jueves, 7 de diciembre de 2017

La Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, Diciembre, día 8.


Anónimo mexicano, escudo pectoral de monja con tema de la Inmaculada, coronada por la Trinidad y rodeada por San José y San Antonio de Padua con el Niño, Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Asís como atlante, Santa María Magdalena de Pazzi, San Luis Gonzaga y San Juan Nepomuceno.
Convento concepcionista mexicano no identificado, óleo sobre lámina de cobre, armazón de plata 16 cm. ca. 1820-40.
Colección Museo de Historia Mexicana, Monterrey, catalogación: Juan Carlos Cancino. (Ivan Rey)



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Santos Franciscanos para cada día

Fray Giulano Ferrini OFM
Fr. José Guillermo Ramírez OFM

Edizioni Porciuncula

1ª edición julio 2000
Reimpresión 2001

Diciembre, día 8:

La Inmaculada Concepción de la
Bienaventurada Virgen María.

Patrona y Reina de la Orden Franciscana.



El misterio de gracia que Dios quiso realizar en María, destinándola desde la eternidad a ser Madre de su Hijo, aparece desde las primeras páginas de la Sagrada Escritura, preparación y anuncio de Jesús, y por lo mismo también de María como suprema victoria del amor divino sobre la ruina de la creación, perpetrada por el primer hombre y la primera mujer en el abuso egoísta de su libertad por la desobediencia.

Mientras castiga a Adán al cansancio sobre la tierra rebelde y a Eva al parto con dolor, acrecentado por la invasión de la concupiscencia, Dios anuncia una “semilla” victoriosa sobre Satanás, una Mujer, madre de vida, una enemistad radical y continua que culminará con el triunfo de la estirpe de la nueva Mujer.

La Concepción Inmaculada es el don más delicado y poderoso de Jesús a su Madre. A ella Jesús le quiso aplicar los méritos de su muerte en forma totalmente especial, de modo que María es la única criatura que nunca, ni siquiera por un instante, estuvo sometida a Satanás. En esta prerrogativa la “enemistad” puesta por Dios entre la semilla de la serpiente y la semilla de la mujer es verdaderamente total. Desde la eternidad María es prevista y querida por la Trinidad Santísima, junto con la encarnación del Verbo en la plenitud de los tiempos. Dios pudo finalmente saludarla por medio de su arcángel Gabriel: “Ave María, llena de gracia”, criatura totalmente cubierta por la gracia divina.

La Inmaculada Concepción de María Virgen es fiesta particularmente cara a todo franciscano, que hoy honra a la Virgen como Patrona de la Orden Franciscana.        La devoción a la Inmaculada es tradición de la Orden Franciscana. El Pobrecillo de Asís inicia una nueva y humanísima devoción a la Virgen. Los doctores y teólogos franciscanos se distinguieron siempre en la defensa de la prerrogativa de la concepción inmaculada de la Virgen Madre de Jesús.

El Beato Juan Duns Escoto, Doctor Sutil es también llamado Doctor Mariano precisamente por su particular empeño y la profundidad con que defendió este privilegio. María, por los méritos de su divino Hijo, fue preservada del pecado original en vista de la altísima y singular función de Madre de Jesús y por esto es la criatura toda hermosa y sumamente adornada por Dios con toda gracia.

El dogma de la Inmaculada Concepción de María fue proclamado por Pío IX en 1854. Pero la historia de la devoción a María Inmaculada precede en siglos a la proclamación del dogma, que no introdujo una novedad sino que simplemente coronó una larguísima tradición. En 1858 María se apareció 18 veces a Santa Bernardita Soubirous en Lourdes; y confirmó solemnemente el dogma con las palabras : “Yo soy la Inmaculada Concepción !”.

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Del Directorio Franciscano, lo siguiente:


Aparición de la Inmaculada
a San Francisco de Asís





SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Benedicto XVI, Ángelus del 8 de diciembre de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos una de las fiestas de la santísima Virgen más bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre del Redentor.

Todo esto está contenido en la verdad de fe de la "Inmaculada Concepción". El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). "Llena de gracia" -en el original griego kecharitoméne- es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (Deus caritas est, 12).

Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres Dios escogió precisamente a María de Nazaret? La respuesta está oculta en el misterio insondable de la voluntad divina. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio pone de relieve: su humildad. Lo subraya bien Dante Alighieri en el último canto del "Paraíso": «Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y más alta de todas las criaturas, término fijo del designio eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). Lo dice la Virgen misma en el Magníficat, su cántico de alabanza: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...) porque ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). Sí, Dios quedó prendado de la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (cf. Lc 1,30). Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla a toda la familia humana.

Esta "bendición" es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo donó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y donarlo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17).

Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios que viene, miramos a María que «brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino» (Lumen gentium, 68). Con esta certeza os invito a uniros a mí cuando, por la tarde, renueve en la plaza de España el tradicional homenaje a esta dulce Madre por gracia y de la gracia. A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del ángel.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. En la solemnidad de la Inmaculada Concepción contemplamos a la Madre de Dios, llena de gracia y hermosura, y le pedimos que nos ayude a vivir cada día completamente entregados al servicio de nuestros hermanos. ¡Feliz fiesta de la Inmaculada!

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Discurso del Santo Padre
Benedicto XVI

HOMENAJE A LA

INMACULADA CONCEPCIÓN
EN LA PLAZA DE ESPAÑA

(Roma 8-XII-2009)

Queridos hermanos y hermanas:

En el corazón de las ciudades cristianas María constituye una presencia dulce y tranquilizadora. Con su estilo discreto da paz y esperanza a todos en los momentos alegres y tristes de la existencia. En las iglesias, en las capillas, en las paredes de los edificios: un cuadro, un mosaico, una estatua recuerda la presencia de la Madre que vela constantemente por sus hijos. También aquí, en la plaza de España, María está en lo alto, como velando por Roma.

¿Qué dice María a la ciudad? ¿Qué recuerda a todos con su presencia? Recuerda que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20), como escribe el apóstol san Pablo. Ella es la Madre Inmaculada que repite también a los hombres de nuestro tiempo: no tengáis miedo, Jesús ha vencido el mal; lo ha vencido de raíz, librándonos de su dominio.

¡Cuánto necesitamos esta hermosa noticia! Cada día los periódicos, la televisión y la radio nos cuentan el mal, lo repiten, lo amplifican, acostumbrándonos a las cosas más horribles, haciéndonos insensibles y, de alguna manera, intoxicándonos, porque lo negativo no se elimina del todo y se acumula día a día. El corazón se endurece y los pensamientos se hacen sombríos. Por esto la ciudad necesita a María, que con su presencia nos habla de Dios, nos recuerda la victoria de la gracia sobre el pecado, y nos lleva a esperar incluso en las situaciones humanamente más difíciles.

En la ciudad viven -o sobreviven- personas invisibles, que de vez en cuando saltan a la primera página de los periódicos o a la televisión, y se las explota hasta el extremo, mientras la noticia y la imagen atraen la atención. Se trata de un mecanismo perverso, al que lamentablemente cuesta resistir. La ciudad primero esconde y luego expone al público. Sin piedad, o con una falsa piedad. En cambio, todo hombre alberga el deseo de ser acogido como persona y considerado una realidad sagrada, porque toda historia humana es una historia sagrada, y requiere el máximo respeto.

La ciudad, queridos hermanos y hermanas, somos todos nosotros. Cada uno contribuye a su vida y a su clima moral, para el bien o para el mal. Por el corazón de cada uno de nosotros pasa la frontera entre el bien y el mal, y nadie debe sentirse con derecho de juzgar a los demás; más bien, cada uno debe sentir el deber de mejorarse a sí mismo. Los medios de comunicación tienden a hacernos sentir siempre "espectadores", como si el mal concerniera solamente a los demás, y ciertas cosas nunca pudieran sucedernos a nosotros. En cambio, somos todos "actores" y, tanto en el mal como en el bien, nuestro comportamiento influye en los demás.

Con frecuencia nos quejamos de la contaminación del aire, que en algunos lugares de la ciudad es irrespirable. Es verdad: se requiere el compromiso de todos para hacer que la ciudad esté más limpia. Sin embargo, hay otra contaminación, menos fácil de percibir con los sentidos, pero igualmente peligrosa. Es la contaminación del espíritu; es la que hace nuestros rostros menos sonrientes, más sombríos, la que nos lleva a no saludarnos unos a otros, a no mirarnos a la cara... La ciudad está hecha de rostros, pero lamentablemente las dinámicas colectivas pueden hacernos perder la percepción de su profundidad. Vemos sólo la superficie de todo. Las personas se convierten en cuerpos, y estos cuerpos pierden su alma, se convierten en cosas, en objetos sin rostro, intercambiables y consumibles.
María Inmaculada nos ayuda a redescubrir y defender la profundidad de las personas, porque en ella la transparencia del alma en el cuerpo es perfecta. Es la pureza en persona, en el sentido de que en ella espíritu, alma y cuerpo son plenamente coherentes entre sí y con la voluntad de Dios. La Virgen nos enseña a abrirnos a la acción de Dios, para mirar a los demás como él los mira: partiendo del corazón. A mirarlos con misericordia, con amor, con ternura infinita, especialmente a los más solos, despreciados y explotados. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia».

Quiero rendir homenaje públicamente a todos los que en silencio, no con palabras sino con hechos, se esfuerzan por practicar esta ley evangélica del amor, que hace avanzar el mundo. Son numerosos, también aquí en Roma, y raramente son noticia. Hombres y mujeres de todas las edades, que han entendido que de nada sirve condenar, quejarse o recriminar, sino que vale más responder al mal con el bien. Esto cambia las cosas; o mejor, cambia a las personas y, por consiguiente, mejora la sociedad.

Queridos amigos romanos, y todos los que vivís en esta ciudad, mientras estamos atareados en nuestras actividades cotidianas, prestemos atención a la voz de María. Escuchemos su llamada silenciosa pero apremiante. Ella nos dice a cada uno: que donde abundó el pecado, sobreabunde la gracia, precisamente a partir de tu corazón y de tu vida. La ciudad será más hermosa, más cristiana y más humana.

Gracias, Madre santa, por este mensaje de esperanza. Gracias por tu silenciosa pero elocuente presencia en el corazón de nuestra ciudad. ¡Virgen Inmaculada, Salus Populi Romani, ruega por nosotros!

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LA INMACULADA CONCEPCIÓN (y II)
por Pedro de Alcántara Martínez, OFM

Cuando la Iglesia tuvo plena, formal, explícita conciencia de que la limpia concepción de María era doctrina contenida en la Revelación y, por tanto, objeto de fe, pasó a definirla como tal. Y nos dijo Pío IX: «Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y, por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que afirma que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano».

Así, con toda la densidad de concepto -cada palabra encierra una indispensable idea- y con toda la sobriedad de estilo -dureza y línea escueta- propias de una definición dogmática, venía el Papa a enseñarnos que la Inmaculada Concepción es un misterio de amor. Porque no sólo nos definió que la Virgen fue preservada del pecado de origen, sino que lo fue por los méritos de la pasión de Jesús.

Para llegar a entender plenamente estas palabras con toda la preñez de sentido histórico que contienen, sería menester remontarnos a los principios de las disputas teológicas sobre la Inmaculada; sería necesario desempolvar infolios sin término, recorrer el proceso de las ideas que fueron a desembocar en el cuadro justo de la definición dogmática. Porque si bien el sentimiento del pueblo cristiano proclamaba fuertemente la inocencia de la Madre de Dios, si a todos era manifiesta la conveniencia de atribuir a María tal privilegio, los teólogos... no sabían cómo conciliar dos cosas aparentemente contradictorias: la gloria de Cristo y la pureza de su Madre.

Estaban claros los términos del problema: Cristo es redentor del género humano, su gloria brota de la cruz. Cristo nos amó en cruz y las flores de su amor son rosas de pasión. El influjo de Cristo sobre todos los hombres se realiza implicado en el misterio de iniquidad; sufrió por salvarnos de la culpa y merecernos la gracia; su acción santificante viene precedida y condicionada por la previa remisión del pecado. Si María fue siempre pura, si no lo contrajo, Cristo no sufrió por Ella. Si no sufrió por Ella, la rosa más hermosa de la humanidad escapa del rosal de su pasión, del riego generoso de su sangre. Ni el influjo santificador de Cristo se extiende a su Madre, ni es Redentor universal del género humano al sustraérsele la bendita entre las mujeres.

¡Gloria de Cristo!... ¡Pureza de María!...

Claro que todas estas cosas, en apariencia distantes, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, el ser y la nada, la bondad y el pecado, la fuerza y la flaqueza, se unen siempre por un aglutinante de ilimitada potencia: el amor.

Cuando Duns Escoto formula la definitiva solución del problema lo hace con trazos sencillos. Podría resumirse así: es más glorioso para Cristo preservar a María que extraerla del pecado; sufrir en la cruz para evitar que contrajese la culpa que no para limpiarla después de manchada, pues ello encierra un beneficio mucho mayor.

La Inmaculada Concepción de María es una obra de perfecto amor, una perfecta glorificación de Cristo.

La preservó del pecado porque la amó más que a nosotros, a Ella, bendita entre las mujeres.

Pero vamos más allá. El hecho de la preservación de la culpa es sólo uno de los aspectos de la gracia inicial de la Virgen. Ya en aquel momento era un abismo de belleza. Como decía Pío IX, la Virgen fue «toda pura, toda sin mancha y como el ideal de la pureza y la hermosura; más hermosa que la hermosura, más bella que la belleza, más santa que la santidad y sola santa, y purísima en cuerpo y alma, la cual superó toda integridad y virginidad y Ella sola fue toda hecha domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo y que, a excepción de sólo Dios, fue superior a todos, más bella, santa y hermosa...».

La gracia es belleza: participación de la naturaleza divina, del ser de Dios, quien es la belleza por esencia, y la pureza, y la santidad, y la ternura, y el goce. En el instante de su concepción recibió María una gracia superior a la de todos los santos, querubines y serafines; participó de la belleza, de la pureza, de la santidad divinas, como a ninguna otra criatura ha sido dado, excepción hecha de Cristo.

Murió Jesucristo en la cruz no solamente para preservarla de la culpa, sino para darle toda la gracia y la hermosura de que era capaz, para hacer de Ella la perfecta mujer. La amó, se dio a Ella en el dolor para hacer de Ella perfecta Madre, la perfecta compañera en la obra redentora. La Concepción Inmaculada de María no es, en resumen, sino la flor de un dolorido amor, dolor de amor en flor.

[Extraído de La Inmaculada Concepción, en Año Cristiano, Tomo XII, Madrid, Ed. Católica (BAC), 2006, pp. 209-211]




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Proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción

Lo siguiente está tomado, de la Liturgia de las Horas,
Familia Franciscana, Laudes y víspera. 


El 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío IX declara el dogma y  embellece la fiesta de la Inmaculada Concepción «Declaramos que la doctrina que dice que María que dice que María fue concebida sin pecado original es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe.» El beato Duns Escoto piensa que la afirmación de que todos hemos sido hechos pecado para que todos necesitáramos la gracia de Jesucristo para salvarnos (Rom 5,12), proviene de que Cristo es un mediador perfecto, al ser perfecto Dios y perfecto hombre. Por consiguiente, la mediación para la salvación debe cubrir todos los tiempos posibles para que la redención alcance toda la realidad y supere toda posibilidad de salvación de cualquier otro mediador. Esto se alcanza cuando, no solo libera del pecado, sino también es capaz de preservar a una persona de él. Es lo que sucedió con su Madre, Jesucristo preservó a María de toda mancha original y así ejerció la mediación universal de la salvación más perfecta posible, ya que es más fácil reconducir a un pecador a Dios que impedir que una persona pueda ofender a Dios y separarse de Él; es más fácil liberar del pecado actual que crear la misma imposibilidad de pecar, y se agradecerá más a Jesucristo su acción sobre María, porque ha mostrado su mediación en el más alto grado, ratificando su capacidad infinita de salvación.


Oración. Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos por su intercesión llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo.


Para saber más:
La Inmaculada Concepción | Vocaciones Monasterio Santa Cruz

Ineffabilis Deus - Espístola Apostólica de SS Pio IX, 8 ... - Corazones.org



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