viernes, 6 de abril de 2018

«Pesca milagrosa y primado de Pedro» (Jn 21,1-19)

«Pesca milagrosa y primado de Pedro» (Jn 21,1-19)
1 Después volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se apareció así: 2 estaban juntos Simón Pedro y Tomás —el llamado Dídimo—, Natanael —que era de Caná de Galilea—, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 Les dijo Simón Pedro:
—Voy a pescar.
Le contestaron:
—Nosotros también vamos contigo.
Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada.
4 Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. 5 Les dijo Jesús:
—Muchachos, ¿tenéis algo de comer?
—No —le contestaron.
6 Él les dijo:
—Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. 7 Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro:
—¡Es el Señor!
Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. 8 Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces.
9 Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. 10 Jesús les dijo:
—Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora.
11 Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos no se rompió la red. 12 Jesús les dijo:
—Venid a comer.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor.
13 Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. 14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
15 Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Le dijo:
—Apacienta mis corderos.
16 Volvió a preguntarle por segunda vez:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Le dijo:
—Pastorea mis ovejas.
17 Le preguntó por tercera vez:
—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió:
—Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
Le dijo Jesús:
—Apacienta mis ovejas. 18 En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo y te ibas adonde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará adonde no quieras 19 —esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios.
Y dicho esto, añadió:
—Sígueme.

Este pasaje evoca aquel de la primera pesca milagrosa, cuando el Señor prometió a Pedro hacerle pescador de hombres (cfr Lc 5,1-11). Ahora le va a confirmar en su misión de cabeza visible de la Iglesia.
El relato subraya el amor del discípulo amado que reconoce a Jesús (v. 7): «Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón puro» (S. Gregorio de Nisa, De beatitudinibus 6). También refleja la fe de Pedro, que precede a los discípulos en llegar a Jesús, y la insistencia en que el Resucitado no es un espíritu, sino el mismo que ha comido antes con ellos y con los que vuelve a comer ahora (vv. 10-13). «Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana! (...). Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor! Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, nn. 265-266). [Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Eunsa]

Los Santos Padres y Doctores de la Iglesia han comentado con frecuencia este episodio en sentido místico: la barca es la Iglesia, cuya unidad está simbolizada por la red que no se rompe; el mar es el mundo; Pedro en la barca simboliza la suprema autoridad en la Iglesia; el número de peces significa el número de los elegidos.
En contraste con las negaciones de Pedro durante la pasión, Jesús como el Buen Pastor que cura la oveja herida (10,11; cfr Ez 34,16; Lc 15,4-7), confiere a Pedro el primado que antes le había prometido (vv. 15-19). «Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, “el Buen Pastor” (Jn 10,11), confirmó este encargo después de su resurrección: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-17). El poder de “atar y desatar” significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 553).

Reflexión:
Al Señor le podemos reconocer, siempre que no queramos hacer oídos sordos, y cuando conocemos su voz, lo dejamos todo para estar con el Señor.

Recuerdo aquel domingo, que yo decía, “preparémonos para ir a la Santa Misa”, pero un día, me dicen: “mira, José Luis, hoy no puede ser, porque vendrán unos amigos para irnos a jugar”. Esa familia se había cansado de ir a Misa los domingos, atrajeron para sí, muchas desgracias, porque cuando un cristiano renuncia encontrarse con el Señor, al momento el demonio termina de encadenarle para más desgracias. Un corazón mal dispuesto, ya no quiere saber nada de su Salvador.

El discípulo San Juan también estaba atareado por lo de la pesca, pero en su corazón tenía sitios para el Señor. «Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón puro», un corazón libre de preocupaciones terrenales, nos ayuda a comprender más los misterios de nuestra fe.

Veamos que es lo que nos enseña la Sagrada Biblia Didajé:
·        Jn 21,1-14. Cristo no fue inmediatamente reconocido por Pedro y los Apóstoles en el barco de pesca. Solo después de su pesca milagrosa supieron que era Cristo quien le llamaba desde la orilla. El episodio ha sido visto durante mucho tiempo en la tradición eclesial con un rico significado simbólico que afirma la naturaleza de la Iglesia; el barco representa a la Iglesia y el mar es el mundo; los peces son aquellos que entran en la Iglesia, la red representa la unidad de la Iglesia en cuanto no se rompe y por lo tanto puede tener un número ilimitado de miembros, Pedro, que representa el papado, es la autoridad de la enseñanza de la Iglesia, que lleva en su labor de confirmar a sus miembros en la fe y en sus esfuerzos por extender el Reino de Dios en todo el mundo [#645, #659]. 
·        Jn 21,7. ¡Es el Señor!: el grito de Juan expresaba su amor y afecto por el reconocimiento de Cristo [#448]. 
·        Jn 21,11. El número de peces puede esconder un sentido simbólico pero podría ser también simplemente el recuerdo preciso de algo que el evangelista vio con sus ojos y que quiere ofrecer al lector como detalle de la historicidad del hecho. Se han dado muchas explicaciones. San Jerónimo alegró que los griegos de la época catalogaron 153 especies diferentes de peces (Comm. In Ez 14,47). Teniendo en cuenta el simbolismo expresado en Jn 21,1-15, el número indicaría que los Apóstoles iban a ganar conversos a la Iglesias de gentes de toda la nación de la tierra [#1276] 
·        Jn 21,12. La invitación a desayunar con el Señor resucitado nos recuerda la celebración de la Eucaristía, que es la invitación  de Cristo a su banquete celestial, y también al aficionado espíritu servicio de Cristo en detalles concretos. En la Misa, el celebrante dice: «Dichosos los invitados a la cena del Señor» [#1166]. 
·        Jn 21,15. Al igual que Pedro negó a Cristo tres veces mientras se calentaba al fuego cuando Cristo estaba siendo interrogado (Jn 18,27), también en torno a este fuego de carbón afirma tres veces que él ama a Cristo [#1429]. 
·        Jn 21,17. Cristo se llama así mismo el «Buen Pastor»; ahora confía el cuidado de su rebaño a Pedro. El amor de Pedro a Cristo, que acababa de ser afirmado tres veces, pondría de manifiesto el cuidado pastoral de su rebaño, el pueblo de Dios [#553, #880-887, #1548-1552]. 
·        Jn 21,18. Cristo predice que el trabajo apostólico de Pedro se enfrentará con la adversidad y acabará en martirio. La Tradición afirma que Pedro fue martirizado alrededor del año 67 después de Cristo, en Roma y fue crucificado con la cabeza hacia abajo después de que él protestara que no era digno con la misma muerte de Cristo [#618].


Observamos cuando Jesús se había aparecido por primera vez en el cenáculo, y los apóstoles estaban reunidos, el miedo que tenía, desapareció, porque Jesús estaba con ellos, y más adelante, ya se animaron a salir a pescar, ya no tenía miedo a la gente, además, la protección de Dios no le abandonaron a ningunos.

Y es cierto, la Iglesia siempre ha estado en camino, siempre lo está, no ha cesado de anunciar el mensaje de Cristo al mundo entero. Pues en eso, debemos estar convencido aún en el día de hoy, se diga que no ha sido así. Los misioneros en el mundo, los sacerdotes que recorren diversos pueblos para la Santa Misa y confesiones; familias cristianas que se comprometen con los intereses de Nuestro Señor Jesucristo.



Los franciscanos también se ganan la vida trabajando, y en todo momento, en su corazón, su vida es templo y sagrario de Dios nuestro Señor. También nosotros, los que no somos sacerdotes, tenemos esa posibilidad, con nuestro testimonio dando ejemplo de nuestra fe cristiana. Y puede hacerse, aunque los trabajos sean muy duros, por ejemplo, en la construcción, o como jardinero, etc. Evitando siempre cualquier cosa que arrastre a pecados, en conversaciones entre los compañeros de trabajos, o de estudios. Y seremos también maldecidos y odiados por algunos de nuestros compañeros y familiares. Pero Cristo está con nosotros, cuando no respondemos al mal con mal.


·        ¿Por qué vuelven a pescar? Uno puede preguntarse: ¿Por qué, Pedro, que antes de su conversión fue pescador, después de convertido volvió a pescar? Pues si la Verdad dice: «Ninguno que después de haber puesto la mano en el arado es apto para el Reino de los cielos» (Lc 9,6), ¿Por qué vuelve a lo que había dejado? (Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 2,24,1).

Añade San Agustín:
·        Los discípulos siguen ganándose la vida. Si hubiesen hecho esto después de haber muerto Jesús y antes de haber resucitado de entre los muertos…, si entonces lo hubieran hecho, pensaríamos que lo hicieron en virtud de aquella desesperación que se había apoderado de sus ánimos. Más ahora, después de tenerle entre los vivos, después de la evidencia de su carne…, después de haber recibido el Espíritu Santo…, repentinamente se hacen pescadores, no de hombres sino de peces, como antes lo fueron. A quiénes por esto se turban, hay que responderles, que no les fue prohibido ganar lo necesario por medio de un trabajo lícito, conservando la integridad del apostolado, si no tenían otro recurso para obtener lo necesario para vivir… [Si San Pablo] aprendió oficios que no conocía para no ser gravoso a sus oyentes y vivir del trabajo de sus manos, ¿cuánto mejor San Pedro, que antes había ejercido de pescador, volvió a ejercer lo que ya conocía, si en aquella no hallaba otro modo de procurarse el sustento? Quizá alguno pudiera objetar: ¿Cómo es que no tenía si el Señor lo había prometido cuando dijo: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» ? (Mt 6,33). En esta ocasión el Señor cumplió su promesa. Porque, ¿quién reunió allí los peces que pescaron? Y puede pensarse que Él los redujo que los obligó a pescar, porque quería hacer a su vista aquel milagro. (Agustín, Tratado sobre el Evangelio de Juan, 122, 2-4)

Prosigue San Gregorio.

·        De vuelta al trabajo tras la conversión. Sabemos que Pedro fue pescador y que Mateo recaudador de impuestos; más después de su conversión Pedro volvió a la pesca, pero Mateo no volvió a su negocio anterior, porque una cosa es procurarse el sustento pescando, y otra aumentar los caudales con las ganancias de los impuestos (en aquella época, a menudo se abusaba de esta profesión para engrandecerse económicamente). Hay, pues, muchas ocupaciones que apenas o de ningún modo deben realizarse sin pecado, necesario es que el alma no vuelva a ellas después de su conversión. (Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 2,24,1) [La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento, 4b. Ed, Ciudad Nueva)

La fe nos ayuda a tener conciencia de lo que esta bien y está mal, y nunca un cristiano, si quiere salvar su alma, que cree en Jesús nuestro Señor con el mismo sentir de la Santa Madre Iglesia Católica. No tener un trabajo en el que el pecado esta próximo, renunciar a quien sea, cuando esa alma no quiere convertirse al Señor.

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