sábado, 31 de marzo de 2018

«Fue muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu» (1Pedro 3, 18-22)


Trabajo Salvador de Cristo 

18 Porque también Cristo padeció una vez para siempre por los pecados, el justo por los injustos, para llevaros a Dios. Fue muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu. 19 En él se fue a predicar también a los espíritus cautivos, 20 en otro tiempo incrédulos, cuando en tiempos de Noé les esperaba Dios pacientemente, mientras se construía el arca. En ella, unos pocos —ocho personas— fueron salvados a través del agua. 21 Esto era figura del bautismo, que ahora os salva, no por quitar la suciedad del cuerpo, sino por pedir firmemente a Dios una conciencia buena, por la resurrección de Jesucristo, 22 que, después de haber subido al cielo, está sentado a la diestra de Dios, con los ángeles, las potestades y las virtudes sometidos a Él. (1 P 3,18-22)

En el pasaje es posible que se encuentren elementos de un Credo de la primitiva catequesis cristiana del Bautismo. Se expresa con claridad el núcleo de la fe en Jesucristo, tal como desde el principio la predicaron los Apóstoles y pasó al Símbolo Apostólico: murió, descendió a los infiernos, resucitó y ascendió a los cielos.

El v. 19 recoge la fe de la Iglesia en el descenso de Cristo a los infiernos, manifestación de la universalidad de la salvación: «Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 637). La expresión «espíritus cautivos» ha sido interpretada de diversos modos: estos espíritus pueden simbolizar a las almas de los justos del Antiguo Testamento, retenidos en el seno de Abrahán. Así lo interpretan algunos Padres de la Iglesia. Pero también pueden ser los ángeles caídos que habían sido retenidos en las profundidades tenebrosas. De esta manera se subrayaría la victoria de Cristo sobre el demonio. Las aguas del diluvio son figura de las del Bautismo: como Noé y su familia se salvaron en el Arca a través de las aguas, ahora los hombres se salvan a través del Bautismo, por el que son incorporados a la Iglesia de Cristo (vv. 20-22).



En el Catecismo de la Iglesia Católica:
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el “seno de Abraham” (cf. Lc 16, 22-26). “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos” (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53).

Jesús descendió a los infiernos, como nos enseña la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia Católica, también Adán y Eva, nuestros primeros padres habían estado esperando.
·        «Los espíritus cautivos ciertamente no la vieron, pero oyeron el eco de su voz» (San Clemente de Alejandría, exégesis de la primera carta de Pedro). [La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento, 11]
Dice también Tertuliano (sobre el alma, 55,2) , que predicó a los Patriarcas, hacerlos copartícipes de su resurrección.

Los espíritus cautivos algunos hablaban de Jesucristo, otros necesitaban superar esa incredulidad, pero los que mantuvieron completamente incrédulos permanecieron precisamente en el infierno, el primer juicio para ellos. 
Los que obraron el mal, Caín, Judas y muchos otros, como decía Jesús sobre Judas, más le hubiera valido a ese hombre no haber nacido (Mt 26,24), pues terrible es la eternidad de los tormentos del infierno. En el Reino de los cielos tampoco hay lugar para los cismáticos ni apostatas, ni los herejes; no hay lugar para Martin Lutero y sus seguidores.

·        Salvar a todos los que creerían. Soluciona aquí aquella objeción que planteaban algunos objetores: si la encarnación era útil, ¿Por qué no se encarnó mucho tiempo antes? En efecto, vino a los espíritus encarcelados y les predicó para liberar a los que estarían dispuestos a creer, si en su tiempo hubiera aparecido en la tierra encarnado. Estos reconocieron completamente al que se les aparecía en las regiones subterráneas y se alegraron con su venida. Con su alma vino y predicó a los que estaban en el hades, como un alma se da a entender a las almas. Al verlo los guardianes del hades se llenaron de espanto, las puertas de bronce se hicieron añicos y los cerrojos de hierro se rompieron. Y el Unigénito conforme al sentido de la economía de la salvación, hablaba con autoridad a las almas, diciendo: «a los presos, Salid, y a los que están en tinieblas Mostraos» (Is 49,9). Es decir, predicó a los que estaban en el Hades para librar a cuantos habían de creer si encarnado hubiera venido durante la vida de ellos, pues le reconocieron cabalmente incluso en el Hades. En efecto, la mayor parte de la economía de la salvación supera a la naturaleza y la tradición: pues mediante su venida en carne ha hablado Cristo a todos los que estaban en la tierra y solo aprovecharon los que creyeron, así también mediante su bajada al Hades libró de las ataduras de la muerte a los que creyeron y le reconocieron. Las almas de los que vivieron en la idolatría y en impío libertinaje, como si estuvieran cegadas por las pasiones carnales, no pudieron contemplar el esplendor de la teofanía ni reconocer de buena fe al que estaba liberando a todos» (Cirilo de Alejandría, fragmentos sobre las Cartas Católica. PG 74, 1013-1016. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento, 11, pág. 157. Ed. Ciudad Nueva)


El Magisterio de la Iglesia Católica, que como siempre está al servicio de la Palabra de Dios, nos enseña que el infierno no ha sido destruido. 

Vemos claramente, que los pecados de impurezas arrastra al alma a una ceguera tan profunda que no ve la necesidad de convertirse al Señor, más aún, y me he encontrado con personas, que sin renunciar a sus impurezas, la justifican y se imaginan que será salvados de esa manera. 

Los profanadores, sacrílegos, los que provocan escándalos dentro de las iglesias, como las "feministas" desnudas aparecen por allí. Ellas no ven la necesitad del arrepentimiento, y siguen pecando.

Los adúlteros, los sodomitas, todo tipo de libertinos y escandalosos, tampoco aceptan la misericordia de Dios, las rechazan continuamente. Algunos de ellos, -dicen- que quieren llegar al cielo, pero sin renunciar a su conducta permanente de pecados mortales.

El infierno es eterno, para los que terminan en pecado mortal, para los que no han aprovechado el tiempo para la oración y la penitencia, y lo han dedicado a otras cosas ajenas al mandato divino.
Nosotros creemos en Cristo nuestro Salvador, reflexionando, que se ha mostrado de distintas formas, desde los Patriarcas en el Antiguo Testamento, en su tiempo en la vida en este mundo, muchos no le creyeron, como en el Antiguo Testamento, tampoco creían a los profetas que hablaban de parte de Dios, y fueron perseguidos y asesinados. Cuando su permanencia en este mundo, no todos creían en sus palabras de vida eterna, y los que se perderían se alejaron de Él. Quien esta con Cristo es necesario obedecerle y amarle. Lo que nos ayuda a conocer a Jesús, a la vida de Gracia, es no someternos a nuestras tentaciones.

Se nos hace presente en el Espíritu con que Dios guarda y protege a la Iglesia Católica, para que no sea contaminada por manchas de pecados, que ciertos administradores malvados tienen. Pero no llegan a contagiar a la Iglesia, sino a aquellos que no hacen vida de fe ni de oración. Los cristianos mundanos tienen tambien el tiempo de tomarse muy en serio el camino de la salvación si es que quiere salvarse.

Algunos éramos mundanos, ansiábamos las cosas terrenales, pero cuando el Señor nos llama nos alegramos, y vamos tras Él. Ahora detestamos las cosas terrenales que son inútiles para nuestra fe, porque comprendemos que el camino espiritual es más necesario. 


Ninguno de nosotros, como personas, que hemos venido a este mundo, ninguno hemos sido creados para la impureza, para los vicios y pecados de la carne.

Sino para amar y adorar a Dios, pues Dios nos ha creado para la vida eterna. Por tanto, es el mejor camino, los mandamientos divinos son caminos de salvación eterna. 


Jesús murió en la carne, pero su Espíritu, llegado el momento, que no murió, que no conoció la muerte, su Cuerpo Sacro, fue resucitado. 

Jesús había experimentado solo en su cuerpo la muerte, y para darnos vida. Un día tambien nosotros, vamos a morir, pero nuestro espíritu, nuestra alma debe permanecer constante en el Señor, pues Él nos resucitará en el último día. Si el Señor ve necesario que nosotros estemos un tiempo en el Purgatorio, lo vamos a estar. Pero el Purgatorio aunque no es el infierno, es también terrible; pero temporal.

Por el contrario, el infierno no se acabará en la eternidad, no existe un tiempo corto, aunque sea infinidad de años, seguirá todavía. No acaba, pues es ahí donde el pecado, las impurezas arrojan a las almas, los sacrilegios, las murmuraciones, las críticas, los juicios temerarios, las amenazas, las palabras mal sonantes, y toda rebeldía contra la Justicia de Dios, lleva a las almas perversas a ese lugar tan espantoso. 

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