lunes, 9 de abril de 2018

«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,20-33)




Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,20-33)
20 Entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos. 21 Así que éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y comenzaron a rogarle:
—Señor, queremos ver a Jesús.
22 Vino Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús. 23 Jesús les contestó:
—Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. 24 En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. 25 El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. 26 Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, el Padre le honrará.
27 »Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: «¿Padre, líbrame de esta hora?» ¡Pero si para esto he venido a esta hora! 28 ¡Padre, glorifica tu nombre!
Entonces vino una voz del cielo:
—Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré.
29 La multitud que estaba presente y la oyó decía que había sido un trueno. Otros decían:
—Le ha hablado un ángel.
30 Jesús respondió:
—Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. 31 Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. 32 Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.
33 Decía esto señalando de qué muerte iba a morir.

  • Los «griegos» (v. 20) que de­sean ver a Jesús, probablemente prosélitos de los judíos, representan al mundo gentil (cfr 7,35). Tal hecho motiva el anuncio acerca de su próxima glorificación, y la explicación del carácter universal de su misión: Jesús es como una semilla que perece y que, por lo mismo, lleva abundante fruto (v. 24). Él atrae a todos hacia sí (v. 32).
  • En los vv. 24-25 leemos la aparente paradoja entre la humillación de Cristo y su exaltación. Así «fue conveniente que se manifestara la exaltación de su gloria de tal manera, que estuviera unida a la humildad de su pasión» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 51,8). Es la misma idea que enseña San Pablo al decir que Cristo se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, y que por eso Dios Padre lo exaltó sobre toda criatura (cfr Flp 2,8-9). Constituye una lección y un estímulo para el cristiano, que ha de ver en todo sufrimiento y contrariedad una participación en la cruz de Cristo que nos redime y nos exalta. Para ser sobrenaturalmente eficaz, debe uno morir a sí mismo, olvidándose por completo de su comodidad y su egoísmo.
  • Ante la inminencia de la «hora» de Jesús, San Juan presenta la oración del Señor (vv. 27-28) con unos tonos que recuerdan la de Getsemaní relatada por los otros evangelios (cfr Mc 14,34-36 y par). Jesús se turba y se dirige filialmente al Padre para fortalecerse y ser fiel a su misión, con la que Dios iba a manifestar su gloria («glorificar» equivale a mostrar la santidad y el poder de Dios). La voz del Padre, que evoca las manifestaciones divinas del Bautismo de Cristo (cfr Mt 3,13-17 y par.) y de la Transfiguración (Mt 17,1-13 y par.), es una ratificación solemne de que en Jesucristo habita la plenitud de la divinidad (Col 2,9).
  • En la cruz, el mundo y el príncipe de este mundo (Satanás) serán juzgados (vv. 31-33). Jesús, clavado en la cruz, es el supremo signo de contradicción para todos los hombres: quienes le reconocen como Hijo de Dios se salvan; quienes le rechazan se condenan (cfr 3,18). Cristo crucificado es la manifestación máxima del amor del Padre y de la malicia del pecado que ha costado tan alto precio (cfr 3,14-16; Rm 8,32), la señal puesta en alto, prefigurada por la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto. Si al mirar a aquella serpiente quedaban curados los que, por murmurar contra Dios en el éxodo de Egipto, habían sido mordidos por serpientes venenosas (cfr 3,14; Nm 21,9), así la fe en Jesucristo elevado en la cruz es salvación para el hombre herido por el pecado.
  • Es tarea del cristiano manifestar la fuerza salvadora de la cruz. «La Cruz hay que insertarla también en las entrañas del mundo. Jesús quiere ser levantado en alto, ahí: en el ruido de las fábricas y de los talleres, en el silencio de las bibliotecas, en el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las familias, en las asambleas, en los estadios... Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas» (S. Josemaría Escrivá, Via Crucis 11,3). «Cristo, Señor Nuestro, fue crucificado y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12,32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!» (Idem, Es Cristo que pasa, n. 183).


Reflexión:
Hay voces que hablan que no hay que hacer proselitismo. Porque es que hay mucha confusión por que se trata de obstaculizar el camino de la fe. Quien evangeliza esta haciendo que el oyente fije su mirada en el Señor y no en sí mismo.
«Proclamad el Evangelio a toda criatura, el que crea y se bautice se salvará y el que no crea se condenará» El que no quiere creer niega incluso hasta los sacramentos de la Iglesia Católica.
En el libro del Éxodo 19,10ss.; 20, cuando el Señor hablaba a Moisés, de los Santos Mandamientos, el pueblo lleno de miedo, al escuchar todos esos sonidos.
La Palabra de Dios me hace reflexionar en los truenos, como la voz del Señor. Cuando desconocemos la Sagrada Biblia, podríamos confundir los truenos con un fuerte ruido. Pero sería importante, cuando escuchemos esos truenos, nuestro corazón al momento debe elevarse a Dios, nuestros pensamientos, y pedirle perdón.

20 Entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos. 21 Así que éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y comenzaron a rogarle:
Señor, queremos ver a Jesús.
22 Vino Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús.
“Por favor no hagan proselitismo”
Así están las cosas. También encontramos otros pasajes, en la samaritana junto al pozo, y después de conversar con Jesús, ella fue corriendo a contárselo a sus vecinos, ¿no es esto proselitismo?, pero se trata de anunciar a Jesús a toda la creación. Que conociendo al Señor, si obedecen, se conviertan y se salven. Nosotros necesitamos, y queremos obedecer a Dios y rezar por la conversión de los que han de convertirse. Pues nosotros también necesitamos convertirnos.
«¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Cor 9,16b). Y anunciamos el Evangelio porque creemos en Jesucristo, no suceda que por el no anunciar y trabajar con perseverancia, nos destruyamos a nosotros mismos. Pues no hemos venido a este mundo para arruinarnos sino para salvarnos, solo si somos fieles a la Voluntad de Dios.

En el versículo 22, la primera vez que lo leí, encontré lo que es la Jerarquía de la Iglesia Católica. Así que, procede del Evangelio de San Juan.
Querer ver a Jesús debe significar para nosotros, el saber escucharle, y por eso, ponemos atención y meditamos la Sagrada Biblia, los Evangelios, el Nuevo Testamento, pues es importante lo que nos enseña el Señor a lo largo de las Santas Escrituras.

Benedicto XVI, también nos recuerda un detalle muy importante, que se trata de aprender de Jesús.

¿Dónde podemos ver a Jesús? En el Sagrario, en la adoración, su amor llega a nosotros cuando hacemos que nuestro corazón se purifique por medio del sacramento de la penitencia, es necesario hacer una limpieza completa de nuestra vida interior. 



Para saber más:
Audiencia general del 6 de septiembre de 2006: Felipe | Benedicto XVI


Benedicto XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 6 de septiembre de 2006




Felipe

Queridos hermanos y hermanas: 

Prosiguiendo la presentación de las figuras de los Apóstoles, como hacemos desde hace unas semanas, hoy hablaremos de Felipe. En las listas de los Doce siempre aparece en el quinto lugar (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 14; Hch 1, 13); por tanto, fundamentalmente entre los primeros.

Aunque Felipe era de origen judío, su nombre es griego, como el de Andrés, lo cual constituye un pequeño signo de apertura cultural que tiene su importancia. Las noticias que tenemos de él nos las proporciona el evangelio según san Juan. Era del mismo lugar de donde procedían san Pedro y san Andrés, es decir, de Betsaida (cf. Jn 1, 44), una pequeña localidad que pertenecía a la tetrarquía de uno de los hijos de Herodes el Grande, el cual también se llamaba Felipe (cf. Lc 3, 1).

El cuarto Evangelio cuenta que, después de haber sido llamado por Jesús, Felipe se encuentra con Natanael y le dice:  "Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas:  Jesús el hijo de José, de Nazaret» (Jn 1, 45). Ante la respuesta más bien escéptica de Natanael — «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»—, Felipe no se rinde y replica con decisión:  «Ven y lo verás» (Jn 1, 46). Con esta respuesta, escueta pero clara, Felipe muestra las características del auténtico testigo no se contenta con presentar el anuncio como una teoría, sino que interpela directamente al interlocutor, sugiriéndole que él mismo haga una experiencia personal de lo anunciado. Jesús utiliza esos dos mismos verbos cuando dos discípulos de Juan Bautista se acercan a él para preguntarle dónde vive. Jesús respondió:  «Venid y lo veréis» (cf. Jn 1, 38-39).

Podemos pensar que Felipe nos interpela también a nosotros con esos dos verbos, que suponen una implicación personal. También a nosotros nos dice lo que le dijo a Natanael:  «Ven y lo verás». El Apóstol nos invita a conocer a Jesús de cerca. En efecto, la amistad, conocer de verdad al otro, requiere cercanía, más aún, en parte vive de ella.

Por lo demás, no conviene olvidar que, como escribe san Marcos, Jesús escogió a los Doce con la finalidad principal de que «estuvieran con Él» (Mc 3, 14), es decir, de que compartieran su vida y aprendieran directamente de Él no sólo el estilo de su comportamiento, sino sobre todo quién era él realmente, pues sólo así, participando en su vida, podían conocerlo y luego anunciarlo.

Más tarde, en su carta a los Efesios, san Pablo dirá que lo importante es «aprender a Cristo» (cf. Ef 4, 20), por consiguiente, lo importante no es sólo ni sobre todo escuchar sus enseñanzas, sus palabras, sino conocerlo a él personalmente, es decir, su humanidad y divinidad, su misterio, su belleza. Él no es sólo un Maestro, sino un Amigo; más aún, un Hermano. ¿Cómo podríamos conocerlo a fondo si permanecemos alejados de él? La intimidad, la familiaridad, la cercanía nos hacen descubrir la verdadera identidad de Jesucristo. Esto es precisamente lo que nos recuerda el apóstol Felipe. Por eso, nos invita a "venir» y "ver», es decir, a entrar en un contacto de escucha, de respuesta y de comunión de vida con Jesús, día tras día.

Con ocasión de la multiplicación de los panes, Jesús hizo a Felipe una pregunta precisa, algo sorprendente:  dónde se podía comprar el pan necesario para dar de comer a toda la gente que lo seguía (cf. Jn 6, 5). Felipe respondió con mucho realismo:  «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco» (Jn 6, 7). Aquí se puede constatar el realismo y el sentido práctico del Apóstol, que sabe juzgar las implicaciones de una situación. Sabemos lo que sucedió después:  Jesús tomó los panes, y, después de orar, los distribuyó. Así realizó la multiplicación de los panes. Pero es interesante constatar que Jesús se dirigió precisamente a Felipe para obtener una primera sugerencia sobre cómo resolver el problema:  signo evidente de que formaba parte del grupo restringido que lo rodeaba.

En otro momento, muy importante para la historia futura, antes de la Pasión, algunos griegos que se encontraban en Jerusalén con motivo de la Pascua "se dirigieron a Felipe y le rogaron:  «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús» (Jn 12, 20-22). Una vez más nos encontramos ante el indicio de su prestigio particular dentro del Colegio apostólico. En este caso, de modo especial, actúa como intermediario entre la petición de algunos griegos y Jesús —probablemente hablaba griego y pudo hacer de intérprete—; aunque se une a Andrés, el otro Apóstol que tenía nombre griego, es a él a quien se dirigen los extranjeros. Esto nos enseña a estar también nosotros dispuestos a acoger las peticiones y súplicas, vengan de donde vengan, y a orientarlas hacia el Señor, pues sólo él puede satisfacerlas plenamente. En efecto, es importante saber que no somos nosotros los destinatarios últimos de las peticiones de quienes se nos acercan, sino el Señor:  tenemos que orientar hacia Él a quienes se encuentran en dificultades. Cada uno de nosotros debe ser un camino abierto hacia Él.

Hay otra ocasión muy particular en la que interviene Felipe. Durante la última Cena, después de afirmar Jesús que conocerlo a él significa también conocer al Padre (cf. Jn 14, 7), Felipe, casi ingenuamente, le pide:  «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14, 8). Jesús le responde con un tono de benévolo reproche:  «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú:  «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? (...) Creedme:  yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14, 9-11). Son unas de las palabras más sublimes del evangelio según san Juan. Contienen una auténtica revelación.

Al final del Prólogo de su evangelio, san Juan afirma:  «A Dios nadie le ha visto jamás:  el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha revelado» (Jn 1, 18). Pues bien, Jesús mismo repite y confirma esa declaración, que es del evangelista. Pero con un nuevo matiz:  mientras que el Prólogo del evangelio de san Juan habla de una intervención explicativa de Jesús a través de las palabras de su enseñanza, en la respuesta a Felipe Jesús hace referencia a su propia persona como tal, dando a entender que no sólo se le puede comprender a través de lo que dice, sino sobre todo a través de lo que él es. Para explicarlo desde la perspectiva de la paradoja de la Encarnación, podemos decir que Dios asumió un rostro humano, el de Jesús, y por consiguiente de ahora en adelante, si queremos conocer realmente el rostro de Dios, nos basta contemplar el rostro de Jesús. En su rostro vemos realmente quién es Dios y cómo es Dios.

El evangelista no nos dice si Felipe comprendió plenamente la frase de Jesús. Lo cierto es que le entregó totalmente su vida. Según algunas narraciones posteriores («Hechos de Felipe» y otras), habría evangelizado primero Grecia y después Frigia, donde habría afrontado la muerte, en Hierópolis, con un suplicio que según algunos fue crucifixión y según otros, lapidación.

Queremos concluir nuestra reflexión recordando el objetivo hacia el que debe orientarse nuestra vida:  encontrar a Jesús, como lo encontró Felipe, tratando de ver en él a Dios mismo, al Padre celestial. Si no actuamos así, nos encontraremos sólo a nosotros mismos, como en un espejo, y cada vez estaremos más solos. En cambio, Felipe nos enseña a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con él y a invitar también a otros a compartir esta compañía indispensable; y, viendo, encontrando a Dios, a encontrar la verdadera vida.




Saludos


Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los de Logroño, con el amigo señor cardenal Eduardo Martínez Somalo; a la peregrinación diocesana de Huelva y a los diversos grupos parroquiales de España. Saludo también a los peregrinos de Colombia, de Chile y de otros países latinoamericanos. Os animo, como el apóstol Felipe, a dejaros conquistar por el Señor, invitando también a otros a participar de su vida y de su amor. Que Dios os bendiga.

(A los alumnos del seminario mayor de San José, de la diócesis de Bragança-Miranda)
Ruego a Dios que este encuentro con el Sucesor de Pedro os lleve a un compromiso cada vez mayor con la Iglesia reunida en la caridad


(En polaco)El apóstol Felipe, que  reconoció  en  Jesús  al  Mesías anunciado por los  profetas, nos invita también a nosotros al encuentro con él. Dice:  «Venid y ved» (Jn 1, 46). Es una llamada  al seguimiento y a la contemplación, a conocer a Cristo y a responder a su amor con la vida fiel al amor. Acojamos esta invitación. Que Dios os bendiga.


(En italiano)
Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, al volver después de las vacaciones a las actividades habituales, reanudad también el ritmo regular de vuestro diálogo con Dios, difundiendo en torno a vosotros su luz y su paz. Vosotros, queridos enfermos, hallad consuelo en el Señor Jesús, que continúa su obra de redención en la vida de cada hombre. Y vosotros, queridos esposos, esforzaos por mantener un contacto constante con Dios, a fin de que vuestro amor sea cada vez más verdadero, fecundo y duradero.

Quisiera encomendar a la oración de todos vosotros el viaje apostólico que realizaré a Alemania a partir del sábado próximo. Doy gracias al Señor por la oportunidad que me brinda de ir a Baviera, mi tierra de origen, por primera vez después de mi elección como Obispo de Roma. Queridos amigos, acompañadme en esta visita, que encomiendo a la Virgen santísima. Que ella guíe mis pasos; que ella obtenga para el pueblo alemán una renovada primavera de fe y de progreso civil.




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