiempo y se entonaron cánticos. La ceremonia de la circuncisión tuvo lugar al amanecer. María estaba preocupada e inquieta. Había dispuesto por sí misma los paños destinados a recibir la sangre y a vendar la herida, y los tenía delante, en un pliegue de su manto. La piedra octogonal fue cubierta por los sacerdotes con dos paños, rojo y blanco, este encima, con oraciones y varias ceremonias. Luego uno de los sacerdotes con dos paños, rojo y blanco, este encima, con oraciones y varias ceremonias. Luego uno de los sacerdotes se apoyó sobre el asiento y la Virgen que se había quedado envuelta en el fondo de la gruta con el Niño Jesús en brazos, se lo entregó a la criada con los paños preparados. José lo recibió de manos de la mujer y lo dio a la que había venido con los sacerdotes. Esta mujer colocó al Niño, cubierto con un velo, sobre la cobertura de la piedra octogonal. Recitaron nuevas oraciones. La mujer quitó al Niño sus pañales y lo puso sobre las rodillas del sacerdote que se hallaba sentado. José se inclinó por encima de los hombros del sacerdote y sostuvo al Niño por la parte superior del cuerpo. Dos sacerdotes se arrodillaron a derecha e izquierda, teniendo cada uno de ellos uno de sus piececitos, mientras el que realizaba la operación se arrodilló delante del Niño.

Descubrieron la piedra octogonal y levantaron la placa metálica para tener a mano las tres cajas de ungüento; había allí aguas para las heridas. Tanto el mango como la hoja del cuchillo eran de piedra. El mango era pardo y pulido; tenía una ranura por la que se hacía entrar la hoja, de color amarillento, que no me pareció muy filosa. La incisión fue hecha con la punta curva del cuchillo. El sacerdote hizo uso también de la uña cortante de su dedo. Exprimió la sangre de la herida y puso encima el ungüento y otros ingredientes que sacó de las cajas. La cuidadora tomó al Niño y después de haber vendado la herida lo envolvió de nuevo en sus pañales. Esta vez le fueron fajados los brazos que antes llevaba libres y le pusieron en torno de la cabeza el velo que lo cubría anteriormente. Después de esto el Niño fue puesto de nuevo sobre la piedra octogonal y recitaron otras oraciones.

El ángel había dicho a José que el Niño debía llamarse Jesús; pero el sacerdote no aceptó al principio ese nombre y por eso se puso a rezar. Vi entonces a un ángel que se le aparecía y le mostraba el nombre de Jesús sobre un cartel parecido al que más tarde estuvo sobre la cruz del Calvario. No sé en realidad si el ángel fue visto por él o por otro sacerdote: lo cierto es que lo vi muy emocionado escribiendo ese nombre en un pergamino, como impulsado por una inspiración de lo alto. El Niño Jesús lloró mucho después de la ceremonia de la circuncisión. He visto que José lo tomaba y lo ponía en brazos de María, que se había quedado en el fondo de la gruta con dos mujeres más. María tomó al Niño, llorando, se retiró al fondo donde se hallaba el pesebre, se sentó cubierta con el velo y calmó al Niño dándole el pecho. José le entregó los pañales teñidos en sangre. Se recitaron nuevamente oraciones y se cantaron salmos. La lámpara ardía, aunque había amanecido completamente. Poco después la Virgen se aproximó con el Niño y lo puso en la piedra octogonal.

Los sacerdotes inclinaron hacia ella sus manos cruzadas sobre la cabeza del Niño, y luego se retiró María con el Niño Jesús. Antes de marcharse los sacerdotes comieron algo en compañía de José y de dos pastores bajo la enramada. Supe después que todos los que habían asistido a la ceremonia eran personas buenas y que los sacerdotes se convirtieron y abrazaron la doctrina del Salvador. Entre tanto, durante toda la mañana se distribuyeron regalos a los pobres que acudían a la puerta de la gruta. Mientras duró la ceremonia el asno estuvo atado en sitio aparte.

Hoy pasaron por la puerta unos mendigos sucios y harapientos, llevando envoltorios, procedentes del Valle de los Pastores: parecía que iban a Jerusalén para alguna fiesta. Pidieron limosna con mucha insolencia, profiriendo maldiciones e injurias cerca del pesebre, diciendo que José no les daba bastante. No supe quiénes eran, pero me disgustó grandemente su proceder. Durante la noche siguiente he visto al Niño a menudo desvelado a causa de sus dolores, y que lloraba mucho. María y José lo tomaban en brazos uno después de otro y lo paseaban alrededor de la gruta tratando de calmarlo.

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