domingo, 7 de enero de 2018

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (25-26)



El tiempo de la Santa Navidad, de momento las meditaciones que la Beata Anna Catalina de Emmerick en sus revelaciones y visiones tendrá un tiempo de pausa, para continuar con la oración de Jesús, y si Dios quiere, más adelante seguiremos con las revelaciones.





San Cipriano de Cartago


Obras completas


La oración dominical: el Padre Nuestro

Tomo I. 

Biblioteca de Autores Cristianos.

25 )   El Señor nos ha enseñado como algo necesario que también que hemos de decir la oración: «Y no nos deje caer en la tentación». En esta parte del Padrenuestro nos ha mostrado no puede nada contra nosotros si Dios antes no se lo permite, para que todo nuestro temor, devoción y obediencia se dirijan solo Dios, ya que nada puede el maligno en nuestras tentaciones, si el Señor no se lo concede. Esto lo demuestra la Escritura cuando dice: «Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén, y el Señor la entregó a sus manos» (Dan 1,1-2) [1Re 24,11). El poder se le ha concedido al maligno contra nosotros según nuestros pecados, como está escrito: «¿Quién entregó al pillaje Jacob, y a Israel a los saqueadores? ¿Acaso no ha sido Dios, contra el que pecaron y cuyos caminos no querían seguir, ni observar su Ley? Descargó sobre ellos la ira de su indignación» (Is 42,24-25). Y de nuevo, cuando pecó Salomón y se alejó de los mandamientos y los caminos del Señor se dice: «Y suscitó el Señor a Satanás contra Salomón» (1Re 11,23).

26)   Se le concede contra nosotros un doble poder; o castigarnos cuando pecamos, o servirnos de mérito cuando somos probados, tal como vemos que sucede en el caso de Job, según declara el mismo Dios cuando dice: «He aquí que pongo en tus manos todo lo que tiene, pero cuida de no tocarlo a él» (Job 1,12). Y el Señor durante su pasión, dice en el Evangelio: «No tendrías contra mí ningún poder si no se te hubiera dado de lo alto» (Jn 19,11). Cuando nosotros pedimos no caer en la tentación somos advertidos de nuestra debilidad, para que ninguno se enaltezca de manera insolente y se convierta en un arrogante, porque el que se comporta así rechaza el poder de Dios, pensando que es propia la gloria de su confesión o de sus sufrimientos. Pues el mismo Señor nos enseña humildad cuando dice: «Velad y orad, para que no caigáis en tentación: el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41), para que nos sea concedido por su misericordia todo lo que se le pide con temor y respeto, cuando precede una confesión humilde y sumisa, atribuyendo todo a Dios.

sábado, 6 de enero de 2018

Beata Ana Catalina Emmerick: 60. Llegada de los Reyes Magos a Jerusalén. 61. Los Reyes Magos conducidos al palacio de Herodes






Río Jordán, que cruzaron los Magos de Orientes



Beata Ana Catalina Emmerick Parte IV, Tomo III
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012




60. Llegada de los Reyes Magos a Jerusalén

La comitiva de los Reyes partió de noche de Metanea y tomó un camino muy transitable, y aunque los viajeros no entraron ni atravesaron ninguna otra ciudad, pasaron a lo largo de las aldeas donde Jesús más tarde enseñó, curó a enfermos y bendijo a los niños al finalizar el mes de Junio del tercer año de su predicación. Betabara era uno de esos sitios adonde llegaron una mañana temprano para pasar el Jordán. Como era sábado encontraron pocas persona en el camino. Esta mañana vi la caravana de los Reyes que pasaba el Jordán a las siete. Comúnmente se cruzaba el río sirviéndose de un aparato fabricado con vigas; pero para los grandes pasajes, con cargas pesadas, se hacía por una especie de puente. Los boteros que vivían cerca del puente hacían este trabajo mediante una paga; pero como era sábado y no podían trabajar, tuvieron que ocuparse los mismos viajeros, cooperando algunos hombres paganos ayudantes de los boteros judíos. La anchura del Jordán no era mucha en este lugar y además estaba lleno de bancos de arena. Sobre las vigas, por donde se cruzaba de ordinario, fueron colocadas algunas planchas, haciendo pasar a los camellos por encima. Demoró mucho antes que todos hubieron pasado a la orilla opuesta del río.

Dejando a Jericó a la derecha van en dirección de Belén; pero se desvían hacia la derecha para ir a Jerusalén. Hay como un centenar de hombres con ellos. Veo de lejos una ciudad conocida: es pequeña y se halla cerca de un arroyuelo que corre de Oeste a Este a partir de Jerusalén, y me parece que han de pasar por esta ciudad. Por algún tiempo el arroyo corre a la izquierda de ellos y según sube o baja el camino. Unas veces se ve a Jerusalén, otras veces no se la puede ver. Al fin se desviaron en dirección a Jerusalén y no pasaron por la pequeña ciudad.

El Sábado 22, después de la terminación de la fiesta, la caravana de los Reyes llegó a las puertas de Jerusalén. He visto la ciudad con sus altas torres levantadas hacia el cielo. La estrella que los había guiado casi había desaparecido y sólo daba una débil luz detrás de la ciudad. A medida que entraban en la Judea y se acercaban a Jerusalén, los Reyes iban perdiendo confianza, porque la estrella no tenía ya el brillo de antes y aún la veían con menos frecuencia en esta comarca. Habían pensado encontrar en todas partes festejos y regocijo por el Nacimiento del Salvador, a causa de quien habían venido desde tan lejos y no veían en todas partes más que indiferencia y desdén. Esto les entristecía y les inquietaba, y pensaban haberse equivocado en su idea de encontrar al Salvador.

La caravana podía ser ahora de unas doscientas personas y, ocupaba más o menos el trayecto de un cuarto de legua. Ya desde Causur se les había agregado cierto número de personas distinguidas y otras se unieron a ellos más tarde. Los tres Reyes iban sentados sobre tres dromedarios y otros tres de estos animales llevaban el equipaje. Cada Rey tenía cuatro hombres de su tribu; la mayor parte de los acompañantes montaban sobre cabalgaduras muy rápidas, de airosas cabezas. No sabría decir si eran asnos o caballos de otra raza, pero se parecían mucho a nuestros caballos. Los animales que utilizaban las personas más distinguidas tenían bellos arneses y riendas, adornados de cadenas y estrellas de oro. Algunos del séquito de los Reyes se desprendieron del cortejo y entraron en la ciudad, regresando con soldados y guardianes.

La llegada de una caravana tan numerosa en una época en que no se celebraba fiesta alguna, y no siendo por razones de comercio, y llegando por el camino que llegaban, era algo muy extraordinario. A todas las preguntas que se les hacía respondían hablando de la estrella que los había guiado y del Niño recién Nacido. Nadie comprendía nada de este lenguaje, y los Reyes se turbaron mucho, pensando que tal vez se habían equivocado, puesto que no encontraban a uno siquiera que supiese algo relacionado con el Niño Salvador del mundo, Nacido allí, en sus tierras. Todos miraban con sorpresa a los Reyes, sin comprender el por qué de su venida ni lo que buscaban.

Cuando estos guardianes de la puerta vieron la generosidad con que trataban los Reyes a los mendigos que se acercaban, y cuando oyeron decir que deseaban alojamiento, que pagarían bien, y que entretanto deseaban hablar al rey Herodes, algunos entraron en la ciudad y se sucedió una serie de idas y venidas, de mensajeros y de explicaciones, mientras los Reyes se entretenían con toda la suerte de gentes que se les había acercado. Algunos de estos hombres habían oído hablar de un Niño Nacido en Belén; pero no podían siquiera pensar que pudiera tener relación con la venida de los Reyes, sabiendo que se trataba de padres pobres y sin importancia. Otros se burlaban de la credulidad de los Reyes.

Conforme a los mensajes que traían los hombres de la ciudad, comprendieron que Herodes nada sabía del Niño. Como tampoco habían contado con encontrarse con el rey Herodes, se afligieron mucho más y se inquietaron sumamente, no sabiendo qué actitud tomar en presencia del rey ni qué iban a decirle. Con todo, a pesar de su tristeza, no perdieron el ánimo y se pusieron a rezar. Volvió el ánimo a su atribulado espíritu y se dijeron unos a otros: “Aquél que nos ha traído hasta aquí con tanta celeridad, por medio de la luz de la estrella, Ése mismo podrá guiarnos de nuevo hasta nuestras casas”.

Al fin regresaron los mensajeros, y la caravana fue conducida a lo largo de los muros de la ciudad, haciéndola entrar por una puerta situada no lejos del Calvario. Los llevaron a un gran patio redondo rodeado de caballerizas, con alojamientos no lejos de la plaza del pescado, en cuya entrada encontraron algunos guardianes. Los animales fueron llevados a las caballerizas y los hombres se retiraron bajo cobertizos, junto a una fuente que había en medio del gran patio. Este patio, por uno de sus costados tocaba con una altura; por los otros estaba abierto, con árboles delante. Llegaron después unos empleados, quizás aduaneros, que de dos en dos inspeccionaron los equipajes de los viajeros con sus linternas.

El palacio de Herodes estaba más arriba, no lejos de este edificio, y pude ver el camino que llevaba hasta él iluminado con linternas y faroles colocados sobre perchas. Herodes envió a un mensajero encargado de conducirle en secreto a su palacio al rey Teokeno. Eran las diez de la noche. Teokeno fue recibido en una sala del piso bajo por un cortesano de Herodes, que le interrogó sobre el objeto de su viaje. Teokeno dijo con simplicidad todo lo que se le preguntaba y rogó al hombre que preguntara al rey Herodes dónde había nacido el Niño, Rey de los Judíos, y dónde se hallaba, ya que habían visto su estrella y habían venido tras de ella. El cortesano llevó su informe a Herodes, que se turbó mucho al principio; pero disimulando su malcontento hizo responder que deseaba tener más datos relativos sobre ese suceso y que entretanto instaba a los reyes a que descansasen, añadiendo que al día siguiente hablaría con ellos y les daría a conocer todo lo que lograse saber sobre el asunto.

Volvió Teokeno y no pudo dar a sus compañeros noticias consoladoras; por otra parte, no se les había preparado nada para que pudiesen reposar y mandaron rehacer muchos fardos que habían sido abiertos. Durante aquella noche no pudieron descansar y algunos de ellos andaban de un lado a otro como buscando la estrella que los había guiado. Dentro de la ciudad de Jerusalén había gran quietud y silencio; pero en torno de los Reyes había agitación, y en el patio se tomaban y daban toda clase de informes. Los Reyes pensaban que Herodes lo sabía todo perfectamente, pero que trataba de ocultarles la verdad.

Palacio de Herodes (maqueta de un Belén)


 Se celebraba una gran fiesta esa noche en el palacio de Herodes al tiempo de la visita de Teokeno, porque veía las salas iluminadas. Iban y venían toda clase de hombres y mujeres ataviadas sin decencia alguna. Las preguntas de Teokeno sobre el rey recién Nacido turbaron el ánimo de Herodes, el cual llamó en seguida a su palacio a los príncipes, a los sacerdotes y a los escribas de la Ley. Los he visto acudir al palacio antes de la media noche con rollos escritos. Traían sus vestiduras sacerdotales, llevaban condecoraciones sobre el pecho y cinturones con letras bordadas. Había unos veinte de estos personajes en torno de Herodes, que preguntó dónde debía ser el lugar del Nacimiento del Mesías. Los vi cómo abrían sus rollos y mostraban con el dedo pasajes de la Escritura:

“Debe nacer en Belén de Judá, porque así está escrito en el profeta Miqueas. Y tú Belén, no eres la más mínima entre los príncipes de Judá, pues de ti ha de nacer el jefe que gobernará mi pueblo en Israel”.

Después vi a Herodes con algunos de ellos paseando por la terraza del palacio, buscando inútilmente la estrella de la que había hablado Teokeno. Se mostraba muy inquieto. Los sacerdotes y escribas le hicieron largos razonamientos diciendo que no debía hacer caso ni dar importancia a las palabras de los Reyes Magos, añadiendo que aquellas gentes son amigas de lo maravilloso y se imaginan siempre grandes fantasías con sus observaciones estelares. Decían que si algo hubiera habido en realidad se hubiera sabido en el Templo y en la ciudad santa, y que ellos no podrían haberlo ignorado.



61. Los Reyes Magos conducidos al palacio de Herodes

En esta mañana muy temprano Herodes hizo llevar al palacio, en secreto, a los Reyes. Fueron recibidos bajo una arcada y conducidos luego a una sala, donde he visto ramas verdes con flores en vasos y refrescos para beber. Después de algún tiempo apareció Herodes. Los Magos se inclinaron ante él y pasaron a interrogarle sobre el Rey de los Judíos recién Nacido. Herodes ocultó su gran turbación y se mostró contento de la noticia. Vi que estaban con él algunos de los escribas. Herodes preguntó algunos detalles sobre lo que habían visto, y el Rey Mensor describió la última aparición que habían tenido antes de partir. Era, dijo, una Virgen y delante de Ella un Niño, de cuyo costado derecho había brotado una rama luminosa; luego, sobre ésta había aparecido una torre con varias puertas. La torre se transformó en una gran ciudad, sobre la cual se manifestó el Niño con una corona, una espada y un cetro, como si fuese Rey. Después de esto se vieron ellos mismos, como también todos los reyes del mundo, postrados delante de ese Niño en acto de adoración; pues poseía un imperio delante del cual todos los demás imperios debían someterse; y así en esta forma describió lo que habían visto.

Herodes les habló de una profecía que hablaba de algo parecido sobre Belén de Efrata; les dijo que fueran secretamente allá y cuando hubiesen encontrado al Niño volvieran a decirle el resultado, para que él también pudiera ir a adorarle. Los Reyes no tocaron los alimentos que se les había preparado y volvieron a su alojamiento. Era muy temprano, casi al amanecer, pues he visto todavía las linternas encendidas delante del palacio de Herodes. Herodes conferenció con ellos en secreto para que no se hiciera público el acontecimiento. Al aclarar del todo prepararon la partida. La gente que los había acompañado hasta Jerusalén se hallaba ya dispersa por la ciudad desde la víspera.

El ánimo de Herodes estaba en aquellos días lleno de descontento e irritación. Al tiempo del Nacimiento de Jesucristo se encontraba en su castillo, cerca de Jericó, y había ordenado hacía poco un cobarde asesinato. Había colocado en puestos altos del Templo a gente que le referían todo lo que allí se hablaba, para que denunciasen a los que se oponían a sus designios. Un hombre justo y honrado, alto empleado en el Templo, era el principal de los que consideraba él como sus adversarios. Herodes con fingimiento lo invitó a que fuera a verlo a Jericó y lo hizo atacar y asesinar en el camino, achacando ese crimen a algunos asaltantes.

Algunos días después de esto fue a Jerusalén para tomar parte en la fiesta de la Dedicación del Templo, que tenía lugar el 25 del mes de Casleu y allí se encontró enredado en un asunto muy desagradable. Queriendo congraciarse con los judíos había mandado hacer una estatua o figura de cordero o más bien de cabrito, porque tenía cuernos, para que fuera colocada en la puerta que llevaba del patio de las mujeres al de las inmolaciones. Hizo esto de su propia iniciativa, pensando que los judíos se lo agradecerían; pero los sacerdotes se opusieron tenazmente a ello, aunque los amenazó con hacerles pagar una multa por su resistencia. Ellos replicaron que pagarían, pero que no toleraban esa imagen contraria a las prescripciones de la Ley. Herodes se irritó mucho y pretendió colocarla ocultamente; pero al llevarla, un israelita muy celoso tomó la imagen y la arrojó al suelo, quebrándola en dos pedazos. Se promovió un gran tumulto y Herodes hizo encarcelar al hombre. Todo esto lo había irritado mucho y estaba arrepentido de haber ido a la fiesta; sus cortesanos trataban de distraerlo y divertirlo. En este estado de ánimo lo encontró la noticia del Nacimiento de Cristo.

En Judea hacía tiempo que hombres piadosos vivían, en la esperanza de que pronto había de llegar el Mesías y los sucesos acontecidos en el Nacimiento del Niño se habían divulgado por medio de los pastores. Con todo, muchas personas importantes oían estas cosas como fábulas y vanas palabras y el mismo Herodes había oído hablar y enviado secretamente algunos hombres a tomar informes de lo que se decía. Estos emisarios estuvieron, en efecto, tres días después de haber nacido Jesús y luego de haber conversado con José, declararon, como hombres orgullosos, que todo era cosa sin importancia: que en la gruta no había más que una pobre familia de la cual no valía la pena que nadie se ocupara. El orgullo que los dominaba les había impedido interrogar seriamente a José desde un principio, tanto más que llevaban orden de proceder en el mayor secreto, sin llamar la atención.

Cuando de pronto llegaron los Reyes Magos con su numeroso séquito, Herodes se llenó de nuevas inquietudes, ya que estos hombres venían de lejos y todo esto era más que rumores sin importancia. Como hablaran los Reyes con tanta convicción del Rey recién Nacido, fingió Herodes deseos de ir a ofrecerle sus homenajes, lo cual alegró mucho a los Reyes, creyéndolo bien dispuesto. La ceguera del orgullo de los escribas no acabó de tranquilizarlo y el interés de conservar en secreto este asunto fue causa de la conducta que observó. No hizo objeciones a lo que decían los Reyes, no hizo perseguir en seguida al Niño para no exponerse a las críticas de un pueblo difícil de gobernar y resolvió recabar por medio de ellos noticias más exactas para tomar luego las medidas del caso.

Como los Reyes, advertidos por Dios, no volvieron a dar noticias, hizo explicar que la huida de los Reyes era consecuencia de la ilusión mentirosa que habían sufrido y que no se habían atrevido a comparecer de nuevo, porque estaban avergonzados del engaño en que habían caído y al que habían querido arrastrar a los demás. Mandaba decir: “¿Qué razones podían tener para salir clandestinamente después de haber sido recibidos aquí en forma tan amistosa?...” De este modo Herodes trató de adormecer este asunto disponiendo que en Belén nadie se pusiese en relación con esa Familia, de la que se había hablado tanto, ni recoger los rumores e invenciones que se propalaban para extraviar los espíritus.

Habiendo vuelto quince días más tarde la Sagrada Familia a Nazaret, se dejó pronto de hablar de cosas de las cuales la multitud no había tenido más que conocimientos vagos, y las gentes piadosas, por otro lado, llenas de esperanza, guardaban un discreto silencio. Cuando pareció que todo quedaba olvidado, pensó entonces Herodes en deshacerse del Niño y supo que la Familia había dejado a Nazaret, llevándose al Niño. Lo hizo buscar durante bastante tiempo; pero habiendo perdido toda esperanza de encontrarlo, creció mayormente su inquietud y determinó ejecutar la medida extrema de la matanza de los niños. Tomó en esta ocasión todas sus medidas y envió tropas de antemano a los lugares donde podía temerse una sublevación. Creo que la matanza se hizo en siete lugares diferentes.

viernes, 5 de enero de 2018

Beata Ana Catalina Emmerick: 58. El viaje de los Reyes Magos. 59. Llegada de Santa Ana a Belén




Beata Ana Catalina Emmerick Parte IV, Tomo III
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012



58. El viaje de los Reyes Magos



14-17 de diciembre
He visto llegar hoy la caravana de los Reyes, por la noche, a una población pequeña con casas dispersas, algunas rodeadas de grandes vallas. Me parece que es éste el primer lugar donde se entra en la Judea. Aunque aquella era la dirección de Belén, los Reyes torcieron hacia la derecha, quizás por no hallar otro camino más directo. Al llegar allí su canto era más expresivo y animado; estaban más contentos porque la estrella tenía un brillo extraordinario: era como la claridad de la luna llena, y las sombras se veían con mucha nitidez. A pesar de todo, los habitantes parecían no reparar en ella. Por otra parte eran buenos y serviciales.

Algunos viajeros habían desmontado y los habitantes ayudaban a dar de beber a las bestias. Pensé en los tiempos de Abrahán, cuando todos los hombres eran serviciales y benévolos. Muchas personas acompañaron a la comitiva de los Reyes Magos llevando palmas y ramas de árboles cuando pasaron por la ciudad. La estrella no tenía siempre el mismo brillo: a veces se oscurecía un tanto; parecía que daba más claridad según fueran mejores los lugares que cruzaban. Cuando vieron los Reyes resplandecer más a la estrella, se alegraron mucho pensando que sería allí donde encontrarían al Mesías.

Martes, 18 de diciembre
Esta mañana pasaron al lado de una ciudad sombría, cubierta de tinieblas, sin detenerse en ella, y poco después atravesaron un arroyo que se echa en el Mar Muerto. Algunas de las personas que los acompañaban se quedaron en estos sitios. He sabido que una de aquellas ciudades había servido de refugio a alguien en ocasión de un combate, antes que Salomón subiera al trono. Atravesando el torrente, encontraron un buen camino.

19 de diciembre
Esta noche volví a ver el acompañamiento de los Reyes que había aumentado a unas doscientas personas porque la generosidad de ellos había hecho que muchos se agregaran al cortejo. Ahora se acercaban por el Oriente a una ciudad cerca de la cual pasó Jesús, sin entrar, el 31 de Julio del segundo año de su predicación. El nombre de esa ciudad me pareció Manatea, Metanea, Medana o Madián*. Había allí judíos y paganos; en general eran malos. A pesar de atravesarla una gran ruta, no quisieron entrar por ella los Reyes y pasaron frente al lado oriental para llegar a un lugar amurallado donde había cobertizos y caballerizas. En este lugar levantaron sus carpas, dieron de beber y comer a sus animales y tomaron también ellos su alimento.
*   San Jerónimo menciona el pueblo de Metán, cerca del Arnon

Los Reyes se detuvieron allí el jueves 20 y el viernes 21 y se pusieron muy pesarosos al comprobar que allí tampoco nadie sabía nada del Rey recién nacido. Les oí relatar a los habitantes las causas porque habían venido, lo largo del viaje y varias circunstancias del camino. Recuerdo algo de lo que dijeron. El Rey recién nacido les había sido anunciado mucho tiempo antes. Me parece que fue poco después de Job, antes que Abrahán pasara a Egipto, pues unos trescientos hombres de la Media, del país de Job (con otros de diferentes lugares) habían viajado hasta Egipto llegando hasta la región de Heliópolis. No recuerdo por qué habían ido tan lejos; pero era una expedición militar y me parece que habían venido en auxilio de otros. Su expedición era digna de reprobación, porque entendí que habían ido contra algo santo, no recuerdo si contra hombres buenos o contra algún misterio religioso relacionado con la realización de la Promesa divina. En los alrededores de Heliópolis varios jefes tuvieron una revelación con la aparición de un ángel que no les permitió ir más lejos. Este ángel les anunció que nacería un Salvador de una Virgen, que debía ser honrado por sus descendientes. Ya no sé cómo sucedió todo esto; pero volvieron a su país y comenzaron a observar los astros. Los he visto en Egipto organizando fiestas regocijantes, alzando allí arcos de triunfo y altares, que adornaban con flores, y después regresaron a sus tierras. Eran gentes de la Media, que tenían el culto de los astros. Eran de alta estatura, casi gigantes, de una hermosa piel morena amarillenta. Iban como nómadas con sus rebaños y dominaban en todas partes por su fuerza superior. No recuerdo el nombre de un profeta principal que se encontraba entre ellos. Tenían conocimiento de muchas predicciones y observaban ciertas señales trasmitidas por los animales. Si éstos se cruzaban en su camino y se dejaban matar, sin huir, era un signo para ellos y se apartaban de aquellos caminos. Los Medos, al volver de la tierra de Egipto, según contaban los Reyes, habían sido los primeros en hablar de la profecía y desde entonces se habían puesto a observar los astros. Estas observaciones cayeron algún tiempo en desuso; pero fueron renovadas por un discípulo de Balaam y mil años después las tres profetisas, hijas de los antepasados de los tres Reyes, las volvieron a poner en práctica. Cincuenta años más tarde, es decir, en la época a que habían llegado, apareció la estrella que ahora seguían para adorar al nuevo Rey recién nacido. Estas cosas relataban los Reyes a sus oyentes con mucha sencillez y sinceridad, entristeciéndose mucho al ver que aquéllos no parecían querer prestar fe a lo que desde dos mil años atrás había sido el objeto de la esperanza y deseos de sus antepasados.

A la caída de la tarde se oscureció un poco la estrella a causa de algunos vapores, pero por la noche se mostró muy brillante entre las nubes que corrían, y parecía más cerca de la tierra. Se levantaron entonces rápidamente, despertaron a los habitantes del país y les mostraron el espléndido astro. Aquella gente miró con extrañeza, asombro y alguna conmoción el cielo; pero muchos se irritaron aun contra los santos Reyes, y la mayoría sólo trató de sacar provecho de la generosidad con que trataban a todos. Les oí también decir cosas referentes a su jornada hasta allí. Contaban el camino por jornadas a pie, calculando en doce leguas cada jornada. Montando en sus dromedarios, que eran más rápidos que los caballos, hacían treinta y seis leguas diarias, contando la noche y los descansos. De este modo, el Rey que vivía más lejos pudo hacer, en dos días, cinco veces las doce leguas que los separaban del sitio donde se habían reunido, y los que vivían más cerca podían hacer en un día y una noche tres veces doce leguas. Desde el lugar donde se habían reunido hasta aquí habían completado 672 leguas de camino, y para hacerlo, calculando desde el nacimiento de Jesucristo, habían empleado más o menos veinticinco días con sus noches, contando también los dos días de reposo.

La noche del viernes 21, habiendo comenzado el sábado para los judíos que habitaban allí, los Reyes prepararon su partida. Los habitantes del lugar habían ido a la sinagoga de un lugar vecino pasando sobre un puente hacia el Oeste. He visto que estos judíos miraban con gran asombro la estrella que guiaba a los Magos; pero no por eso se mostraron más respetuosos. Aquellos hombres desvergonzados estuvieron muy importunos, apretándose como enjambres de avispas alrededor de los Reyes, demostrando ser viles y pedigüeños, mientras los Reyes, llenos de paciencia, les daban sin cesar pequeñas piezas amarillas, triangulares, muy delgadas, y granos de metal oscuro. Creo por eso que debían ser muy ricos estos Reyes. Acompañados por los habitantes del lugar dieron vueltas a los muros de la ciudad, donde vi algunos templos con ídolos; más tarde atravesaron el torrente sobre un puente, y costearon la aldea judía. Desde aquí tenían un camino de veinticuatro leguas para llegar a Jerusalén.





59. Llegada de Santa Ana a Belén

Noche del 19 de diciembre
He visto a Santa Ana con María de Helí, una criada, un servidor y dos asnos pasando la noche a poca distancia de Betania, de camino para Belén. José había completado los arreglos tanto en la gruta del Pesebre como en las grutas laterales, para recibir a los Reyes Magos, cuya llegada había anunciado María, mientras se hallaban en Causur, y también para hospedar a los venidos de Nazaret. José y María se habían retirado a otra gruta con el Niño, de modo que la del Pesebre se encontraba libre, no quedando en ella más que el asno. Si mal no recuerdo José había pagado ya el segundo de los impuestos hacía algún tiempo, y nuevas personas venidas de Belén para ver al Niño tuvieron la dicha de tomarlo en sus brazos. En cambio, cuando otras lo querían alzar, lloraba y volvía la cabeza.

Viernes, 21 de diciembre
He visto a la Virgen tranquila en su nueva habitación discretamente arreglada: el lecho estaba contra la pared y el Niño Jesús se encontraba a su lado, en una cesta larga, hecha de cortezas, acomodada sobre una horqueta. Un tabique hecho de zarzos separaba el lecho de María y la cuna del Niño del resto de la gruta. Durante el día, para no estar sola, se sentaba delante del tabique con el Niño a su lado. José descansaba en otra parte retirada de la gruta. Lo he visto llevando alimentos a María, servidos en una fuente, como también ofrecerle un cantarillo con agua.

Jueves, 20 de diciembre
Esta noche comenzaba un día de ayuno: todos los alimentos debían estar preparados para el día siguiente; el fuego estaba cubierto y las aberturas veladas*. [Los días de ayuno de los judíos son el 8 y 16 del mes de tebet]. Entretanto había llegado Santa Ana con la hermana mayor de María y una criada. Estas personas debían pasar la noche en la gruta de Belén: por eso la Sagrada Familia se había retirado a la gruta lateral. Hoy he visto a María que ponía el Niño en los brazos de Santa Ana. Esta se hallaba profundamente conmovida. Había traído consigo colchas, pañales y varios alimentos, y dormía en el mismo sitio donde había reposado Isabel. María le relató todo lo sucedido. Ana lloraba en compañía de María. El relato fue alegrado por las caricias del Niño Jesús. Hoy vi a la Virgen volver a la gruta del Pesebre y al pequeño Jesús acostado allí de nuevo. Cuando José y María se encuentran solos cerca del Niño, los veo a menudo ponerse en adoración ante Él. Hoy vi a Ana cerca del Pesebre con María en una actitud reverente, contemplando al Niño Jesús con sentimiento de gran fervor. No sé si las personas venidas con Ana habían pasado la noche en la gruta lateral o habían ido a otro lugar; creo que estaban en otro sitio. Ana trajo diversos objetos para el Niño y la Madre. María ha recibido ya muchas cosas desde que se encuentra aquí; pero todo sigue pareciendo muy pobre porque María reparte lo que no es absolutamente necesario. Le dijo a Ana que los Reyes llegarían muy pronto y que su llegada causaría gran impresión. Esta misma noche, después de terminado el Sábado, vi que Ana con sus acompañantes se retiró de la compañía de María, durante la estadía de los Reyes, a casa de su hermana casada, para volver después. Ya no recuerdo el nombre de la población, de la tribu de Benjamín, que se compone de algunas casas, en una llanura y se encuentra a media legua del último lugar del alojamiento de la Santa Familia en su viaje a Belén.

jueves, 4 de enero de 2018

Beata Ana Catalina Emmerick : 56. Llegan al país del rey de Causur. 57. La Virgen Santísima presiente la llegada de los Reyes



Beata Ana Catalina Emmerick Parte IV, Tomo III
Según las anotaciones de Clemente Brentano
Bernardo E. Overbeg y Guillermo Wesener
Ciudadelalibros 2012



56. Llegan al país del rey de Causur



He vuelto a ver a los Reyes en las inmediaciones de una ciudad, cuyo nombre me suena como Causur. Esta población se componía de carpas levantadas sobre bases de piedra. Se detuvieron en casa del jefe o rey del país, cuya habitación se encontraba a alguna distancia. Desde que se habían reunido en la población en ruinas hasta aquí, habían andado cincuenta y tres o sesenta y tres horas de camino. Contaron al rey del lugar todo lo que habían observado en las estrellas y este rey se asombró mucho del relato. Miró hacia el astro que les servía de guía y vio, en efecto, a un Niñito en él con una cruz. Pidió a los Reyes volvieran a contarle lo que vieren, porque él también deseaba levantar altares al Niño y ofrecerle sacrificios. Tengo curiosidad de ver si cumplirá su palabra. Era Domingo, día 2.
Oí que hablaban al rey de sus observaciones astrales, y de esa conversación recuerdo lo siguiente: Los antepasados de los Reyes eran de la estirpe de Job, que antiguamente había habitado cerca del Cáucaso, aunque tenía posesiones en comarcas muy lejanas. Más o menos 1500 años antes de Cristo, aquella raza no se componía más que de una tribu. El profeta Balaam era de su país y uno de sus discípulos había dado a conocer allí su profecía: «Una estrella ha de nacer de Jacob» dando las instrucciones al respecto. Su doctrina se había extendido mucho entre ellos. Levantaron una torre alta en una montaña y varios astrólogos se turnaban en ella alternativamente. He visto esa torre, parecida a una montaña, muy ancha en su base y terminada en punta. Todo lo que observaban era anotado y pasaba luego de boca en boca. Estas observaciones sufrieron repetidas interrupciones debido a diversas causas. Más tarde se introdujeron prácticas execrables, como el sacrificio de niños, aunque conservaban la creencia de que el Niño prometido llegaría pronto. Alrededor de cinco siglos antes de Cristo cesaron estas observaciones y aquellos hombres se dividieron en tres ramas diferentes, formadas por tres hermanos que vivieron separados con sus familias. Tenían tres hijas a las que Dios había concedido el don de profecía, las cuales recorrieron el país vestidas de largos mantos, haciendo conocer las predicciones relativas a la estrella y al Niño que debía salir de Jacob.
Se dedicaron desde entonces nuevamente a observar los astros y la expectación se hizo muy intensa en las tres tribus. Estos tres Reyes descendían de aquellos tres hermanos a través de quince generaciones que se habían sucedido en línea recta durante quinientos años. Con la mezcla de unas razas con otras había variado también la tez de estos tres Reyes, y en el color se diferenciaban unos de otros. Desde esos cinco siglos no habían dejado de reunirse los reyes de vez en cuando para observar los astros. Todos los hechos notables relacionados con el nacimiento de Jesús y el advenimiento del Mesías les habían sido indicados mediante las señales maravillosas de los astros. He visto algunas de estas señales, aunque no las puedo describir con claridad.

Desde la concepción de María Santísima, es decir, desde quince años atrás, estas señales indicaban con más claridad que la venida del Niño estaba próxima. Los Reyes habían observado cosas que tenían relación con la pasión del Señor. Pudieron calcular con exactitud la época en que saldría la estrella de Jacob, anunciada por Balaam, porque habían visto la escala de Jacob, y, según el número de escalones y la sucesión de los cuadros que allí se encontraban, era posible calcular el advenimiento del Mesías, como sobre un calendario, porque la extremidad de la escala llegaba hasta la estrella o bien la estrella misma era la última imagen aparecida.

En el momento de la concepción de María habían visto a la Virgen con un cetro y una balanza, sobre cuyos platillos había espigas de trigo y uvas. Algo más tarde vieron a la Virgen con el Niño. Belén se les apareció como un hermoso palacio, una casa llena de abundantes bendiciones. Vieron también allí dentro a la Jerusalén celestial, y entre las dos moradas se extendía una ruta llena de sombras, de espinas, de combate y de sangre. Ellos creyeron que esto debía tomarse al pie de la letra: pensaron que el Rey esperado debía haber nacido en medio de gran pompa y que todos los pueblos le rendirían homenaje, y por esto iban con gran acompañamiento a honrarle y a ofrecerle sus dones.

La visión de la Jerusalén celestial la tomaron por su reino en la tierra y pensaban encaminarse a esa ciudad. En cuanto al sendero lleno de sombras y espinas, pensaron que significaba el viaje que hacían lleno de dificultades o alguna guerra que amenazaba al nuevo Rey. Ignoraban que esto era el símbolo de la vía dolorosa de su Pasión. Más abajo, en la escala de Jacob, vieron, y yo también la vi, una torre artísticamente construida, muy semejante a las torres que veo sobre el monte de los Profetas, y donde la Virgen se refugió una vez durante una tormenta. Ya no recuerdo lo que esto significaba; pero podría ser la huida a Egipto. Sobre la escala de Jacob había una serie de cuadros, símbolos figurativos de la Virgen, algunos de los cuales se encuentran en las Letanías, y además “la fuente sellada”, el jardín cerrado, como asimismo unas figuras de reyes entre los cuales uno tenía un cetro y los otros ramas de árboles. Estos cuadros los veían en las estrellas continuamente durante las tres últimas noches. Fue entonces que el principal envió mensajes a los otros; y viendo a unos reyes que presentaban ofrendas al Niño recién nacido, se pusieron en camino para no ser los últimos en rendirle homenaje. Todas las tribus de los adoradores de astros habían visto la estrella; pero sólo estos Reyes Magos se decidieron a seguirla. La estrella que los guiaba no era un cometa, sino un meteoro brillante, conducido por un ángel.

Estas visiones fueron causa de que partieran con la esperanza de hallar grandes cosas, quedando después muy sorprendidos al no encontrar nada de lo que pensaban. Se admiraron de la recepción de Herodes y de que todo el mundo ignorase el acontecimiento. Al llegar a Belén y al ver una pobre gruta en lugar del palacio que habían contemplado en la estrella, estuvieron tentados por muchas dudas; no obstante, conservaron su fe, y ya ante el Niño Jesús, reconocieron que lo que habían visto en la estrella se estaba realizando.

Mientras observaban las estrellas hacían ayuno, oraciones, ceremonias y toda clase de abstinencias y purificaciones. El culto de los astros ejercía en la gente mala toda clase de influencias perniciosas por su relación con los espíritus malignos. En los momentos de sus visiones eran presas de convulsiones violentas, y como consecuencia de éstas agitaciones tenían lugar los sacrificios sangrientos de niños. Otras personas buenas, como los Reyes Magos, veían todas estas cosas con claridad serena y con agradable emoción, y se volvían mejores y más creyentes.

 Cuando los Reyes dejaron a Causur, he visto que se unió a ellos una caravana de viajeros distinguidos que seguía el mismo derrotero. El 3 y el 4 del mes vi que atravesaban una llanura extensa, y el 5 se detuvieron cerca de un pozo de agua. Allí dieron de beber a sus bestias, sin descargarlas, y prepararon algunos alimentos. Canto con estos Reyes. Ellos lo hacen agradablemente, con palabras como éstas: “Queremos pasar las montañas y arrodillarnos ante el nuevo Rey”. Improvisan y cantan versos alternativamente. Uno de ellos empieza y los otros repiten; luego otro dice una nueva estrofa, y así prosiguen, mientras cabalgan, cantando sus melodías dulces y conmovedoras. En el centro de la estrella o, mejor, dentro del globo luminoso, que les indicaba el camino, vi aparecer un Niño con la cruz. Cuando los Reyes vieron la aparición de la Virgen en las estrellas, el globo luminoso se puso encima de esta imagen, poniéndose prontamente en movimiento.


57. La Virgen Santísima presiente la llegada de los Reyes



María había tenido una visión de la próxima llegada de los Reyes, cuando éstos se detuvieron con el rey de Causur, y vio también que este rey quería levantar un altar para honrar al Niño. Comunicólo a José y a Isabel, diciéndoles que sería preciso vaciar cuanto se pudiera la gruta del Pesebre y preparar la recepción de los Reyes. María se retiró ayer de la gruta por causa de unos visitantes curiosos, que acudieron muchos más en estos últimos días.

Hoy Isabel se volvió a Juta en compañía de un criado. En estos dos últimos días hubo más tranquilidad en la gruta del Pesebre y la Sagrada Familia permaneció sola la mayor parte del tiempo. Una criada de María, mujer de unos treinta años, grave y humilde, era la única persona que los acompañaba. Esta mujer, viuda, sin hijos, era parienta de Ana, quien le había dado asilo en su casa. Había sufrido mucho con su esposo, hombre duro, porque siendo ella piadosa y buena, iba a menudo a ver a los esenios con la esperanza del Salvador de Israel. El hombre se irritaba por esto, como hacen los hombres perversos de nuestros días, a quienes les parece que sus mujeres van demasiado a la iglesia. Después de haber abandonado a su mujer, murió al poco tiempo.

Aquellos vagabundos que, mendigando, habían proferido injurias y maldiciones cerca de la gruta de Belén, e iban a Jerusalén para la fiesta de la Dedicación del Templo, instituida por los Macabeos, no volvieron por estos contornos. José celebró el sábado bajo la lámpara del Pesebre con María y la criada. Esta noche empezó la fiesta de la Dedicación del Templo y reina gran tranquilidad. Los visitantes, bastante numerosos, son gentes que van a la fiesta. Ana envía a menudo mensajeros para traer presentes e inquirir noticias.

Como las madres judías no amamantan mucho tiempo a sus criaturas, sino que les dan otros alimentos, así el Niño Jesús tomaba también, después de los primeros días, una papilla hecha con la médula de una especie de caña. Es un alimento dulce, liviano y nutritivo. José enciende su lámpara por la noche y por la mañana para celebrar la fiesta de la Dedicación. Desde que ha empezado la fiesta en Jerusalén, aquí están muy tranquilos. Llegó hoy un criado mandado por Santa Ana trayendo, además de varios objetos, todo lo necesario para trabajar en un ceñidor y un cesto lleno de hermosas frutas cubiertas de rosas. Las flores puestas sobre las frutas conservaban toda su frescura. El cesto era alto y fino, y las rosas no eran del mismo color que las nuestras, sino de un tinte pálido y color de carne, entre otras amarillas y blancas y algunos capullos. Me pareció que le agradó a María este cesto y lo colocó a su lado.

Mientras tanto yo veía varias veces a los Reyes en su viaje. Iban por un camino montañoso, franqueando aquellas montañas donde había piedras parecidas a fragmentos de cerámica. Me agradaría tener algunas de ellas, pues son bonitas y pulidas. Hay algunas montañas con piedras transparentes, semejantes a huevos de pájaros, y mucha arena blancuzca. Más tarde vi a los Reyes en la comarca donde se establecieron posteriormente y donde Jesús los visitó en el tercer año de su predicación. Me pareció que José, deseando permanecer en Belén, pensaba habitar allí después de la Purificación de María y que había tomado ya informes al respecto.

Hace tres días vinieron algunas personas pudientes de Belén a la gruta. Ahora aceptarían de muy buena gana a la Sagrada Familia en sus casas; pero María se ocultó en la gruta lateral y José rehusó modestamente sus ofrecimientos. Santa Ana está por visitar a María. La he visto muy preocupada en estos últimos días revisando sus rebaños y haciendo la separación de la parte de los pobres y la del Templo. De la misma manera la Sagrada Familia reparte todo lo que recibe en regalos.

La festividad de la Dedicación seguía aún por la mañana y por la noche, y deben de haber agregado otra fiesta el día 13, pues pude ver que en Jerusalén hacían cambios en las ceremonias. Vi también a un sacerdote junto a José, con un rollo, orando al lado de una mesa pequeña cubierta con una carpeta roja y blanca. Me pareció que el sacerdote venía a ver si José celebraba la fiesta o para anunciar otra festividad.

En estos últimos días la gruta estuvo muy tranquila porque no tenía visitantes. La fiesta de la Dedicación terminó con el sábado, y José dejó de encender las lámparas. El domingo 16 y el lunes 17 muchos de los alrededores acudieron a la gruta del Pesebre, y aquellos mendigos descarados se mostraron en la entrada. Todos volvían de las fiestas de la Dedicación. El 17 llegaron dos mensajeros de parte de Ana, con alimentos y diversos objetos, y María, que es más generosa que yo, pronto distribuyó todo lo que tenía. Vi a José haciendo diversos arreglos en la gruta del pesebre, en las grutas laterales y en la tumba de Maraha. Según la visión que había tenido María, esperaban próximamente a Ana y a los Reyes Magos.

San Antonio de Padua, «La Palabra tiene fuerza cuando va acompañado de las buenas obras»

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