Y les dijo:
«Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura».
«Apariciones de Jesús» (Mc 16,9-18)
Jesús se aparece a María Magdalena
9 Después de resucitar al amanecer del primer día de la semana, se
apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete
demonios.
10 Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con Él, que se
encontraban tristes y llorosos.
11 Pero ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo
creyeron.
Jesús se aparece a dos de sus discípulos
12 Después de esto se apareció, bajo distinta figura, a dos de ellos que
iban de camino a una aldea;
13 también ellos regresaron y lo comunicaron a los demás, pero tampoco
les creyeron.
Jesús comisiona a los apóstoles
14 Por último, se apareció a los once cuando estaban a la mesa y les
reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo
habían visto resucitado.
15 Y les dijo: -Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda
criatura.
16 El
que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará.
17
A
los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios,
hablarán lenguas nuevas,
18
agarrarán
serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán
las manos sobre los enfermos y quedarán curados.
Sagrada
Biblia, Nuevo Testamento. Eunsa:
El segundo evangelio finaliza con un apretado sumario sobre las apariciones del resucitado. Estos versículos tienen un estilo distinto del resto del Evangelio y faltan algunos manuscritos. Con todo, ya sea que Marcos siguió de cerca un documento, ya sea un añadido posterior, este pasaje es considerado canónico y, por tanto, inspirado.
El acento del relato está en la primera incredulidad de los Apóstoles. Al comienzo (vv.9-13), se narran las apariciones a María Magdalena y a los discípulos de Emaús (cfr Lc 24,15-35). En los dos casos el narrador apunta (vv.11-13) en que los discípulos no le creyeron. La aparición a los Once (vv.14-18) condensa la misión de los Apóstoles, que es ahora la misión de la Iglesia: el destino universal de la salvación y la necesidad del Bautismo para acceder a ella. La enseñanza de la Iglesia lo expresa así: «Ante todo, debe ser firmemente creído que la “Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el Único Mediador y el Camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo del bautismo (cfr Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 14). Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica universal de Dios (cfr. 1Tm 2,4); por lo tanto, «es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación» (San Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 9). (…) La Iglesia, guiada por la caridad y el respeto de la libertad, debe empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad definitivamente revelada por el Señor, y en proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del Bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la certeza de la Voluntad salvífica de Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio de la salvación y la conversión al Señor Jesucristo» (Congregación de la Doctrina de la Fe, Dominus Iesus, nn. 20 y 22).
Finalmente, los dos versículos (vv. 19-20) relatan quien es Jesús en el presente de la historia: el que ha sido exaltado a la derecha del Padre y quien actúa en sus discípulos confirmando su Palabra. La Ascensión del Señor a los Cielos y el estar sentado a la derecha del Padre constituyen el sexto artículo de la Fe que recitamos en el Credo. Jesucristo subió al cielo en cuerpo y alma; en su Humanidad, ha tomado eterna posesión de la gloria y ocupa junto a Dios el puesto de honor sobre todas las criaturas en cuánto hombre (cfr Catechismus Romanus 1,7,2-3). Con su «entrada» en los Cielos, en su nuevo modo de existencia gloriosa, de alguna manera ya estamos nosotros también participando de esa gloria (cfr Ef 2,6). El Catecismo de la Iglesia Católica resume así la repercusión salvífica de la Ascensión: «Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente» (n. 666)
El acento del relato está en la primera incredulidad de los Apóstoles. Al comienzo (vv.9-13), se narran las apariciones a María Magdalena y a los discípulos de Emaús (cfr Lc 24,15-35). En los dos casos el narrador apunta (vv.11-13) en que los discípulos no le creyeron. La aparición a los Once (vv.14-18) condensa la misión de los Apóstoles, que es ahora la misión de la Iglesia: el destino universal de la salvación y la necesidad del Bautismo para acceder a ella. La enseñanza de la Iglesia lo expresa así: «Ante todo, debe ser firmemente creído que la “Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el Único Mediador y el Camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo del bautismo (cfr Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 14). Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica universal de Dios (cfr. 1Tm 2,4); por lo tanto, «es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación» (San Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 9). (…) La Iglesia, guiada por la caridad y el respeto de la libertad, debe empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad definitivamente revelada por el Señor, y en proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del Bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la certeza de la Voluntad salvífica de Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio de la salvación y la conversión al Señor Jesucristo» (Congregación de la Doctrina de la Fe, Dominus Iesus, nn. 20 y 22).
Finalmente, los dos versículos (vv. 19-20) relatan quien es Jesús en el presente de la historia: el que ha sido exaltado a la derecha del Padre y quien actúa en sus discípulos confirmando su Palabra. La Ascensión del Señor a los Cielos y el estar sentado a la derecha del Padre constituyen el sexto artículo de la Fe que recitamos en el Credo. Jesucristo subió al cielo en cuerpo y alma; en su Humanidad, ha tomado eterna posesión de la gloria y ocupa junto a Dios el puesto de honor sobre todas las criaturas en cuánto hombre (cfr Catechismus Romanus 1,7,2-3). Con su «entrada» en los Cielos, en su nuevo modo de existencia gloriosa, de alguna manera ya estamos nosotros también participando de esa gloria (cfr Ef 2,6). El Catecismo de la Iglesia Católica resume así la repercusión salvífica de la Ascensión: «Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente» (n. 666)
Sagrada Biblia Didajé
·
Mc
16,9-20. Las mujeres piadosas que fueron a ungir el
cuerpo de Cristo se convirtieron en las primeras en proclamar la noticia de la
resurrección, incluso a los mismos apóstoles. María Magdalena fue también la
primera, según informan las Escrituras, que puso los ojos en Cristo Resucitado.
A pesar del hecho de que Cristo había contado frecuentemente a los discípulos
que resucitaría de entre los muertos, sus dudas ante el testimonio de las
mujeres demostraron que ni se lo esperaban, ni creían que fueses posible. Solo
cuando Cristo se apareció a ellos personalmente, fue cuando terminaron por
creérselo, y Cristo les reprendió –una vez más– por su incredulidad. La
resurrección corporal de Cristo, fue una realidad física, no la imaginación
colectiva o la mera experiencia mística de sus compañeros más cercanos [#641,
#643].
·
Mc
16,12-14. Marcos ofrece sólo un breve resumen de la
aparición de los discípulos de Emaús, que se relata con mayor detalle en el
Evangelio de Lucas (Lc 24,13-35). Once: Marcos
no nos dice lo que le sucedió a Judas, por esto indica que ya no es considerado
como uno de los Apóstoles [#643, #645, #650-660]
·
Mc 16,15. En este envío, Cristo manda a sus discípulos a predicar a todas las
naciones y a ofrecerles los sacramentos de su salvación, refiriéndose
específicamente al Bautismo. Otros actos milagrosos de los discípulos
proporcionarían más indicios de que el poder de Cristo estaba actuando a través
de ellos [#75, #748, #1507]. El mandato de Cristo a sus apóstoles era
universal, es decir, llevar el mensaje del Evangelio al mundo entero. Al dar
esta instrucción, les prometió la asistencia del Espíritu Santo, que le daría
la fuerza y guía para cumplir esta misión. El mandato dado a los apóstoles
sigue siendo la tarea principal de la Iglesia, la cual es guiada por los
obispos —sucesores de los apóstoles— junto con sus sacerdotes y diáconos como
colaboradores en el ministerio. Los laicos están llamados a participar en esta
misión apostólica hablando y viviendo en fidelidad a Cristo y a su Iglesia
dentro del estado de vida [#888-889, #897-900, #977].
·
Mc 16,16. Al asignar la misión a los Apóstoles, Cristo vinculó el perdón de los
pecados con el Bautismo y la fe. La fe
es esencial para la salvación y el Bautismo es el sacramento de la fe.
Siguiendo las palabras de Cristo la Iglesia ha enseñado siempre que el Bautismo
es necesario para la salvación «en aquellos a los que el Evangelio ha sido
anunciado y han tenido la posibilidad de pedir el Sacramento» (CEC 1257). Solo dentro de la Iglesia, sacramento de la
salvación por Cristo, los fieles pueden encontrar a Cristo en la forma más
plena posible ofrecida por los sacramentos [#161, #183, #1223, #1253, #1257].
·
Mc 16,17s. Los signos realizados por
Cristo y sus discípulos proporcionan pruebas del Reino de Dios y la fuerza
curadora de Cristo, que trabaja por medio de sus ministros. Los discípulos
fueron capaces de realizar tales trabajos porque actuaban en su Nombre [#670,
#434, #1673, #699]. «Los milagros de Cristo y de los santos, las profecías, el
crecimiento y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y estabilidad que
muestran que “el asentimiento de la fe no es modo alguno un movimiento ciego
del espíritu”» (Dei Filius 3: DS
3008-3010; cf. Mc 16,20, Heb 2,4) sino
que más bien es bastante razonable [#434, #670, #699, #1507, #1673]
Reflexión:
Los discípulos de Cristo, después de morir Jesús crucificado, lo pasaron muy mal, terriblemente tristes, y hasta con lágrimas, llorando, (esto me sucedería a mí) un vacío terrible interiormente. Pero ya el Señor, volviendo a los discípulos, y por medio de los Apóstoles a todos nosotros, viene a confortarnos en la fe. Los Apóstoles en su angustia, parece ser que se olvidaron de lo que el Señor les había hablado de la resurrección. Que durante su predicación resucitó muertos, curó enfermo. Pero esa tristeza por la muerte de Jesús, es como si lo empujara a la desconfianza, a meterse en un sitio oscuro y ya no querer saber nada más. Las mujeres piadosas, en tiempo de Jesús, parecen más madrugadoras y se dedican, como María Magdalena siempre a permanecer cerca de Jesús. Ella tuvo la mala experiencia de que tenía siete demonios, pero que Jesús la libró de esa esclavitud.
Hoy que algunos dice, que todo el mundo se salvará, que nadie se condena, que el infierno no es eterno, ¿qué nos dice Jesús nuestro Señor?
16 El
que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará. 17 A los que crean acompañarán estos milagros: en mi
nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, 18 agarrarán
serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán
las manos sobre los enfermos y quedarán curados.
Pero
nosotros no debemos conformarnos con lo que oímos las lecturas de la Santa
Misa, pues debemos extenderlo, una vez que de nuevo estemos en casa, coger la
Biblia, los versículos que sigue, por ejemplo: El que crea y se bautice se salvará, y el que no crea, será condenado.
¿Es que la
gente se asustará? Cuando yo era niño, tenía miedo de ir al médico para que me
curase, pero mi madre me llevaba, aunque yo no quisiera, y me curaba. Pues también
el alma necesita la cura espiritual, que parece que hay ciertos pasajes de la
Sagrada Biblia, si no nos gusta, es que tenemos gangrena espiritual pero si
queremos sanar de nuestras enfermedades que van destruyendo la fe, es necesario
hacer un esfuerzo, y aceptarlo. «Desde
los días de Juan Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y
los esforzados lo arrebatan» (Mt 11,12)
Pues sí,
hay que decir todo, aunque el hombre viejo le rechine los dientes, es necesario
purificar a las almas. Y decir: el que no crea se condenará, es para
que se prepare para creer y no se condene. Sabemos que es un versículo existente,
e inspirado, por eso esta en la Sagrada Biblia, los que no creen se condena. Pero
ya no se habla de los Novísimos, siempre se recurre a la Misericordia de Dios,
pero los pecadores no hacen penitencia, se divierten, bailan, cometen mil
barbaridades y de repente, llega el día, y se encuentra en el infierno. Pero
todos nosotros, aunque el Evangelio de la misa, no se halle ese versículo, si
queremos escuchar a Dios, leeremos con frecuencia su Palabra, en la Sagrada
Biblia.
- «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación, el que crea y sea bautizado se salvará: el que no crea será condenado» (Mc 16,15-16).
- «El que cree en Él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios.» (Jn 3,18)
¿Es para meter miedo esos versículos? ¡No!, sino es para que el miedo y el terror, no te afecte en toda la
eternidad. Pues estos versículos, el que
no cree ya es juzgado y condenado. Por tu arrepentimiento, por tu
conversión, la nuestra, todos necesitamos la perseverancia y la salvación que
solo Dios puede ofrecernos.
Creer en Jesucristo es vivir conforme a la Voluntad de Dios, porque si
digo, “creo en Dios y le amo, pero me interesa estas cosas terrenales”, me
estoy engañando a mi mismo, y que en realidad no hay amor en mi para Dios, y sería
un mentiroso. Porque nuestro amor a Dios debe ser completo, sincero, obediente,
perseverante. Y Dios me concede todo eso cuando con respeto y humildad me
entrego a la vida de oración.
Recientemente estuve conversando con una persona, sin saber que había
apostatado de la Iglesia, él mismo lo comentó, que quiso hacerlo, pues no le gustaba
las cosas que enseñaba, “la Iglesia habla del infierno para meter miedo a la
gente, por eso ya no pertenezco a ella”, no voy a repetir las mismas palabras
pero este es el sentido de lo que ha querido decir. Y se siente muy superior,
se dice así mismo que es “dios”, por ese dicho: “católico ignorante futuro protestante”
se confirma que no se da siempre este caso. Pues apostatas como esta persona,
pierde la cabeza, perdió la inteligencia, pero se cree inteligente.
Los cristianos no queremos que nadie se condene, cada cual elige por
propio deseo para el futuro eterno. La Iglesia no habla de las personas que se
condena, porque su misión es animar a la conversión de las almas, pero yendo a
la Palabra de Dios, vamos completando nuestra formación doctrina. Además, ha
habido santos pastores del rebaño de Cristo, como el Santo Cura de Ars, San
Alfonso María de Ligorio, predicaban sobre el infierno con el propósito de
llevar almas a Dios, También la Santísima Virgen apareciéndose en Lourdes a
tres pastorcitos, les mostró la terrible visión del infierno, y las almas.
Ciertamente, cuando uno ve esas escenas, el corazón tiembla de miedo, pero se
salvaron, pues no pecaron en el futuro. Lo mismo Santa Teresa de Jesús, San
Juan Bosco, Santa Faustina Kowalska, San Jerónimo entre otros, experimentaron
esos duros momentos, no pecaron en el futuro.
Tenemos libertad para creer, pero lo que impide creer son los pecados
de la carne, que ciega y destruye la fe y mancha mortalmente el alma. Los
muchos pecados, que Dios puede perdonar fácilmente, el alma que tiene tal
cumulo de pecados, no confía en el perdón de Dios, no confía en su
misericordia.
Para el cristiano no es suficiente permanecer en la Iglesia Católica,
porque en ella nos salva especialmente cuando obedecemos a la Voluntad de Dios.
Hay quiénes están pero viven como si Dios no existiera. Y esto le alejará más
de su propia salvación, porque creyendo quiere obrar como los hijos de este
mundo, como los paganos, libertinos, herejes, sectarios, caprichosos,
impenitentes, sin oración,
«agarrarán serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les
dañará» (Mc 16,18)
Estas serpientes las tenemos entre nosotros, las podemos encontrar
incluso cuando vamos de camino por la calle, querrán inficionarnos con su
veneno, pero no nos hiere. ¿Quiénes son las serpientes? Todo aquel que rechaza
la doctrina de Cristo y la Tradición Apostólica. El modernismo es el nido de
las serpieten más peligrosas, para el alma que se arroja en ese lugar, que
acepta las propuestas del príncipe de las tinieblas. Un cristiano formado superficialmente,
sin oración, enseguida el diablo lo atrae para sí. A unos los hacen
protestantes, a otros libertinos, a otros mundanos, a otros apostatas. Los
apostatas es que entra en un mundo de desvaríos y necedad, pues recientemente,
uno me decía, que “soy dios”, o sea que no todos se hacen protestantes, sino
que van de mal en peor, por hacer oídos sordos a Cristo Jesús y a la Iglesia
Católica.
Al cristiano que persevera en su formación doctrinal, con humildad de
corazón, porque la oración siempre la tiene a la vista y en su corazón, y el Espíritu
Santo le protege, porque está atento a los intereses de Dios y no de los
humanos en cuanto su rechazo a la Palabra de Dios, con el mismo sentir de la
Iglesia Católica. El diablo no puede vencerle con ideas, pero le tentara con la
soberbia, por no ofrecer sus conocimientos como un servicio que debe dirigirse
a Dios, ya que nosotros, por nosotros mismos no somos capaces de ninguna clase
de conocimiento. La sabiduría y todo conocimiento es exclusivamente de Dios. Y
quien no sirve a Dios, sirve al diablo. Y servir a Dios significa pertenecer a
la Iglesia Católica y complacer únicamente a Dios y no a los hombres.
San Agustín nos enseña:
«Lectura de los escritos heréticos. ¿Qué es oír y leer y recordar lo
que se ha oído, sino beber? Pero, hablando de sus fieles discípulos, el Señor
predijo que «si bebieren una ponzoña no le dañarán » (Mc 16,18). Por lo demás,
los que lean con descernimiento y aprueben lo que debe ser aprobado en
conformidad con la regla de fe (…), y desaprueben lo que debe ser desaprobado,
aún cuando su memoria conserve lo que es reprobable, no sufrirán ningún daño
por el veneno encerrado en las doctrinas perversas y erróneas. (Agustín, Del alma y su origen, 2,17,23) [La
Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento, 2, San Marcos.
Ed. Ciudad Nueva)
Entonces…
Si un alma no es asistida por el Espíritu Santo, tendrá que aprobar,
justificar doctrinas perversas protestantes, por ejemplo, pues el alma ciega se
ha destruido así mismas en la fe. Y llega aceptar la cultura pagana como si
fuera virtud, el budismo, el hinduismo, etc. Y todo lo demás que se opone a los
intereses de Jesucristo y la fe de la Iglesia Católica. Aunque haya personas
que se ponga muy furiosas contra nosotros, debemos buscar la aprobación de Dios,
el deber del verdadero cristiano es complacer a Jesucristo y no a los hijos de
este mundo.
6 Me sorprende que hayáis abandonado tan pronto al que os
llamó por la gracia de Cristo para seguir otro evangelio; 7 aunque no es que haya otro, sino que hay algunos que os
inquietan y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. 8 Pero aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os
anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema!
9 Como os lo acabamos de decir, ahora os lo repito: si
alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema!
10 ¿Busco ahora la aprobación de los hombres o la de Dios?
¿O es que pretendo agradar a los hombres? Si todavía pretendiera agradar a los
hombres, no sería siervo de Cristo.
El ministerio de Pablo
11 Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio que yo
os he anunciado no es algo humano; 12 pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre,
sino por revelación de Jesucristo.
Debemos tener mucho cuidado para no tergiversar las enseñanzas de la Palabra de Dios y la Tradición Apostólica, el Magisterio de la Iglesia Católica, para no caer en la ira de Dios que seríamos malditos para siempre.
El mandato de Jesús a sus Apóstoles, y a sus discípulos de todos los tiempos: «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda
criatura» ; algunas personas que han naufragado en la fe, está como desesperadas para que no se hable de Jesús, pero nosotros, como los Apóstoles, obedecemos a Dios ante que a los hombres. Porque si obedecemos a los hombres y no anunciamos a Cristo, no hay lugar en la vida eterna para nosotros, sino castigo eterna.
Pero el amor de Dios, siempre es lo primero para nosotros.
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