domingo, 31 de diciembre de 2017

Beata Ana Catalina Emmerick; 49. Los pastores acuden con sus presentes






Beata Ana Catalina Emmerick
Parte IV, Tomo II
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012



49. Los pastores acuden con sus presentes



25 de noviembre.

A la caída de la tarde los tres pastores jefes se dirigieron a la Gruta del Pesebre con regalos, consistentes en animalitos parecido a los corzos. Si eran cabritos, eran muy distinto de los de nuestro país, graciosos y ligeros al correr. Los pastores los llevaban atados con delgados cordeles. Traían sobre los hombros aves que habían matado, y bajo el brazo otras, vivas, de mayor tamaño. Al llegar llamaron tímidamente a la puerta de la Gruta y San José les salió al encuentro. Ellos repitieron lo que les habían anunciado los ángeles y dijeron que deseaban rendir homenaje al Niño de la Promesa y ofrecerle sus pobres obsequios. José aceptó sus regalos con humilde gratitud y los llevó junto a la Virgen, que se hallaba sentada cerca del pesebre, con el Niño Jesús en sus rodillas. Los tres pastores se hincaron con toda humildad, permaneciendo mucho rato en silencio, como absortos en una alegría indecible. Cantaron luego un cántico que habían oído a los ángeles y un salmo que no recuerdo. Cuando estaban por irse, María les dio al Niño que ellos tomaron en sus brazos, unos después de otro, y llorando de emoción lo devolvieron a María, y se retiraron.

Lunes, 26 de noviembre.
Por la noche vinieron de la torre de los pastores, a cuatro leguas del pesebre, otros pastores con sus mujeres y sus niños. Traían pájaros, huevos, miel, madejas de hilo de diversos colores, pequeños atados que parecían de seda cruda y ramas de una planta parecida al junco. Esta planta tiene unas espigas llenas de semillas gruesas. Después de entregar estos regalos a San José, se acercaron humildemente al pesebre, al lado del cual se hallaba María sentada. Saludaron a la Madre y al Niño; de rodillas cantaron hermosos salmos, el Glori in excelsis de los ángeles y algunos otros más breves. Yo cantaba con ellos. Cantaban varias voces y yo hice una vez la voz alta:

  • «¡Oh Niñito bermejo como la rosa, pareces semejante a un mensajero de la paz!».


Cuando se despidieron, se inclinaron ante el pesebre, como si besara al Niño.

Hoy he vuelto a ver a los tres pastores, ayudando a San José, uno después de otro, a disponer todo con mayor comodidad en la Gruta del Pesebre, en las cavernas laterales. He visto también junto a la Virgen varias piadosas mujeres que la ayudaban en diversos servicios. Eran esenias que habitaban no lejos de la gruta en una angostura situada al oriente. Estas mujeres vivían en una especie de casas abiertas en la roca, a considerable altura de la colina. Tenían jardincitos cerca de sus casas y se ocupaban en instruir a los niños de los esenios. San José las había hecho venir porque desde su niñez conocía esta asociación. Cuando huía de sus hermanos se había refugiado varias veces con esas piadosas mujeres en la Gruta del Pesebre. Éstas se acercaban una tras otra a María, trayendo provisiones, y atendían los quehaceres de la Sagrada Familia.

Martes, 27 de noviembre. – Hoy he visto una escena conmovedora: José y María se hallaban junto al pesebre, contemplando con profunda ternura al Niño Jesús. De pronto el asno se echó también de rodillas, y agachó la cabeza hasta la tierra en acto de adoración. María y José lloraban emocionados. Por la noche llegó un mensaje de Santa Ana. Un anciano llegó de Nazaret con una viuda parienta de Ana, a la cual servía. Traían diversos objetos para María.

Al ver al Niño se conmovieron extraordinariamente: el viejo derramaba lágrimas de alegría. Volvió a ponerse en camino llevando noticias de lo visto a Ana, mientras que la viuda se quedó para servir a María.

Miércoles, 29 de noviembre.
Hoy he visto que la Virgen con el Niño Jesús, acompañada de la criada de Ana, salieron de la Gruta del Pesebre durante algunas horas. María se refugió en la gruta lateral, donde había brotado la fuente después del nacimiento de Jesucristo. Pasó unas cuatro horas en esa gruta, de la cual habría de estar más tarde dos días enteros. José había estado arreglándola desde la mañana para que pudiera estar allí con más comodidad. Se refugiaron en esa gruta por inspiración interior, pues habían venido personas de Belén a ver la Gruta del Pesebre, y creo que eran emisarios de Herodes. A consecuencia de las conversaciones de los pastores había corrido la voz de que algo milagroso había sucedido allí al tener lugar el nacimiento del Niño. Vi a esos hombres hablando con José, a quien hallaron con los pastores delante de la Gruta del Pesebre, y luego se fueron, riéndose y burlándose, cuando vieron la pobreza del lugar y la simplicidad de las personas. María después de haberse quedado cuatro horas oculta en la gruta lateral, volvió a la del pesebre con el Niño Jesús.

En la Gruta del Pesebre reina una amable tranquilidad, pues nadie viene hasta este lugar y solo los pastores están en comunión con ella. En Belén nadie se ocupa de lo que pasa en la gruta, pues hay mucha gente, pues hay mucha gente, agitación y movimiento por razón de los forasteros. Se venden y matan muchos animales porque algunos forasteros pagan sus impuestos con ganado. Veo también paganos como criados y servidores.

Por la mañana el dueño de la última posada a donde se habían alojado José y María para pasar la noche, envió un criado a la Gruta del Pesebre con varios regalos. Él mismo llegó más tarde para rendir homenaje al Niño Jesús.

La noticia de la aparición del ángel a los pastores del valle en el momento del nacimiento de Jesús, fue causa de que todos los pastores y gentes del valle oyeran hablar del maravilloso Niño de la Promesa. Todos ellos acuden para honrarlo.


Viernes, 30 de noviembre. – Hoy mismo varios pastores y otras buenas personas llegaron a la Gruta del Pesebre y honraron al Niño con mucha devoción. Llevaban trajes de fiesta porque iban a Belén para la solemnidad del sábado. Entre estos visitantes vi a aquella mujer que el 20 de noviembre había compensado la grosería de su marido con la Santa Familia, ofreciéndole hospitalidad. Hubiera podido ir más fácilmente a Jerusalén, porque está más cerca, para la fiesta del sábado, pero quiso dar u rodeo más largo para ir a Belén y ver al Niño Santo y a sus padres. Después se sintió muy feliz por haberles ofrecido esta prueba de su afecto. Por la tarde vi a un pariente de José de cuya casa la Sagrada Familia había pasado la noche del 22 de noviembre: ahora venía al Pesebre para ver y saludad al Niño. Este hombre era el padre de Jonadab, quien, en la hora de la crucifixión, llevó a Jesús un lienzo para que se cubriera con él. Supo que José había pasado cerca de su casa y había oído hablar de los hechos maravillosos que acontecieron en el nacimiento del Niño, y teniendo que ir a Belén para el sábado, llegó hasta la gruta con algunos regalos. Saludó a María y rindió homenaje al Niño. José lo recibió amistosamente; pero o quiso aceptar de él nada, y sólo pidió prestado algún dinero dándole en garantía la borriquilla, condición de recuperarla al devolverle el dinero. José necesitaba el dinero para emplearlo en los regalos que debía hacer en la ceremonia de la circuncisión y en la comida que habría de ofrecer.

sábado, 30 de diciembre de 2017

Beata Ana Catalina Emmerick: 48. Fecha del nacimiento del Redentor

Beata Ana Catalina Emmerick


Tomo II


Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener

Ciudadelalibros 2012





 48. Fecha del nacimiento del Redentor

Jesucristo nació antes de cumplirse el año 3997 del mundo. Más tarde fueron olvidados los cuatro años, menos algo, transcurridos desde su nacimiento hasta el fin del 4.000. después hizo comenzar nuestra cuatro años más tarde. Uno de los cónsules de Roma llamado Léntulo, fue antepasado del sacerdote y mártir Moisés, del cual tengo una reliquia. Había vivido en tiempos de San Cipriano. De él desciende aquel otro Léntulo que fue amigo de San Pedro en Roma. Herodes reinó cuarenta años. Durante siete años no fue independiente; pero ya desde aquel tiempo oprimía al país y cometía actos de crueldad. Murió, creo, en el año sexto de la vida de Jesús; su muerte se guardó en secreto por algún tiempo. Herodes fue siempre sanguinario y hasta sus últimos días hizo mucho daño. Lo vi arrastrándose en medio de una amplia habitación acolchada, con una lanza a su lado, queriendo herir a las personas que se le acercaban. Jesús nació más o menos en el año treinta y cuatro de su reinado.

Unos dos años antes de la entrada de María en el templo, Herodes mandó hacer algunas construcciones allí. No hizo de nuevo el templo, sino algunas reformas y mejoras. La huida a Egipto se produjo cuando Jesús tenía nueve meses, y la matanza de los inocentes ocurrió en el segundo año de la edad de Jesús. El nacimiento de Jesús tuvo lugar en un año judío de trece meses, que era un arreglo semejando a nuestros años bisiestos. Creo también que los judíos tenían meses de veinte días dos veces al año y uno de veintidós días. Puede oír algo de esto a propósito de los días de fiesta; pero ahora no me queda más que un recuerdo confuso. He visto que se hicieron varas veces el cambio en el calendario. Sucedió al salir de un cautiverio, mientras trabajaban en la reconstrucción del templo. He visto al hombre que cambió el calendario y supe también y supe también su nombre.



viernes, 29 de diciembre de 2017

Beata Ana Catalina Emmerick: 47. Antecedentes de los Reyes Magos



Beata Ana Catalina Emmerick
Tomo II
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012


47. Antecedentes de los Reyes Magos




Quinientos años antes del nacimiento del Mesías, los antepasados de los tres Reyes Magos eran poderosos y tenían más riquezas que sus descendientes, ya que sus posesiones eran extensas y su herencia menos dividida. Vivían entonces en tiendas de campaña, con excepción del rey que vivía al este del Mar Caspio, cuya ciudad veo en este momento. Esta ciudad tiene construcciones subterráneas de piedra, en lo alto de las cuales se alzan pabellones, pues se halla cerca del mar, que se desborda con frecuencia. Veo allí montañas muy altas y dos marees, uno a mi derecha y otro a mi izquierda. Aquellos jefes de raza eran, según sus tradiciones, observadores y adoradores de los astros, y existía en el país un culto abominable que consistía en sacrificar a los viejos, a los hombres deformes y también a los niños. Lo más horrible era que estos niños eran vestidos de blanco y luego arrojado en calderas donde morían hervidos. Toda esta abominación fue abolida. A estos ciegos paganos Dios les anunció con mucha anticipación el nacimiento del Salvador.

Aquellos príncipes tenían tres hijas versadas en el conocimiento de los astros. Las tres recibieron el espíritu de profecía y supieron por medio de una visión, que una estrella saldría de Jacob y que una Virgen daría al Salvador del mundo. Vestida con largos mantos recorrían el país predicando la reforma de las costumbres y anunciando que los enviados del Salvador vendrían un día al país trayendo el culto del Dios verdadero. Predecían muchas cosas más relativas a nuestra época y a épocas más lejanas aún. A raíz de estas predicciones los padres de estas jóvenes elevaron un templo a la futura Madre de Dios hacia el mediodía del mar, en el mismo sitio de los límites de sus países y allí ofrecieron sacrificios. La predijo de las tres vírgenes se refería una constelación y a diversos cambios que habrían de producirse. Desde entonces empezaron a observar aquella constelación desde lo alto de una colina cercana al templo de la futura Madre de Dios, y de acuerdo con esas observaciones, cambiaban algunas cosas en los templos religioso y en los ornamentos.

Así he visto que el pabellón del templo era unas veces azul, otras, rojo, otras, amarillos y otras de los demás colores. Me impresionó que pasaran su día de fiesta al sábado, mientras antes celebraban el viernes. Todavía recuerdo a este día: Tanna o Tanneda.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Beata Ana Catalina Emmerick: 46. Señales en Jerusalén, en Roma y en otros pueblos.


Beata Ana Catalina Emmerick
Tomo II
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012



46. Señales en Jerusalén, en Roma y en otros pueblos.



Esta noche vi en el templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa Ana y al anciano Simeón. Vi en Nazaret a Ana, y en Juta a Santa Isabel. Todos tenían visiones y revelaciones del nacimiento del Salvador. He visto a Juan Bautista, cerca de su madre, manifestando una alegría muy grande. Vieron y reconocieron a María en medio de aquellas visiones, aunque no sabían donde había tenido lugar el acontecimiento. Isabel tampoco lo sabía. Solo Ana sabía que tenía lugar en Belén. Esta noche vi en el templo un acontecimiento admirable y extraño: todos los rollos de escrituras de los saduceos saltaban fuera de los armarios donde estaban dispersándose*. Este suceso causó mucho espanto en todos, pero los saduceos lo atribuyeron a efectos de brujería, y repartieron dinero a los que lo sabían para que mantuviera el secreto.

[* Herodes había colocado algunos de sus hijos bastardos en la seta de los saduceos, como empleados del templo, para disminuir la influencia de los fariseos]

He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació vi un barrio de la ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una cumbre de la colina donde había una puerta dorada. Era un lugar donde se ventilaban asuntos de interés. Cuando el emperador bajó de la colina, vio a la derecha, encima de ella, una aparición en el cielo. Era una Virgen sobre un arco iris, con un Niño en el aire, que parecía salir de ella. Creo que el emperador fue el único que vio esta aparición. Para conocer hizo consultar un oráculo que había enmudecido, el cual habló de un Niño recién nacido, a que todos debían adorar y rendir homenaje. El emperador hizo erigir un altar en el sitio de la colina donde había visto la aparición, y después de haber ofrecido sacrificios, lo dedicó al Primogénito de Dios. He olvidado otros detalles de este hecho.

He visto en Egipto un hecho que anunció el nacimiento de Jesucristo. Mucho más allá de Matarea, de Heliópolis y de Menfis había un gran ídolo que pronunciaba habitualmente toda clase de oráculos, pero de pronto enmudeció. El faraón mandó hacer sacrificios en todo el país a fi de saber por qué causa había callado. El ídolo fue obligado por Dios responder que guardaba silencio y debía desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y que en aquel mismo sitio se levantaría un templo en honor de la Virgen. El faraón hizo levantar un templo allí mismo cerca del que había antes en honor del ídolo. No recuerdo todo lo sucedido; sólo sé que el ídolo fue retirado y que se levantó un templo a la anunciada Virgen y a su Niño, siendo honrados a la manera de ellos.

Al tiempo del nacimiento de Jesucristo vi una maravillosa aparición que se presentó a los Reyes Magos en su país. Estos Magos eran observadores de los astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso de los astros y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban unos a otros. Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre la torre piramidal. El tercero que habitaba al este del Mar Caspio, no estaba allí. Observaban una determinada constelación en la cual veían de cuando en cuando sus variantes, con diversas apariciones. Esta noche vi la imagen que se les presentaba. No la vieron en una estrella, sino en una figura compuesta de varias de ellas, entre las cuales parecía efectuarse un movimiento. Vieron un hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris sentada la Virgen. Tenía la rodilla izquierda levantada y la pierna derecha más alargada, descansando el pie sobre la media luna. A la izquierda de la Virgen, encima del arco iris apareció una cepa de vid y a la derecha, un haz de espigas de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse semejante al de la Última Cena. Del cáliz vi salir al Niño, y por encima de Él, un disco luminoso parecido a una custodia vacía, del que partían rayos semejantes a espigas. Por eso pensé en el Santísimo Sacramento. Del costado derecho del Niño salió una rama, en cuya extremidad apareció, a semejanza de una flor, una iglesia octogonal con una gran puerta dorada y dos pequeñas laterales. La Virgen hizo entrar al cáliz, al Niño y la Hostia en la iglesia, cuyo interior pude ver, y que en aquel momento me pareció muy grande. En el fondo había una manifestación de la Santísima Trinidad. La Iglesia se transformó luego en una ciudad brillante, que me pareció la Jerusalén celestial. En este cuadro vi muchas cosas que se sucedían y parecían nacer unas de otras, mientras yo miraba el interior de la Iglesia. Ya no puedo recordar en qué forma se fueron sucediendo. Tampoco recuerdo de qué manera supieron los Reyes Magos que Jesús había nacido en Judea. El tercero de los Reyes, vivía muy distante, vio la aparición al mismo tiempo que los otros. Los Reyes sintieron una alegría muy grande, juntaron sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron al cabo de varios días de camino. Los días que precedieron al nacimiento de Jesús, los veía sobre su observatorio, donde tuvieron varias visiones.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Beata Ana Catalina Emmerick, 45. Señales en la naturaleza. Anuncio a los pastores


Beata Ana Catalina Emmerick
Tomo II
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012

45. Señales en la naturaleza.
Anuncio a los pastores



He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor, y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del nacimiento de Jesús, brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del norte. Cuando al día siguiente lo notó José, le preparó enseguida un desagüe. El cielo tenia un color rojo oscuro sobre Belén, mientras se veía un vapor tenue y brillante sobre la Gruta del Pesebre, el valle de la gruta de Maraha y el Valle de los Pastores.

A legua y media de la gruta de Belén, en el Valle de los Pastores, había una colina donde empezaba una serie de viñedos que se extendía hasta Gaza. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores, jefes de las familias de los demás pastores de las inmediaciones. A distancia doble de la Gruta del Pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los pastores. Era un gran anclaje piramidal, hecho de madera, que tenía por base enormes bloques de la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y se alzaba sobre una colina aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado de escaleras; tenía galería y torrecillas, todo cubierto de esteras. Guardaba cierto parecido con las torres de madera que he visto en el país de los Reyes Magos, desde donde observaban las estrellas. Desde lejos producía la impresión de un gran barco con muchos mástiles y velas. Desde esta torre se gozaba de una esplendida vista de toda la comarca. Se veía Jerusalén y la montaña de la tentación en el desierto de Jericó. Los pastores tenían allí a los hombres que vigilaban la marcha de los rebaños y avisaban a los demás tocando cuernos de caza, si había alguna incursión de ladrones o gente de guerra. Las familias de los pastores habitaban esos lugares en un radio de unas dos leguas. Tenían granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían junto a la torre, donde guardaban los utensilios que tenían en común. A lo largo de la colina de la torre, estaban las cabañas, y algo apartado de estas había un gran cobertizo con divisiones donde habitaban las mujeres de los pastores guardianes: allí preparaban la comida. he visto que en esta noche parte de los rebaños estaban cerca de la torre, parte en el campo y el resto bajo un cobertizo cerca de la colina de los pastores.

Cuando el nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la Gruta del Pesebre. He visto que se pusieron en agitado movimiento los pastores que estaban junto a la torre, los cuales subieron a su mirador dirigiendo la vista hacia la gruta. Mientras los tres pastores estaba mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se asustaran los pastores, se apareció un ángel ante ellos, que les dijo: «no temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy esta: encontrareis el Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre». Mientras el ángel decía estas palabras el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Llevaban en las manos una especie de banderola larga, donde se veía letras de un tamaño de un palmo y oí que alababan a Dios cantando: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra para los hombres de buena voluntad».

Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de una fuente, al este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que los pastores fueran enseguida a la Gruta del Pesebre, porque unos se encontraban a legua y media de distancia y otros a tres: los he visto, en cambio consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la Gruta del Pesebre al rayar el alba.

martes, 26 de diciembre de 2017

Beata Ana Catalina Emmerick, 44. Nacimiento de Jesús


Después pasada la Epifanía del Señor continuaré si Dios quiere, con la doctrina de San Cipriano del Padre Nuestro, pero en estos días en torno a la Santa Navidad, tratemos con el Niño Jesús, la Sagrada Familia, siempre con ternura y amor; siempre respetando al Señor.

Por fecha del 2012 salió una colección que a mí me interesaba sobre las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick, Había sido anunciado por un periódico, "La Gaceta". Cinco tomos, uno por semana, puntualmente me lo reservaban. Siempre me han interesado estos buenos libros,




[La vidente ve la Anunciación y la Encarnación el 25 de febrero,
y la Natividad de Nuestro Señor el 25 de noviembre]

44. Nacimiento de Jesús

He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no era ya visible. María, con su amplio vestido, desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la media noche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda, una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María a lo más alto del cielo. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la Tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.

Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía, y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma, y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño que lo había cubierto, y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo.

Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad, de fervor. Solo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.

María envolvió al Niño: tenía solo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, arropado, como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. «¡Ah», decía yo, «este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!».

He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José, con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en la rocha, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el mediodía. Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a ambos lados, derramado lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza.

José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido blanco que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo: pero nunca la vi enferma ni fatigada.

viernes, 22 de diciembre de 2017

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (23-24)

San Cipriano de Cartago



Obras completas
La oración dominical: el Padre Nuestro
Tomo I. 
Biblioteca de Autores Cristianos.

23)   El Señor añade y enuncia claramente una ley, sometiéndonos a una condición precisa y a una promesa: que debemos pedir que nos sean perdonadas nuestras deudas en la medida que nosotros perdonemos a nuestros deudores, sabiendo que no se puede obtener lo que pedimos para nuestros pecados si nosotros no hacemos lo mismo con los que pecan contra nosotros. Por ello dice en otro lugar: «Con la medida que midáis, se os medirá» (Mt 7,2). Y por ello aquel siervo que no quiso perdonar toda la deuda a su compañero, perdió el perdón que había recibido de su señor (Cf. Mt 18,23ss.) Esta misma regla propone Cristo aún con mayor fuerza y vigor en sus preceptos, dice: «Cuando os pongáis de pie para la oración, perdonad si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestros pecados. Pues si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre, que está e los cielos perdonará vuestros pecados » (Mc 11,25-27). No te quedará ninguna excusa en el día del juicio cuando seas juzgado según tu propia sentencia y sufras aquello mismo que tú has hecho a los otros. Dios nos manda vivir en paz en su casa, concordes y unánimes, y quiere que, una vez renacidos, perseveremos en lo que hemos llegado a ser en nuestro segundo nacimiento. Por, nosotros, que hemos comenzado a ser hijos de Dios, permanezcamos en la paz de Dios, y los que tenemos un solo Espíritu, tengamos también una sola alma y un solo corazón. Por ello, Dios no acepta el sacrificio del que vive en discordia, y le manda que se retire para reconciliarse con su hermano (Cf. Mt 5,24), ya que es solo propicio para Dios es nuestra paz y concordia fraternas, un pueblo unido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
24)   Asimismo, en los sacrificios que ofrecieron Abel y Caín (Cf. Gn 4,3ss.), Dios se fijaba más en el corazón que en las ofrendas, de modo que agradaba más a Dios en su ofrenda aquel que le agradaba también en su corazón. Abel, pacífico y justo, mientras sacrificaba a Dios con inocencia, enseñó también a los demás a que, cuando hacen sus ofrendas en el altar, se acerquen con temor de Dios, con corazón sencillo, con la ley de la justicia y la paz de la concordia. Con razón, aquel hombre que ofrecía a Dios con tal voluntad, se convirtió después él mismo en sacrificio para Dios. De este modo él, que poseía la justificación y la paz del Señor, constituyéndose el primero de los mártires, inició la pasión del Señor con la gloria de su sangre. Tales son aquellos a los que en el día del juicio. Por el contrario, el que siembra la discordia, la división y no está en paz con sus hermanos, según lo que nos atestigua el bienaventurado apóstol y la Sagrada Escritura, aunque muera por el nombre de Cristo no podrá escapar del crimen de dividir a los hermanos, porque está escrito: «El que odia a su hermano es un homicida» (1Jn 3,15) y el homicida no puede entrar en el Reino ni vivir con Dios. No puede estar con Cristo el que prefirió imitar a Judas antes que a Cristo. ¡Qué gran pecado es este que no puede ser lavado por el bautismo de la sangre! ¡Qué gran crimen que no puede ser expiado ni con el martirio!

miércoles, 20 de diciembre de 2017

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (21-22)


San Cipriano de Cartago


Obras completas
La oración dominical: el Padre Nuestro
Tomo I. 
Biblioteca de Autores Cristianos.

21)   No puede faltar el alimento cotidiano al justo, ya que está escrito: «No hará morir de hambre el Señor al hombre justo» (Prov 10,3); y también: «Fui joven, ya soy viejo y nunca vi desamparado al justo, ni a su descendencia mendigando el pan» (Sal 36,25). Lo mismo promete el Señor, cuando dice: «No os preocupéis diciendo: ¿Qué comemos? o ¿qué beberemos? Por todas estas cosas se afanan los gentiles. Sabe bien vuestro Padre que necesitáis que estas cosas. Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todas estas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6,31-33). Promete, pues el Señor que todo será otorgado a los que busquen el Reino de Dios y su justicia. En efecto, siendo todas las cosas de Dios, a quien tiene Dios nada le faltará, si él no falta a Dios. Así se explica que Daniel, arrojado por orden del rey a la fosa de los leones, sea alimentado milagrosamente y coma el hombre de Dios en medio de aquellas fieras hambrientas, pero que lo respetan (Cf. Dn 14,31ss.). Así también fue alimentado Elías en su fuga en el desierto por cuervo que le servían y le llevaban el alimento durante la persecución (Cf. 1Re 17,16ss.). ¡Oh detestable crueldad de la maldad humana! Las fieras perdonan, las aves sustentan, mientras los hombres tienden trampas y actúan con violencia.
22)   Después de esto, también pedimos por nuestros pecados, diciendo: «Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Tras el socorro del alimento se pide también el perdón del pecado, a fin de quien es alimentado por Dios viva en Dios y o se preocupe solo de la vida presente, tal como die en el Evangelio: «Te perdoné toda la deuda, porque me suplicaste» (Mt 18,32). ¡Con qué necesidad, previsión y preocupación por la salvación se nos advierte de que somos pecadores! Nosotros, que nos vemos obligados a rogar por nuestros pecados, mientras pedimos perdón a Dios, tomamos conciencia de lo que somos. Y para que ninguno se complazca en sí mismo, como si fuese inocente, y no perezca aún más en su orgullo, se nos instruye y enseña que pecamos todos los días, porque cada día se nos ordena rezar por nuestros pecados. Finalmente, también juan en una de sus cartas nos advierte diciendo: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, el Señor es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados.» (1Jn 1,8-9). En su carta Juan nos recuerda dos cosas: que debemos rogar por nuestros pecados y que hemos de pedir perdón con nuestra oración. Por eso afirma que el Señor es fiel para perdonar los pecados, porque guarda fidelidad a sus promesas. Pues el que nos enseñó a orar por nuestras deudas y pecados, también os ha prometido la misericordia del Padre y el perdón consiguiente.


San Antonio de Padua, «La Palabra tiene fuerza cuando va acompañado de las buenas obras»

Muchas personas devotas de la Familia Franciscana, encuentran su alegría, al menos en pertenecer en la TOF: [Tercera Orden Franciscana] ...