Anónimo mexicano, escudo pectoral de monja con tema de la Inmaculada, coronada por la Trinidad y rodeada por San José y San Antonio de Padua con el Niño, Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Asís como atlante, Santa María Magdalena de Pazzi, San Luis Gonzaga y San Juan Nepomuceno.
Convento concepcionista mexicano no identificado, óleo sobre lámina de cobre, armazón de plata 16 cm. ca. 1820-40.
Colección Museo de Historia Mexicana, Monterrey, catalogación: Juan Carlos Cancino. (Ivan Rey)
Colección Museo de Historia Mexicana, Monterrey, catalogación: Juan Carlos Cancino. (Ivan Rey)
* * * * *
Santos Franciscanos para cada día
Fray Giulano Ferrini OFM
Fr. José Guillermo Ramírez OFM
Edizioni Porciuncula
1ª edición julio 2000
Reimpresión 2001
Diciembre, día 8:
La Inmaculada Concepción de la
Bienaventurada Virgen María.
Patrona y Reina de la Orden Franciscana.
El misterio de gracia que Dios quiso realizar en María,
destinándola desde la eternidad a ser Madre de su Hijo, aparece desde las
primeras páginas de la Sagrada Escritura, preparación y anuncio de Jesús, y por
lo mismo también de María como suprema victoria del amor divino sobre la ruina
de la creación, perpetrada por el primer hombre y la primera mujer en el abuso
egoísta de su libertad por la desobediencia.
Mientras castiga a Adán al cansancio sobre la tierra rebelde
y a Eva al parto con dolor, acrecentado por la invasión de la concupiscencia,
Dios anuncia una “semilla” victoriosa sobre Satanás, una Mujer, madre de vida,
una enemistad radical y continua que culminará con el triunfo de la estirpe de
la nueva Mujer.
La Concepción Inmaculada es el don más delicado y poderoso
de Jesús a su Madre. A ella Jesús le quiso aplicar los méritos de su muerte en
forma totalmente especial, de modo que María es la única criatura que nunca, ni
siquiera por un instante, estuvo sometida a Satanás. En esta prerrogativa la
“enemistad” puesta por Dios entre la semilla de la serpiente y la semilla de la
mujer es verdaderamente total. Desde la eternidad María es prevista y querida
por la Trinidad Santísima, junto con la encarnación del Verbo en la plenitud de
los tiempos. Dios pudo finalmente saludarla por medio de su arcángel Gabriel: “Ave María, llena de gracia”, criatura
totalmente cubierta por la gracia divina.
La Inmaculada Concepción de María Virgen es fiesta
particularmente cara a todo franciscano, que hoy honra a la Virgen como Patrona
de la Orden Franciscana. La
devoción a la Inmaculada es tradición de la Orden Franciscana. El Pobrecillo de
Asís inicia una nueva y humanísima devoción a la Virgen. Los doctores y
teólogos franciscanos se distinguieron siempre en la defensa de la prerrogativa
de la concepción inmaculada de la Virgen Madre de Jesús.
El Beato Juan Duns Escoto, Doctor Sutil es también llamado
Doctor Mariano precisamente por su particular empeño y la profundidad con que
defendió este privilegio. María, por los méritos de su divino Hijo, fue
preservada del pecado original en vista de la altísima y singular función de
Madre de Jesús y por esto es la criatura toda hermosa y sumamente adornada por
Dios con toda gracia.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María
fue proclamado por Pío IX en 1854. Pero la historia de la devoción a María
Inmaculada precede en siglos a la proclamación del dogma, que no introdujo una
novedad sino que simplemente coronó una larguísima tradición. En 1858 María se
apareció 18 veces a Santa Bernardita Soubirous en Lourdes; y confirmó
solemnemente el dogma con las palabras : “Yo soy la Inmaculada
Concepción !”.
* * * * *
Del Directorio Franciscano, lo siguiente:
Aparición de la Inmaculada
a San Francisco de Asís
SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA
CONCEPCIÓN
Benedicto XVI, Ángelus del 8 de
diciembre de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos una de las fiestas de la
santísima Virgen más bellas y populares: la Inmaculada
Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno,
sino que fue preservada incluso de la herencia común del género
humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la
destinó desde siempre: ser la Madre del Redentor.
Todo esto está contenido en la
verdad de fe de la "Inmaculada Concepción". El fundamento
bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el ángel
dirigió a la joven de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia,
el Señor está contigo» (Lc 1,28). "Llena de
gracia" -en el original griego kecharitoméne- es el nombre
más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para
indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la
escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor
encarnado de Dios» (Deus caritas est, 12).
Podemos preguntarnos: ¿por qué
entre todas las mujeres Dios escogió precisamente a María de
Nazaret? La respuesta está oculta en el misterio insondable de la
voluntad divina. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio pone de relieve:
su humildad. Lo subraya bien Dante Alighieri en el último canto del
"Paraíso": «Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más
humilde y más alta de todas las criaturas, término fijo del
designio eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). Lo dice la Virgen
misma en el Magníficat, su cántico de alabanza:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...) porque ha mirado la
humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). Sí, Dios quedó
prendado de la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos
(cf. Lc 1,30). Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo
de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del
Señor y difundirla a toda la familia humana.
Esta "bendición" es
Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que
María quedó llena desde el primer instante de su existencia.
Acogió con fe a Jesús y con amor lo donó al mundo.
Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión,
la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra
vida y donarlo al mundo «para que el mundo se salve por él»
(Jn 3,17).
Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de
la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un
tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al
encuentro de Dios que viene, miramos a María que «brilla como signo
de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino»
(Lumen gentium, 68). Con esta certeza os invito a uniros a mí
cuando, por la tarde, renueve en la plaza de España el tradicional
homenaje a esta dulce Madre por gracia y de la gracia. A ella
nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del
ángel.
Saludo cordialmente a los peregrinos de
lengua española que participan en esta oración mariana. En la
solemnidad de la Inmaculada Concepción contemplamos a la Madre de Dios,
llena de gracia y hermosura, y le pedimos que nos ayude a vivir cada día
completamente entregados al servicio de nuestros hermanos. ¡Feliz fiesta
de la Inmaculada!
* * *
Discurso del Santo Padre
Benedicto XVI
HOMENAJE A LA
INMACULADA CONCEPCIÓN
EN LA PLAZA DE ESPAÑA
(Roma 8-XII-2009)
HOMENAJE A LA
INMACULADA CONCEPCIÓN
EN LA PLAZA DE ESPAÑA
(Roma 8-XII-2009)
Queridos hermanos y hermanas:
En el corazón de las ciudades
cristianas María constituye una presencia dulce y tranquilizadora. Con
su estilo discreto da paz y esperanza a todos en los momentos alegres y tristes
de la existencia. En las iglesias, en las capillas, en las paredes de los
edificios: un cuadro, un mosaico, una estatua recuerda la presencia de la Madre
que vela constantemente por sus hijos. También aquí, en la plaza
de España, María está en lo alto, como velando por Roma.
¿Qué dice María a la
ciudad? ¿Qué recuerda a todos con su presencia? Recuerda que
«donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm
5,20), como escribe el apóstol san Pablo. Ella es la Madre Inmaculada
que repite también a los hombres de nuestro tiempo: no tengáis
miedo, Jesús ha vencido el mal; lo ha vencido de raíz,
librándonos de su dominio.
¡Cuánto necesitamos esta
hermosa noticia! Cada día los periódicos, la televisión y
la radio nos cuentan el mal, lo repiten, lo amplifican, acostumbrándonos
a las cosas más horribles, haciéndonos insensibles y, de alguna
manera, intoxicándonos, porque lo negativo no se elimina del todo y se
acumula día a día. El corazón se endurece y los
pensamientos se hacen sombríos. Por esto la ciudad necesita a
María, que con su presencia nos habla de Dios, nos recuerda la victoria
de la gracia sobre el pecado, y nos lleva a esperar incluso en las situaciones
humanamente más difíciles.
En la ciudad viven -o sobreviven- personas
invisibles, que de vez en cuando saltan a la primera página de los
periódicos o a la televisión, y se las explota hasta el extremo,
mientras la noticia y la imagen atraen la atención. Se trata de un
mecanismo perverso, al que lamentablemente cuesta resistir. La ciudad primero
esconde y luego expone al público. Sin piedad, o con una falsa piedad.
En cambio, todo hombre alberga el deseo de ser acogido como persona y
considerado una realidad sagrada, porque toda historia humana es una historia
sagrada, y requiere el máximo respeto.
La ciudad, queridos hermanos y hermanas,
somos todos nosotros. Cada uno contribuye a su vida y a su clima moral, para el
bien o para el mal. Por el corazón de cada uno de nosotros pasa la
frontera entre el bien y el mal, y nadie debe sentirse con derecho de juzgar a
los demás; más bien, cada uno debe sentir el deber de mejorarse a
sí mismo. Los medios de comunicación tienden a hacernos sentir
siempre "espectadores", como si el mal concerniera solamente a los
demás, y ciertas cosas nunca pudieran sucedernos a nosotros. En cambio,
somos todos "actores" y, tanto en el mal como en el bien, nuestro
comportamiento influye en los demás.
Con frecuencia nos quejamos de la
contaminación del aire, que en algunos lugares de la ciudad es
irrespirable. Es verdad: se requiere el compromiso de todos para hacer que la
ciudad esté más limpia. Sin embargo, hay otra
contaminación, menos fácil de percibir con los sentidos, pero
igualmente peligrosa. Es la contaminación del espíritu; es la que
hace nuestros rostros menos sonrientes, más sombríos, la que nos
lleva a no saludarnos unos a otros, a no mirarnos a la cara... La ciudad
está hecha de rostros, pero lamentablemente las dinámicas
colectivas pueden hacernos perder la percepción de su profundidad. Vemos
sólo la superficie de todo. Las personas se convierten en cuerpos, y
estos cuerpos pierden su alma, se convierten en cosas, en objetos sin rostro,
intercambiables y consumibles.
María Inmaculada nos ayuda a
redescubrir y defender la profundidad de las personas, porque en ella la
transparencia del alma en el cuerpo es perfecta. Es la pureza en persona, en el
sentido de que en ella espíritu, alma y cuerpo son plenamente coherentes
entre sí y con la voluntad de Dios. La Virgen nos enseña a
abrirnos a la acción de Dios, para mirar a los demás como
él los mira: partiendo del corazón. A mirarlos con misericordia,
con amor, con ternura infinita, especialmente a los más solos,
despreciados y explotados. «Donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia».
Quiero rendir homenaje públicamente
a todos los que en silencio, no con palabras sino con hechos, se esfuerzan por
practicar esta ley evangélica del amor, que hace avanzar el mundo. Son
numerosos, también aquí en Roma, y raramente son noticia. Hombres
y mujeres de todas las edades, que han entendido que de nada sirve condenar,
quejarse o recriminar, sino que vale más responder al mal con el bien.
Esto cambia las cosas; o mejor, cambia a las personas y, por consiguiente,
mejora la sociedad.
Queridos amigos romanos, y todos los que
vivís en esta ciudad, mientras estamos atareados en nuestras actividades
cotidianas, prestemos atención a la voz de María. Escuchemos su
llamada silenciosa pero apremiante. Ella nos dice a cada uno: que donde
abundó el pecado, sobreabunde la gracia, precisamente a partir de tu
corazón y de tu vida. La ciudad será más hermosa,
más cristiana y más humana.
Gracias, Madre santa, por este mensaje de
esperanza. Gracias por tu silenciosa pero elocuente presencia en el
corazón de nuestra ciudad. ¡Virgen Inmaculada, Salus Populi
Romani, ruega por nosotros!
* * *
LA INMACULADA
CONCEPCIÓN (y II)
por Pedro de Alcántara Martínez, OFM
por Pedro de Alcántara Martínez, OFM
Cuando la Iglesia tuvo plena, formal,
explícita conciencia de que la limpia concepción de María
era doctrina contenida en la Revelación y, por tanto, objeto de fe,
pasó a definirla como tal. Y nos dijo Pío IX: «Declaramos,
afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y, por consiguiente, que
debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina
que afirma que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de
toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción
por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los
méritos de Jesucristo, Salvador del género humano».
Así, con toda la densidad de
concepto -cada palabra encierra una indispensable idea- y con toda la sobriedad
de estilo -dureza y línea escueta- propias de una definición
dogmática, venía el Papa a enseñarnos que la Inmaculada
Concepción es un misterio de amor. Porque no sólo nos
definió que la Virgen fue preservada del pecado de origen, sino que lo
fue por los méritos de la pasión de Jesús.
Para llegar a entender plenamente estas
palabras con toda la preñez de sentido histórico que contienen,
sería menester remontarnos a los principios de las disputas
teológicas sobre la Inmaculada; sería necesario desempolvar
infolios sin término, recorrer el proceso de las ideas que fueron a
desembocar en el cuadro justo de la definición dogmática. Porque
si bien el sentimiento del pueblo cristiano proclamaba fuertemente la inocencia
de la Madre de Dios, si a todos era manifiesta la conveniencia de atribuir a
María tal privilegio, los teólogos... no sabían
cómo conciliar dos cosas aparentemente contradictorias: la gloria de
Cristo y la pureza de su Madre.
Estaban claros los términos del
problema: Cristo es redentor del género humano, su gloria brota de la
cruz. Cristo nos amó en cruz y las flores de su amor son rosas de
pasión. El influjo de Cristo sobre todos los hombres se realiza
implicado en el misterio de iniquidad; sufrió por salvarnos de la culpa
y merecernos la gracia; su acción santificante viene precedida y
condicionada por la previa remisión del pecado. Si María fue
siempre pura, si no lo contrajo, Cristo no sufrió por Ella. Si no
sufrió por Ella, la rosa más hermosa de la humanidad escapa del
rosal de su pasión, del riego generoso de su sangre. Ni el influjo
santificador de Cristo se extiende a su Madre, ni es Redentor universal del
género humano al sustraérsele la bendita entre las
mujeres.
¡Gloria de Cristo!... ¡Pureza de
María!...
Claro que todas estas cosas, en apariencia
distantes, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, el ser y
la nada, la bondad y el pecado, la fuerza y la flaqueza, se unen siempre por un
aglutinante de ilimitada potencia: el amor.
Cuando Duns Escoto formula la definitiva
solución del problema lo hace con trazos sencillos. Podría
resumirse así: es más glorioso para Cristo preservar a
María que extraerla del pecado; sufrir en la cruz para evitar que
contrajese la culpa que no para limpiarla después de manchada, pues ello
encierra un beneficio mucho mayor.
La Inmaculada Concepción de
María es una obra de perfecto amor, una perfecta glorificación de
Cristo.
La preservó del pecado porque la
amó más que a nosotros, a Ella, bendita entre las mujeres.
Pero vamos más allá. El hecho
de la preservación de la culpa es sólo uno de los aspectos de la
gracia inicial de la Virgen. Ya en aquel momento era un abismo de belleza. Como
decía Pío IX, la Virgen fue «toda pura, toda sin mancha y
como el ideal de la pureza y la hermosura; más hermosa que la hermosura,
más bella que la belleza, más santa que la santidad y sola santa,
y purísima en cuerpo y alma, la cual superó toda integridad y
virginidad y Ella sola fue toda hecha domicilio de todas las gracias del
Espíritu Santo y que, a excepción de sólo Dios, fue
superior a todos, más bella, santa y hermosa...».
La gracia es belleza: participación
de la naturaleza divina, del ser de Dios, quien es la belleza por esencia, y la
pureza, y la santidad, y la ternura, y el goce. En el instante de su
concepción recibió María una gracia superior a la de todos
los santos, querubines y serafines; participó de la belleza, de la
pureza, de la santidad divinas, como a ninguna otra criatura ha sido dado,
excepción hecha de Cristo.
Murió Jesucristo en la cruz no
solamente para preservarla de la culpa, sino para darle toda la gracia y la
hermosura de que era capaz, para hacer de Ella la perfecta mujer. La
amó, se dio a Ella en el dolor para hacer de Ella perfecta Madre, la
perfecta compañera en la obra redentora. La Concepción Inmaculada
de María no es, en resumen, sino la flor de un dolorido amor, dolor de
amor en flor.
[Extraído de La Inmaculada
Concepción, en Año Cristiano, Tomo XII, Madrid, Ed.
Católica (BAC), 2006, pp. 209-211]
* * * * *
Lo siguiente está tomado, de la Liturgia de las Horas,
Familia Franciscana, Laudes y víspera.
El 8 de diciembre de 1854 el Papa
Pío IX declara el dogma y embellece la fiesta de la Inmaculada Concepción
«Declaramos que la doctrina que dice que María que dice
que María fue concebida sin pecado original es doctrina revelada por Dios y que
a todos obliga a creerla como dogma de fe.» El beato Duns Escoto piensa que la afirmación de que todos
hemos sido hechos pecado para que todos necesitáramos la gracia de Jesucristo
para salvarnos (Rom 5,12), proviene de que Cristo es un mediador perfecto, al ser
perfecto Dios y perfecto hombre. Por consiguiente, la mediación para la salvación
debe cubrir todos los tiempos posibles para que la redención alcance toda la
realidad y supere toda posibilidad de salvación de cualquier otro mediador. Esto
se alcanza cuando, no solo libera del pecado, sino también es capaz de preservar a una persona de él. Es lo que
sucedió con su Madre, Jesucristo preservó a María de toda mancha original y así
ejerció la mediación universal de la salvación más perfecta posible, ya que es
más fácil reconducir a un pecador a Dios que impedir que una persona pueda
ofender a Dios y separarse de Él; es más fácil liberar del pecado actual que crear
la misma imposibilidad de pecar, y se agradecerá más a Jesucristo su acción
sobre María, porque ha mostrado su mediación en el más alto grado, ratificando
su capacidad infinita de salvación.
Oración. Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada
de la Virgen María preparaste a tu hijo una digna morada, y en previsión
de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos por su
intercesión llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Para saber más:
La Inmaculada Concepción | Vocaciones Monasterio Santa Cruz
Ineffabilis Deus - Espístola Apostólica de SS Pio IX, 8 ... - Corazones.org
Para saber más:
La Inmaculada Concepción | Vocaciones Monasterio Santa Cruz
Ineffabilis Deus - Espístola Apostólica de SS Pio IX, 8 ... - Corazones.org
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