sábado, 29 de abril de 2017

San Antonio de Padua: 2. Dejemos la vanidad del mundo

Sábado, 29 de abril de 2017.
Festividad de Santa Catalina de Siena

Bendito Sea el Señor nuestro Dios; y la Santísima Madre de Dios.

Cuando leo las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, sus sermones, homilías, la doctrina de la Iglesia Católica. Los Santos Padres siempre han valorado su servicio a la Palabra de Dios a la Santísima Voluntad del Altísimo.

Nosotros debemos ser transparentes, no necesitamos que el mundo nos enturbie, no necesitamos acceder a los deseos mundanos. Si para algunos lo que ahora se imaginan que es felicidad y alegría, y la paz, por no estar en comunión con Cristo, no pueden tener una feliz eternidad en un futuro. Nosotros también como perteneciente a la familia franciscana, necesitamos ser contemplativos. Si no fuéramos religiosos no nos preocuparíamos de vivir una vida según el Evangelio de Cristo Jesús, es lo que se nos enseña en las Reglas y Constituciones Franciscanas. No es para nosotros una carga pesada cuando lo hacemos por amor a Cristo.
Veo que las palabras de Jesús, que dirige a quiénes desean más perfección, también van para mí, aunque sin ser sacerdote ni ahora estoy en convento o monasterio. Ni siquiera la paz de una ermita. Pero vivir conforme a Cristo es la mayor alegría que todos podemos tener. Tampoco fui llamado al sacramento del matrimonio. Pues también podemos alcanzar mucha perfección y santidad, combatiendo nuestras tentaciones, como hacen quiénes han profesado los votos de obediencia, castidad, y pobreza. Si me faltara lo necesario para mí. O sea, casa, alimento, vestidos, Solo Dios basta. San Francisco de Asís, y otros muchísimos compañeros frailes, ya lo tenían todo, teniendo solo a Cristo nuestro Señor. 

En estas palabras de San Antonio de Padua nos exhorta, que Cristo es lo más importante para nosotros, y que debemos escuchar y obedecer con toda la máxima confianza. Debemos hacerlo. Y tenemos que dar infinitas gracias a Dios por habernos ayudarnos a conocer la Sagrada Biblia, y amarla, por ser Palabra de Dios.

En el comentario anterior: pues decía, que el comienzo de trabajar por los asuntos del Señor, no se trata de la lentitud. Ahora bien, en la oración, los verdaderos adoradores de Dios no rezan a toda prisa, sino con reverencia, humildad, con verdadero espíritu de fe. En algún lugar, dijo alguien, “hay que rezar corriendo”. Pues es verdad, muchos cristianos rezan con tanta prisa para terminar, que dejan claro que no están interesados por la vida de oración, y desearían no haber comenzado nunca a rezar el Santo Rosario, por ejemplo, pues el demonio provoca esas prisas. Pues una oración bien rezada, pausadamente, el tentador no puede hacernos daño.

El alma orante, en la medida que purifica su vida de oración, más incómodo se siente con las cosas terrenales. Conocí a un ermitaño, más de una vez lo he comentado. Antes de haber sido llamado al seguimiento de Cristo, era deportista, futbolista, tenía su público, sus admiradores, esos aplausos del mundo, la vanidad. Pero ¡como cambió radicalmente tras la llamada del Señor! Comprendió al Espíritu Santo, renunció a su antigua vida del hombre viejo. El antes, que estaba muerto, por esos entretenimientos terrenales, quiso el Señor llevarle a la vida. Se retiró del mundo a los montes, durmiendo en cuevas, confiaba siempre en la Divina Providencia, no le faltó el alimento necesario; muy devoto de la Santísima Madre de Dios, se pasaba largas oras en oración, ya en una capillita o bien paseando seguía orando. Tenía el Oficio Parvo de Nuestra Señora. Su vida religiosa como la de San Francisco de Asís, no tenía comodidades. Pero no era ocioso, pues la oración le ayudaba y tenía también una pequeña huerta para sembrar verduras. El Señor le proveía también por medio de fieles cristianos, otros alimentos, como garbanzos. Recuerdo aquella vez que parece ser se rompió un vasito, y unos trozos de cristales cayeron en la olla, cuando lo comí, me encontré algunos de esos trozos, pero no le dije nada, pues salió de él, que luego me dijo lo que pasó, pero yo le dije, “no tiene importancia”. Vivir al estilo de San Francisco de Asís, como lo hacía otros santos franciscanos, como San Antonio de Padua, la fe nos da fuerzas para vivir más humildemente, sin protestas contra las adversidades, sino siempre felices en el Señor y con Jesús, que tanto nos ama.



2. Dejemos la vanidad del mundo

Subía del poco una humareda como la humareda de un horno grande, que oscureció el sol y la atmosfera. De la humareda salieron langostas que se esparcieron por la tierra. Así se lee en el Apocalipsis (9,2-3).
La humareda enceguece los ojos de la razón sube del poco de la codicia mundana, que es el gran horno de Babilonia. A causa de esta humareda se oscurecieron el sol y la atmósfera. El sol y la atmosfera representan a los religiosos.  Ellos son el sol, porque han de ser puros por la castidad, calientes por la caridad y luminosos por la pobreza; y son la atmosfera, porque han de ser etéreos, o sea, contemplativos.
A causa de nuestros pecados salió la humareda del pozo de la codicia, y nos ahumó a todos. De ahí nace la lamentación de Jeremías (Lm 4,1): ¡Cómo se ennegreció el oro! ¡Cómo se deterioró su hermoso brillo!
Observa con cuanta propiedad Jeremías dice: «se ennegreció y se deterioró». La humareda de la codicia oscurece el esplendor de la vida religiosa y deteriora el espléndido brillo de la contemplación celeste, en la cual la cara del alma se aviva con los colores más bellos, el blanco y el rojo de la encarnación del Señor y el rojo de su pasión; el blanco de la marfileña castidad y el rojo por el ardiente deseo del Esposo celestial.
Lamentablemente, hoy en día, este estupendo color está deteriorado, porque está alterado por la humareda de la codicia. De ello está escrito: De la humareda del poco brotaron langostas por toda la tierra.
Las langostas, por su modo de saltar, representan a todos los religiosos que, utilizando los dos pies juntos de la pobreza y obediencia, deberían saltar hacia las cimas de la vida eterna. Pero lamentablemente, salieron de la humareda del pozo con un salto atrás y, como se dice en el Éxodo (10,5), cubrieron la superficie de la tierra.
Hoy en día no se organizan mercados, ni hay encuentros atestados de seglares o de eclesiásticos, en los que se encuentren monjes y religiosos. Compran, venden, edifican y destruyen, cambia el cuadrado en redondo. En los procesos convocan las partes, pleitean ante los jueces, traen consigo a expertos en decretos y leyes y presentan testigos, con los que están dispuestos a jurar por cuestiones transitorias, frívolas y vanas.
Díganme, oh religiosos necios, ¡si en los profetas o en los Evangelios de Cristo, o en las cartas de San Pablo, o en la regla de San Benito o de San Agustín encontraron litigios y aberraciones de este género, y tamaño alboroto y tantas protestas por cosas banales y caducas!
¡Todo lo contrario! Dice el Señor a los apóstoles, a los monjes y a todos los religiosos, pero no bajo forma de consejo, sino de precepto, ya que ellos escogieron el camino de la perfección: Les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos y hagan el bien a quiénes os odian; bendigan a los que les maldicen y oren por los que les calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, no le niegues ni la túnica. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no solicites que te lo devuelva. Como quieren que hagan con ustedes los hombres, así también hagan ustedes con los hombres, así también hagan ustedes con ellos. Porque si aman a los que les aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo (Lc 6,27-33).
Esta es la regla de Jesús que hay que preferir a todas las reglas, instituciones, tradiciones, invenciones, porque no hay siervo mayor que su amo, ni apóstol más grande que Aquel que lo envió (Jn 13,16).
Presten atención, escuchen y consideren, oh pueblos todos, si hay demencia y presunción, como las de ellos. En la regla de su instituto está escrito que el monje o el canónigo tenga dos o tres túnicas y dos pares de zapatos, uno para el verano y otro para el invierno. Si esto sucediera ocasionalmente y en determinadas circunstancias de tiempo y de lugar no tuvieran estas prendas, protestan que no se observa la regla; mientras tanto pecan mezquinamente dentro de la regla misma.
Observa cuan escrupulosamente guardan la regla o lo que sirve para el cuerpo; en cambio, no guardan para nada, o muy poco la regla de Jesucristo, sin la cual no pueden salvarse.

(II Domingo de Cuaresma, I, 105-108)



***



Efectivamente, es muy importante tener en la memoria las palabras de Jesucristo, y en nuestro corazón, para poder llevarla a la práctica.

¡Como se ha ennegrecido el oro!, también, como se vuelve sosa la sal. Nuestra vida cristiana debe ser constante, fiel a Cristo. Los apegos a las cosas terrenales, las aficiones mundanas, son lazos del enemigo infernal, que termina por empujarnos al pecado, a la tentación. Sin vida de oración, el alma cae fácilmente en cualquier tentación, se acostumbra de tal manera a esas tentaciones, que ya no tiene el Santo Temor de Dios.

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