Beata Ana Catalina Emmerick
Parte IV, Tomo II
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012
50. La Sagrada
Familia celebra la fiesta del sábado.
Mientras me hallaba meditando en la historia de la
borriquilla empeñada ahora para cubrir los gastos de la circuncisión, y
pensando que el próximo domingo, día en que tendrá lugar la ceremonia se leería
el Evangelio del Domingo de Ramos, que relata la entrada de Jesús montado sobre
un asno, vi un cuadro del cual no puedo explicar bien el sentido ni sé dónde se
realizaba.
Bajo una palmera había dos carteles sostenidos por ángeles.
Sobre uno de ellos estaban diversos instrumentos de martirio; en el centro
había una columna y sobre ella un mortero con dos asas. En el otro cartel había
unas letras: creo que eran cifras indicando años y épocas de la historia de la
Iglesia. Por encima de la palmera estaba arrodillada una Virgen que parecía
salir del tallo y cuyo traje flotaba en el aire. Tenía en sus manos, debajo del
pecho, un vaso de igual forma que el cáliz de la Última Cena, del cual salía la
figura de un Niño luminoso. Vi al Padre Eterno, en la forma que siempre lo veo,
acercarse a la palmera por encima de unas nubes, quitar una gruesa rama que
tenía la forma de una cruz y colocarla sobre el Niño. Después vi al Niño atado
a esa cruz de palma y a la Virgen Santísima presentando a Dios Padre la rama
con el Niño crucificado, mientras ella llevaba en la otra mano el cáliz vacío,
que parecía su propio corazón. Cuando me disponía a leer las letras del cartel,
bajo la palmera, la llegada de una visita me sacó de la visión. No sabría decir
si este cuadro lo vi en la Gruta del Pesebre o en otra parte.
Cuando la gente se había ido a la sinagoga de Belén, José
preparó en la gruta la lámpara del sábado con las siete mechas; las encendió y
colocó debajo de ella una mesa con los rollos que contenían las oraciones. Bajo
esta lámpara celebró el sábado con la Virgen Santísima y la criada de Ana. Se
hallaban allí dos pastores, un poco hacia atrás de la Gruta, y algunas mujeres
esenias. Hoy, antes de la fiesta del sábado, estas mujeres y la sirvienta
prepararon los alimentos. Vi que asaron pájaros en un asador puesto encima del
fuego. Los envolvía en una especie de harina hechas de semillas de espigas de
unas plantas semejantes a cañas, que se encuentra en estado silvestre en
lugares pantanosos de la comarca. Las he visto cultivadas en diversos sitios:
en Belén y en Hebrón sin ser cultivadas. No las he visto cerca de Nazaret. Los
pastores de la torre habían traído algunas para José. He visto que las mujeres
con esas semillas hacían una especie de crema blanca bastante espesa y amasaban
tortas con la harina. La Sagrada Familia
guardó para su uso una cantidad muy pequeña de las abundantes provisiones que
los pastores habían traído en sus visitas; lo sobrante lo regalaban a los
pobres.
Sábado, 1 de diciembre.
- Hoy he visto a varias personas que acudieron a la Gruta del Pesebre, y
por la noche, después de la terminación de las fiestas del sábado, vi que las
mujeres esenias y la criada de Ana preparaban comida en una choza construida de
ramas verdes, que José, con la ayuda de los pastores, había levantado a la
entrada de la gruta. Había desocupado la habitación a la entrada de la gruta,
tendido colchas en el suelo y arreglado todo como para una fiesta, según le
permitía la pobreza. Dispuso así todas las cosas antes del comienzo del sábado,
pues el día siguiente era el octavo después del nacimiento de Jesús, cuando
debía ser circuncidado de conformidad con el precepto divino. Al caer la tarde
José fue a Belén y trajo consigo a tres sacerdotes, un anciano, una mujer y una
cuidadora para esta ceremonia. Tenía un asiento, del que se servía en ocasiones
parecidas y una piedra octogonal chata y muy gruesa, que contenía los objetos
necesarios. Todo esto fue colocado sobre las esteras donde debía tener lugar la
circuncisión, es decir, en la entrada de la gruta, entre el rincón que ocupaba,
José y el hogar. El asiento era una especie de cofre con cajones, los cuales,
puestos a continuación de los otros formaban como un lecho de reposo con un
apoyo a un lado; se estaba uno allí recostado más que sentado, la piedra
octogonal tenía más de dos pies de diámetro. En el centro había una cavidad
octogonal también cubierta por una placa de metal donde se hallaban tres cajas
y un cuchillo de piedra en compartimentos separados. Esta piedra fue colocada
al lado del asiento sobre un pequeño escabel de tres patas hasta aquel momento
había quedado bajo una cobertura, en el sitio donde había nacido el Salvador.
Terminados estos arreglos los sacerdotes saludaron a María y
al Niño Jesús, y conversando amistosamente con la Virgen Santísima tomaron al
Niño en brazos, y quedaron conmovidos. Después tuvo lugar la comida en la
glorieta. Muchos pobres que habían seguido a los sacerdotes, como solían hacer
en tales ocasiones, rodeaban la mesa y durante la comida recibían los regalos
de José y de los sacerdotes, de modo que pronto quedó todo distribuido. Al
ponerse el sol me parecía que su disco era más grande que en nuestro país. Lo
vi descender en el horizonte: sus rayos penetraban por la puerta abierta al
interior de la gruta.
51. La circuncisión
de Jesús
Domingo, 2 de
diciembre. – Ardían varias lámparas en la gruta. Durante la noche se rezó
largo tiempo y se entonaron cánticos. La ceremonia de la circuncisión tuvo
lugar al amanecer. María estaba preocupada e inquieta. Había dispuesto por sí
misma los paños destinados a recibir la sangre y a vendar la herida, y los
tenía delante, en un pliegue de su manto. La piedra octogonal fue cubierta por
los sacerdotes con dos paños, rojo y blanco, este encima, con oraciones y
varias ceremonias. Luego uno de los sacerdotes con dos paños, rojo y blanco,
este encima, con oraciones y varias ceremonias. Luego uno de los sacerdotes se
apoyó sobre el asiento y la Virgen que se había quedado envuelta en el fondo de
la gruta con el Niño Jesús en brazos, se lo entregó a la criada con los paños
preparados. José lo recibió de manos de la mujer y lo dio a la que había venido
con los sacerdotes. Esta mujer colocó al Niño, cubierto con un velo, sobre la
cobertura de la piedra octogonal. Recitaron nuevas oraciones. La mujer quitó al
Niño sus pañales y lo puso sobre las rodillas del sacerdote que se hallaba
sentado. José se inclinó por encima de los hombros del sacerdote y sostuvo al
Niño por la parte superior del cuerpo. Dos sacerdotes se arrodillaron a derecha
e izquierda, teniendo cada uno de ellos uno de sus piececitos, mientras el que
realizaba la operación se arrodilló delante del Niño.
Descubrieron la piedra octogonal y levantaron la placa
metálica para tener a mano las tres cajas de ungüento; había allí aguas para
las heridas. Tanto el mango como la hoja del cuchillo eran de piedra. El mango
era pardo y pulido; tenía una ranura por la que se hacía entrar la hoja, de
color amarillento, que no me pareció muy filosa. La incisión fue hecha con la
punta curva del cuchillo. El sacerdote hizo uso también de la uña cortante de
su dedo. Exprimió la sangre de la herida y puso encima el ungüento y otros
ingredientes que sacó de las cajas. La cuidadora tomó al Niño y después de
haber vendado la herida lo envolvió de nuevo en sus pañales. Esta vez le fueron
fajados los brazos que antes llevaba libres y le pusieron en torno de la cabeza
el velo que lo cubría anteriormente. Después de esto el Niño fue puesto de
nuevo sobre la piedra octogonal y recitaron otras oraciones.
El ángel había dicho a José que el Niño debía llamarse
Jesús; pero el sacerdote no aceptó al principio ese nombre y por eso se puso a
rezar. Vi entonces a un ángel que se le aparecía y le mostraba el nombre de
Jesús sobre un cartel parecido al que más tarde estuvo sobre la cruz del
Calvario. No sé en realidad si el ángel fue visto por él o por otro sacerdote:
lo cierto es que lo vi muy emocionado escribiendo ese nombre en un pergamino,
como impulsado por una inspiración de lo alto. El Niño Jesús lloró mucho
después de la ceremonia de la circuncisión. He visto que José lo tomaba y lo
ponía en brazos de María, que se había quedado en el fondo de la gruta con dos
mujeres más. María tomó al Niño, llorando, se retiró al fondo donde se hallaba
el pesebre, se sentó cubierta con el velo y calmó al Niño dándole el pecho.
José le entregó los pañales teñidos en sangre. Se recitaron nuevamente
oraciones y se cantaron salmos. La lámpara ardía, aunque había amanecido
completamente. Poco después la Virgen se aproximó con el Niño y lo puso en la
piedra octogonal.
Los sacerdotes inclinaron hacia ella sus manos cruzadas
sobre la cabeza del Niño, y luego se retiró María con el Niño Jesús. Antes de
marcharse los sacerdotes comieron algo en compañía de José y de dos pastores
bajo la enramada. Supe después que todos los que habían asistido a la ceremonia
eran personas buenas y que los sacerdotes se convirtieron y abrazaron la
doctrina del Salvador. Entre tanto, durante toda la mañana se distribuyeron
regalos a los pobres que acudían a la puerta de la gruta. Mientras duró la
ceremonia el asno estuvo atado en sitio aparte.
Hoy pasaron por la puerta unos mendigos sucios y
harapientos, llevando envoltorios, procedentes del Valle de los Pastores:
parecía que iban a Jerusalén para alguna fiesta. Pidieron limosna con mucha
insolencia, profiriendo maldiciones e injurias cerca del pesebre, diciendo que
José no les daba bastante. No supe quiénes eran, pero me disgustó grandemente
su proceder. Durante la noche siguiente he visto al Niño a menudo desvelado a
causa de sus dolores, y que lloraba mucho. María y José lo tomaban en brazos
uno después de otro y lo paseaban alrededor de la gruta tratando de calmarlo.
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