Río Jordán, que cruzaron los Magos de Orientes
Beata Ana Catalina Emmerick
Parte IV, Tomo III
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012
60. Llegada de los Reyes Magos a Jerusalén
La comitiva
de los Reyes partió de noche de Metanea y tomó un camino muy transitable, y
aunque los viajeros no entraron ni atravesaron ninguna otra ciudad, pasaron a
lo largo de las aldeas donde Jesús más tarde enseñó, curó a enfermos y bendijo
a los niños al finalizar el mes de Junio del tercer año de su predicación.
Betabara era uno de esos sitios adonde llegaron una mañana temprano para pasar
el Jordán. Como era sábado encontraron pocas persona en el camino. Esta mañana
vi la caravana de los Reyes que pasaba el Jordán a las siete. Comúnmente se
cruzaba el río sirviéndose de un aparato fabricado con vigas; pero para los
grandes pasajes, con cargas pesadas, se hacía por una especie de puente. Los
boteros que vivían cerca del puente hacían este trabajo mediante una paga; pero
como era sábado y no podían trabajar, tuvieron que ocuparse los mismos
viajeros, cooperando algunos hombres paganos ayudantes de los boteros judíos.
La anchura del Jordán no era mucha en este lugar y además estaba lleno de
bancos de arena. Sobre las vigas, por donde se cruzaba de ordinario, fueron
colocadas algunas planchas, haciendo pasar a los camellos por encima. Demoró
mucho antes que todos hubieron pasado a la orilla opuesta del río.
Dejando a
Jericó a la derecha van en dirección de Belén; pero se desvían hacia la derecha
para ir a Jerusalén. Hay como un centenar de hombres con ellos. Veo de lejos
una ciudad conocida: es pequeña y se halla cerca de un arroyuelo que corre de
Oeste a Este a partir de Jerusalén, y me parece que han de pasar por esta
ciudad. Por algún tiempo el arroyo corre a la izquierda de ellos y según sube o
baja el camino. Unas veces se ve a Jerusalén, otras veces no se la puede ver.
Al fin se desviaron en dirección a Jerusalén y no pasaron por la pequeña
ciudad.
El Sábado 22,
después de la terminación de la fiesta, la caravana de los Reyes llegó a las
puertas de Jerusalén. He visto la ciudad con sus altas torres levantadas hacia
el cielo. La estrella que los había guiado casi había desaparecido y sólo daba
una débil luz detrás de la ciudad. A medida que entraban en la Judea y se
acercaban a Jerusalén, los Reyes iban perdiendo confianza, porque la estrella
no tenía ya el brillo de antes y aún la veían con menos frecuencia en esta
comarca. Habían pensado encontrar en todas partes festejos y regocijo por el
Nacimiento del Salvador, a causa de quien habían venido desde tan lejos y no
veían en todas partes más que indiferencia y desdén. Esto les entristecía y les
inquietaba, y pensaban haberse equivocado en su idea de encontrar al Salvador.
La caravana
podía ser ahora de unas doscientas personas y, ocupaba más o menos el trayecto
de un cuarto de legua. Ya desde Causur se les había agregado cierto número de
personas distinguidas y otras se unieron a ellos más tarde. Los tres Reyes iban
sentados sobre tres dromedarios y otros tres de estos animales llevaban el
equipaje. Cada Rey tenía cuatro hombres de su tribu; la mayor parte de los
acompañantes montaban sobre cabalgaduras muy rápidas, de airosas cabezas. No
sabría decir si eran asnos o caballos de otra raza, pero se parecían mucho a
nuestros caballos. Los animales que utilizaban las personas más distinguidas
tenían bellos arneses y riendas, adornados de cadenas y estrellas de oro.
Algunos del séquito de los Reyes se desprendieron del cortejo y entraron en la
ciudad, regresando con soldados y guardianes.
La llegada de
una caravana tan numerosa en una época en que no se celebraba fiesta alguna, y
no siendo por razones de comercio, y llegando por el camino que llegaban, era
algo muy extraordinario. A todas las preguntas que se les hacía respondían
hablando de la estrella que los había guiado y del Niño recién Nacido. Nadie
comprendía nada de este lenguaje, y los Reyes se turbaron mucho, pensando que
tal vez se habían equivocado, puesto que no encontraban a uno siquiera que
supiese algo relacionado con el Niño Salvador del mundo, Nacido allí, en sus
tierras. Todos miraban con sorpresa a los Reyes, sin comprender el por qué de
su venida ni lo que buscaban.
Cuando estos
guardianes de la puerta vieron la generosidad con que trataban los Reyes a los
mendigos que se acercaban, y cuando oyeron decir que deseaban alojamiento, que
pagarían bien, y que entretanto deseaban hablar al rey Herodes, algunos
entraron en la ciudad y se sucedió una serie de idas y venidas, de mensajeros y
de explicaciones, mientras los Reyes se entretenían con toda la suerte de
gentes que se les había acercado. Algunos de estos hombres habían oído hablar
de un Niño Nacido en Belén; pero no podían siquiera pensar que pudiera tener
relación con la venida de los Reyes, sabiendo que se trataba de padres pobres y
sin importancia. Otros se burlaban de la credulidad de los Reyes.
Conforme a
los mensajes que traían los hombres de la ciudad, comprendieron que Herodes
nada sabía del Niño. Como tampoco habían contado con encontrarse con el rey
Herodes, se afligieron mucho más y se inquietaron sumamente, no sabiendo qué
actitud tomar en presencia del rey ni qué iban a decirle. Con todo, a pesar de
su tristeza, no perdieron el ánimo y se pusieron a rezar. Volvió el ánimo a su
atribulado espíritu y se dijeron unos a otros: “Aquél que nos ha traído hasta
aquí con tanta celeridad, por medio de la luz de la estrella, Ése mismo podrá
guiarnos de nuevo hasta nuestras casas”.
Al fin
regresaron los mensajeros, y la caravana fue conducida a lo largo de los muros
de la ciudad, haciéndola entrar por una puerta situada no lejos del Calvario.
Los llevaron a un gran patio redondo rodeado de caballerizas, con alojamientos
no lejos de la plaza del pescado, en cuya entrada encontraron algunos
guardianes. Los animales fueron llevados a las caballerizas y los hombres se
retiraron bajo cobertizos, junto a una fuente que había en medio del gran
patio. Este patio, por uno de sus costados tocaba con una altura; por los otros
estaba abierto, con árboles delante. Llegaron después unos empleados, quizás
aduaneros, que de dos en dos inspeccionaron los equipajes de los viajeros con
sus linternas.
El palacio de
Herodes estaba más arriba, no lejos de este edificio, y pude ver el camino que
llevaba hasta él iluminado con linternas y faroles colocados sobre perchas.
Herodes envió a un mensajero encargado de conducirle en secreto a su palacio al
rey Teokeno. Eran las diez de la noche. Teokeno fue recibido en una sala del
piso bajo por un cortesano de Herodes, que le interrogó sobre el objeto de su
viaje. Teokeno dijo con simplicidad todo lo que se le preguntaba y rogó al
hombre que preguntara al rey Herodes dónde había nacido el Niño, Rey de los
Judíos, y dónde se hallaba, ya que habían visto su estrella y habían venido
tras de ella. El cortesano llevó su informe a Herodes, que se turbó mucho al
principio; pero disimulando su malcontento hizo responder que deseaba tener más
datos relativos sobre ese suceso y que entretanto instaba a los reyes a que
descansasen, añadiendo que al día siguiente hablaría con ellos y les daría a
conocer todo lo que lograse saber sobre el asunto.
Volvió
Teokeno y no pudo dar a sus compañeros noticias consoladoras; por otra parte,
no se les había preparado nada para que pudiesen reposar y mandaron rehacer
muchos fardos que habían sido abiertos. Durante aquella noche no pudieron
descansar y algunos de ellos andaban de un lado a otro como buscando la
estrella que los había guiado. Dentro de la ciudad de Jerusalén había gran
quietud y silencio; pero en torno de los Reyes había agitación, y en el patio
se tomaban y daban toda clase de informes. Los Reyes pensaban que Herodes lo
sabía todo perfectamente, pero que trataba de ocultarles la verdad.
Palacio de Herodes (maqueta de un Belén)
Se celebraba una gran fiesta esa noche en el
palacio de Herodes al tiempo de la visita de Teokeno, porque veía las salas
iluminadas. Iban y venían toda clase de hombres y mujeres ataviadas sin
decencia alguna. Las preguntas de Teokeno sobre el rey recién Nacido turbaron
el ánimo de Herodes, el cual llamó en seguida a su palacio a los príncipes, a
los sacerdotes y a los escribas de la Ley. Los he visto acudir al palacio antes
de la media noche con rollos escritos. Traían sus vestiduras sacerdotales,
llevaban condecoraciones sobre el pecho y cinturones con letras bordadas. Había
unos veinte de estos personajes en torno de Herodes, que preguntó dónde debía
ser el lugar del Nacimiento del Mesías. Los vi cómo abrían sus rollos y
mostraban con el dedo pasajes de la Escritura:
“Debe nacer
en Belén de Judá, porque así está escrito en el profeta Miqueas. Y tú Belén, no
eres la más mínima entre los príncipes de Judá, pues de ti ha de nacer el jefe
que gobernará mi pueblo en Israel”.
Después vi a
Herodes con algunos de ellos paseando por la terraza del palacio, buscando
inútilmente la estrella de la que había hablado Teokeno. Se mostraba muy
inquieto. Los sacerdotes y escribas le hicieron largos razonamientos diciendo
que no debía hacer caso ni dar importancia a las palabras de los Reyes Magos,
añadiendo que aquellas gentes son amigas de lo maravilloso y se imaginan
siempre grandes fantasías con sus observaciones estelares. Decían que si algo
hubiera habido en realidad se hubiera sabido en el Templo y en la ciudad santa,
y que ellos no podrían haberlo ignorado.
61. Los Reyes Magos conducidos al palacio de Herodes
En esta
mañana muy temprano Herodes hizo llevar al palacio, en secreto, a los Reyes.
Fueron recibidos bajo una arcada y conducidos luego a una sala, donde he visto
ramas verdes con flores en vasos y refrescos para beber. Después de algún
tiempo apareció Herodes. Los Magos se inclinaron ante él y pasaron a
interrogarle sobre el Rey de los Judíos recién Nacido. Herodes ocultó su gran
turbación y se mostró contento de la noticia. Vi que estaban con él algunos de
los escribas. Herodes preguntó algunos detalles sobre lo que habían visto, y el
Rey Mensor describió la última aparición que habían tenido antes de partir. Era,
dijo, una Virgen y delante de Ella un Niño, de cuyo costado derecho había
brotado una rama luminosa; luego, sobre ésta había aparecido una torre con
varias puertas. La torre se transformó en una gran ciudad, sobre la cual se
manifestó el Niño con una corona, una espada y un cetro, como si fuese Rey.
Después de esto se vieron ellos mismos, como también todos los reyes del mundo,
postrados delante de ese Niño en acto de adoración; pues poseía un imperio
delante del cual todos los demás imperios debían someterse; y así en esta forma
describió lo que habían visto.
Herodes les
habló de una profecía que hablaba de algo parecido sobre Belén de Efrata; les
dijo que fueran secretamente allá y cuando hubiesen encontrado al Niño
volvieran a decirle el resultado, para que él también pudiera ir a adorarle.
Los Reyes no tocaron los alimentos que se les había preparado y volvieron a su
alojamiento. Era muy temprano, casi al amanecer, pues he visto todavía las
linternas encendidas delante del palacio de Herodes. Herodes conferenció con
ellos en secreto para que no se hiciera público el acontecimiento. Al aclarar
del todo prepararon la partida. La gente que los había acompañado hasta
Jerusalén se hallaba ya dispersa por la ciudad desde la víspera.
El ánimo de
Herodes estaba en aquellos días lleno de descontento e irritación. Al tiempo
del Nacimiento de Jesucristo se encontraba en su castillo, cerca de Jericó, y
había ordenado hacía poco un cobarde asesinato. Había colocado en puestos altos
del Templo a gente que le referían todo lo que allí se hablaba, para que
denunciasen a los que se oponían a sus designios. Un hombre justo y honrado,
alto empleado en el Templo, era el principal de los que consideraba él como sus
adversarios. Herodes con fingimiento lo invitó a que fuera a verlo a Jericó y
lo hizo atacar y asesinar en el camino, achacando ese crimen a algunos
asaltantes.
Algunos días
después de esto fue a Jerusalén para tomar parte en la fiesta de la Dedicación
del Templo, que tenía lugar el 25 del mes de Casleu y allí se encontró enredado
en un asunto muy desagradable. Queriendo congraciarse con los judíos había
mandado hacer una estatua o figura de cordero o más bien de cabrito, porque
tenía cuernos, para que fuera colocada en la puerta que llevaba del patio de
las mujeres al de las inmolaciones. Hizo esto de su propia iniciativa, pensando
que los judíos se lo agradecerían; pero los sacerdotes se opusieron tenazmente
a ello, aunque los amenazó con hacerles pagar una multa por su resistencia.
Ellos replicaron que pagarían, pero que no toleraban esa imagen contraria a las
prescripciones de la Ley. Herodes se irritó mucho y pretendió colocarla
ocultamente; pero al llevarla, un israelita muy celoso tomó la imagen y la
arrojó al suelo, quebrándola en dos pedazos. Se promovió un gran tumulto y
Herodes hizo encarcelar al hombre. Todo esto lo había irritado mucho y estaba
arrepentido de haber ido a la fiesta; sus cortesanos trataban de distraerlo y
divertirlo. En este estado de ánimo lo encontró la noticia del Nacimiento de
Cristo.
En Judea
hacía tiempo que hombres piadosos vivían, en la esperanza de que pronto había
de llegar el Mesías y los sucesos acontecidos en el Nacimiento del Niño se
habían divulgado por medio de los pastores. Con todo, muchas personas
importantes oían estas cosas como fábulas y vanas palabras y el mismo Herodes
había oído hablar y enviado secretamente algunos hombres a tomar informes de lo
que se decía. Estos emisarios estuvieron, en efecto, tres días después de haber
nacido Jesús y luego de haber conversado con José, declararon, como hombres
orgullosos, que todo era cosa sin importancia: que en la gruta no había más que
una pobre familia de la cual no valía la pena que nadie se ocupara. El orgullo
que los dominaba les había impedido interrogar seriamente a José desde un
principio, tanto más que llevaban orden de proceder en el mayor secreto, sin
llamar la atención.
Cuando de
pronto llegaron los Reyes Magos con su numeroso séquito, Herodes se llenó de
nuevas inquietudes, ya que estos hombres venían de lejos y todo esto era más
que rumores sin importancia. Como hablaran los Reyes con tanta convicción del
Rey recién Nacido, fingió Herodes deseos de ir a ofrecerle sus homenajes, lo
cual alegró mucho a los Reyes, creyéndolo bien dispuesto. La ceguera del
orgullo de los escribas no acabó de tranquilizarlo y el interés de conservar en
secreto este asunto fue causa de la conducta que observó. No hizo objeciones a
lo que decían los Reyes, no hizo perseguir en seguida al Niño para no exponerse
a las críticas de un pueblo difícil de gobernar y resolvió recabar por medio de
ellos noticias más exactas para tomar luego las medidas del caso.
Como los
Reyes, advertidos por Dios, no volvieron a dar noticias, hizo explicar que la
huida de los Reyes era consecuencia de la ilusión mentirosa que habían sufrido
y que no se habían atrevido a comparecer de nuevo, porque estaban avergonzados
del engaño en que habían caído y al que habían querido arrastrar a los demás.
Mandaba decir: “¿Qué razones podían tener para salir clandestinamente después
de haber sido recibidos aquí en forma tan amistosa?...” De este modo Herodes
trató de adormecer este asunto disponiendo que en Belén nadie se pusiese en
relación con esa Familia, de la que se había hablado tanto, ni recoger los
rumores e invenciones que se propalaban para extraviar los espíritus.
Habiendo
vuelto quince días más tarde la Sagrada Familia a Nazaret, se dejó pronto de
hablar de cosas de las cuales la multitud no había tenido más que conocimientos
vagos, y las gentes piadosas, por otro lado, llenas de esperanza, guardaban un
discreto silencio. Cuando pareció que todo quedaba olvidado, pensó entonces
Herodes en deshacerse del Niño y supo que la Familia había dejado a Nazaret,
llevándose al Niño. Lo hizo buscar durante bastante tiempo; pero habiendo
perdido toda esperanza de encontrarlo, creció mayormente su inquietud y
determinó ejecutar la medida extrema de la matanza de los niños. Tomó en esta
ocasión todas sus medidas y envió tropas de antemano a los lugares donde podía
temerse una sublevación. Creo que la matanza se hizo en siete lugares
diferentes.
Los Reyes Magos van acortando las distancias. Su alegría interior es muy grande (Mt 2,10). Tienen que preguntar, pero la respuesta nunca la tuvo Herodes, sino esa señal del cielo, y cierta ayuda (ver Mt 2,4-6).
ResponderEliminarCuando nuestro corazón está limpio de las cosas de este mundo, nos estamos preparando para ir, cada día, al encuentro de Jesús, nuestro Redentor, la Santa Misa, nuestras oraciones y devociones, y con perseverancia, nuestra fe es fortalecida por la Gracia de Dios.
Hoy es domingo, y tengo muy presente que es la fiesta de Jesús, es la manifestación del Hijo de Dios que se dio a conocer a algunas generaciones paganas. Habían sido llamados por el Señor, y renunciaron a la falsedad de las religiones paganas. Solo tenemos un camino para salvarnos, pero los judíos no quisieron honrar a Cristo y perdieron la oportunidad de salvarse por el judaísmo. En la medida que conocemos la Sagrada Biblia, en el mundo hay muchos pueblos, muchas religiones, pero Dios quiso elegir un solo camino, que había comenzado por Abrahán, para formar el pueblo de Israel, pero como en el pasado, también hoy los cristianos se atan a costumbras paganas y no perseveran en el camino de la salvación.
Todos necesitamos orar, sin oración no podemos alcanzar la humildad y dejamos la perseverancia. No, no debemos renunciar a perseverar en la fiel obediencia a la Voluntad de Dios. Dios llamó a Abrahán más tarde a los Magos de Oriente, es una prueba que Dios desea la salvación de todos, y Jesús es el verdadero y único camino para que las puertas del Reino de los cielos estén también abiertas para nosotros, y entrar en la vida eterna.
Siempre es mejor para nosotros, responder con espíritu cristiano: «¡Feliz Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo!», porque lo que celebramos es a Jesús, el Rey de Reyes. Pues los Reyes Magos encontraron en Jesús una inmensa alegría que antes no llegaba a conocer.