martes, 23 de mayo de 2017

Dedicación de la Basílica de San Francisco


 Dedicación de la Basílica de
San Francisco




Gregorio IX

Inocencio IV


24 de mayo
Dedicación de la Basílica
de San Francisco
(Liturgia de las Horas, Laudes y Vísperas de la Familia Franciscana. Editorial Espigas. Murcia. 2014)        

    El papa Gregorio IX, después de canonizar a San Francisco el 16 de julio de 1228, bendijo la primera piedra de la iglesia que debía albergar sus restos. Esta iglesia sería también la cabeza y madre de la Orden de los Menores. El papa Inocencio IV consagra el templo en 1253 y Benedicto XIV lo eleva a basílica patriarcal y capilla papal en 1764. El edificio tiene tres naves superpuestas. La excavada en tierra, que acoge el cuerpo de San Francisco en un sepulcro de piedra y hierro, realizada por el arquitecto Hugo Tarchi según el estilo neorrománico; la intermedia y la superior, llamadas la Basílica inferior, baja y oscura, y la Basílica superior, espaciosa y luminosa. Es un símbolo: la primera representa la vida de penitencia; la segunda simboliza la gloria. Las dos basílicas están llenas de pinturas sobre la pasión de Cristo y la vida de San Francisco, realizadas por Cimabue, Martini, Lorenzetti, Giotto, Cesare Sermei, Giacomo Giorgetti y Girolamo Martelli, artistas de la Umbría del siglo XIV. La Basílica es Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000.


SEGUNDA LECTURA

Benedicto XIV



De la Constitución Fidélis Dóminus, de Benedicto XIV, papa (proemio y núms. 1 y 5: Sanctissimi Domini nostri Benedicti Papae XIV, Bullarium IV, Romae 1757, pp. 189.190.192)

El Señor exalta a sus santos para reavivar la fe


Fiel es el Señor a su palabra, al decir frecuentemente en la sagrada Escritura que exaltará a los que se constituyeron en imágenes fieles de su Hijo por el ejercicio de la virtud de la humildad, reservando para ellos todo honor y gloria no sólo en el reino de los cielos, sino también en el mundo presente, para su propia exaltación y aumento de la fe en los demás hombres.

Ejemplo vivo lo hallamos en el bienaventurado Francisco. Este santo varón puso especial empeño en verse pequeño y humilde ante su propia consideración y ante la estima de los demás; y hoy, por declaración expresa de la santa Madre Iglesia, es honrado entre los amigos de Dios en el cielo, y en toda la tierra. Su cuerpo glorioso, fiel trasunto de la mortificación de Cristo hasta el lecho de su muerte, ahora resplandece en sepulcro glorioso, convertido además en santuario famoso, a donde concurren los pueblos de todo el mundo a postrarse con fervor y devoción, mientras se multiplican allí los signos y prodigios.

No habían transcurrido dos años de su muerte, cuando se iniciaron las obras en lugar digno para custodiar con suma piedad sus restos mortales, en las afueras de la ciudad de Asís, junto a las murallas; lugar que el papa Gregorio IX, nuestro predecesor, hizo suyo y transfirió la propiedad a la Santa Sede Apostólica, y reservando, directa y perpetuamente, a la misma Sede Apostólica todos los derechos inherentes a la iglesia que se construiría en dicho lugar.

En la ciudad de Asís el mismo papa Gregorio IX canonizó al patriarca Francisco, y aprovechó esta efemérides para colocar él personalmente la primera piedra de la nueva iglesia, que nombró «cabeza y madre» de la Orden de los Menores, concediendo a este magnífico templo especiales prerrogativas y privilegios, que luego acrecentarían los romanos Pontífices.

Terminadas felizmente las obras de este magnífico templo, el veinticinco de mayo del año mil doscientos treinta, con solemne pompa fue trasladado el cuerpo de San Francisco; y el domingo anterior a la fiesta dela Ascensión del Señor, veinticinco de mayo de mil doscientos cincuenta y tres, personalmente, el papa Inocencio cuarto, con gran solemnidad, celebró el rito de la consagración de esta iglesia.

Así pues, Nos, a ejemplo de nuestros predecesores, deseamos acrecentar su esplendor y gloria, puesto que estamos seguros que el Patriarca seráfico impetrará del Señor más abundantes bendiciones y gracias celestes para la Iglesia Romana, cuanto más engrandezca la Sede Apostólica su extraordinaria figura. Por tanto, por la presente Constitución, valedera para siempre, erigimos dicha iglesia de San Francisco en basílica patriarcal y capilla papal.
RESPONSORIO                                                  
Cf. Sal 45, 5; Ef 2, 7
R. El Altísimo consagró su morada * Y glorificó a su siervo Francisco. (T.P. Aleluya.)
V. Para mostrar entre los pueblos las copiosas riquezas de su gracia. * Y glorificó.
            Oración. Señor, tú que edificas el templo de tu gloria con piedras vivas y elegidas, multiplica en tu Iglesia los dones del Espíritu Santo, a fin de que tu pueblo, por intercesión de nuestro Padre San Francisco, crezca siempre para edificación de la Jerusalén celeste. Por nuestro Señor Jesucristo.


Basílica de San Francisco de Asís
Tres iglesias superpuestas..... todas conmovedoras y diferentes. 
En una ciudad del medioevo.

Para saber más, aquí:
Basílica de San Francisco, por G. Bellucci - Directorio Franciscano

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También en el 25 de mayo

Gerardo de Villamagna (1174-1270)
el beato Gerardo Mecam, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Villamagna (Toscana, Italia). Huérfano a los 12 años, reparte sus bienes a los pobres. Viaja dos veces a Palestina para visitar los Santos Lugares. Es apresado por los turcos, salvando la vida de milagro. Como también lo es, viajando a Siria por los ataques de los piratas. En la segunda estancia en Palestina se dedica a la oración y atención a los pobres y peregrinos. Después de residir siete años en Tierra Santa, busca en Italia a San Francisco, recibe de él el hábito el hábito de terciario, y se dedica a la oración en una capilla cercana a Villamagna. Construye un oratorio dedicado a la Virgen María en lo alto de la colina del Encuentro, guardada en la actualidad por un convento edificado por San Leonardo de Porto Mauricio. Muere el 25 de mayo de 1270 a la edad de 96 años.
El Papa Gregorio XVI aprueba su culto el 18 de marzo de 1833. [Año Cristiano, tomo V, Biblioteca de Autores Cristianos. BAC, 2004. Y en la Liturgia de las Horas: Laudes y Visperas de la Familia Franciscana. Editorial Espigas. Murcia. 2014]



Oración. Señor Dios, tú que nos has revelado que toda la ley se compendia en el amor a Ti y al prójimo; concédenos que, imitando la caridad del beato Gerardo Mecatti, podamos ser un día, contados entre los elegidos de tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo.



San Antonio de Padua: 7. ¡No temas! ¡Yo soy tu ayuda!


San Antonio de Padua

Escritos selectos

Selección y traducción: Fray Contardo Miglioranza: O.F.M.C.

Editorial Apostolado Mariano. Sevilla. 1992

Parte 1ª. Vivencias espirituales



7. ¡No temas! ¡Yo soy tu ayuda!


Se lee en el libro del Eclesiástico (24,42) Voy a regar mi Espíritu y embriagar el fruto de mi parte.

El jardín es el alma, en la que Cristo, como jardinero, planta los sacramentos de la fe y la riega, cuando la fecunda con la gracia del arrepentimiento. Se dice también: Embriagaré el fruto de mi parto. Nuestra alma es llamada «fruto del parto del Señor», o sea, fruto de sus dolores, porque Él dio a luz como mujer parturienta, en su dolorosa pasión. Él se ofreció –escribe San Pablo (Hb 5,7)– con gran clamor y lágrimas. Y en Isaías (66,9) dice el Señor : Yo que abro el seno materno ¿no daré a luz?

Él exalta el fruto de su parte, cuando con la mirra y el áloe de su pasión mortifica los deleites de la carne, para que el alma, como embriagada por las cosas temporales. Dice el salmista (64,10): Oh Señor, visitaste la tierra y la embriagaste.

Además, Él es de mano fuerte y nos hace progresar de virtud en virtud, y esto sucede para los que sacan provecho. Y dice en Isaías (41,13): Yo soy el Señor tu Dios que toma tu mano y te dice: «¡No temas! ¡Yo soy tu ayuda!».

Como la madre amorosa toma con su mano la del hijo pequeño, incapaz de subir, para que pueda subir en pos de ella, así el Señor aferra con su mano piadosa de la del humilde penitente, para que pueda subir por la escala de la cruz hasta el peldaño más alto de la perfección, y así merezca un día ver al Rey en todo su esplendor, a Aquel a quien desean contemplar los ángeles (Is 33,17; 1Pe 1,12).
Nuestro bondadoso y misericordioso Señor, que da a todos abundantemente y sin reproche (St 1,5), nos dio el oro, o sea, la sagrada inteligencia de la divina Escritura: Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras. (Lc 24,45); un entendimiento purísimo, purificado de toda hez y de toda escoria herética.

(Prólogo de los sermones: 1,2)

Santos Franciscanos para cada día: «Beato Juan de Prado» (1563-1631)




Santos Franciscanos para cada día
Imagen del Directorio Franciscano




«Todos han nacido en ella»

Fr. Giuliano Ferrini OFM

Fr. Guillermo Ramírez













23 de mayo



Beato Juan de Prado. Sacerdote y mártir de la Primera Orden (1560‑1631).

Beatificado por Benedicto XIII el 24 de mayo de 1728.

Juan de Prado nació en Mogrovejo, España, en 1560, de nobles padres. Interrumpió los estudios en la universidad de Salamanca para vestir el hábito religioso entre los Hermanos Menores de Rocamador el 16 de noviembre de 1584; al año siguiente, el 18 de noviembre, hizo su profesión. Ferviente predicador y buen teólogo, tomó parte en las polémicas sobre la Inmaculada concepción. Desempeñó los oficios de guardián en diversos conventos, maestro de novicios y dos veces definidor. Por sus virtudes y dones fue escogido para gobernar la nueva Provincia franciscana de San Diego, erigida en 1620. Bajo su provincialato intentó la restauración de la misión franciscana de Marruecos. En efecto, en 1630 obtuvo ser destinado a Marrakesh, capital de Marruecos, para asistir espiritualmente a los esclavos cristianos. Obtenido el salvoconducto del Sultán y provisto por Urbano VIII de las facultades de Prefecto apostólico de la misión, con otros dos cohermanos partió de Cádiz el 27 de noviembre de 1630.

Después de haber ejercido el ministerio en Mazagan por tres meses, intentó llegar a Marrakesh; arrestado en Azamour por las autoridades musulmanas, fue conducido a Marrakech el 2 de abril de 1631. Presentado al nuevo Sultán Mulay, confesó valientemente la fe cristiana. Fue puesto en prisión y flagelado varias veces; durante su última polémica religiosa con el sultán, fue apuñalado por éste, herido con flechas y condenado a la hoguera en la plaza del palacio. Mientras predicaba todavía sobre la hoguera intrépidamente la fe, fue ultimado a pedradas y a golpes de tronco, el 24 de mayo de 1631. Tenía 71 años. La tierra de Marruecos, bañada con la sangre de los Protomártires franciscanos y de los mártires de Ceuta, San Daniel y compañeros, recogió también la sangre de este ilustre cohermano que por largos años había ejercido el apostolado en tierras de España y se había preparado para el martirio con rigidísimas penitencias, afianzadas en una desbordante vida de oración. Su gloriosa muerte fue acompañada de muchos milagros y numerosas conversiones.





24 de mayo
BEATO JUAN DE PRADO (1563-1631)



Sacerdote franciscano español, misionero y mártir en Marruecos.

Nació de familia noble hacia el año 1563 en el pequeño pueblo de Morgovejo, en las montañas de León, ya en las estribaciones de los Picos de Europa santanderinos y en la cabecera del río Cea. Estudió en Salamanca hasta que, a la edad de 21 años, vistió el hábito de san Francisco en el convento de Rocamador (Badajoz), perteneciente a la Provincia franciscana de San Gabriel. Cumplido el año de noviciado, profesó el 18 de noviembre de 1585. Completados los estudios y ordenado de sacerdote, se dedicó a la vida de oración y penitencia, armonizada con un intenso apostolado. Su buena preparación teológica hizo de él un predicador estimado; además, participó en la controversia en torno a la inmaculada Concepción de María, defendiendo, en sintonía con la escuela franciscana, el gran privilegio concedido por Dios a la Virgen.



Sus cualidades y sus virtudes le ganaron la confianza de los superiores de la Orden, que le confiaron cargos de responsabilidad: maestro de novicios, varias veces guardián de diferentes conventos, dos veces definidor o consejero del Provincial. Cuando el año 1620 la Provincia de San Gabriel se dividió en dos, fue nombrado primer Ministro de la recién formada con el título de San Diego en Andalucía. La gobernó hasta 1623, y ya liberado del cargo, quiso ir a la Isla de Guadalupe para evangelizar a los nativos; hizo las oportunas gestiones, y consiguió tanto la autorización civil como la eclesiástica, pero las múltiples complicaciones surgidas, ajenas a su voluntad, frustraron el proyecto.



La Misión de Marruecos, de tan larga tradición franciscana desde el mismo siglo XIII, consagrada en 1220 y precisamente en Marrakech con la sangre de los protomártires franciscanos, san Berardo y compañeros, y fecundada siete años más tarde en Ceuta por la predicación y martirio de san Daniel y sus compañeros, subsistía a principios del siglo XVI, si bien restringida a la asistencia de los cautivos cristianos. Después, a principios del siglo XVII, quedó interrumpida y se hallaba carente de predicadores evangélicos que atendieran a los esclavos e inmigrados católicos, sujetos a tan adversas circunstancias y a tan grande peligro de abandonar su fe. En estas circunstancias, un caballero y mercader toledano residente en Cádiz, que se llamaba Alonso Herrera de Torres y que tenía un agente de sus negocios en Marruecos, informó a Fr. Juan de la situación de abandono religioso en que se encontraban en Marrakech desde hacía años los cautivos cristianos. Esto impresionó a nuestro Beato y avivó en él la conciencia misionera. Entendió que era Dios quien le habría las puertas para cumplir sus antiguos deseos de ir entre infieles, lo trató con el mencionado Alonso Herrera y éste, mediante su agente, consiguió un salvoconducto y licencia del rey Muley Luali para ir a Marrakech a administrar los sacramentos a aquellos afligidos cristianos que tanta necesidad tenían de ministros del Señor.



Por su parte, fray Juan hizo rápidamente las pertinentes diligencias para obtener las preceptivas licencias de las autoridades civiles, eclesiásticas y de su propia Orden. Con todos los papeles en regla y, además, autorizado y bendecido por el papa Urbano VIII con singulares facultades y privilegios que lo convertían en Prefecto apostólico de las misiones de aquel imperio, el beato Juan de Prado, ya entrado en años, partió el día 27 de noviembre de 1630 de la ciudad de Cádiz, de cuyo convento de Nuestra Señora de los Ángeles era entonces guardián, con dos compañeros, Fr. Matías de San Francisco, sacerdote, y Fr. Ginés de Ocaña, hermano lego. Tras un viaje accidentado, la víspera de la Inmaculada llegaron a Mazagán (El Jadida), entonces plaza portuguesa, situada en la costa atlántica de Marruecos, a unos 90 Km. al sur de Casablanca. Fueron bien recibidos, pues hacía más de cuarenta años que no habían visto allí un hábito franciscano, y los frailes, por su parte, se ganaron la admiración y voluntad de todos por su apostolado y por el ejemplo de sus vidas. Aquella cuaresma, la de 1631, nuestros misioneros la pasaron predicando y confesando, confortando y edificando a los habitantes de la fortaleza con su palabra y su comportamiento.



Mientras tanto, cuando Fr. Juan llegó con sus compañeros a Mazagán, había muerto el rey que le había enviado el salvoconducto, por lo que el gobernador de la plaza, temiendo la crueldad del nuevo rey, les aconsejó que no llevaran adelante sus propósitos. Pero un buen día, empujados por sus ansias misioneras, Fr. Juan y Fr. Matías salieron disimuladamente de la fortaleza, dejando allí a Fr. Ginés para mayor disimulo. Cuando se enteró el gobernador, salió a buscarlos, los encontró y, con la promesa de que los enviaría con más facilidades y medios, los devolvió a Mazagán. Y en efecto, no tardó en enviar a los tres frailes con gente que los acompañaron hasta junto a Azamor, lugar de moros, distante unas seis leguas de Mazagán. Los misioneros se despidieron con amor y ternura de sus acompañantes a la vista de muchos moros, y fray Juan puso un paño blanco en su bordón convirtiéndolo en bandera de paz. Era el 2 de abril de 1631. Los moros los llevaron al alcaide, que los recibió bien porque llevaban una carta del gobernador de Mazagán en la que le decía al alcaide que los religiosos tenían salvoconducto y licencia del rey para pasar a Marruecos.



Luego, el alcaide le dijo a Fr. Juan que el rey que le había dado el salvoconducto había muerto y que, por tanto, él y sus compañeros eran cautivos del nuevo rey, y mandó que los llevaran a su presencia presos. Hicieron el viaje con las incomodidades y trabajos fáciles de imaginar. Cuando llegaron a Marrakech, entonces capital del reino, los presentaron al rey, que los recibió con buen semblante y los mandó llevar a la Sagena, que era la cárcel de los cautivos. Días después, el rey mandó llamar a Fr. Juan y le hizo algunas preguntas acerca de su viaje, a lo que el siervo de Dios respondió con humildad y libertad cristiana. Pasados pocos días, llamó a los tres frailes y, en presencia de otras autoridades del reino, preguntó a Fr. Juan a qué había ido sin licencia suya. El siervo de Dios le respondió que había ido con licencia de su hermano, ya difunto, a administrar los santos sacramentos a los cristianos cautivos. Y como el rey le preguntase cuál era mejor, la ley de los cristianos o la ley de Mahoma, Fr. Juan le respondió que la de Mahoma no era verdadera ley, y que sola la de los cristianos era la verdadera ley por la que se salvaban los fieles que creyéndola hacían buenas obras guardando lo que en ella se mandaba. Se enojó el rey y lo mandó azotar cruelmente en su presencia. Los volvieron a encerrar en prisión estrecha, oscura y húmeda, entregados a un guardián, renegado y cruel, que se ensañaba con ellos; y los tuvieron muchos días obligados a moler sal con la que luego se fabricaría pólvora. Allí se encontraron con Francisco Roque Bonet, natural de Vic, hombre importante con el anterior rey y que, una vez liberado, contaría lo que había presenciado. Los frailes soportaban con paciencia y humildad los malos tratos, y Fr. Juan, con devotas y fervorosas palabras, exhortaba a sus compañeros y los animaba a padecer por Dios tantas penalidades.



Volvió el rey a llamar a nuestro Beato, y después de discutir con él largo rato sobre cuestiones de fe sin conseguir doblegar su firmeza, lo mandó azotar de nuevo con tanta crueldad que lo dejaron como para expirar, tras de lo cual lo devolvió a la prisión. Aquella noche la pasó el siervo de Dios con sus hermanos en oración, bendiciendo y alabando al Señor. Antes del amanecer, dijo misa, dio la comunión a los que estaban con él en la mazmorra y les dirigió una devotísima y fervorosa plática espiritual exhortándolos y animándolos a padecer por Dios y por su fe. Por la mañana, fueron los funcionarios reales y se llevaron a Fr. Juan y a sus dos compañeros a la presencia del rey, el cual hizo varias preguntas a nuestro Beato y luego trató de persuadir a sus hermanos de la falsedad de la secta cristiana. Entonces el siervo de Dios, levantando la voz, dijo al rey: «¡Tirano, que quieres hacer prevaricar las almas que Dios crió para sí!». El rey montó en cólera e hirió con su alfanje a Fr. Juan en la cabeza. También los servidores del rey lo hirieron en la boca con sus armas porque seguía predicando. Ordenó el rey que le trajeran un arco y saetas, y le tiró cuatro, malhiriéndolo. Luego mandó que lo llevasen a las puertas de su palacio y allí lo quemaran vivo. El siervo de Dios estaba tan debilitado, que no se podía tener en pie. Los cautivos cristianos, a quienes les ordenaron que lo llevasen, por lástima se excusaban y no querían, por lo que les daban muchos palos. El siervo de Dios les decía com amor y ternura: «¡Ea, hijos!, llevadme que no ofendéis a Dios al llevarme; mirad que me lastima el que os traten mal, llevadme». Y lo llevaron a la puerta principal del palacio real. El rey salió a una ventana para verlo. Trajeron al lugar mucha leña y, mientras la apilaban y lo disponían todo, un moro le propinó tales golpes con un palo grueso, que dio con él en tierra. Luego lo pusieron sobre la leña y le prendieron fuego mientras el bendito fraile aún estaba predicando. Los moros presentes le tiraron muchas piedras y así, torturado, apedreado y quemado vivo, acabó su dichosa vida en Marrakech el 24 de mayo de 1631.



Después recogieron lo que quedó de sus huesos con los tizones y cenizas y lo echaron en el sumidero que había cerca del lugar en que lo inmolaron. Los cristianos recogieron como reliquias los huesos que pudieron, y los guardaron escondidos. Los compañeros del beato, Fr. Matías y Fr. Ginés, continuaron encarcelados, y el rey tuvo con ellos reiteradas disputas, particularmente con el P. Matías, a quien el soberano mandó azotar una y otra vez con tal crueldad, que Fr. Ginés y Francisco Roque llegaron a tenerlo por muerto.



Pero las cosas cambiaron pronto. Un hermano del rey, a quien éste tenía encarcelado, se amotinó apoyado por los renegados y mató al tirano, proclamándose nuevo rey. Éste dio la libertad a algunos cautivos y a los dos religiosos les dio la facultad de marcharse y de continuar administrando libremente su iglesia. Con la mediación del duque de Medina Sidonia, los restos del beato Juan se trajeron a España, vía Mazagán, llegando a Sanlúcar de Barrameda; luego reposaron primero en Sevilla y a partir de 1888 en Santiago de Compostela. Fray Juan fue beatificado por el papa Benedicto XIII el 24 de mayo de 1728.



[Se han tomado datos de J. M. Pou y Martí, Martirio y beatificación del B. Juan de Prado, restaurador de la Misiones de Marruecos, en Archivo Ibero-Americano 14 (1920) 323-343]

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BEATO JUAN DE PRADO

Nació el Beato Juan de Prado en Morgovejo, en el reino de León, de una familia ilustre en toda España.



A los cinco años quedó huérfano, por lo que un sacerdote, movido a piedad, le envió a Salamanca para su educación; pero desaparecidos sus bienes por culpa de su tutor, bien pronto empezó a sentir gran fastidio por el mundo; y a los veinticuatro años abrazó el estado religioso tomando el hábito franciscano en la Provincia de San Gabriel.



Desde el primer momento se distinguió por su gran amor a la perfección, y, estudiada la teología, fue destinado a predicar y confesar, ministerios para los cuales estaba favorecido del cielo con dotes singulares. Estas ocupaciones no le impedían la presencia continua de Dios y el ejercicio de la santa oración, en la que concibió deseos de pasar a tierra de infieles para ejercer allí su apostolado, aunque todavía no era el momento oportuno. Mientras llegaba éste, se dio a la austera mortificación de su carne, ayunando todo el año, durmiendo en el suelo y macerándose con cilicios y disciplinas. A la mortificación exterior unía la del espíritu, obedeciendo a todos, hasta a los novicios, haciendo los oficios más humildes aun siendo Guardián de Badajoz y de Sevilla.



A pesar de ser angelical, le levantaron una grave calumnia contra la pureza, que soportó en silencio sin defenderse, manifestando que sólo sentía el escándalo y el desdoro de la Orden. Bien pronto resplandeció su inocencia, y dadas todas las satisfacciones imaginables, fue nombrado Provincial en atención a su prudencia, a su severidad consigo mismo y su celo por la observancia.



Pudo conseguir, no sin graves dificultades, el permiso para trasladarse a Marruecos, para lo que obtuvo licencia de Urbano VIII, y en Mazagán se dedicó con gran celo a la evangelización de los soldados y demás fieles, que estaban muy abandonados en sus deberes religiosos.



Quiso salir de Mazagán para la capital, adonde iba destinado, pero se lo impidieron repetidas veces con pretextos de prudencia hasta que acompañado de otro fraile, el P. Matías, logró sus anhelos. Al llegar a las cercanías de Marrakech y ver a los esclavos cristianos, abrazóse a ellos, los consoló y les prometió dedicarse por completo a la atención de sus almas. Bien pronto tuvo noticia el Sultán de la llegada de los dos religiosos, y los hizo comparecer en su presencia. Al conocer el objeto de su venida, los encerró en un calabozo, cargados de cadenas. Venía con ellos un fraile hermano lego, a quien, como al P. Matías, había profetizado el beato Juan la próxima libertad después de morir él.



Los obligaron a moler diariamente muchos kilos de sal para fabricar pólvora, y cuando no terminaban la cantidad de labor señalada, les castigaban con palos. Sus cadenas no les impedían decir misa cotidianamente, enseñar y alentar a los cautivos y trabajar en la conversión de los paganos. Cuantas veces fue llamado a la presencia del rey, otras tantas dio respuestas dignas de los primeros mártires del cristianismo, tan claras y enérgicas, con tales razones, que parecían convencer o al menos confundir al rey.



Un día, por fin irritado del valor intrépido del santo, lo mandó azotar atado a una columna, y como no cesase de predicar la fe cristiana, el mismo rey le dio un fuerte golpe en la cabeza con su cimitarra. Después lo asaetearon y, como aun tuviera vida, después de darle muchas puñaladas, lo echaron en una hoguera para quemarlo vivo. Allí lo remataron a pedradas, rompiéndole el cráneo de un cruel hachazo.



Sus venerandos restos fueron traídos a España por sus compañeros, y recibidos con gran honor en Sanlúcar de Barrameda por el duque de Medina Sidonia, siendo trasladados años después a Santiago de Galicia.



Sufrió el martirio el 24 de mayo del año 1631, a los sesenta y ocho años de edad.



Glorioso por los milagros que obraron sus sagradas reliquias, lo beatificó Su Santidad Benedicto XIII, siendo venerado como patrón y protector de las misiones franciscanas de Marruecos.



[L. M.ª Fernández Espinosa, Año Seráfico, Tomo I, Barcelona-Madrid, Biblioteca Franciscana, 1932, pp. 454-457]

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BEATO JUAN DE PRADO



El Beato Juan de Prado ha pasado a la historia de los Hermanos Menores como el restaurador de las Misiones franciscanas en Marruecos.



Llegó, vio y venció; todo en un santiamén, y con singularidades notables: se convierte en misionero a los 67 años, y vence, triunfador con la palma del martirio, en solo un año, dejando fecundada con su sangre la heroica presencia franciscana en el reino de Marruecos.



Morgovejo (León) va asociado al nombre del gran padre de la Iglesia en el Perú, Santo Toribio de Mogrovejo, graduado en Cánones en la Universidad de Santiago, después de visitar, laico aún, la tumba del Apóstol; y Morgovejo es el pueblo natal del beato Juan de Prado, cuyos restos descansan en la misma ciudad de Compostela.



Nacido en 1563, realizó sus estudios en Salamanca. Allí maduró su vocación franciscana. Cumplidos los 21, tomó el hábito de San Francisco en el convento de Nuestra Señora de Rocamador en Badajoz. Pronto sus hermanos de Orden lo descubrieron como hombre emprendedor, con dotes de gobierno, y lo situaron desde muy joven en cargos de responsabilidad. Sus años se suceden como guardián de diversos conventos, siendo elegido dos veces definidor provincial. Al fundarse la provincia franciscana de San Diego, es elegido primer ministro el 19 de diciembre de 1620.



Sus designios eran claramente misioneros, y él mismo, terminado el trienio de su provincialato, decide atravesar el Atlántico para misionar en la Isla de Guadalupe. No resultaron viables sus propósitos, que mantuvo en una larga espera de siete años, ya entrado en la vejez. Conservaba muy joven el alma y su vocación misionera se consolidó con temple heroico: su destino vino a ser el de una misión verdaderamente heroica en el medio musulmán de Marruecos. El destino lo había acercado geográficamente. Se hallaba de guardián en el convento gaditano de Nuestra Señora de los Ángeles: Marruecos a la vista. Era el momento de seguir «las huellas del Caudillo enamorado».



El día 27 de diciembre de 1630 parte para Marruecos acompañado de sus hermanos fray Matías de San Francisco y fray Ginés de Ocaña. Lleva como el mejor refrendo el mandato de los Superiores de la Orden y, sobre todo, del papa Urbano VIII que le ha conferido facultades de prefecto apostólico. No ha procedido a ciegas: en su pobre valija lleva también un salvoconducto del Rey de Marruecos Abd al-Malik, que venía demostrando una actitud benévola hacia España.



Fray Juan de Prado, muy curtido en tareas de gobierno, todo lo ha previsto con exquisita prudencia. Pero el hombre propone y Dios dispone. Cuando llega a Marruecos, se encuentra con la más desconcertante novedad: el rey amigo de España ha muerto, y las cosas han cambiado radicalmente porque el trono lo ocupa su hermano Mulaj al-Walid, declarado enemigo del cristianismo. ¿Qué hacer? La fortaleza portuguesa de Mazagán es lugar seguro de acogida. Sus primeras labores, en tierra extraña, se centran en los cristianos que habitan la fortaleza. Llevaban más de cuarenta años sin recibir la visita de un sacerdote. Pero él ha llegado para atender a los muchos cristianos cautivos y misionar entre los musulmanes y no hay quien lo pare, ni siquiera los consejos disuasivos del gobernador portugués, que conoce perfectamente la situación. Su largo martirio va a comenzar inmediatamente. Desde luego, no lo tenía descartado pues tenía muy presentes a los protomártires de la Orden Seráfica, San Berardo y compañeros, que ya en 1220 habían regado con su sangre aquellas tierras, seguidos, siete años más tarde, de los también franciscanos San Daniel y compañeros mártires. Él se había dirigido a Marruecos dispuesto, si fuera preciso, a repetir su gesta.



Su fiel compañero fray Matías, que sobrevivió milagrosamente a la persecución, fue el testigo cualificado de sus padecimientos y de su muerte, y no vaciló en consignarlos inmediatamente, publicando su relación en Madrid, en 1643, cuando sólo habían transcurrido doce años de la muerte de fray Juan. Pero antes de que la Relación de fray Matías apareciera impresa, ya el sexto ministro de la provincia de San Diego, fray Juan de Puelles, había enviado a Roma las primeras informaciones, que completó varios años después en una amplia memoria que, en realidad, fue el primer paso orientado a obtener la beatificación; siempre contando con el testimonio directo de fray Matías.



Nos consta así que, dejando al hermano en la fortaleza, él y fray Matías se adentraron furtivamente seis leguas, llegando a Azamor. De nada le valió el salvoconducto del rey anterior. Apresado por el alcaide fue enviado a la presencia del nuevo rey, al que tuvo que dar cuenta de sus proyectos. La relación parece arrancada de las antiguas actas de los mártires: sucesivas comparecencias ante el rey, con intervalos de prisión cada vez más inhumana; controversias seguidas de flagelaciones. La sentencia final fue morir en la hoguera. «Tirándole los moros muchas piedras y así apedreado y quemado vivo, acabó su hermosa vida», escribe fray Juan de Puelles.



No tardaron en mejorar los tiempos con el acceso al trono de un nuevo rey, «nieto de una renegada andaluza y por eso muy afecto a los cristianos». Los franciscanos, con el apoyo del Duque de Medina Sidonia, pudieron traer a España sus restos, comenzando muy pronto un proceso de beatificación bastante prolongado en el tiempo. El papa Benedicto XIII lo declaró beato el 24 de mayo de 1728.



En 1862 el convento de San Francisco de Santiago, aniquilado con la exclaustración, renacía convertido en Colegio de Misioneros Franciscanos para Tierra Santa y Marruecos. Su templo era el lugar más adecuado para cobijar los restos del beato que desde 1889 inspiran devoción y temple martirial.



Bibliografía: Baudot, J. - Chaussin, L., OSB, Vies des Saints et des Bienheureux, VII: Juillet (París 1947). Castellanos, M., Compendio biográfico del glorioso mártir B. Juan de Prado (Tánger 1904). Fernández, F., Los Franciscanos en Marruecos (Tánger 1921). Pou y Martí, J. Mª, Martirio y Beatificación del B. Juan de Prado, restaurador de las Misiones de Marruecos, en Archivo Ibero-Americano 14 (1920) 323-343. San Diego, B. de, Vita, Martirio e Miracoli del V. P. Fr. Giovanni de Prado (Roma 1714).

[José M. Díaz Fernández, en Año cristiano. V. Mayo. Madrid, BAC, 2004, pp. 530-533]



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BEATO JUAN DE PRADO

Franciscano, nacido en Morgovejo (León) el año 1563 y muerto en Marruecos el 24 de mayo de 1631, mártir y beato.



Finalizados sus estudios en Salamanca, recibió el hábito franciscano en el convento de Rocamador (Badajoz), en 1584. Desde muy joven se le encomendaron cargos de responsabilidad en la Orden. Fue repetidas veces guardián de diversos conventos y, dos veces, definidor provincial. Al fundarse la nueva provincia de San Diego, es elegido primer ministro de la misma (19-XII-1620), cargo que desempeñó durante tres años.



Finalizado su mandato en diciembre de 1623 intentó pasar como misionero a la isla de Guadalupe en América, pero motivos ajenos a su voluntad se lo impidieron. No obstante, sus deseos de misionar se cumplirán algún tiempo después en misión más cercana, aunque más difícil. El día 27 de noviembre de 1630 partía de Cádiz, de cuyo convento de Nuestra Señora de los Angeles era a la sazón guardián, rumbo a Marruecos, acompañado por dos religiosos de su Orden, Matías de San Francisco y Ginés de Ocaña, provisto de autorización de sus superiores y del papa Urbano VIII, que le concede facultades como prefecto apostólico y de un salvoconducto del rey de Marruecos 'Abd al-Malik, benévolo hacia los españoles.



Durante el viaje murió 'Abd al-Malik y ocupó el trono su hermano, Mulaj al-Walid, enemigo de cuanto fuera cristiano. Llegado Juan de Prado a Mazagán, fortaleza portuguesa, dedicóse durante algún tiempo al ministerio apostólico entre aquellos fieles. Intenta internarse en el reino de Marruecos, desoyendo los consejos del gobernador portugués, y es apresado por los moros que lo llevan ante el nuevo rey, quien tras cortos días de cárcel y de prolongado y cruel martirio, ordena que sea quemado vivo. Fue beatificado por Benedicto XIII el 24 de mayo de 1728. La Iglesia celebra su festividad el mismo día.



Bibliografía: B. de San Diego, Vita, Martirio e Miracoli del V. P. Fr. Giovanni de Prado, Roma 1714; M. Castellanos, Compendio biográfico del glorioso mártir B. Juan de Prado, Tánger 1904; J. M. Pou y Martí, Martirio y Beatificación del B. Juan de Prado, restaurador de las Misiones de Marruecos, en Archivo Ibero-Americano 14 (1920) 323-343; F. Fernández, Los Franciscanos en Marruecos, Tánger 1921; J. Baudot, Vies des Saints et des Bienheureux, París 1947.

[Hermenegildo Zamora, OFM, s.v. Prado, Juan de, en Q. Aldea (dir), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, III, Madrid 1973, 2013-2014].

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BEATO JUAN DE PRADO

Sacerdote y mártir, de la Primera Orden Franciscana (1560-1631). Beatificado por Benedicto XIII el 24 de mayo de 1728.



Juan de Prado nació en Morgovejo, España, en 1560, de nobles padres. Interrumpió los estudios en la universidad de Salamanca para vestir el hábito religioso entre los Hermanos Menores de Rocamador el 16 de noviembre de 1584; al año siguiente, el 18 de noviembre, hizo su profesión. Ferviente predicador y buen teólogo, tomó parte en las polémicas sobre la Inmaculada Concepción. Desempeñó los oficios de guardián en diversos conventos, maestro de novicios y dos veces definidor. Por sus virtudes y dones fue escogido para gobernar la nueva Provincia franciscana de San Diego, erigida en 1620. Bajo su provincialato intentó la restauración de la misión franciscana de Marruecos. En efecto, en 1630 obtuvo ser destinado a Marrakesh, capital de Marruecos, para asistir espiritualmente a los esclavos cristianos. Obtenido el salvoconducto del Sultán y provisto por Urbano VIII de las facultades de Prefecto apostólico de la misión, con otros dos frailes partió de Cádiz el 27 de noviembre de 1630.



Después de haber ejercido el ministerio en Mazagán por tres meses, intentó llegar a Marrakesh; arrestado en Azamor por las autoridades musulmanas, fue conducido a Marrakech el 2 de abril de 1631. Presentado al nuevo Sultán Mulay, confesó valientemente la fe cristiana. Fue puesto en prisión y flagelado varias veces; durante su última polémica religiosa con el sultán, fue apuñalado por éste, herido con flechas y condenado a la hoguera en la plaza del palacio. Mientras predicaba todavía sobre la hoguera intrépidamente la fe, fue ultimado a pedradas y a golpes de tronco, el 24 de mayo de 1631. Tenía 71 años. La tierra de Marruecos, bañada con la sangre de los Protomártires franciscanos y de los mártires de Ceuta, San Daniel y compañeros, recogió también la sangre de este ilustre hermano que por largos años había ejercido el apostolado en tierras de España y se había preparado para el martirio con rígidas penitencias, afianzadas en una desbordante vida de oración. Su gloriosa muerte fue acompañada de muchos milagros y numerosas conversiones.



[Ferrini-Ramírez, Santos franciscanos para cada día. Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp. 157-158]





El Silencio restaura la imagen del Beato 
El antes y el después de la restauración




domingo, 21 de mayo de 2017

San Ivo de Bretaña (1253‑1303); Beato Juan Pelingotto (1240-1304)


Domingo, 21 de Mayo de 2017

Santos Franciscanos para cada día
Edizioni Porciuncula
1ª Edición 2000
Reimpresión: 2001

Fr. Giolano Ferrini O.F.M
Fr. Guillermo Ramirez O.F.M.
Págs. 155-156



Mayo 21: San Ivo de Bretaña. Sacerdote de la Tercera Orden (1253‑1303). Canonizado por Clemente VI el 19 de mayo de 1347.

El primero y más célebre patrono de los abogados es San Ivo, para quien fue acuñado por primera vez el apodo de “abogado de los pobres”. En realidad no sólo fue abogado sino amigo, hermano, bienhechor y padre de los pobres. San Ivo nació en Bretaña, Francia, el 17 de octubre de 1253 y en medio de la despreocupada y a menudo alocada juventud de la época, estudió con seriedad y rápido provecho primero en Orleans, luego en París en las célebres escuelas de teología y derecho.

Muy joven pudo así tener la delicada responsabilidad de juez eclesiástico, que desempeñó con gran consagración y suma prudencia, y sobre todo con profunda humildad, a veces rayana en humillación, llamándose a sí mismo “el más mezquino de los siervos de Cristo”. Pero lo que hizo de él un santo no fue tanto su diligente humildad cuanto su luminosa caridad. En efecto, cuando estaba en París, se supo que había dejado su propia cama a dos jóvenes huérfanos recogidos y hospedados por él. El cotizado juez eclesiástico dormía en el suelo, sobre un montón de paja, con un cilicio en la cintura.

El obispo de Tréguier, su región natal, quiso tener consigo al extraordinario jurista, convenciéndolo de que aceptara la ordenación sacerdotal. Y como sacerdote, San Ivo continuó con mayor celo y más profunda caridad su profesión de abogado, sobre todo de los pobres. También decidió hacerse terciario franciscano vistiendo el hábito de la penitencia.

Dejando el tribunal, contento de haber defendido la justicia y de haber protegido a los débiles y desheredados volvía a su casa, un tiempo señorial y digna, ahora transformada en hospital, orfanato, asilo, comedor y hasta baño público de todos los pobres, los desgraciados, los enfermos y los huérfanos de la región.

El santo dormía en medio de ellos, pero con la cabeza apoyada sobre un grueso volumen de derecho. Su vida laboriosa y combatida, y sobre todo las ásperas penitencias, lo agotaron prontamente, por lo cual debió renunciar a la profesión y dedicarse enteramente a los pobres. Pronto se enfermó y no pudiendo ayudarles más materialmente, favoreció a los necesitados con los continuos milagros que brotaban de su cuerpo cansado y llagado.

Y los pobres fueron los primeros en llorarlo, no como sabio jurista, ni como su abogado, sino como su padre, cuando murió el 19 de mayo de 1303, sin cumplir aún los cincuenta años. Es uno de los Santos más populares en el norte de Francia y Patrono de los hombres de leyes.



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Liturgia de las Horas, propio de la Familia Franciscana
Laudes y Vísperas.

Juan Pelingotto (1240-1304)

 El beato Juan Pelingotto nace en Urbino (Pésaro. Italia) en 1240. Recibe el hábito de la Tercera Orden de la penitencia en Santa María de los Ángeles de Urbino. Se entrega por completo a la oración. Visita Roma en 1300 para ganar el jubileo decretado por el papa Bonifacio VIII. Sigue a Jesús, además de pobre, crucificado, y tiene la ocasión al padecer una dolorosa enfermedad y sufrir fuertes tentaciones diabólicas. Muere plácidamente el 1 de junio de 1304 a los 64 años de edad. Con el tiempo se traslada su cuerpo a la iglesia de San Francisco en la que se erige un altar sobre su tumba. El papa Benedicto XV aprueba su culto el 13 de noviembre del año 1918.


Oración. Señor, tú que otorgaste al beato Juan Pelingotto la gracia de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por su intercesión, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.


sábado, 20 de mayo de 2017

San Antonio de Padua, « 6. Del sepulcro, luz y fuerza»


San Antonio de Padua

Escritos selectos

Selección y traducción: Fray Contardo Miglioranza: O.F.M.C.

Editorial Apostolado Mariano. Sevilla. 1992

Parte 1ª. Vivencias espirituales




6. Del sepulcro, luz y fuerza


Pasado el sábado, muy de mañana, María Magdalena, María de Jacobo y Salomé llegaron al sepulcro, ya salido el sol. Ellas dijeron entre sí: «¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?» Pero, al mirar, vieron removida la piedra, que era muy grande (Mc 16,3-3-4).

La remoción de la piedra, alegóricamente, significa la apertura de los sacramentos de Cristo, que estaban tapados por el velo de la letra escrita de la ley. Efectivamente, la ley fue grabada en la piedra. Solo cuando ésta fue quitada, fue mostrada la gloria de la resurrección; y se comenzó a predicar por todo el mundo que la antigua muerte había sido abolida y que, por ende, debíamos esperar una vida eterna.

Hay también un significado moral. Se quita la piedra, cuando por medio de la gracia se quita el peso del pecado. Cuando esto suceda y como deba comportarse el hombre para que esto se realice en él, nos lo dice el Génesis (29,3), Era costumbre que, una vez reunido los rebaños, los pastores hacían rodar la piedra de la boca del pozo.

Tú también, si quieres que te sea quitada la piedra del pecado, que te oprime y no te deja resucitar, reúne en Cristo tus ovejas, o sea, los pensamientos inocentes. Por esto se añade: Arribó Raquel con las ovejas de su padre, porque era una pastora. Raquel significa «oveja», ella misma pastorea a las ovejas y representa al hombre sencillo que nutre dentro de sí pensamientos inocentes.

Hay otro sentido moral. Va al sepulcro, quien se propone hacer penitencia en algún monasterio o en cualquier otro lugar religioso; pero, considerando la grandeza de la piedra, o sea, las esperanzas y las dificultades de la vida religiosa, se pregunta: «¿Quién nos removerá la piedra de la puerta del sepulcro?». La piedra es grande y difícil el ingreso. Se trata de velas continuas, ayunos frecuentes, poca comida, ropa tosca, disciplina dura, pobreza voluntaria, obediencia solícita… ¿Quién nos quitará esta piedra del sepulcro?

¡Oh mentes frágiles, como de mujercitas! Acérquense y miren, no desconfíen, y verán la piedra removida (Mt 28,2) lo aclara: Un ángel del Señor descendió, hizo rodar la piedra y se sentó sobre ella.

Dice el profeta (Pr 21,31): El caballo se prepara para el día de la batalla; pero es el Señor el que da la victoria. El caballo es un símbolo de la buena voluntad.


¡Nada es difícil para el que ama! (en latin «amanti nihil difficile!»*

(Domingo, Pascua, I, 216-217I





*Nihil est enim difficile ille qui amat

Porque no hay nada que sea difícil para alguien que ama

Sábado, 20 de mayo de 2017

San Antonio de Padua, «La Palabra tiene fuerza cuando va acompañado de las buenas obras»

Muchas personas devotas de la Familia Franciscana, encuentran su alegría, al menos en pertenecer en la TOF: [Tercera Orden Franciscana] ...