Beata Ana Catalina Emmerick Parte IV, Tomo III
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012
54. La
comitiva de Teokeno
Mientras yo
contemplaba la inmensa llanura, el silencio de la noche fue interrumpido por el
ruido que producía un grupo de hombres que llegaban apresuradamente montados en
camellos. El cortejo, pasando a lo largo de los rebaños que descansaban, se
dirigió rápidamente hacia la carpa central. Algunos camellos se despertaban
aquí y allá e inclinaban sus largos cuellos hacia la comitiva que pasaba. Se
oía el balar de los corderos, interrumpidos en su sueño. Algunos de los recién
llegados bajaron de sus monturas y despertaban a los pastores que dormían. Los
vigías más próximos se juntaron al cortejo. Pronto todos estuvieron en pie y en
movimiento en torno de los viajeros. La gente conversaba mirando al cielo e
indicando las estrellas. Se referían a un astro o a una aparición celeste que
ya no se percibía más, pues yo misma ya no pude verla. Era el cortejo de
Teokeno, el tercero de los Reyes Magos que habitaba más lejos. Había visto en
su patria la misma aparición en el cielo que vieron sus compañeros y de
inmediato se puso en camino. Ahora preguntaba cuánta ventaja le llevaban de
camino Mensor y Sair, y si aún se veía la estrella que había tomado como guía.
Cuando hubo recibido los informes necesarios, continuó su viaje sin detenerse
mayormente. Este era el lugar donde los tres Reyes, que vivían muy lejos uno de
otro, solían reunirse para observar los astros y en su cercanía se hallaba la
torre piramidal en cuya cumbre hacían observaciones.
Teokeno era entre
los tres el que habitaba más lejos. Vivía más allá del país donde residió
Abrahán al principio, y se había establecido alrededor de esa comarca. En los
intervalos entre las visiones que tuve tres veces, durante este día, relativas
a lo que sucedía en la gran llanura de los rebaños, me fueron mostradas
diversas cosas sobre los países donde había vivido Abrahán: he olvidado la
mayor parte. Vi una vez, a gran distancia, la altura donde Abrahán debía
sacrificar a su hijo Isaac. La primera morada de Abrahán se hallaba situada
sobre una gran elevación, y los países de los tres Reyes Magos eran más bajos y
estaban alrededor de aquel lugar de Abrahán.
Otra vez vi, muy
claramente, a pesar de ocurrir muy lejos, el hecho de Agar y de Ismael en el
desierto. Relato lo que pude ver de esto. A un lado de la montaña de Abraham,
hacia el fondo del valle, he visto a Agar con su hijo errando en medio de los
matorrales. Parecía estar fuera de sí. El niño era todavía muy pequeño y tenía
un vestido largo. Ella andaba envuelta en un largo manto que le cubría la
cabeza y debajo llevaba un vestido corto con un corpiño ajustado. Puso al niño
bajo un árbol cerca de una colina y le hizo unas marcas en la frente, en la
parte superior del brazo derecho, en el pecho y en la parte alta del brazo
izquierdo. No vi la marca de la frente; pero las otras, hechas sobre el
vestido, permanecieron visibles y parecían trazadas en rojo. Tenían la forma de
una cruz, no común, sino parecida a una de Malta que llevara en el centro un
círculo, del que partían los cuatro triángulos que formaban la cruz. En cada
uno de los triángulos Agar escribió unos signos o letras en forma de gancho,
cuyo significado no pude comprender. En el círculo del centro trazó dos o tres
letras. Hizo todo el dibujo muy rápidamente con un color rojo que parecía tener
en la mano y que quizás era sangre. Se apartó de allí, levantando sus ojos al
cielo, sin mirar el lugar donde dejaba a su hijo, y fue a sentarse a la sombra
de un árbol como a la distancia de un tiro de fusil. Estando allí oyó una voz
en lo alto; se apartó más aún del lugar primero, y habiendo escuchado la voz
por segunda vez, dio con una fuente de agua oculta entre el follaje. Llenó de
agua su odre, y volviendo de nuevo al lado de su hijo, le dio de beber; luego
lo llevó consigo junto a la fuente y encima del vestido que tenía las marcas
hechas, le puso otra vestimenta. Me parece haber visto otra vez a Agar en el
desierto antes del nacimiento de Ismael.
Al amanecer
[relatado entre el 26 y 28 de noviembre], el acompañamiento de Teokeno alcanzó
a unirse al de Mensor y de Sair cerca de una población en ruinas. Se veían allí
largas filas de columnas, aisladas unas de otras, y puertas coronadas por
torrecitas cuadradas, todo medio derruido. Aún se veían algunas grandes y
hermosas estatuas, no tan rígidas como las de Egipto, sino en graciosas
actitudes, cual si fueran vivientes. En general el país era arenoso y lleno de
rocas.
He visto que en
las ruinas de la ciudad se habían establecido gentes que más bien parecían
bandoleros y vagabundos; como único vestido llevaban pieles de animales echadas
sobre el cuerpo y tenían armas de flechas y venablos. Aunque eran de estatura
baja y gruesos, eran ágiles en gran manera; tenían la piel tostada. Creía
reconocer este lugar por haber estado antes, en ocasión de mis viajes a la
montaña de los profetas y al país del Ganges.
Cuando se
encontraron reunidos los tres Reyes, dejaron el lugar por la mañana muy
temprano, con ánimo de continuar viaje con apuro. He visto que muchos
habitantes pobres siguieron a los Reyes, por la liberalidad con que los
trataban. Después de otro medio día de viaje se detuvieron. Después de la
muerte de Jesucristo, el apóstol San Juan envió a dos de sus discípulos,
Saturnino y Jonadab (medio hermano de San Pedro) para anunciar el Evangelio a
los habitantes de la ciudad en ruinas*.
- [* Según la traducción de San Saturnino predicó en el país de los medos. La vidente vio que los Reyes pasaban el día del santo, de quien conservaba una reliquia]
55.
Nombres de los Reyes Magos
Cuando estuvieron
juntos los tres Reyes Magos, he visto que el último, Teokeno, tenía la piel
amarillenta: lo reconocí porque era el mismo que unos treinta y dos años más
tarde se encontraba en su tienda enfermo, al visitar Jesús a estos Reyes en su
residencia, cerca de la Tierra prometida.
Cada uno de los
Reyes Magos llevaba consigo a cuatro parientes cercanos o amigos más íntimos,
de modo que en el cortejo había como unas quince personas de alto rango sin
contar la muchedumbre de camelleros y de otros criados. Reconocí a Eleazar, que
más tarde fue mártir, entre los jóvenes que acompañaban a los Reyes. Tengo una
reliquia de este santo. Estaban sin ropa hasta la cintura y así podían correr y
saltar con mayor agilidad.
Mensor, el de los
cabellos negros, fue bautizado más tarde por Santo Tomás y recibió el nombre de
Leandro. Teokeno, el de tez amarilla, que se encontraba enfermo cuando pasó Jesús
por Arabia, fue también bautizado por Santo Tomás con el nombre de León. El más
moreno de los tres, que ya había muerto cuando Jesús visitó sus tierras, se
llamaba Sair o Seir. Murió con el bautismo de deseo.
Estos nombres
tienen relación con los de Gaspar, Melchor y Baltasar y están en relación con
el carácter personal de ellos, pues estas palabras significan: el primero, “va
con amor”; el segundo, “vaga en torno acariciando, se acerca dulcemente”; el
tercero, “recibe velozmente con la
voluntad, une rápidamente su querer a la voluntad de Dios”.*
·
[El
célebre cristólogo Sepp acepta esta etimología: dice que el primer nombre es
índico, el segundo persa, y el tercero, árabe]
Me parece haber
encontrado reunido por primera vez el cortejo de los tres Reyes a una distancia
como de medio día de viaje, más allá de la población en ruinas donde había
visto tantas columnas y estatuas de piedra. El punto de reunión era una comarca
fértil. Se veían casas de pastores diseminadas, construidas con piedras blancas
y negras. Llegaron a una llanura, en medio de la cual había un pozo y amplios
cobertizos: tres en el centro y varios alrededor. Parecía un sitio preparado
para descanso de los caminantes. Cada acompañamiento estaba compuesto de tres
grupos de hombres. Cada uno comprendía cinco personajes de distinción, entre
ellos el rey o jefe, que ordenaba, arreglaba y distribuía todo como un padre de
familia. Los hombres de cada grupo tenían tez de diferente color. Los hombres
de la tribu de Mensor eran de un color moreno agradable; los de Sair eran mucho
más morenos y los de Teokeno eran de tez más clara y amarillenta. A excepción
de algunos esclavos, no había allí ninguno de piel totalmente negra. Las
personas de distinción iban sentadas en sus cabalgaduras, sobre envoltorios
cubiertos de alfombras y en la mano llevaban bastones. A éstos seguían otros
animales del tamaño de nuestros caballos, montados por criados y esclavos que
cargaban los equipajes.
Cuando llegaron,
desmontaron, descargaron a los animales, les daban de beber del agua del pozo,
rodeado de un pequeño terraplén, sobre el cual había un muro con tres entradas
abiertas. En ese recinto se encontraba el pozo de agua en sitio más bajo. El
agua salía por tres conductos que se cerraban por medio de clavijas y el depósito,
a su vez, estaba cerrado con una tapa que fue abierta por uno de los hombres de
aquella ciudad en ruinas, agregado al cortejo. Llevaban odres de cuero
divididos en cuatro compartimentos, de modo que cuando estaban llenos podían
beber cuatro camellos a la vez. Eran tan cuidadosos del agua, que no dejaban
perder ni una gota.
Después de haber
bebido fueron instalados los animales en recintos sin techo, cerca del pozo,
donde cada uno tenía su compartimiento. Pusieron a las bestias delante de los
comederos de piedra donde se les dio el forraje que habían traído. Les daban de
comer unas semillas del tamaño de bellotas, quizás habas. Traían como equipaje
jaulones colgando de ambos lados de las bestias, en los cuales tenían pájaros
como palomas o pollos, de los cuales se alimentaban durante el viaje. En unos
recipientes de hierro traían panes como tablitas apretadas unas contra otras
del mismo tamaño. Llevaban vasos valiosos de metal amarillo, con adornos y
piedras preciosas. Tenían la forma de nuestros vasos sagrados, cálices y
patenas. En ellos presentaban los alimentos o bebían. Los bordes de estos vasos
estaban adornados con piedras de color rojo.
Los vestidos de
estos hombres no eran iguales. Los hombres de Teokeno y los de Mensor llevaban
sobre la cabeza una especie de gorro alto, con tira de género blanco enrollado;
sus túnicas bajaban a la altura de las pantorrillas y eran simples con ligeros
adornos sobre el pecho. Tenían abrigos livianos, muy largos y amplios, que
arrastraban al caminar. Sair y los suyos llevaban bonetes con cofias redondas
bordadas de diferentes colores y pequeño rodete blanco. Sus abrigos eran más
cortos y sus túnicas, llenas de lazos, con botones y adornos brillantes,
descendían hasta las rodillas. A un lado del pecho llevaban por adorno una
placa estrellada y brillante. Todos calzaban suelas sujetas por cordones que
les rodeaban los tobillos. Los principales personajes tenían en la cintura
sables cortos o grandes cuchillos; llevaban también bolsas y cajitas. Había
entre ellos hombres de cincuenta años, de cuarenta, de veinte; unos usaban la
barba larga, otros corta. Los servidores y camelleros vestían con tanta
escasez, que muchos de ellos sólo llevaban un pedazo de género o algún viejo
manto.
Cuando hubieron
dado de beber a los animales y los encerraron, bebieron los hombres e hicieron
un gran fuego en el centro del cobertizo donde se habían refugiado. Utilizaron
para el fuego pedazos de madera de más o menos dos pies y medio de largo que
los pobres del país traen en haces preparados de antemano para los viajeros.
Hicieron una hoguera de forma triangular, dejando una abertura para el aire.
Hicieron todo esto con mucha habilidad. No sé cómo consiguieron hacer fuego;
pero vi que pusieron un pedazo de madera dentro de otro perforado y le dieron
vueltas algún tiempo, retirándolo luego encendido. De este modo hicieron fuego.
Asaron algunos pájaros que habían matado.
Los Reyes y los
más ancianos hacían cada uno en su tribu lo que hace un padre de familia:
repartían las raciones y daban a cada uno la suya; colocaban los pájaros
asados, cortados en pedazos, sobre pequeños platos y los hacían circular.
Llenaban las copas y daban de beber a cada uno. Los criados subalternos, entre
ellos algunos negros, estaban sentados sobre tapetes en el suelo. Esperaban con
paciencia su turno y recibían su porción. Me parecieron esclavos. ¡Qué
admirables son la bondad y la simplicidad inocente de estos excelentes
Reyes!... A la gente que va con ellos le dan de todo lo que tienen y hasta le
hacen beber en sus vasos de oro, llevándolos a sus labios como si fueran niños.
- [* Acaiaia: En el diccionario de Frank se lee Acaiacula, fortaleza sobre la isla del Eufrates en la Mesopotamia]
Hoy he sabido
muchas cosas acerca de los Reyes Magos, especialmente el nombre de sus países y
ciudades; pero lo he olvidado casi todo. Aún recuerdo lo siguiente: Mensor, el
moreno, era de Caldea y su ciudad tenía un nombre como Acaiaia*: estaba
levantada sobre una colina rodeada de un río. Mensor habitaba generalmente en
la llanura cerca de sus rebaños. Sair, el más moreno, el de la tez cetrina,
estaba ya con él preparado para partir en la noche del Nacimiento. Recuerdo que
su patria tenía un nombre como Parthermo. Al Norte del país había un lago. Sair
y su tribu eran de color más oscuro y tenían los labios rojos. Los otros eran
más blancos. Sólo había una ciudad más o menos del tamaño de Münster. Teokeno,
el blanco, venía de la Media, comarca situada en un lugar alto, entre dos
mares. Habitaba en una ciudad hecha de carpas, alzadas sobre bases de piedras:
he olvidado el nombre. Me parece que Teokeno, que era el más poderoso de los
tres y el más rico, habría podido ir a Belén por un camino más directo y que sólo
por reunirse con los demás había hecho un largo rodeo. Me parece que tuvo que
atravesar a Babilonia para alcanzarlos.
Sair vivía a tres
días de viaje del lugar de Mensor, calculando el día de doce leguas de camino.
Teokeno se hallaba a cinco días de viaje. Mensor y Sair estaban ya reunidos en
casa del primero cuando vieron la estrella del Nacimiento de Jesús y se
pusieron en camino al día siguiente. Teokeno vio la misma aparición desde su
residencia y partió rápidamente para reunirse con los dos Reyes, encontrándose
en la población en ruinas.
La estrella que
los guiaba era como un globo redondo y la luz salía como de una boca. Parecía
que el globo estuviera suspendido de un rayo luminoso dirigido por una mano.
Durante el día yo veía delante de ellos un cuerpo luminoso cuya claridad
sobrepasaba la luz del sol. Me asombra la rapidez con que hicieron el viaje,
considerando la gran distancia que los separaba de Belén. Los animales tenían
un paso tan rápido y uniforme que su marcha parecía tan ordenada, veloz e igual
como el vuelo de una bandada de aves de paso. Las comarcas donde habitaban los
tres Reyes Magos formaban en conjunto un triángulo.
La caravana
permaneció hasta la noche en el lugar donde los había visto detenerse. Las
personas que se les agregaron, ayudaron a cargar de nuevo las bestias y se
llevaron luego las cosas que dejaron abandonadas allí los viajeros. Cuando se
pusieron en camino, ya era de noche y se veía la estrella, con una luz algo
rojiza como la luna cuando hay mucho viento. Durante un tiempo marcharon junto
a sus animales, con la cabeza descubierta, recitando sus plegarias. El camino
estaba muy quebrado y no se podía ir de prisa; sólo más tarde, cuando el camino
se hizo llano, subieron a sus cabalgaduras. Por momentos hacían la marcha más
lenta y entonces entonaban unos cantos muy expresivos y conmovedores en medio
de la soledad de la noche.
En la noche del 29
al 30 me encontré nuevamente muy próximo al cortejo de los Reyes. Estos
avanzaban siempre en medio de la noche en pos de la estrella, que a veces
parecía tocar la tierra con su larga cola luminosa. Los Reyes miran la estrella
con tranquila alegría. A veces descienden de sus cabalgaduras para conversar
entre ellos. Otras veces, con melodía lenta, sencilla y expresiva, cantan alternativamente
frases cortas, sentencias breves, con notas muy altas o muy bajas. Hay algo
extraordinariamente conmovedor en estos cantos, que interrumpe el silencio
nocturno, y yo siento profundamente su significado.
Observan un orden
muy hermoso mientras avanzan en su camino. Adelante marcha un gran camello que
lleva de cada lado cofres, sobre los cuales hay amplias alfombras y encima está
sentado un jefe con su venablo en la mano y una bolsa a su lado. Le siguen
algunos animales más pequeños, como caballos o asnos y encima del equipaje, los
hombres que dependen de este jefe. Viene después otro jefe sobre otro camello y
así sucesivamente. Los animales andan con rapidez, a grandes trancos, aunque
ponen las patas en tierra con precaución; sus cuerpos parecen inmóviles
mientras sus patas están en movimiento. Los hombres se muestran muy tranquilos,
como si no tuvieran, preocupaciones. Todo procede con tanta calma y dulzura que
parece un sueño.
Estas buenas
gentes no conocen aún al Señor y van hacia Él con tanto orden, con tanta paz y
buena voluntad, mientras nosotros, a quienes Él ha salvado y colmado de
beneficios con sus bondades, somos muy desordenados y poco reverentes en
nuestras santas procesiones.
Se detuvieron
nuevamente en una llanura cerca de un pozo. Un hombre que salió de una cabaña
de la vecindad, abrió el pozo y dieron de beber a los animales, deteniéndose
sólo un rato sin descargarlas. Estamos ya en el día 30. He vuelto a ver al
cortejo ascendiendo una alta meseta. A la derecha se veían montañas y me
pareció que se acercaban a una región con poblaciones, fuentes y árboles. Me
pareció el país que había visto el año pasado, y aún recientemente, hilando y
tejiendo algodón, donde adoraban ídolos en forma de toros. Volvieron a dar con
mucha generosidad alimento a los numerosos viajeros que seguían a la comitiva;
pero no utilizaron los platos y bandejas; lo que me causó alguna sorpresa. Era
un sábado, primer día del mes.
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