Beata Ana Catalina Emmerick Parte IV, Tomo III
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012
58. El viaje de los Reyes Magos
14-17 de diciembre
He visto llegar
hoy la caravana de los Reyes, por la noche, a una población pequeña con casas
dispersas, algunas rodeadas de grandes vallas. Me parece que es éste el primer
lugar donde se entra en la Judea. Aunque aquella era la dirección de Belén, los
Reyes torcieron hacia la derecha, quizás por no hallar otro camino más directo.
Al llegar allí su canto era más expresivo y animado; estaban más contentos
porque la estrella tenía un brillo extraordinario: era como la claridad de la
luna llena, y las sombras se veían con mucha nitidez. A pesar de todo, los
habitantes parecían no reparar en ella. Por otra parte eran buenos y
serviciales.
Algunos viajeros
habían desmontado y los habitantes ayudaban a dar de beber a las bestias. Pensé
en los tiempos de Abrahán, cuando todos los hombres eran serviciales y
benévolos. Muchas personas acompañaron a la comitiva de los Reyes Magos
llevando palmas y ramas de árboles cuando pasaron por la ciudad. La
estrella no tenía siempre el mismo brillo: a veces se oscurecía un tanto; parecía
que daba más claridad según fueran mejores los lugares que cruzaban. Cuando
vieron los Reyes resplandecer más a la estrella, se alegraron mucho pensando
que sería allí donde encontrarían al Mesías.
Martes, 18 de diciembre
Esta mañana
pasaron al lado de una ciudad sombría, cubierta de tinieblas, sin detenerse en
ella, y poco después atravesaron un arroyo que se echa en el Mar Muerto.
Algunas de las personas que los acompañaban se quedaron en estos sitios. He
sabido que una de aquellas ciudades había servido de refugio a alguien en
ocasión de un combate, antes que Salomón subiera al trono. Atravesando el
torrente, encontraron un buen camino.
19 de diciembre
Esta noche volví a
ver el acompañamiento de los Reyes que había aumentado a unas doscientas
personas porque la generosidad de ellos había hecho que muchos se agregaran al
cortejo. Ahora se acercaban por el Oriente a una ciudad cerca de la cual pasó
Jesús, sin entrar, el 31 de Julio del segundo año de su predicación. El nombre
de esa ciudad me pareció Manatea, Metanea, Medana o
Madián*. Había allí judíos y paganos; en general eran malos. A pesar de
atravesarla una gran ruta, no quisieron entrar por ella los Reyes y pasaron
frente al lado oriental para llegar a un lugar amurallado donde había
cobertizos y caballerizas. En este lugar levantaron sus carpas, dieron de beber
y comer a sus animales y tomaron también ellos su alimento.
*
San Jerónimo menciona el pueblo de Metán, cerca del Arnon
Los Reyes se
detuvieron allí el jueves 20 y el viernes 21 y se pusieron muy pesarosos al
comprobar que allí tampoco nadie sabía nada del Rey recién nacido. Les oí
relatar a los habitantes las causas porque habían venido, lo largo del viaje y
varias circunstancias del camino. Recuerdo algo de lo que dijeron. El Rey recién nacido les había sido anunciado mucho tiempo
antes. Me parece que fue poco después de Job, antes que
Abrahán pasara a Egipto, pues unos trescientos hombres de la Media, del país de
Job (con otros de diferentes lugares) habían viajado hasta Egipto llegando
hasta la región de Heliópolis. No recuerdo por qué habían ido tan lejos; pero
era una expedición militar y me parece que habían venido en auxilio de otros.
Su expedición era digna de reprobación, porque entendí que habían ido contra
algo santo, no recuerdo si contra hombres buenos o contra algún misterio
religioso relacionado con la realización de la Promesa divina. En los
alrededores de Heliópolis varios jefes tuvieron una revelación con la aparición
de un ángel que no les permitió ir más lejos. Este ángel les anunció que
nacería un Salvador de una Virgen, que debía ser honrado por sus descendientes.
Ya no sé cómo sucedió todo esto; pero volvieron a su país y comenzaron a
observar los astros. Los he visto en Egipto organizando fiestas regocijantes,
alzando allí arcos de triunfo y altares, que adornaban con flores, y después
regresaron a sus tierras. Eran gentes de la Media, que tenían el culto de los
astros. Eran de alta estatura, casi gigantes, de una hermosa piel morena
amarillenta. Iban como nómadas con sus rebaños y dominaban en todas partes por
su fuerza superior. No recuerdo el nombre de un profeta principal que se
encontraba entre ellos. Tenían conocimiento de muchas predicciones y observaban
ciertas señales trasmitidas por los animales. Si éstos se cruzaban en su camino
y se dejaban matar, sin huir, era un signo para ellos y se apartaban de
aquellos caminos. Los Medos, al volver de la tierra de Egipto, según contaban
los Reyes, habían sido los primeros en hablar de la profecía y desde entonces
se habían puesto a observar los astros. Estas observaciones cayeron algún
tiempo en desuso; pero fueron renovadas por un discípulo de Balaam y mil años
después las tres profetisas, hijas de los antepasados de los tres Reyes, las
volvieron a poner en práctica. Cincuenta años más tarde, es decir, en la época
a que habían llegado, apareció la estrella que ahora seguían para adorar al
nuevo Rey recién nacido. Estas cosas relataban los Reyes a sus oyentes con mucha
sencillez y sinceridad, entristeciéndose mucho al ver que aquéllos no parecían
querer prestar fe a lo que desde dos mil años atrás había sido el objeto de la
esperanza y deseos de sus antepasados.
A la caída de la
tarde se oscureció un poco la estrella a causa de algunos vapores, pero por la
noche se mostró muy brillante entre las nubes que corrían, y parecía más cerca
de la tierra. Se levantaron entonces rápidamente, despertaron a los habitantes
del país y les mostraron el espléndido astro. Aquella gente miró con extrañeza,
asombro y alguna conmoción el cielo; pero muchos se irritaron aun contra los
santos Reyes, y la mayoría sólo trató de sacar provecho de la generosidad con
que trataban a todos. Les oí también decir cosas referentes a su jornada hasta
allí. Contaban el camino por jornadas a pie, calculando en doce leguas cada
jornada. Montando en sus dromedarios, que eran más rápidos que los caballos,
hacían treinta y seis leguas diarias, contando la noche y los descansos. De
este modo, el Rey que vivía más lejos pudo hacer, en dos días, cinco veces las
doce leguas que los separaban del sitio donde se habían reunido, y los que
vivían más cerca podían hacer en un día y una noche tres veces doce leguas.
Desde el lugar donde se habían reunido hasta aquí habían completado 672 leguas
de camino, y para hacerlo, calculando desde el nacimiento de Jesucristo, habían
empleado más o menos veinticinco días con sus noches, contando también los dos
días de reposo.
La noche del
viernes 21, habiendo comenzado el sábado para los judíos que habitaban allí,
los Reyes prepararon su partida. Los habitantes del lugar habían ido a la
sinagoga de un lugar vecino pasando sobre un puente hacia el Oeste. He visto
que estos judíos miraban con gran asombro la estrella que guiaba a los Magos;
pero no por eso se mostraron más respetuosos. Aquellos hombres desvergonzados
estuvieron muy importunos, apretándose como enjambres de avispas alrededor de
los Reyes, demostrando ser viles y pedigüeños, mientras los Reyes, llenos de
paciencia, les daban sin cesar pequeñas piezas amarillas, triangulares, muy
delgadas, y granos de metal oscuro. Creo por eso que debían ser muy ricos estos
Reyes. Acompañados por los habitantes del lugar dieron vueltas a los muros de
la ciudad, donde vi algunos templos con ídolos; más tarde atravesaron el
torrente sobre un puente, y costearon la aldea judía. Desde aquí tenían un
camino de veinticuatro leguas para llegar a Jerusalén.
59.
Llegada de Santa Ana a Belén
Noche del 19 de diciembre
He visto a Santa
Ana con María de Helí, una criada, un servidor y dos asnos pasando la noche a
poca distancia de Betania, de camino para Belén. José había completado los
arreglos tanto en la gruta del Pesebre como en las grutas laterales, para
recibir a los Reyes Magos, cuya llegada había anunciado María, mientras se
hallaban en Causur, y también para hospedar a los venidos de Nazaret. José y
María se habían retirado a otra gruta con el Niño, de modo que la del Pesebre
se encontraba libre, no quedando en ella más que el asno. Si mal no recuerdo
José había pagado ya el segundo de los impuestos hacía algún tiempo, y nuevas
personas venidas de Belén para ver al Niño tuvieron la dicha de tomarlo en sus
brazos. En cambio, cuando otras lo querían alzar, lloraba y volvía la cabeza.
Viernes, 21 de diciembre
He visto a la
Virgen tranquila en su nueva habitación discretamente arreglada: el lecho
estaba contra la pared y el Niño Jesús se encontraba a su lado, en una cesta
larga, hecha de cortezas, acomodada sobre una horqueta. Un tabique hecho de
zarzos separaba el lecho de María y la cuna del Niño del resto de la gruta.
Durante el día, para no estar sola, se sentaba delante del tabique con el Niño
a su lado. José descansaba en otra parte retirada de la gruta. Lo he visto
llevando alimentos a María, servidos en una fuente, como también ofrecerle un
cantarillo con agua.
Jueves, 20 de diciembre
Esta noche
comenzaba un día de ayuno: todos los alimentos debían estar preparados para el
día siguiente; el fuego estaba cubierto y las aberturas veladas*. [Los días de ayuno de los judíos
son el 8 y 16 del mes de tebet]. Entretanto
había llegado Santa Ana con la hermana mayor de María y una criada. Estas
personas debían pasar la noche en la gruta de Belén: por eso la Sagrada Familia
se había retirado a la gruta lateral. Hoy he visto a María que ponía el Niño en
los brazos de Santa Ana. Esta se hallaba profundamente conmovida. Había traído
consigo colchas, pañales y varios alimentos, y dormía en el mismo sitio donde
había reposado Isabel. María le relató todo lo sucedido. Ana lloraba en
compañía de María. El relato fue alegrado por las caricias del Niño Jesús. Hoy
vi a la Virgen volver a la gruta del Pesebre y al pequeño Jesús acostado allí
de nuevo. Cuando José y María se encuentran solos cerca del Niño, los veo a
menudo ponerse en adoración ante Él. Hoy vi a Ana cerca del Pesebre con María
en una actitud reverente, contemplando al Niño Jesús con sentimiento de gran
fervor. No sé si las personas venidas con Ana habían pasado la noche en la
gruta lateral o habían ido a otro lugar; creo que estaban en otro sitio. Ana
trajo diversos objetos para el Niño y la Madre. María ha recibido ya muchas
cosas desde que se encuentra aquí; pero todo sigue pareciendo muy pobre porque
María reparte lo que no es absolutamente necesario. Le dijo a Ana que los Reyes
llegarían muy pronto y que su llegada causaría gran impresión. Esta misma
noche, después de terminado el Sábado, vi que Ana con sus acompañantes se
retiró de la compañía de María, durante la estadía de los Reyes, a casa de su
hermana casada, para volver después. Ya no recuerdo el nombre de la población,
de la tribu de Benjamín, que se compone de algunas casas, en una llanura y se
encuentra a media legua del último lugar del alojamiento de la Santa Familia en
su viaje a Belén.
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